“Mientras la Armada ejecuta –con gran pobreza de medios técnicos- la búsqueda del ARA San Juan, perdido en algún lugar del Mar Argentino a la altura de Puerto Madryn, es difícil añadir nada a lo poco que se sabe, pese a lo mucho que circula.
Incluso en superficie, adonde tendría que haber emergido por normas de procedimiento no bien perdió contacto de radio con el COFSUB, un submarino de apenas 66 metros de eslora como este Thyssen TR-1700 es una aguja en un pajar. Está diseñado con formas redondeadas y acabados superficiales que lo hacen poco discernible al ojo y poco “ecoico” al radar, con la excepción menor de la superficie vertical de su “vela” o torreta. En mar gruesa, el eco de microondas de la vela queda bastante disimulado por el “clutter” o eco ruidoso de microondas del oleaje, confuso salvo para radares con filtros sofisticados. Claramente, no tenemos de esos, o sí los tenemos pero no están adonde deberían. Así pasaron días críticos sin que los vetustos y poquísimos aviones de búsqueda y rescate de la Armada encontraran nada.
Si el San Juan no estuviera en superficie sino sumergido por algún accidente bajo el “canal SOFAR”, será difícil de hallar. El “canal”, una zona de alta conductividad sónica horizontal del mar termina en la termoclina de 3º C, que en el Atlántico Sur en esta época está a unos 40 metros de profundidad. Coincide bastante con la “picnoclina”, un punto a partir del cual la columna de agua adquiere una temperatura definitiva (3º C) que se conserva sin variaciones hasta el fondo, bastante bajo en toda la Plataforma Continental (200 metros en el borde de su talud).
Ese límite térmico horizontal en el agua refleja el sonido que baja en diagonal de regreso hacia la superficie, como un espejo. Para captar el rebote sónico de un sub en el fondo, casi te le tenés que poner sobre la vertical del mismo. O usar sonares de una potencia como únicamente la tienen algunos barcos oceanográficos que mapean fondos a 6 kilómetros de profundidad. De todos modos, lo más lógico por ahora parece ser buscar el sub en la superficie. En caso de problemas, el sub emerge casi automáticamente.
Qué distinto sería todo si en lugar de discontinuarse la fabricación y remotorización de los Pucará, aviones con 5 horas de autonomía y capacidad sobrada de patrulla costera, se hubiera hecho una versión radarizada. Cabe recordar que tras la derrota de Malvinas, algunos Pucas cumplieron ese rol de patrulla costera, por si se armaba con Chile. Llevaban bajo el ala un misil antibuque Martín Pescador, también argentino, hoy también discontinuado. Tras la paliza de Malvinas, se decidió que valía la pena tener ese misil. Y un “Puca” de la Fuerza Aérea Argentina era bienvenido entonces en el Mar Argentino, coto hasta entonces sólo de la Marina. Costó una derrota tremenda admitir que ambas fuerzas pertenecían a un mismo país. Luego, cada cual volvió a su cultura y se olvidaron.
En cuanto a radares, hasta hace dos años, éramos el único país latinoamericano con fabricación y diseño propios. Llegamos a ello en 2004. Los hacía INVAP en Bariloche, y de distintos tipos: de infantería (RASIT modificados), meteorológicos, e incluso espaciales “de apertura sintética”. Y obviamente, también de control de tránsito aéreo colaborativo 2D, y por supuesto 3D militares con 480 km. de alcance, como los que están en el “Escudo Norte”, para detectar vuelos de narcos. Captan centenares, para el caso, de modo que funcionan muy bien.
Había contratos para fabricar más radares 3D y ubicarlos en otros sitios, pero el presidente Macri se abstuvo de desplegarlos en la costa Atlántica para no molestar a los kelpers, y canceló los contratos.
La Marina está sub-equipada para “Search and Rescue” de tripulaciones perdidas, propias y ajenas, porque sus pocos aviones aptos para ello (el Beechcraft B-200, el Lockheed P-38 Orion y el Grumman Turbotracker, ya eran viejos en épocas de Malvinas.
Viejísimos, realmente. Lo que se discierne entre líneas de los partes informativos es que hay al menos un Beechcraft y un Orion afectados a esta búsqueda, y que tal vez se haya resucitado algún Turbotracker. Ojo, hay algunas ejemplares más de toda esta flota en los hangares navales, pero están “en reserva”, es decir que si despegan vamos a tener que estar buscando más tripulaciones perdidas, además de la del San Juan.
Ahora también entró a la liza un antiguo Hércules de la Fuerza Aérea. Inevitable recordar que también “las Chanchas” que le quedan a la FAA son pre-malvineras, y que en la guerra debieron usarse “in extremis” para rastrear a la Task Force. Era tan peligroso como espiar a los indios Cheyenne montando en una vaca.
A eso se llegó cuando el último radar del último Neptune antisubmarino de la Marina, tras ubicar al HMS Sheffield, terminó de hacer “pfsssss”. Por suerte el radar dijo “basta” antes de que lo hicieran los motores. En cuanto a “las Chanchas”, probaron ser excelentes ubicando barcos enemigos grandes, aunque inevitablemente en ese oficio extremo un Hércules fue localizado, perseguido y derribado por dos Harriers, con pérdida de toda la tripulación.
La única actualización en sensores que recibieron los aviones de búsqueda y rescate de la Marina desde la guerra de Malvinas fue que los Orion montaron en sus trompas cámaras giroestabilizadas y con telescopios para facilitar la búsqueda visual, diseñadas por INVAP en 2004. ¿Y de radares de diseño propio? No, de eso nada.
A la búsqueda del San Juan se acaba de añadir un avión de relevamiento glaciológico de la NASA que pasaba por Ushuaia rumbo a la Antártida. Se suma ahora también un P-8 de la USAF con 21 tripulantes y erizado literalmente de sensores, ya que estaba destacado en la base de Comalapa, en El Salvador, dedicado a detección de barcos y aviones del narcotráfico.
Y vienen al rescate también medios de la Armada y la Fuerza Aérea brasileñas: la fragata Rademaker, el navío polar Almirante Maximiano, el navío de socorro submarino Flinto Perry, y un par de patrulleros costeros (un CASA C105 y un viejo Orion P3). Es oficial, señor@s, sin ayuda externa no tenemos puta la idea de lo que sucede en nuestro mar, ni cómo carajo tenerla. Perdón por las groserías.
Hemos destruido a nuestras Fuerzas Armadas del modo más idiota. Había que cambiarles el “software”, la educación militar, no dejarlas sin “hardware”. Peor aún fue impedirles que fabricaran su “hardware”, en lo que al menos el Ejército y la Aviación tenían alguna costumbre.
Pero los déficits de “soft” y “hard” no los inventó la democracia: venían de viejo. Incluso en épocas de vacas gordísimas (durante “El Proceso”), la búsqueda y rescate no parecían disciplinas navales. Las balsas del crucero ARA Belgrano, después de que lo hundieron los británicos, estuvieron 2 días a la deriva y con gente muriéndose a bordo, sin que nadie supiera de ellas. Los náufragos del aviso ARA Sobral, misileado por helicópteros ingleses, tuvieron que llegar con el barco arrasado como un pontón, cargado de muertos, prendiendo y apagando los motores izquierdo y derecho con un destornillador como contacto, haciendo zig-zags en el agua por falta de timón. Y tras 4 días calculando su trayectoria y deriva, los sobrevivientes del Sobral arribaron a Puerto Deseado “a puro ojímetro”, para sorpresa de ese pueblo del norte santacruceño. Días antes, la Armada había notificado al país del deceso de todos ellos.
Hoy no se eche la culpa a la Marina, que hace décadas no administra sus decrecientes presupuestos. Ahora lo que sucede es una cuestión de estado, o más bien de falta del mismo. Desde el último y tercer alzamiento carapintada, el presidente Menem decidió que para gobernar el país alcanzaba con la Gendarmería y eventualmente la Prefectura Naval. ¿Para qué tener Fuerzas Armadas? Hipótesis de conflicto con otros estados nación no tendríamos jamás: viviríamos felices bajo la Pax Americana. Para funciones residuales (desfiles patrióticos, mantenimiento de paz en estados fracasados, mandar contingentes simbólicos a las guerras que decidiera EEUU) alcanzaba con chirolas. Y así estamos.
En cuanto a las empresas extractivas y financieras que vienen dirigiendo el país por default (en todo sentido) desde los ‘90, pese a alguna interferencia kirchnerista molesta, ésas podrían remedar al Almirante Segundo Storni y escribir una enciclopedia llamada “Nuestros desintereses marítimos”. Es un negocio fabuloso que el mar no nos importe. En los ’90 destruimos la Empresa Líneas Marítimas Argentinas. Hoy pagamos a armadores internacionales U$ 5000 millones de dólares/año para ubicar nuestra cosecha y nuestros minerales.
La indiferencia de la Argentina para con su mar es casi inexplicable, salvo en el caso de las pesqueras españolas radicadas en la Patagonia, a las que les resulta sumamente conveniente: en 1996, por ejemplo, capturaron un 250 % más de lo declarado y permitido. En 1997 las pesquerías argentinas entraron en colapso y a lo largo de la costa atlántica quedaron 30.000 desocupados en la industria.
A excepción de Río Negro, la única provincia argentina que controla y administra su pequeña porción del Mar Argentino a través del SIMPO (Sistema de Investigación y Monitoreo Pesquero y Oceanográfico, una obra tecnológica de INVAP, para variar), el resto del país mira el Atlántico como si estuviera pintado. Donde termina la costa, termina la nación.
El ARA San Juan mostró en toda su trayectoria activa que, pese a ser una nave diseñada en los ’70, es temible por elusivo: fue hecho para que no lo encuentre casi nadie. Pero pertenece a una fuerza y a un país que hace rato se les pierde de todo en el mar”.