Lo único concreto fueron los insultos, los empujones y los botellazos. Los alfonsinistas fracasaron en su intento de reformar la Carta Orgánica del partido. Y sus opositores no lograron imponer su proyecto de armar una comisión de acción política para conducir la UCR.
La Convención radical de Vicente López pasará a la historia por las tortitas de ricota voladoras, algunos botellazos, empujones y por la fuerte discusión política que casi termina a las trompadas entre dirigentes de primera línea como el jujeño Gerardo Morales y el bonaerense Leopoldo Moreau. Pero más allá de la disputa y las agresiones, no hubo ninguna definición concreta. La tan alentada modificación de la Carta Orgánica terminó en terapia intensiva luego de que entrada la madrugada el máximo órgano partidario de la UCR se quedó sin quórum. El alfonsinismo, que resistió las críticas de los sectores opositores, no logró imponer su propuesta para declarar la necesidad de la reforma, mientras que la dirigencia histórica no pudo, en cambio, conformar una comisión de acción política que conduzca el partido para salir de la crisis.
La Convención Nacional había comenzado a sesionar pasadas las 15 del viernes. Con el 11 por ciento de la elección de octubre y el acuerdo con Francisco de Narváez como puntos más polémicos, unos 250 convencionales arrancaron el debate que prometía ser –y fue– muy acalorado. Pero producto de las agresiones, la desinteligencia de su mesa de conducción y la falta de acuerdo entre los sectores, pasadas las dos de la mañana la asamblea se fue vaciando lentamente. El Movimiento de Renovación Nacional, conducido por Morales, Angel Rozas, Ricardo Gil Lavedra y Ricardo Alfonsín, buscó sin éxito aprobar la necesidad de la reforma de la Carta Orgánica para establecer que el nuevo presidente de la UCR se elegiría por el voto directo de los afiliados y no por el plenario de delegados del Comité Nacional.
Los dirigentes Leopoldo Moreau y Luis “Changui” Cáceres hicieron una propuesta concreta. Estaban dispuestos a apoyar la reforma, pero con una condición: que la Convención se declarara en asamblea permanente y nombrara una comisión “amplia” integrada por todos los sectores para gobernar el radicalismo durante el período de “transición” hasta tanto se concrete la reforma. Desde el alfonsinismo rechazaron la propuesta, que implicaba resignar el poder que actualmente tiene en el Comité Nacional. Sin ninguno de los sectores con la fuerza para imponerse, la Convención entró en punto muerto y se fue diluyendo poco a poco.
En este contexto, el 16 de diciembre se elegirá el reemplazante de Ernesto Sanz en las mismas condiciones que se ha hecho hasta ahora. El santafesino Mario Barletta es hoy un número puesto para ocupar ese lugar (ver nota aparte). Pero dadas las condiciones políticas, es probable que la reforma vuelva a naufragar, como tantas otras veces. Lo cierto es que la actual conducción de la Convención Nacional, encabezada por Hipólito Solari Yrigoyen, terminará su mandato el año próximo, por lo que debería ser la nueva cúpula la que lleve adelante el proceso. Además, también dependerá de la decisión política del nuevo Comité Nacional que, según pudo saber Página/12, no la tendría entre sus prioridades.
“Después de esta Convención el partido cambió. No va a ser fácil manejarlo desde el silencio o desde el atril con el látigo. Se abrió una grieta. Este partido no va a poder seguir funcionando sin debate”, aseguró ayer Moreau ante la pregunta de este diario por el balance de la asamblea.
Antes de terminar, hubo un último contrapunto entre Alfonsín y Eduardo Santín, dirigente de Moreau. Tras el insistente reclamo de los jóvenes para hacer uso de la palabra, Santín les advirtió que “la palabra no se pide, se conquista”, a lo que Alfonsín le respondió con un pase de factura por la actitud autoritaria del Modeso, la línea del radicalismo bonaerense que lidera Moreau y que durante años estuvo al frente del Comité provincial.
Tortitas sí, reforma no
Antes de caerse por falta de quórum, la Convención vivió momentos de mucha tensión, que amenazaron con terminar en un escándalo desproporcionado. El primer cimbronazo se produjo cuando una gran columna de jóvenes copó el Centro Asturiano al grito de renovación. Llevaban una bandera confeccionada con la boleta de Alfonsín y Francisco de Narváez con la inscripción “Nunca Más”. A fuerza de bombo y gritos, lograron interrumpir el curso del debate y hacer uso de la palabra para exigir que la UCR vuelva “a la senda de la socialdemocracia y el progresismo”. Desde el alfonsinismo remarcaban que los militantes, en su mayoría de la agrupación La Cantera, responden a Enrique “Coti” Nosiglia.
Pero el quiebre fue a partir del discurso de Moreau. El cacique bonaerense lanzó una durísima crítica que venía arrastrando hace mucho tiempo: “Hace diez años los alfonsinistas perdimos la conducción en manos de una renovación boba que terminó abjurando de los principios de la UCR”, disparó. El integrante de la ex Coordinadora Nacional sostuvo que el radicalismo se dedicó a “hacer antikirchnerismo bobo” y renunció a sus principios históricos al votar en contra de la ley de ADN, la ley de medios y la estatización de las AFJP, entre otras medidas impulsadas por el oficialismo.
El jujeño Gerardo Morales tomó el micrófono y le respondió sin dudar un segundo: “Esta renovación boba se hizo cargo del partido después de sacar el 2 por ciento”, dijo el senador, que lo calificó como “bochorno”. Moreau se paró y se le fue encima: “Jujeño, hijo de puta, ¿quién te creés que sos? ¿El dueño del partido?”. Los separaron las bandas de un lado y del otro y el clima se caldeó al máximo. Morales subió al escenario, donde recibió algunos botellazos lanzados desde atrás de las vallas. La juventud le gritaba “hijo de puta, hijo de puta” y volaron unas pequeñas tortitas de ricota que formaban parte de la vianda de los convencionales.
“Recién me parecía estar en una convención de La Cámpora y no de la UCR”, siguió hablando Morales entre los insultos y los gritos de su tropa que decía “Alfonsín, Alfonsín”. El jujeño defendió la actitud del Morena, reconoció algunos errores, pero advirtió que no lo van a “correr por izquierda”.
Luego fue el turno de Alfonsín, que buscó poner paños fríos. La juventud renovó su silbatina y le enrostró la boleta con su nombre y los peronistas De Narváez, Pepe Scioli y Osvaldo Mércuri. “Algunos de los que silban estaban acompañando a los que querían un acuerdo con Macri y Duhalde”, les respondió en relación con los que apoyaron las candidaturas de Ernesto Sanz y Julio Cobos. En un ejercicio de autocrítica reconoció que el acuerdo con De Narváez “fue un error”, pero no “una desviación ideológica”. “Asumo las consecuencias. Los errores se asumen, se pagan y se reparan. Seguiré trabajando y recorriendo el país”, concluyó el hijo del ex presidente.
La catarsis llegó así su punto más alto. Las consecuencias son todavía inciertas.
Página/12 :: El país :: La Convención de las tortitas voladoras