¡Qué bien! No somos tantos, querámosnos entre nosotros.
En lo que respecta al hilo de la discusión, creo que las redes sociales han sido clave en este último período de la historia del fútbol para acrecentar la imagen negativa de la barra brava.
Hasta fines de la década del '90, a la hinchada se la “dejaba ser”. Tenían su propio folklore (lejano al folklore del fútbol, más cercano a la guerra de guerrillas), consistente en la emboscada a otros clubes, el robo de trapos y demases, pero al hincha común le resultaba ajeno, ya que se producía más que nada entre barras.
(Sin embargo, el hincha de la popular de esa época bien recordará que el precio de concurrir a ese sector no era sólo la entrada).
El cambio de paradigma se da luego de la tristemente célebre emboscada de la banda del Abuelo en Nuñez, dejando como saldo dos hinchas comunes de River muertos. Desde ese entonces, la parcialidad local debe esperar a que la visitante haya abandonado las inmediaciones del estadio, dando por acabados (casi en su totalidad) los combates post-partido.
La primera mitad de la década del 00’ fue casi de idolatría de los muchachos. Seguía habiendo cruces pero ya aislados, no cosa común de todos los fines de semana. Los negociados e intereses comienzan a ser cada vez mayores.
El apego a la barra se produce más que nada por desinformación. La gente que va siempre a la popular sabe a lo que se atiene. Estarán los que gusten de ir al medio, a los tirantes, o en la parte de abajo donde se salta más de lo que se ve el partido, y entonen las canciones de la hinchada para sentirse uno más de ellos. A los desorbitados del medio, no se les puede cambiar el modo de pensar, cuando sueñan todas las noches con pararse sobre el paraavalanchas.
A los otros, los del costado, no es el deseo de tener un gorro de piluso lo que los mueve a la cabecera del Monumental. Es el canto, la intensidad, la pasión que emerge de las gargantas lo que los llama.
Siempre en este caso se hace referencia a los socios, dejando de lado los que van a la popular por ser el sector del estadio más económico.
El resto, los que entran por adentro del club o los que no pasan por el puente Labruna, son ajenos a gran parte de la violencia. No ven las corridas, los palos ni los camiones hidrantes de la entrada. Tampoco como imponen su espacio en el pasillo de la tribuna. Desde sus butacas, veían sólo las banderas, la murga, el cántico, el marketing ilusorio de un hincha incondicional.
Luego de la batalla de los quinchos y todos los otros altercados, su imagen comenzó a caer en picada. Quedó en evidencia que lo que los movía no eran los colores sino el billete.
Su falta de inteligencia y su omisión de la demagogia los termina de condenar. Bien podrían cantar lo que la gente pide, “comprársela” como el linyerismo dicta, y tenerla de su lado. Si lo que no se puede es putear a la dirigencia. A los jugadores les han cantado en repetidas ocasiones, siendo callados en general por el resto del estadio.
Bastaría tener una pizca de percepción y ponerle ritmo a lo que se siente en el ambiente que cae de maduro cantar. Pero no es sólo el dinero lo que los mueve. Es el ego, es el poder, es lo que Weber indica como “dominación legítima de carácter tradicional”: se canta lo que nosotros decimos que se cante, porque siempre fue así y así seguirá siendo. Lo ocurrido en la San Martín Alta deriva directamente de eso.
Las redes sociales dan pie a la gestación del cambio. Es en los foros, en facebook, en twitter, donde la gente presta sus ojos a la parte de la realidad que les es omisa, ajena, y reevaluan su perspectiva.
La acción social podrá ser más o menos cuestionable, está sujeta a la personalidad de cada individuo. Lo que es indudable es que al fascismo siempre se lo venció leyendo. Llevado a la infraestructura de la tribuna, es el motor del cambio.
Si bien la ansiedad desborda, hay que intentar analizarlo en perspectiva. Se está en medio de un proceso, y no corre a un ritmo lento. En poco tiempo la opinión sobre las barras bravas cambió drásticamente. Recuerden que hasta el 2006 Los Borrachos del Tablón eran ídolos populares. En 2 o 3 años, desde que los foros empezaron a tener su auge, se avanzó a pasos agigantados.
Los políticos, que deben ser demagogos prácticamente por definición de su profesion, verán qué es lo que se debe tomar como bandera de campaña. Cantero ya lo hizo, Passarella prometió y no cumplió. Por esto será que probablemente el segundo no sea reelecto.
Claro que el éxito seguirá siendo lo primordial. Pero los medios del siglo XXI transparentan las gestiones, dificultan la corrupción. Es un método de divulgación gratuito donde se puede poner en evidencia a los corruptos, de un modo anónimo, sin exponerse a ningún peligro. Todavía no han dejado sus frutos, pero las reglas del juego que rigieron en las últimas dos décadas, cambiaron. Para mejor.