Dejo aca un video con la opinión de Jose Sanfilippo, al que se le pueden criticar muchas cosas, pero al menos dice lo que piensa.
Y por favor, leer esta excelente nota de Varsky.
Tenemos un problema, pero no es Messi
Ahora dicen que Messi es un problema. Todavía no puede jugar como en Barcelona. Las imágenes en blaugrana contrastan con las de celeste y blanco. Allá gambetea y hace goles. Acá se la quitan y no patea al arco. Allá juega con todos y todos juegan con él. Acá no juega con nadie y nadie juega con él, a excepción de Verón. Allá juega simple. Acá está obligado a hacer la réplica del gol a Getafe cada vez que recibe la pelota. Allá disfruta. Acá sufre. Y como acá no analizamos procesos sino resultados, la sentencia cae inmediata: Messi es un problema.
Que quede claro: Leo no jugó bien el sábado. Nadie podrá reprocharle falta de participación, pero en muy pocas oportunidades hizo lo que le pedía la jugada. Obstinado en la acción individual y por el centro, terminó chocando contra la granítica defensa brasileña. Si no ofrece su talento y su entendimiento del partido, no le alcanzará con la voluntad. Mientras el 10 de la Argentina se jugó el prestigio en cada balón, el 10 de Brasil lo hizo todo simple. Un pase cortito para atrás, un toque para el costado, una devolución de primera, un cambio de ritmo y, cuando la jugada apareció, una habilitación de gol para Luis Fabiano. El líder de Brasil también dio órdenes. Se pasó los primeros quince minutos del partido pidiendo más pressing a los volantes. Quería que el equipo apretara más adelante para no quedar tan despegado del bloque. Disfrutó del clásico. Le dictó el tempo y coronó con esa puñalada para la delicada definición de su delantero central.
Kaká y Messi no juegan de lo mismo. El brasileño conduce y elabora las jugadas. Maneja diferentes velocidades y entiende el juego. El argentino gambetea y termina las acciones. Es pura explosión y puro instinto. Es más desequilibrante pero menos cerebral. En definitiva, dentro de la cancha son distintos y compatibles. Fuera de la cancha hay otras diferencias. Kaká es clase 82 y tiene 27 años, la edad de la plenitud. Su Mundial juvenil (Argentina 2001) pasó sin pena ni gloria, pero Scolari le vio pasta de crack y lo llevó como número 23 al Mundial de Corea-Japón. Messi es clase 87 y tiene 22 años, una edad de aprendizaje futbolístico. Ni siquiera su formación española impidió su irrupción precoz, bien a la argentina, y su Mundial juvenil (Holanda 2005) fue su lanzamiento al estrellato. Pekerman rompió la costumbre de los entrenadores nacionales de no llevar chicos a la Copa de mayores y lo convocó para Alemania 2006. Lejos de ser el último eslabón, jugó. Y hasta podríamos decir que menos de lo esperado.
Los dos se desilusionaron en el último Mundial. Messi porque no entró ante los locales. Y Kaká porque no la pasó bien en el esquema de Parreira. Con Ronaldinho, Ronaldo y Adriano (o Robinho) en el mismo equipo, se sintió una pieza complementaria en un seleccionado aburguesado. Un magnifique Zidane los mandó de vuelta en cuartos de final. Durante 2006, cambiaron sus lugares y sus técnicos en los seleccionados. A la Argentina llegó Basile. Le lleva 42 años a Messi, quien nunca lo vio jugar y tenía solamente 7 cuando Coco dirigió a la Argentina en EE.UU. 94. A Brasil llegó Dunga, 19 años mayor que Kaká, quien sí lo vio jugar y levantar la Copa como capitán. En 1994, tenía 12 años y, sin dudas, aquella imagen le sirvió de inspiración para soñarse futbolista.
Si bien siempre lo consideró titular, Basile no potenció a Messi. Su hombre clave fue Riquelme, quien nunca se entendió con Leo, ni dentro ni fuera de la cancha. Por su parte, Dunga siempre consideró a Kaká la piedra fundamental de su proyecto. No lo pudo utilizar en la Copa América 2007 pero, cuando llegó la hora de elegir entre Ronaldinho y él, no vaciló en tachar al dientudo. Luego Dinho se le unió en Milan y Kaká le puso el límite, quizá facturándole aquel rol secundario de Alemania 2006. Lo mandó al banco bastante seguido y jugaron juntos muy pocos partidos. Luego atendió el llamado de Real Madrid y lo dejó solo en el peor Milan de la década. Kaká y Ronaldinho han tenido una relación bastante similar a la de Riquelme y Messi.
Basile se despidió y el efecto fue Maradona, causa de la renuncia de Román. Parecía que, liberado del “eje del mal” y con su ídolo como seleccionador, Messi iba a conseguir su rol estelar en la selección. En Barcelona, un formador como Pep Guardiola lo mejoró con una idea y un equipo que lo respalda, lo protege y lo potencia. Pero Diego no tiene ni tiempo para trabajar ni los recursos de un verdadero entrenador. El 27 de octubre de 2008, un día antes de su designación, advertíamos desde este espacio : “Nadie se anima a decir públicamente que, más allá de su indiscutible conocimiento futbolístico, no lo ven preparado para todo lo que demanda el cargo: experiencia, manejo de grupo, planificación de entrenamientos y estabilidad emocional”. Tres días más tarde, con el hecho consumado: “Aunque los jugadores lo escuchen con respeto y fascinación, deberá tomar decisiones costosas. Muchos repiten la palabra mística como si fuera la panacea. Creen que alcanza con que en el predio de Ezeiza los futbolistas se junten con los campeones del 86 y vean Héroes. Hacen falta una idea, un proyecto de juego, funcionamiento colectivo. No hay mística sin pase al compañero. Ojalá Messi pueda jugar como en Barcelona. Allá hay un equipo que lo potencia, mientras acá esperamos que nos salve”.
Los triunfos ante Escocia y Francia, aun bajo el impacto de la novedad, generaron euforia. Eran días de cartulinas motivadoras, de la incredulidad por tenerlo en el banco. Pero Dios murió el miércoles 1° de abril de 2009, el día que Bolivia le propinó una paliza humillante: “Nunca antes su figura estuvo tan asociada a errores futboleros. Se equivocó groseramente en la planificación del partido. Poner en una cartulina el mensaje de que a la altura no hay que temerle y hay que hacerle goles, es una vacía apelación a la mística. Ojalá haya sido la última materia que le faltaba para recibirse de técnico”. En un vínculo permanente de jugador y DT, el hechizo se rompe. Se descuelga el póster del ídolo y Maradona deja de ser “el Diego” para convertirse en el seleccionador. ¿Qué le demanda el futbolista a su entrenador? Soluciones, trabajo y conocimiento. Mucho más que haber sido el mejor futbolista de todos los tiempos y tener un inigualable carisma motivador.
Entre la derrota en Quito y el 1-3 ante Brasil, Maradona fue más “el Diego” que un legítimo DT: mudó el clásico a Rosario, dijo que el equipo era Mascherano, Messi y Jonás más 8, aseguró que ya tenía la base para Sudáfrica y convocó futbolistas compulsivamente. En la larga lista para esta doble fecha, hay seis zagueros centrales, seis mediocampistas centrales y siete delanteros. Pero no cuenta con una alternativa para Zanetti en el lateral derecho. Después de un comienzo ilusionante, Brasil retrató la blandura del equipo con ese primer gol, inadmisible hasta en un equipo amateur. Ni en zona ni al hombre, la Argentina directamente no marcó. Maradona y su equipo de trabajo sabían que Brasil saca petróleo de la pelota parada. El scratch no necesitó jugar bien para ganar en el tan temido Gigante. Su rival no tuvo funcionamiento y sus respuestas individuales (Mascherano, Tevez) fueron bajísimas.
Por su experiencia personal, Diego sabe que sin equipo no hay estrellas. Y en este contexto es imposible que Messi se luzca. Sobre todo si, en lugar de jugar simple, quiere resolverlo todo por su cuenta. Pero sigo pensando que, bien rodeado adentro y bien aconsejado desde el banco, Messi es la solución. Hace rato que en el seleccionado argentino el todo es menos que la suma de sus partes. Compartido por los jugadores y por el DT, aquí está el verdadero problema.