Así de cruda y real es la conclusión que saqué. El fútbol, eso que desde que tengo memoria fue sinónimo de alegría, pasatiempo y placer, hoy sólo me resulta sufrimiento. Tiene tantas contras que no me cuesta encontrar el por qué:
• La corrupción y los negocios ilícitos de los cuales son cómplices dirigentes y políticos, que no hacen otra cosa que perjudicar a los hinchas verdaderos.
• La usual violencia con la que nos enfrentamos cada fin de semana, donde el miedo se hace presente con cada barrabrava, y la impunidad total con la que se adueñaron del patrimonio de mi querido club y la libertad que sienten para agredir, golpear y matar.
• Los jugadores mediocres que vistieron el manto sagrado, manchando aquel que vistieron glorias como Amadeo, Angelito, el Beto, el Enzo, el Muñe, el Burrito, etc.
• Los arbitrajes paupérrimos que le quitan credibilidad y posibilidad al verdadero fútbol. La dirigencia de AFA, que ya se asemeja a una dictadura, donde siempre es el mismo el que decide y deja que todo pase. El que permite y el que condena.
• La búsqueda de la ventaja económica por sobre la gloria deportiva que lleva a los equipos a que vayan a menos; hoy ya no es raro ver a un equipo plantarse con un 5-4-1, y ¡pensar que el fútbol se jugaba 3-2-5! Ay. (A veces el Barca me hace dudar de este punto, pero como le ganaron Chelsea e Inter con esta receta, lo dejo)
• La actualidad de mi amado Club Atlético River Plate. Humillado, podrido. Una dirigencia inepta precedida por una corrupta, que arrasaron con la economía y la gloria del club. Estamos de luto, no sabemos hasta cuándo.
• La actualidad de nuestro rival de toda la vida. No es que me importe, sino que simplemente no hace otra cosa más que enrostrarme lo doloroso de nuestro presente, y cómo los mismos que se robaron nuestros laureles fueron cómplices de dejar que ellos se convirtieron en lo que son hoy.
Todo esto, y quizás mucho más, hace que cada partido sea un sufrimiento para mí. Cuando arranca no veo la hora que termine. Me voy afónico tratando de que lo que hago en el tablón repercuta en los resultados y me cuesta creer que funciona. Me voy físicamente agotado y estresado, cansado de sufrir tanto. Nos cuesta horrores meter un gol, y cuando lo hacemos ruego porque el árbitro pite señalando la mitad de la cancha, mientras los minutos pasan más lentos que nunca. Tengo miedo de las pelotas paradas a favor, porque me duele ver las contras. Soy pesimista y siento que todo nos puede pasar, y finalmente todo nos pasa. Ganemos, empatemos o perdamos, arranco la semana pensando cuánto más falta para que termine esta pesadilla.
De pibe, sentía que River me podía dar todo y mucho más. Los partidos se me pasaban volando y yo siempre me quedaba con ganas de meter algún otro golcito. Me iba con la garganta hinchada de gritar goles y corear por mis ídolos. Ganar era empezar la semana con una sonrisa; perder era empezarla con sed de revancha. Sentía que Copani había pensado en mí cuando escuchaba “Miren a ese chico que la primaria no terminó y que ha visto a River como 8 veces salir campeón”. No me preocupaba ver a quién compraba el equipo para reforzarlo, sino qué pibe de inferiores iba asomando. Ir a la cancha era lo que más quería y esperaba en toda la semana. Cada salida del equipo me emocionaba. Sentía que River era capaz de cumplir cualquier hazaña.
Pero ya no. Ahora todo es al revés. Ya no tengo más placer de ver fútbol. Al contrario, quizás llegue el placer una vez que termina el partido, si es que River ganó tranquilo. El domingo, aunque 2-1 arriba, me fui de la cancha un poco callado, tumbado. No aguanto más esto.
Pero el fútbol es una adicción, y como todas las adicciones, no la puedo dejar. Por más que sufra, no me aguanto las ganas. Sé que no me gusta, pero ¿cómo hago para decirle que no a la banda roja que me cruza el alma? ¿Cómo hago para decirle que no a mi abuelo que me llevaba de pibe al monumental? ¿A mi viejo que me hizo socio de pendejo para que de grande sea vitalicio como él? ¿A los jugadores que todavía sienten la camiseta? ¿A los millones de hinchas que, como yo, están esperando que renazca el gigante? ¿A cada gloria que defendió nuestros colores? ¿A esa camiseta que tanto orgullo me da llevarla puesta?
El domingo pasado, al menos, pareció que por Núñez volvió la suerte para River. Ahora esperemos que vuelva todo lo demás. Por favor.