Marcelo Bielsa - Dt Uruguay

dejen de decir que gallardo es bilesidista por favor, gracias

Lo suspendieron momentaneamente de su puesto de dt :lol:
Dale bielsa, que antes que te retires por lo menos quiero que dejen de alcanzarme los dedos de una sola mano para contar los titulos que ganaste!

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El “fracasado” de Bielsa tiene más títulos que el “ganador” Bilardo, sólo eso :mrgreen:

“Hay cosas que no se discuten, se castigan”

//youtu.be/isOis7Rvjs0

El historial entre Menotti y Bilardo como técnicos solo registra dos cruces: el anterior había sido en 1973, también con victoria para el Flaco (Estudiantes 0-1 Huracán, en La Plata, con gol de Carlos Babington).

Primero en el jardin de su casa de la Plata y despues de visitante en la bombomierda.

Fallecimiento: el 3 de noviembre de 1996

Escuela: No formo ninguna, fracasaron sus dirigidos dirigiendo y su idea quedo inaplicable en el tiempo.

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Siempre lo mismo eh,

  1. Empieza en un club y todas las noticias es sobre los 2 millones de video que Bielsa habria mirado antes de hacerse cargo como dt.
  2. La fiebre revolucionaria que crea en el equipo con la hinchada amandolo y dedicandole canticos.
  3. Desaparece por un tiempo.
  4. Cuando volvés a tener noticias sobre él, ya no está dirigiendo al club :lol:

y asi en cada club al que llega

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Ver a plateístas bosteros puteando y tirándole cosas a Menotti me alivia un poco el alma.

Yo los veo… y pobrecitos
.

El gol de Guerrero es de pelota parada: qué linda es la ironía.

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Que lindo como meter a bilardo o menotti para desviar la atencion de que una vez mas volvio a fracasar y armar quilombo. Siempre tiene un problema donde quiera que va. Soberbio hasta la medula.

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El peor DT de la historia junto con Patricio Hernández

Le dicen soberbio y que arma quilombo porque fue a visitar a su amigo que se estaba muriendo, buenos muchachos :lol:

Lo quiere Australia para dirigir en el Mundial

hay un título que tiene bilardios que bielsa no lo va a ganar ni en 10 vidas

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Es cierto.

Debemos recalcar también que (según su criterio) en 4 años pasó de ser el mejor a ser el primero de los perdedores.

---------- Mensaje unificado a las 23:22 ---------- El mensaje anterior habia sido a las 23:13 ----------

Más allá de lo que propongan dentro de la cancha, las formas que tienen/tuvieron cada uno para reducir al mínimo los imprevistos son para aplaudir.

La discusion entre Bilardo y Menotti la termino Bielsa

Bilardismo Menotismo

No. No es la introducción a un estudio sobre vegetales comestibles. Tampoco un tratado sobre patologías psíquicas. Créase o no, lo que aquí empieza es un texto sobre fútbol. O tal vez, sobre bastante más que eso.

[b]Durante 16 años, ocho [Carlos Salvador] Bilardo y otros ocho [César Luis] Menotti condujeron a la selección argentina. Ambos tienen maneras antagónicas de ver el fútbol y coincidieron con mi etapa formativa. A mi ciudad llegaban entre diez y doce periódicos y a mí me gustaba leer sobre los dos”.

La frase no pertenece a una antigua hemeroteca del fútbol albiceleste. Ni siquiera llega a vieja. La pronunció Marcelo Bielsa hace unos días, a principios de octubre de 2014, durante una rueda de prensa en Marsella donde actualmente dirige al Olympique. [/b]Lo hizo para explicar por qué fue dueño de un kiosco de diarios durante varios años en su Rosario natal, pero esconde otra realidad: que más de tres décadas después de que se produjera la génesis del fenómeno, el fútbol argentino mantiene vigente la división de aguas creada por dos hombres de personalidad desbordante y cuya influencia traspasó largamente las líneas de cal para impregnar la manera de pensar y sentir de buena parte de la sociedad de su país.

A Carlos Salvador Bilardo (Buenos Aires, marzo de 1939) y César Luis Menotti (Rosario, octubre de 1938, aunque anotado en noviembre) les unen unas pocas coincidencias y les distancia todo lo demás.

Las primeras son sencillas de enumerar. Los dos son delgados, aunque la mayor altura acentúa el rasgo en el caso del Flaco campeón del mundo con la Selección Argentina en 1978. Ninguno se queda corto en cuanto a prominencia del apéndice nasal, aunque una amplia curva llama mucho más la atención en el caso del Narigón campeón del mundo con la Selección Argentina en 1986. Y como queda dicho, ambos levantaron la Copa del Mundo, las dos que hasta hoy ganaron los albicelestes.

Ya está. No hay más. Todo lo que continúe a partir de aquí será un largo enunciado de desavenencias, discordancias y enfrentamientos. Algunos muy duros, como el día que –aseguran los testigos- casi se enredan a golpes en los servicios de un centro de prensa alemán durante el Mundial 2006. O los que llevaron a uno –Bilardo- a tildar de “rabanito” al otro, apuntándole a sus ideas políticas. O a que este –Menotti- tachara de “enano mental” a su eterno contrincante.

rabanito

Pero más allá de sus guerras personales, Menotti y Bilardo, Bilardo y Menotti, dos polos opuestos en el fútbol y en la vida, se convirtieron en líderes quizás involuntarios de sendos movimientos filosófico-futbolísticos que aún hoy salen a la cancha en casi cada discusión sobre el tema que surja en cualquier café del último rincón de la Argentina.
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Sobre el cesped[/b]

Tal vez, antes del silbato inicial nada resulte más necesario que aclarar cuáles son los principios estrictamente futbolísticos en los que se apoyan las dos ideologías.

Menotti siempre basó su prédica en conceptos estéticos. Tan interesado en el triunfo como cualquier otro profesional del fútbol se preocupó en darle al cómo tanta importancia como al qué. Asentado en las tradiciones más ancestrales del fútbol rioplatense comenzó en los primeros 70 una campaña de recuperación de las esencias, y apostó desde entonces y en el transcurso de toda su carrera a privilegiar eso que desde los tiempos “guardiolistas” se conoce como “posesión” y que siempre ha sido santo y seña en el Cono Sur de América: tener la pelota, cuidarla, progresar en base a pases sucesivos y plantear los partidos con el pensamiento puesto en la portería de enfrente como objetivo esencial. No es de extrañar que el propio Pep Guardiola le eligiera como uno de sus referentes antes de iniciar su exitosa carrera en los banquillos.

Bilardo es un hijo directo de los conceptos materialistas que cada vez con más empeño fueron calando en la sociedad occidental a partir de los años 60. Su mundo se divide en ganadores y perdedores –“…del segundo nadie se acuerda, ¿alguien sabe quién fue el segundo en pisar América?”, es una de las frases que mejor le definen-, y en la búsqueda del triunfo simplemente aplica todas las herramientas que considera necesarias, sin detenerse a revisar cuestiones estéticas o de estilo. Trasladada a la cancha, la idea por lo general se convirtió en poner el acento en la seguridad defensiva y la negación del juego rival, para a partir de allí construir el ataque propio.

En un alarde de simplificación podría decirse que mientras el Flaco privilegia la elaboración de un equipo de delante hacia atrás, el Narigón elige hacerlo a la inversa.

Estudiantes1982

Después, la realidad ha demostrado que ninguna afirmación es taxativa. Y mientras Menotti planteaba un agobiante sistema defensivo que llamaba “achique de espacios” a medio camino entre la presión alta del Barcelona de Guardiola y la provocación sistemática del fuera de juego que practicaba el Estudiantes de La Plata donde se formó Bilardo; este juntaba a Marcelo Trobbiani, Alejandro Sabella y José Daniel Ponce, tres excelentes tocadores, en el centro del campo de su Estudiantes campeón de 1982. Pero las etiquetas están puestas y nadie podrá ya despegarlas.

Beber de las fuentes

Desde que Charles Darwin estableciera la teoría de la evolución para explicar lo ocurrido con las especies y los científicos determinaran el Big Bang como punto de partida del Universo sabemos que nada se produce por generación espontánea. Bilardo y Menotti por supuesto tampoco. Son el resultado de momentos, de tiempos, de gustos y, Ortega y Gasset dixit, también de sus circunstancias.

En los años 40, La Paternal era un típico barrio de Buenos Aires, con amplia mayoría de habitantes de clase media baja, muchos de ellos inmigrantes europeos, y por ende bastante homogéneo en su composición social, sus premisas y sus ambiciones. Allí creció y se educó Carlos Bilardo, hijo de sicilianos, criado en la cultura del esfuerzo y el trabajo pero también bajo las estrictas normas morales de la época, en las que el respeto al orden y la autoridad –de los mayores, de los maestros, de la Policía, de los sacerdotes, de quien ostentara el poder en cualquier ámbito- resultaba indiscutible, casi sagrado. Una sociedad donde quedaba poco margen para la discusión: las cosas eran como eran, o mejor “como debían ser”, tal que se trataran de mandamientos divinos.

Fisherton, en Rosario, siempre fue un barrio diferente. Construido en principio para los jefes del Ferrocarril Central, la necesidad de disponer de zonas cercana de servicios acabaría por delinear dos áreas bien definidas. De un lado, las aristocráticas casas de los jerarcas del tren, en su mayoría ingleses e irlandeses ya que por entonces los trenes argentinos eran de propiedad británica. Del otro, las casas de los inmigrantes, casi todos italianos, que ofrecían los servicios comerciales o de asistencia a sus privilegiados vecinos. El apellido Menotti indica con claridad en qué sector transcurrió la infancia del Flaco. Hijo único de un trabajador que además de inculcarle el amor por los deportes y los libros le enseñó por propia experiencia la necesidad del compromiso político, abrazando el peronismo naciente hasta tal punto que su casa fue baleada en más de una ocasión por rivales ideológicos. El joven César Luis perdería a su padre a los 15 años, pero la semilla ya había prendido. La lucha de clases transcurría delante de sus ojos y la política era parte de su día a día. En la acera menos favorecida de Fisherton crecía un rebelde.

En los convulsos años 60 a los jóvenes les tocó la dura tarea de tomar partido. O se mantenían aferrados a las normas estrictas arrastradas desde décadas anteriores, o se asomaban a los cambios que prometían, entre otros, los flequillos de Los Beatles, la rebelión del mayo parisino y el humo de la marihuana. La elección marcaría sus gustos, sus tendencias y sus modos de entender la vida. El fútbol incluido. Y aunque nunca es sencillo saber si las personas encuentran el destino que más se adecua a sus gustos y posibilidades o si son estos los que de algún modo inconsciente determinan las rutas a seguir por cada cual, lo cierto es que en el caso de los personajes que iban a marcar a fuego el fútbol argentino todo siguió el guion establecido de antemano.

Menotti mostró enseguida su fidelidad a la célebre escuela futbolística rosarina. Mediocampista ofensivo (a veces también delantero) tan elegante como lento, de pegada excelente y andar displicente, el porte, la clase y el estilo le acercaron a jugadores de su misma estirpe tanto como le llevaron a desechar otras cualidades más cercanas al sacrificio, y a no ajustarse a las normas escritas o tácitas que obligaban a su cumplimiento. Así se identificaría y crecería junto a a Federico Sacchi, uno de los defensores más elegantes que pisó las canchas argentinas; o a Miguel Ángel “Gitano” Juárez, delantero de Rosario Central a quien el Flaco siempre consideró su maestro, su mentor, casi su ideólogo. Y no tendría problemas en desafiar a Antonio Rattín, el histórico caudillo de Boca: “Lo único que hace falta es que para jugar bien al fútbol también haya que correr” afirman que le respondió durante un partido que los xeneizes perdían y en el que el capitán le exigía más entrega física. Seguramente por esto apenas dejó huella en la Bombonera, pero a cambio se dio el gusto de jugar junto a Pelé en el Santos brasileño.

Las virtudes de Bilardo iban por otro lado. Más cercano a lo que hoy llamaríamos un volante mixto, aunque con más marca y despliegue que llegada, asomó a Primera división en San Lorenzo, pero se curtió en los duros campos del ascenso con el Deportivo Español. Y cayó en el lugar perfecto para sus cualidades: el Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía, primer equipo que iba a romper la hegemonía que los “grandes” argentinos (River, Boca, Independiente, San Lorenzo y Racing) detentaban desde el arranque del profesionalismo en 1931, y que se ganó a conciencia el odio de todos sus rivales por su estilo amarrete y su inclinación a caminar por la cornisa del reglamento.

“Aquel grupo de técnicos y jugadores de Estudiantes decidieron combatir la suciedad de los despachos, donde a través de la manipulación de los árbitros y otras artimañas se favorecía siempre a los mismos clubes, siendo ‘sucios, feos y malos’ adentro de la cancha”, explica el periodista Ezequiel Fernández Moores. El conjunto de Zubeldía implementó una serie de metodologías hasta ese momento desconocidas en la Argentina. Algunas futbolísticas, como el adelantamiento masivo para provocar el fuera de juego rival o el uso de la pizarra en las acciones a balón parado. Otras mucho menos nobles, como averiguar cuestiones familiares de los adversarios para debilitarlos psicológicamente o perder el tiempo de manera deliberada con el marcador a favor, sin contar aquella leyenda nunca del todo confirmada de la utilización de alfileres para pinchar a los contrarios en los córners.

Para cualquiera de estas estrategias, las tácticas y las ocultas, las elogiables y las detestables, Bilardo siempre fue el soldado más dispuesto, el alumno aventajado. Por algo, en cuanto se retiró de la actividad pasó a ser ayudante de campo del propio Zubeldía antes de comenzar su carrera como entrenador. El Flaco, a su vez, también inició su ruta en los banquillos como ayudante. Lo hizo en Newell’s junto al citado Gitano Juárez, un tipo que definía el fútbol como “un juego, una diversión que hace que se pueda ganar guita con los que de pibe hacías en el campito o en el potrero”.

Incluso antes de que sus pensamientos se hicieran públicos, las evidentes diferencias entre los dos ya estaban embarrando la cancha para generar los consecuentes lodos.

En el banquillo

Como si fueran los rieles de una misma vía, paralelas pero nunca coincidentes, las carreras del Narigón y el Flaco discurrieron casi al mismo tiempo. Ambos colgaron las botas en 1970 y automáticamente pasaron a trabajar junto a sus respectivos maestros. Y los dos se independizaron muy pronto, apenas un año después. Bilardo siguió en los “pinchas” de La Plata; Menotti firmó por Huracán de Parque de los Patricios, y fue el primero en vivir las mieles de la consagración.

En el imaginario futbolístico argentino hablar del Huracán del 73 es decir Fútbol, así, con mayúsculas. De pronto, después de la larga década que comenzó tras “el desastre del 58”, que es como se conoce al humillante 1-6 con que Checoslovaquia despidió a Argentina en el Mundial de Suecia, un equipo se animaba a jugar, a agrupar habilidosos y técnicos por encima de atletas con rigor táctico. Brindisi, Babington, Houseman, Avallay y Larrosa devolvieron a los mayores el sabor del toque, el lujo y el gol; y se lo hicieron conocer a los más jóvenes.

La campaña de Huracán fue tan estruendosa que motivó un hecho inédito: después de un nuevo fracaso, en Alemania 1974, la Asociación del Fútbol Argentino decidió ofrecer el cargo de seleccionador a un joven de 36 años con una única experiencia en los banquillos. Menotti llegó a la albiceleste ondeando la bandera del buen juego, del respeto por la rica historia del fútbol rioplatense, y lo que siguió a semejante decisión es historia más o menos conocida.

Los ocho años posteriores conocieron las luces más rutilantes y las sombras más alargadas. Los títulos del mundo en 1978 y sub-20 1979 de un lado, las polémicas que aún hoy envuelven al torneo organizado y ganado durante la dictadura militar argentina del otro. La irrupción de Diego Maradona como nuevo crack del fútbol planetario en una acera, la decepcionante actuación en España 1982 en la de enfrente. El esfuerzo colectivo del 78 –“más que con el toque, aquel equipo se identificó con la filosofía ofensiva del menottismo; pero su actitud de trabajo podría emparentarse más con el bilardismo”, analiza Fernández Moores- en contraposición con la desconcentración que acompañó al conjunto del 82.

Maradona en el Mundial de 1982

Solo Juan Carlos Lorenzo osó durante aquellos años discutir el reinado del Flaco, cuyo elaborado discurso futbolístico dominaba el panorama local. El “Toto”, quien había dirigido la selección en los Mundiales de Chile e Inglaterra, además de entrenar en Italia y al Atlético de Madrid subcampeón de Europa en 1974, fue el antecedente de lo que años después ocurriría con Bilardo. Desde su puesto en el banquillo de Boca oponía un fútbol que estaba en las antípodas del menottismo y sumaba éxitos. De su mano, los xeneizes lograron títulos locales y sus primeras Copas Libertadores. Pero para Menotti no era suficiente. Hugo “el Loco” Gatti, portero de ese equipo, era el único jugador auriazul en la selección, hasta su renuncia un par de meses antes del Mundial lo cual provocó un hecho inédito: en una época muy fructífera para Boca, Argentina fue campeón en el 78 sin ningún representante xeneize entre los 22 jugadores del plantel. El título, por supuesto, dejó el dato en el olvido.

Mientras esto ocurría en la Argentina, Carlos Bilardo acumulaba experiencia en el exterior. Había sido subcampeón con Estudiantes en 1975, pero aceptó una oferta del Deportivo Cali, armó las maletas y emigró hacia Colombia. Allí armó un conjunto a su medida, y alcanzó la final de la Libertadores justamente contra Boca en lo que fue una auténtica guerra de guerrillas, plagada de detalles extrafutbolísticos (en Cali, durante el partido de ida, al goleador boquense Ernesto Mastrángelo su marcador le recibió aplicándole pomada en los ojos, por ejemplo), que los de Lorenzo sentenciaron en la revancha en la Bombonera.

El éxito de los caleños, primer equipo colombiano en llegar a la final de la máxima competición continental, empujó a Bilardo hasta la selección colombiana para buscar, sin éxito, la clasificación al Mundial 1982. Entonces volvió a su club de siempre, y al mismo tiempo que el prestigio de los dirigidos por Menotti se derretía en el verano español, Estudiantes crecía hasta convertirse en el sólido y por momentos brillante campeón de 1982. La transición estaba cantada.


La batalla interna

Julio Humberto Grondona, el sempiterno presidente de la Asociación del Fútbol Argentino fallecido hace apenas unos meses, siempre fue un político astuto que midió sus pasos con precisión de cirujano. Cuesta creer entonces que no fuera consciente del violento golpe de timón que significaba ofrecerle el cargo de entrenador de la selección a Bilardo.

bilardoseleccionador

Cierto es que lo avalaban los últimos resultados logrados por el Narigón en Estudiantes. Y que su estilo, que pregonaba trabajo, esfuerzo y eficacia por sobre cualquier otra virtud, le venía como anillo al dedo para acallar las voces que en aquel turbulento 1982 de la guerra de Malvinas y el comienzo del fin de la dictadura militar denunciaban descontrol, espíritu festivo y escasa laboriosidad durante la estadía de Argentina en tierras españolas. Pero queda la duda si supo calibrar lo que aquello iba a producir en el fútbol nacional.

Porque la paz entre ambos líderes apenas duró unos meses. En marzo de 1983, los dos protagonistas tuvieron una única reunión cara a cara en Barcelona. La iniciativa fue de Bilardo, la intención era hablar de lo que había sido y de lo que vendría, aprovechar la experiencia de uno para apoyar el trabajo del otro. Quedaron en no revelar los contenidos de la conversación, pero…

A la filtración de algunos detalles de lo hablado se unieron un par de declaraciones del Flaco que disgustaron al Narigón y su gente. Una era antigua, y se refería a lo que para él había significado el Estudiantes de Zubeldía: “Un retraso de diez años”. Otra se relacionaba con los gustos musicales de ambos y dejaba entrever una pretendida superioridad intelectual del rosarino admirador de Mercedes Sosa sobre el porteño que bailaba cumbias con Los Wawanco, los más notables representantes del género en la Argentina de los 80. Bilardo contestó sin miramientos, esgrimiendo argumentos morales propios y apuntando a la contradicción ajena de un Menotti afiliado al Partido Comunista que se dejó fotografiar abrazado a Leopoldo Galtieri, el militar que llevó a la Argentina a la guerra contra Inglaterra.

La confrontación se hizo abierta, los bandos sumaron adeptos y detractores, y la reconciliación ya fue imposible. Comenzaba una lucha que todavía no conoció el final.

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Fuera de la cancha[/b]

orge Olguín era un excelente marcador central que paseó su elegancia por San Lorenzo, Independiente y Argentinos Juniors. Menotti le eligió para ocupar el lateral derecho durante el Mundial 78 y Bilardo le dirigió un año más tarde en el club de Boedo, por lo que es palabra autorizada para opinar sobre el tema: “Lo del menottismo y bilardismo fue más que nada un producto de los periodistas, que tuvo un alto rendimiento en los medios. Yo trabajé con todos, incluso con Osvaldo Zubeldía, y la verdad es que existían diferencias futbolísticas, de estilos, pero nada más. No había ninguna guerra. Todo explotó años después. Y se dio más afuera de la cancha que dentro de ella”.

El razonamiento no está del todo equivocado. El enfrentamiento personal entre los sucesivos entrenadores de la selección Argentina no hubiera salido del ámbito de lo privado sin el “efecto altavoz” de los medios de comunicación, pero las diferencias iban mucho más allá de lo futbolístico, y pensar que no se hicieran públicas era una quimera.

Fue entonces, en medio de las tortuosas eliminatorias para el Mundial 86, que el menottismo y el bilardismo crecieron hasta alcanzar tamaños inusitados. Pasionales como son, a los argentinos les cuesta encontrar términos medios y parecen necesitar la toma de partido por un bando al mismo tiempo que la denostación del otro. Ocurre en el deporte, en la política y hasta en la música o la literatura. Y el país se partió al medio.

“Ganar no es lo importante, es lo único”, bramaba el popular Marcelo Araujo en sus narraciones de fútbol por televisión, para refrendar el discurso bilardista, mientras desde los diarios Clarín o La Razón varias de las plumas más representativas del periodismo deportivo criticaban sin piedad el juego de un equipo que avanzó a los tumbos hasta lograr la clasificación para México en el último minuto del último partido.

menottiataca

En los meses anteriores a la cita mexicana, los menottistas movían sus piezas entre bambalinas para lograr que desde las altas esferas del Gobierno de Raúl Alfonsín se obligara a la AFA a destituir al Narigón. Los bilardistas resistían apelando al trabajo acumulado, al cuidado de los detalles y esgrimiendo los resultados: en definitiva, la selección estaba clasificada para el Mundial.
olguin

“Lo del menottismo y bilardismo explotó años después. Y se dio más afuera de la cancha que dentro de ella” – Jorge Olguín

¿Y el hincha? ¿Qué decía la sociedad argentina de esta guerra que bamboleaba la nave de su juego más apreciado?

“La gente cuando va a un concierto pide otra canción más, el hincha cuando va ganando pide la hora”, sostuvo siempre Bilardo como argumento sustancial a su manera de entender el juego. “El hincha, que sabe lo que significa jugar bien, cuando lo reconoce aplaude, grita olé, olé y disfruta el espectáculo”, sentencia Ángel Cappa, quizás el más genuino defensor del menottismo.

El Flaco fue incluso más allá y una de sus frases marcó definitivamente la cancha: “Hay un fútbol de derechas y otro de izquierdas”, dijo. Y puso ejemplos para que no queden dudas: “El fútbol de derechas nos quiere sugerir que la vida es lucha, exige sacrificios, debemos volvernos de acero y ganar con todos los métodos. El entrenador les dice a los jugadores que para no disgustarse con el presidente del club se abstenga de decir sus ideas políticas. Obedecer y funcionar, eso es lo que quieren los del poder con respecto a los jugadores. Así van creando cada vez más tarados, los idiotas útiles que acompañan al sistema”.

“Yo hablo con todo el mundo porque no me considero el dueño de la verdad”, contraatacó a su manera Bilardo, al que tampoco le faltaron patas en las que apoyarse: “En los congresos médicos, el más sabio escucha al más modesto y después saca sus conclusiones: si sirve lo que dijo lo agrega a sus conocimientos, y si no, lo deja de lado. La medicina y el fútbol me dieron un concepto ético”.

El hincha argentino, la sociedad en general quedó en medio del debate. Y como los propios protagonistas respondió en función de las particulares circunstancias de cada uno.

El color de las camisetas fue el primer factor de división: bilardistas los de Estudiantes, muchos de los de Boca que no simpatizaban con el Flaco desde los tiempos de su polémica con Lorenzo, y en general aquellos que privilegiaban el resultado por encima de cualquier otra cuestión, “aunque cuando Menotti fue a dirigir a Boca, el hincha apoyó su propuesta”, aclara Fernández Moores.

Menottistas los de Huracán, Rosario Central, Independiente, y por pura afinidad futbolística la mayoría de los de River y cualquiera que defendiera el fútbol de antaño, con la pelota a ras del suelo y el toque corto como banderas, aunque después los resultados en contra pudieran cambiar la ecuación en los casos de riverplatenses y “diablos rojos” cuando Menotti pasó por dichos clubes.

Detrás vinieron los otros factores. Los políticos, los culturales, los gustos, la mayor o menor identificación con el discurso más llano, simple y directo del Narigón, o con la labia más elaborada, conceptual y docta del Flaco. Y como el propio Menotti había establecido, los de mayor bagaje intelectual, los más progresistas y hasta rebeldes en su forma de pensar quedaron mayoritariamente de su lado; en tanto los más conservadores, materialistas o sencillamente prácticos prefirieron engrosar las huestes bilardistas.

Lo cierto es que fue difícil quedar al margen. El resto de entrenadores, pese a sus esfuerzos por trazar caminos propios, se vieron alineados: cualquier técnico que hiciera más hincapié en lo defensivo era tachado de bilardista, y cualquiera que apostara por tener la pelota ocupó la acera de enfrente. Esto más allá de que todos los hinchas, sin excepción, pidieran la hora cuando su equipo iba ganando y gritasen “olé, olé” cuando los suyos tocaban y tocaban hasta bailar al rival de turno.

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La historia interminable[/b]

a Copa del Mundo levantada por Diego Maradona en el estadio Azteca en 1986 inclinó la balanza hacia uno de los platillos durante muchos años. Sobre todo, porque casi a continuación la llegada de Carlos Menem a la presidencia de la Nación homologó la teoría de que solo existen dos clases de personas: los ganadores y los perdedores. “La Argentina de los 90 fue lo más thatcherista que existió en el país”, recuerda Fernández Moores, “todo se medía en función de la eficiencia y los resultados. Era un país de winners y losers; y en ese sentido, el discurso bilardista de ganar a cualquier precio se granjeó muchos adeptos”.

El contraste entre el acceso a la final del Mundial 90 con una selección futbolísticamente pobre y el fracaso en el 94 (con Alfio Basile, técnico menottista al mando) con una propuesta mucho más atrevida fue el punto culminante. Desde la televisión, las principales emisoras de radio y muchos de los medios escritos quienes sostenían que el “toque” como sistema de juego estaba superado acorralaron a sus rivales, obligados a ganar y gustar en cada partido cuando alguno de sus defensores se hacía cargo de un equipo.

El menottismo resistió en las trincheras como buenamente pudo para volver a asomar de manera esporádica cuando algún equipo intentó rescatar los viejos conceptos, y con más fuerza mucho tiempo después, gracias al juego del Barcelona de Guardiola y de la España tricampeona, ambos, por supuesto, discutidos y negados sistemáticamente desde el bando bilardista.

partido
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Los finales de los 90 darían una nueva vuelta de tuerca a la nada casual relación entre los gustos futbolísticos de los argentinos y los acontecimientos políticos del país. La caída en desgracia del menemismo y el posterior marasmo económico coincidió con otra arriesgada decisión de Julio Grondona: el nombramiento de Marcelo Bielsa como entrenador de la selección tras el Mundial 98.

Rosarino y de espíritu ofensivo como Menotti; trabajador y obsesivo con los detalles como Bilardo, Bielsa añadió una cualidad que era indispensable en la desesperada Argentina del cambio de siglo: una honestidad a rajatabla que nadie dejó nunca de reconocer.

Es cierto que a los bilardistas más ortodoxos el nuevo estilo le pareciera demasiado frontal y atacante; y a los del otro bando no les gustara el vértigo exagerado y el escaso margen dejado a la improvisación del jugador. Pero el nacimiento del bielsismo pareció acabar, por fin, con la vieja discusión.

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http://www.elenganche.es/reportaje/bilardo-y-menotti/

Hasta cuándo la mentira de este tipo? Basta dios retirate…no contento con la humareda de su estilo sino que ha dejado una camada de vende humos como este por todos lados. Empezando con el que tenemos de DT en la selección que va a ir a pasar vergüenza al mundial.

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Tranqui no hay nadie mas humilde que Bielsa, lo que pasa es cuando a alguien ignorante le mostras alguien que piensa salen corriendo.

los plateístas bosteros sacudiéndole a Menotti botellaz…mamita, que lacra inmunda.

La gente humilde no va por la vida intentanto dar lecciones de vida :wink:

//youtu.be/nQOnMxwWZsc

Te das cuenta que alguien es bastante vende humo y amargo, cuando empiezan a reconocerle la “humildad”. Fase de grupo hijo de puta !!

Bielsa “rindió” examen en la UNR[b]

Una estudiante rindió su tesis de grado analizando el discurso del ex técnico de Newell’s
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Laura Vilche
Por Laura Vilche



Aprobada. Lucía Montané defendió ante un jurado de Comunicación Social un trabajo sobre el discurso “disruptivo” en el fútbol actual de Marcelo Bielsa y aprobó con 10.

00:00 hs - Jueves 07 de Diciembre de 2017

¿Una tesis en la Universidad sobre el discurso de Bielsa? Sí, y de más de cien páginas. Sólo el título del trabajo es una buena muestra de que las alocuciones académicas distan bastante de las futboleras aunque el objeto de estudio sea el mismo: el fútbol. “El laboratorio disruptivo. Una batalla de formas nominales del imaginario político, entre los discursos del fútbol moderno y de Marcelo Bielsa”, escribió la estudiante Lucía Montané, de 24 años, para encabezar la investigación con la que se recibió de licenciada en comunicación social en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Veintiún palabras que ningún diario podría transpolar en un título y que tal vez en boca de un hincha se resumirían simplemente en “Bielsa la rompe”.
¿Qué es lo que, según Montané, es “disruptivo” del ex técnico de Newell’s y de la selección nacional? ¿Con qué rompe Bielsa al ponerse en escena, al hablar, dar conferencias de prensa o enojarse? Según la autora de la tesis, “usa un lenguaje e ideas inusuales respecto al universo que predomina en el fútbol de hoy, se le dice Loco porque da respuestas que no coinciden con lo que se espera, rompe con lo que se está acostumbrado a escuchar”. Sirva este trabajo para entender, una vez más, como dice la autora, que el fútbol “es más que una pelota que entra al arco” y que la academia también está en la cancha.
En diálogo con Ovación y a pocas horas de haber rendido bien esta tesis, Montané contó que su idea sobre esta investigación comenzó en 2015, cuando terminó de escuchar una conferencia de prensa de Bielsa, como técnico del Olympique de Marsella, en Francia.
“El trabajo no implica una valoración de él como técnico, no opino porque esta no es una intervención profesional, es un análisis de su discurso desde la teoría de la comunicación, y en ese recorte me baso en la teoría del discurso social de Eliseo Verón. O sea, desentraño sus conceptos y los relaciono con los discursos políticos y futbolísticos. Un ejemplo: su idea del éxito y del fracaso en el fútbol no son las habituales, para él el fracaso es formativo y del éxito es crítico cuando dice que quita la posibilidad de ser feliz a las personas, de formarse, de relajarse, que nos hace narcisistas porque nos enamora de nosotros mismos”, cita, palabras más palabras menos, Montané y no será la única vez que lo haga durante la charla.
Pero esa idea del éxito,
esa crítica no implica
que Bielsa no quiera perder
ni a las bolitas, ¿no?
Claro que no, pero él dirá en algún momento que “lo importante es la nobleza de los recursos utilizados”. De hecho hay una frase que incorporo en la tesis, del periodista Ezequiel Fernández Moores que dice “ética, ataque y belleza: es la Biblia de Bielsa. Difícil de sostener en un fútbol con leyes de jungla y dineros inflados por China, el petrodolar y Wall Street”. Y esa ética se traduce, por ejemplo, en la pregunta que le hizo él una vez a un periodista. “Explíquenme por qué debería negarle una nota a una FM de Salta y dársela a una radio de Capital Federal”.

La tesis en torno a este tema dedica un espacio especial al paso de Bielsa como técnico del Mundial de Corea y Japón en el 2002, y cómo la “derrota” y la “victoria” futbolísticas pueden caracterizar desde una fiesta colectiva a un duelo nacional. Un sólo dato: por ese año en un titular de un diario de tirada nacional se leyó “La eliminación del Mundial hace caer la publicidad un 50%”. Pero no será el único tópico que se analizará en el texto. Ni los diarios nacionales e internacionales y la televisión las únicas fuentes. “Leí varios libros dedicados a Bielsa, escritos por autores de Argentina y Chile, pero además compilé mensajes en las redes, sus arengas y sus conferencias de prensa en youtube que no son pocas: una que dio estando al frente del Atletic de Bilbao dura una hora y cuarto”, dijo Montané, quien también sumó bibliografía sobre teoría del discurso, historia y literatura en relación al fútbol. “Galeano fue un gran aporte para este trabajo, es un autor que habla de la pelota como juguete pero también como el objeto que le da de comer a muchos jugadores, siempre su aporte es social”.
El trabajo, que duró poco más de un año en ser investigado y escrito por esta estudiante de 5to. año, hoy graduada. Fue dirigido por el profesor Orlando Verna y defendido ante un jurado conformado por José D’ Alonso y Hugo Marengo.
En las primeras páginas el texto abre con una frase del técnico. “No creo que vaya a ser mencionado en ningún libro. En todo caso, no querría que fuera por ganar un título. Me gustaría más que fuera por las normas de conducta que usé para desarrollar mi tarea”.
Este no es un libro, sólo un estudio de grado minucioso, de una hincha leprosa que se prometió dejar de lado la pasión futbolera al estudiar el tema y lo logró. Al menos eso entendieron los docentes que le pusieron un 10, a la alumna y de alguna manera también a Marcelo Bielsa.

Me da pena que le caigan tanto a un tipo íntegro, pero la verdad es que como entrenador deja mucho que desear.

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