El dualismo de la Argentina según Natanson.
La explicación de esta dualidad es esencialmente económica. Desde hace décadas, Argentina se sacude al ritmo del enfrentamiento entre dos perspectivas opuestas, que logran prevalecer durante un tiempo pero cuya fuerza no les alcanza para imponer un modelo de desarrollo perdurable: la tradición liberal-aperturista, que apuesta al campo como motor del crecimiento, y la tradición nacional-desarrollista, defensora de la industria (y de los trabajadores que ella emplea).
Argentina es, por la extensión y fertilidad de sus suelos, una potencia alimentaria (hoy es el tercer exportador mundial de soja, el primero de limones y el sexto de carne vacuna). El campo es uno de los pocos sectores económicos verdaderamente competitivo a nivel global y el que genera los dólares necesarios para que el país funcione. Pero no está solo. Convive en tensión permanente con un sector industrial relativamente diversificado, que es uno de los más importantes de América Latina y que emplea a dos de cada diez trabajadores registrados, pero que no ha logrado alcanzar niveles de competitividad a la altura de las potencias mundiales.
A lo largo de la historia, el campo ha presionado por una economía abierta, que le permita exportar libremente las materias primas, lo que a su vez deriva en impuestos más bajos, una mayor desregulación y una política exterior alineada con las grandes potencias (que son sus clientes). La industria, en cambio, exige protección, un mercado interno robusto (trabajadores y clases medias que compren sus productos) y una política exterior orientada a la integración regional.
Cada modelo implica una sociedad diferente. El primero, que es el que instaló la última dictadura militar y ahora trata de revivir Macri, genera un mercado laboral débil, porque el sector agropecuario emplea comparativamente a menos personas, lo que profundiza la exclusión. El segundo, cuya expresión política es el peronismo, supone industrias pujantes, una clase trabajadora más amplia y por lo tanto sindicatos más fuertes, lo que a menudo se traduce en mayores niveles de conflicto social.
Ninguno de los dos modelos ha logrado imponerse durante el tiempo suficiente como para derrotar definitivamente al otro, como sucedió con el neoliberalismo en Chile y el desarrollismo en Brasil, que han conseguido mantenerse vigentes más allá de los cambios políticos.
El tipo escribió esto como parte de una nota donde afirma que Alberto Fernández podría romperlo, con una idea de gobierno más cercana al peronismo histórico pero al mismo tiempo más moderada y adaptada al contexto externo de hoy.