El cazafantasmas
La sombra de Ramón, la espina de Boca en copas internacionales y los 17 años sin títulos continentales… En un semestre, Gallardo barrió con todo. Sus secretos.
Cuando Ramón Díaz tomó la sorpresiva decisión de abandonar el club, a horas de sumarle otra estrella a su título del entrenador más ganador de la historia de River, el Monumental se llenó de fantasmas justo cuando se acababa de enterrar al peor de los monstruos: el maldito descenso. Ahí llegó él, rodeado de incógnitas, con una mínima experiencia como técnico en un micromundo diferente al gigante de Núñez, cargando una mochila tan pesada que sólo un hombre de la casa podía soportar, al menos al principio. Pero lo que traía Marcelo Gallardo sobre su espalda no eran presiones: llevaba una mochila cazafantasmas. Y no dejó ni uno. La sombra del prócer riojano fue la primera en caer. Desapareció como por arte de magia con el fútbol vistoso, hiperdinánico, agresivo y contundente que desarrolló el equipo del Muñeco desde el principio. No era casualidad. “Yo no quiero que los jugadores me obedezcan, busco que haya un intercambio y un convencimiento”. Por su estilo frontal, sincero y de diálogo constante con los futbolistas, porque considera que el ida y vuelta favorece la convivencia, la predisposición al trabajo y el compromiso colectivo, Gallardo logró la identificación inmediata del plantel con su filosofía futbolística y de conducción, que no se fundamenta con palabras sino con desarrollo en cada entrenamiento: “Al jugador hay que ofrecerle herramientas para que se sienta representativo con un mensaje”.
El Muñeco consolidó a su tropa de tal manera que ningún fantasma la pudo vulnerar. Ni siquiera ese vestido con los colores de Boca. Tampoco el maldito que tenía secuestradas las Copas desde hacía 17 años. El Muñeco los eliminó a los dos en cuatro semanas: logró que River sacara a Boca de un torneo internacional por primera vez y enseguida consiguió un título continental. Su secreto fue que, con las bases claras, impuso sus exigencias de juego a dos toques, rotación en posiciones de ataque, presión alta y aceleración. Redescubrió a un Funes Mori que hizo olvidar a Balanta, transformó al prolijo Rojas en un volante externo incisivo, potenció las cualidades naturales de Sánchez, le sacó brillo a la jerarquía de Teo y encarriló los vaivenes de Mora…
Así, el campeón de Ramón mutó en un equipazo que no sólo revolucionó el fútbol argentino por la audacia de su propuesta sino que mostró carácter para cualquier batalla. Eso, también, es reflejo del entrenador, que mostró personalidad para retar a Teo por su retraso post Mundial, para despabilar a Kranevitter tras la pretemporada, para decirle a Ponzio que iba a “ser suplente” del Colo y para frenar la ansiedad de Cavenaghi. Otro ingrediente valioso en la receta del Muñeco fue el “entrenamiento mental”, que delegó en la neurocientífica Sandra Rossi, a quien conoció en su etapa de futbolista. No se trata de psicología sino de potenciar funciones como la atención, los reflejos y la concentración, aspectos fundamentales durante el juego. Aunque el cerebro más capaz de este River histórico es el de Gallardo, un DT tan profesional que ni siquiera el inmenso dolor de la muerte de su madre, en el momento decisivo del semestre, pudo desviarlo de sus objetivos. Sólo la emoción de consagrar su obra con la Copa Sudamericana y dedicarle el triunfo a su mamá Ana lo quebró.
En apenas seis meses, los fantasmas ya no existen. Ramón se exilió en Paraguay, Boca está nadando en lágrimas y los trofeos internacionales volvieron a las vitrinas del club.