yo lo vi…en obras 10 de Octubre de 1987… presentacion de after chabon…tambien vi a los redondos en airport de cabildo el 25 de Noviembre de 1988…presentacion de un baion para el ojo idiota…Redondos de nuevo en airport 5 de mayo de 1989…
Que banda de la puta madre Sumo. Como se extrañan esa bandas de rock. Igual que Riff. Esas eran bandas. El rock actual, es una mierda a nivel mundial y local.
todo esto es un verso barata y una pavada total. y que consuelo hay para las familias de las 194 victima? que “poco de agua para calmar el dolor” hay para esa gente.
todos esos boludos saltando en tribunales viven quejandose del mundo, de todo y quieren hacerle creer a todos que callejeros es victima de los mediosy no es tan asi…lo cierto es que me dio una pena inmensa cuando escuche que fueron absueltos.
no hay ningun consuelo para los familiares de las victimas, el unico consuelo seria que pudieran revivirlos y eso no va a pasar… todo los pedidos de justicia en contra de callejeros son mas un intento de venganza que de consuelo…
Paremos un toque, en que momento Callejeros cobró suficiente relevancia social como para que “El sistema” vaya en su contra? Estos pseudo-bolches están cada día más boludos…
si conosco bulldog,escucho y que tiene que ver lo que dice la cancion con callejeros. Vos te pensas que eso que dice la cancion esta dedicados a ellos? :roll:
Lo que hay que leer mamita querida…en cuanto a los lugares donde tocan las bandas, obviamente que son los mismos,que tiene que ver…si lo que causo el quilombo de cromagnon fueron las bengalas y los 3 tiros…Y hay que tener sentido comun, nunca vi una bengala en un recital en un lugar cerrado y con un techo inflamable, ni en bulldog ni en 2 minutos ni en cadena perpetua…porque es tener 2 dedos de frente.
Igual que fea situacion ver dosminutos y que bardeen tanto a tu bandita jajaajaja.
PD: EL QUE NO SALTA ES UN STOOOOON :twisted:
Amen.
Si te pones hablar con los fanes de callejeros…todos te dicen…YO LO VIVI,yo sigo a la banda de antes de cromagnon…me hace acordar a Sumo…TODOS ERAN FANES antes que se muera Prodan,como dijo pettinato…cuanto careta suelto…el ultimo recital antes de la muerte de luca, eramos 500/1000 personas, si te pones a preguntar en la calle llenamos River :lol:.
Te aseguro que si haces una encuesta asi anonima…mas de 30.000 personas te dicen que son sobrevivientes de cromagnon.
Osea vos fuiste a ver el recital con 14 años :lol::lol::lol:
No te la crees ni vos flaquito…
Dejalo…nunca van a saber apreciar del buen rock…mientras sigan saliendo bandas como callejeros, la 25,jovenes pordioceros…unos CARETAS, que andan en 206 0km, pero se suben al escenario con pantalones rotos y remeras tajeadas :roll:
Pero lamentablemente los adolescentes terminan comprando el humo que venden algunos. Para después sacar un disco de “compromiso” y vendértelo a cualqueir precio.
juampinabo, debes ser uno de los pelotuditos punkys que creen que se llevan el mundo por delante y cantan eso… bulldog en temperley la otra vuelta hizo un tema de los stone asi re flashero, ¿Donde se meten esa cancion eh? jajaja.
lo de las bengalas, no creo que la gente que prende una bengala se fije como es el techo…
no claro, la parte de la cancion de bulldog no es para callejeros JAJAJAJA, pelotudo , te estoy diciendo que es para callejeros, es para callejeros pancho. Mantu, tiene muy buena relacion con pato y varios de callejeros, asi que si no sabes, cerra el orto
Yo no me llevo a nadie por delante, al contrario, y no soy PUNKITO…ni mucho menos,me siento identificado con algunas bandas que hacen punk rock como CADENA PERPETUA, lo viejo de ATTAQUE,Dos minutos, lo viejo de Bulldog, Los violadores, pero tambien me crie escuchando Sumo, Los Redondos,La Renga, Los piojos,Divididos,Las Pelotas.
Dudo que bulldog haya tocado un tema de los stones,cuando toda la vida los bardearon junto con su amigo Ricky Espinosa,pero bueno si bulldog hizo eso, sinceramente hace años que bulldog dejo de ser una banda seria, desde que sacaron el disco en vivo, le siguieron los pasos a la bersuit vergarabat, se volvieron unos caretas igual que callejeros, asique no me llamaria la atencion que sean amigos con tu qerido patito de hule.
Fijate que tipos serios del rock nacional, como Ricardo Moyo, dijo expresamente, que ellos no tocaban el Cosquin Rock si tocaba callejeros, ahi te queda bien claro, que tipos que tienen muuuuucha mas cancha que vos en la musica,que tocaron 500 veces mas que callejeros en cemento cromagnon o como lo quieras llamar, saben lo que es lucharla para tocar y hacer musica.Asique si no quiere a la bandita esa sera por algo, y no es el unico, Catupecu tampoco, Las Pelotas, Attaque, Kapanga,Dos Minutos,Cadena Perpetua. En fin…no me gasto mas en discutir con un pendejo bobito…que empezo a escuchar callejeros desde cromagnon.
O Ahora decime tambien que sos sobreviviente, fuiste a cromagnon con 13/14 años :roll:
no, no fuí a cromagnon por que a esa edad todavía no iba solo a los recitales solo me escapaba para ir a la cancha, empeze en el 2005.
claro, bueno entonces fue mi imaginación, willy no canto ese tema, bueno claro tenés razon che…
Dale, seguí el ejemplo de uno de tus idolos seguro, y tirate al vacio después de perder un partido de winning eleven
Las ratas que estafan
y zafan son muchas.
Y son las que bendicen
sus miserias al final.
(“Morir”, Ca$hejeros, 2003)[/b]
Qué insulto a más de cuatro décadas de rock argentino, qué zapateo irrespetuoso sobre las tumbas de Luca, de Miguel, de Federico, de Pappo Napolitano. Cuánta desidia, cuánta soberbia, cuánta traición. Olvidemos por un rato –si es posible– las instancias judiciales, el desfile de testigos, el dolor cayendo gota a gota durante casi cinco años transcurridos, durante un año de proceso. Vayamos al otro hueso, vayamos a la cuestión que atormenta a los que saben cuánto costó salir adelante en nuestro Vietnam, hecho de saliva y sangre. Quienes aman el rock argentino hecho con pasión, con talento, con dignidad y honestidad, contra viento y marea, con las mejores intenciones, esta semana se han tragado uno de los batracios más intolerables de la historia que arrancaron Moris, Nebbia, Almendra, Manal y otros que no medían bengalas ni banderas, sino acordes y armonías vocales, poéticas sensibles y fuegos creativos.
(Para el desprevenido que aún no se haya percatado, una advertencia: esta columna es hija de la indignación. Si usted anda buscando moderaciones, si cree que los músicos de Ca$hejeros son realmente inocentes, vaya dando vuelta la página. Este periodista, que desde el día de la tragedia viene publicando argumentaciones basadas en su conocimiento y el de sus fuentes, que ha tratado de razonar en público y poner todas las cartas sobre la mesa, anda con los cables pelados, le saltó la térmica. La cara de piedra de Fontanet ya es una afrenta que no puede tolerar.)
Lo dictaminó el Tribunal Oral 24: la obediencia debida llegó al rock. Diego Argañaraz se convirtió en Jorge Rafael Videla, y Patricio Fontanet, Eduardo Vázquez, Maximiliano Djerfy, Juan Carbone, Cristian Torrejón y Elio Delgado pasaron a ser los simples miliquitos que sólo cumplían órdenes, no sabían nada, no escuchaban nada, no decían nada, sólo se subían a tocar, son tan víctimas como los padres devastados por la muerte que recibieron en la cabeza una celebratoria lluvia de papelitos –cortesía de Los Invisibles, El Fondo No Fisura, La Familia Piojosa–, y el dedo medio de la señora Susana cagándose en ellos y en su dolor, gozando la revancha.
Dan asco.
La estrategia dio excelentes resultados: el Pato criollo y sus compañeros se dieron cuenta rápidamente de que había que abrirse del manager, largarlo duro, hacerse los boludos y mirar para el costado mientras engrampaban al amigo por las decisiones que tomaron todos, por las irresponsabilidades que cometieron todos, por la contribución colectiva a casi doscientas muertes. El que avisa no es traidor, podrá decirse: el día en que se separaron las representaciones, cuando los músicos contrataron a su abogado y dejaron que Argañaraz se arreglara con el suyo, la suerte del manager quedó sellada. Lo dejaron solo. Está claro que a nadie le gusta ir en cana, pero la actitud dice unas cuantas cosas sobre la catadura moral de los reyes del aguante. El aguante se termina donde empieza el cagazo. Se viene a descubrir que el código de la calle incluye la cobardía.
El fallo no hizo más que confirmar todo lo que este diario viene denunciando desde el 2 de enero de 2005. Nada de lo que se escribió aquí es mentira. Pero los papeles hacen que sólo uno de los integrantes del grupo pague los platos rotos.
Afuera los pibes festejaban. En los foros donde campea el sentimiento de Copa Intercontinental ganada sobre la hora, se justifican diciendo que si hubiera sido al revés las imágenes de festejo habrían sido de los familiares de víctimas. La excusa, tan endeble como la de “eeeh, loco, bengalas prendían todos”, se desmorona con una simple observación del momento de la lectura del fallo: cuando el juez Alveró anunció las condenas a Chabán, Díaz y Argañaraz, los familiares no festejaban. Lloraban. Es lo poco que Cromañón les ha dejado. Los fans pueden ir a Olavarría a disfrutar a Fontanet haciéndose el vivo arriba del escenario. Los padres sólo pueden ir a ver tumbas.
¿Para esto atravesamos cuarentaipico años de luchas, de prejuicios, de persecuciones, de paciente construcción de un movimiento que fuera recordado por su arte? ¿Todo termina en que Chabán es un hijo de puta, y el cana es un coimero y el manager un inescrupuloso y los funcionarios unos corruptos? Mientras Ca$hejeros vende a $47,50 su disco en vivo en Obras 2004 (el de las cien bengalas en una sola noche), mientras recauda 15 mil espectadores en la misma Olavarría donde el intendente Eseverri padre se dio el lujo de prohibir a los Redondos, los músicos que tratan de ganarse la vida en Buenos Aires tienen que lidiar con la misma corrupción de siempre, con bolicheros que, amparándose en ser de los pocos que tienen habilitación, imponen condiciones a las que el término “abusivas” les queda tibio.
¿Esto es lo que nos queda, señor juez? ¿El sardónico triunfo de este sindicato de crápulas?
Ya basta de tibiezas: aun antes del 30 de diciembre de 2004, Ca$hejeros era una banda horrible. Sus discos de tapas impresentables eran una mala copia de un mal MP3 de un menjunje requemado de los Redondos, La Renga y Los Piojos. Su cantante ya era un gordito desafinado que fantaseaba infructuosamente con tener la verba, la pluma y la performance del Indio Solari. Sus guitarristas soñaban con algún día meter una nota, una sola nota, con la sensibilidad y justeza de Skay Beilinson o la garra de Chizzo. Si la prensa intentaba conseguir una nota con ellos era por la curiosidad de que semejante engendro arrastrara un Obras lleno, para tratar de entender cómo era que el público rockero de pronto se estaba conformando con tan poco. Ellos empezaban a disfrutar su status de Susana Giménez del rock, creyendo que negarse a dar notas o sacarse fotos bastaba para apoderarse de la mística de tipos que hicieron cien canciones mil veces mejores. Vendedores de humo, llamaban la atención por su poder pirotécnico antes que por su música.
Eran una banda horrible entonces, lo siguen siendo ahora. Y para completar el menú agregaron a sus cualidades el cinismo de escribir gacetillas en jerga judicial, la agachada de entregar a su manager para salvar el culo, la mariconada de tratar de borrar con el codo todo lo que dijeron e hicieron antes que se les quemara el rancho, literalmente.
La enorme riqueza del rock argentino exige una condena moral. No les hicimos el aguante, el aguante de verdad, a artistas valiosísimos, para que un grupete de mediocres escupa alegremente hacia el cielo, al ojo de creadores mucho más talentosos, y se salga con la suya. En las conversaciones que este cronista tuvo con músicos, managers, productores, no hubo uno solo que estuviera de acuerdo con el fallo. ¿Hay que quedarse con esa bronca contenida? ¿Hay que resignarse, cuando no hubo resignación frente a las razzias, frente al bastardeo del arte de la música, frente a la manipulación, frente a los intentos de prostitución de un género genuino, nacido del riesgo y el desafío artístico y no del oportunismo berreta, de la demagogia musical que engancha rápidamente una multitud?
Pappo los mandaría a laburar.
Miguel les recordaría que ante todo está la vida.
Luca los cagaría bien a trompadas.
Nosotros estamos acá. Conteniendo la náusea ante esta asociación de aficionados, monos con navaja que provocaron un daño irreparable. Preguntándonos una vez más por qué una parte del público, históricamente exigente con los estándares del rock hecho en Argentina, se conforma con una oferta artística tan paupérrima, la celebra, le perdona todo. De las tribunas se puede regresar, tan sólo hace falta ser de masa gris, cantó Spinetta. Es hora de abandonar la tribuna futbolizada, los papelitos, la cosa descerebrada que perdona y festeja la estupidez. Coincidir, sí, en que hay ratas que estafan y zafan. Pero que no sólo están afuera: bien pueden estar royendo por dentro cuatro décadas de arte genuino, hasta dejarlo en la miseria.
Las escenas posteriores a la lectura del fallo eran inevitables: la nerviosa espera de la hora señalada, con dos grupos bien diferenciados levantando cada uno sus banderas, no podía terminar de otra manera. El festejo de los fans de Callejeros contrastó con la angustia de los familiares de las víctimas, que vieron en la condena a Omar Chabán un real acto de justicia y supusieron que los 18 años de sentencia para Diego Argañaraz, manager del grupo, conducirían naturalmente a condenas también para sus compañeros. No fue así. El Tribunal Oral 24, que supo llevar el proceso con firmeza y deslindar responsabilidades con criterio, tomó sin embargo la polémica decisión de considerar que en Callejeros las decisiones las tomaba el manager y nadie más. Así ha quedado demostrado en los papeles, en la prueba jurídica: como representante del grupo, Argañaraz era quien ponía el gancho en los acuerdos. Pero el manager no actuaba solo. Como lo sabe cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del funcionamiento de una banda, las decisiones se tomaban bajo consenso, y sobre todo con la aprobación de Patricio Santos Fontanet, el gran “ganador” de la tarde de ayer.
Los fans, y los videographs de los canales de noticias, deberían moderar sus sentimientos: los músicos fueron absueltos, pero no Callejeros como entidad. Si el Tribunal hubiera considerado que la banda no tuvo ninguna responsabilidad, Argañaraz estaría hoy descorchando con ellos en Villa Celina. Pero se lo encontró culpable y se lo condenó a 18 años de prisión, porque las pruebas indican que el grupo que representaba fue co-responsable del incendio. Son sutilezas, claro: a Fontanet y a sus secuaces les importará bien poco, el único que queda adentro es el manager y ellos pueden seguir tocando, grabando, cometiendo la gracia de firmar sus gacetillas como “Juzgado de Los Invisibles”, mandándola a chupar por caretas a quienes no se conforman con las papeletas que dejan “el beneficio de la duda”, a quienes aún hoy, con el fallo en la mano, les sigue importando la responsabilidad moral.
Las cajas de instrumentos en las que se escondía pirotecnia no eran de Argañaraz.
La estúpida frase de ocasión “¿Se van a portar bien?” no fue pronunciada por Argañaraz.
El que mostraba orgullo por el poder pirotécnico del grupo en los reportajes no era Argañaraz.
El que se reunía con los barrabravas de El Fondo No Fisura, La Familia Piojosa y Los Invisibles para organizar el contrabando de fueguitos era Argañaraz, pero para ello contó con la necesaria complicidad y aprobación de los integrantes de la banda.
Dicho de otro modo: no existe en el rock argentino un manager que sea jefe de los músicos. Generalmente es al revés, primero surge la banda y después aparece el manager, y éste no deja de ser un empleado.
Es un día gris, amargo, para quienes esperaban que Cromañón dejara una enseñanza, un real ejemplo. Lo dejó, sí, en el caso del gerenciador del local, el policía que organizaba las coimas, el representante del grupo y los funcionarios a los que se les aplicó la pena máxima contemplada. Pero escudándose en este fallo, los músicos que acumularon tantas irresponsabilidades, que acompañaron y estimularon la inconsciencia de su público, que le indicaron a Argañaraz lo que debía hacer y cómo, podrán seguir jugando el rol de carmelitas descalzas manipulados por Chabán y su inescrupuloso manager, víctimas de la corrupción, santos inocentes que nunca hicieron nada que pusiera en riesgo a quienes les dan de comer.
Habrá quien crea que con esto –o con lo que suceda con las apelaciones– se cierra el asunto, pero está claro que no es así. Cromañón no terminó en diciembre de 2004, ni terminó ayer. Cromañón sigue sucediendo, cada día. Habrá quien crea que con esto se establece un escalafón de vencedores y vencidos, pero será mejor dejarle eso al fútbol. Ayer, en la sala de audiencias, en Plaza Lavalle o donde fuera, lo único que siguió triunfando es el dolor.
Eran la banda del momento en diciembre de 2004. Celebraban despreocupados el fin de un año que los había consagrado. A imagen de sus admirados Redonditos de Ricota, la banda de Patricio “Pato” Santos Fontanet hacía gala de los shows más bengaleros del rock chabón. Sin embargo protagonizaron la terrible noche que marcó para siempre a la banda, a una generación y lo que quedaba del rock argentino, un movimiento nacido en el siglo XX como contracultural y crítico del estado de las cosas. Para entender ese viaje de cuarenta años hacia la tragedia, escriben hoy Miguel Cantilo, un referente indiscutido del rock en español, y dos periodistas del diario: Sergio Marchi, una de las voces más autorizadas sobre el género en la Argentina, y Christian Sánchez, coautor del libro Omar Chabán. Cuando el arte ataque. Tres hemisferios distintos no tan distantes y una banda de rock. Con ustedes, las reflexiones.
La teoría del libre mercado
Miguel Cantilo
Cuando se generó un éxito de convocatoria de las proporciones alcanzadas por el grupo Callejeros, antes del drama que potenció aún más su fama, se excedió el límite de lo musical. Desde entonces no estuvimos en presencia de un simple conjunto de rock sino de una empresa. Me parece importante analizar a Callejeros como una empresa comercial que brinda un servicio musical por el que factura dividendos que muchas pymes soñarían recaudar. Por este motivo toda la estructura que rodea a esta empresa se mueve con los códigos del show business, con objetivos de marketing y una asesoría letrada calificada como para defender su negocio con suprema habilidad. No me toca a mí juzgarlos por la tragedia de Cromañon porque es una tarea para la cual hay que sumergirse en un océano de pruebas, testimonios y coartadas que corresponde estudiar a juristas especializados. Se puede estar o no de acuerdo con el veredicto del Tribunal que los eximió de culpa, pero es inútil tratar de emitir un veredicto propio sin tener acceso a las miles de fojas de la causa. Porque el sentido común no basta para explicar tanta desidia, tanta negligencia por parte de los diferentes actores.
Lo que puedo percibir es que Callejeros es un gran negocio musical cuyos componentes, como en la mayoría de las empresas, priorizan la rentabilidad a cualquier precio. La prueba más contundente es que, habiendo sido exculpados por el Tribunal, van por más en la búsqueda de jugosas indemnizaciones. La meta fundamental de toda empresa es aumentar sus ganancias y la música, en este caso, es sólo la materia prima alrededor de la cual una rueda de socios obtiene sus beneficios. Pero por eso, puntualmente, no se los puede culpar. Es lo que han asimilado del sistema imperante. Un lucro voraz sin escrúpulos en una sociedad que idolatra el dinero. Eso se aprende hasta en la calle. Proyectos comerciales de todo tipo rayanos en la ilegalidad pululan en nuestras ciudades amparados por un estilo mafioso que baja como mandato desde la política, los gobiernos, los sindicatos, las prepagas de salud, los multimedios, y una variopinta fauna de malevaje social. Hoy día la mayoría de las exitosas bandas de rock son empresas y en algunos casos los músicos son socios mayoritarios, en otras, empleados asalariados y en otras tienen otros oficios para su sostén ya que lo que los “dueños de la banda” les pagan no les alcanzaría para vivir. Se suben al escenario sólo por el irresistible placer que les brinda la fama.
El eslabón podrido que quiebra la cadena lógica está en quienes deben poner límites a empresas de cualquier índole que no reparan en daños a terceros para solventar su negocio. Si el Estado no pone coto a las empresas que destruyen el medio natural, las mineras que envenenan las napas, las sojeras que pampeanizan los bosques, las fumigadoras que enferman pobladores, los laboratorios que imponen a través de amenazas placebos y vacunas dudosas, por citar algunas, ¿por qué habría de controlar a una empresa de entretenimientos festejada por sus seguidores? Es la teoría del libre mercado aplicada por la libre mafia. Esto otorga luz verde a los músicos-empresarios para arrear como ganado a su tropa y hacinarla donde le resulte más provechoso. El modelo está dictado desde Los Redonditos de Ricota, eso se percibe hasta en la música de Callejeros que, al momento de la tragedia, era una mala imitación de los Redondos. Sin embargo Redonditos hubo uno solo. Su idea de prescindir de los mecanismos habituales y elaborar un negocio independiente, autónomo y autogestionado fue un experimento conducido inteligentemente por personas que conocían desde la génesis el movimiento de rock argentino y a pesar de haber tenido tropiezos con la represión, como en el recordado caso de Walter Bulacio, supieron llevar con habilidad su monstruosa convocatoria. Posiblemente una de las razones de su separación haya sido encontrar ese límite que las empresas irresponsables no olfatean. Cuando el marco de seguridad, de previsión, de sensatez, se ve superado por las ansias empresariales de facturar, surgen los fenómenos como guarderías infantiles en baños públicos, vándalos subiendo al escenario a robar equipos entre la humareda y las llamaradas, complicidad y ausencia de la policía y las autoridades municipales. En fin: caldo de cultivo para el drama que marcha, como de costumbre, detrás de los acontecimientos. Cuando el desastre ya ocurrió surgen las reclamaciones, la búsqueda de culpables y ese lugar común: “deslindar responsabilidades”. Pero para entonces el daño está causado, las muertes destrozaron familias y voltear un intendente no basta. Tampoco dejar sin trabajo a miles de músicos y actores cerrando salas porque no reúnen sorpresivos requisitos que jamás anteriormente habían parecido necesarios.
En todo este panorama lo que va en el vagón de cola es el hecho cultural o artístico. Presenciamos transacciones cuyo manejo de numerosa clientela ha quedado fuera del control de las autoridades regulatorias . ¿Concierto? ¿Recital? ¿Festival?
Son todas etiquetas que se sirven de formas de aceptación popular generalizada para facturar en alta escala soslayando los riesgos colaterales. Las huestes que acuden a los Tribunales a apoyar al grupo en su defensa no son otra cosa que consumidores cautivos de un producto hábilmente promocionado y comercializado. Son las leyes del mercado. No hay fuego sagrado, no hay mística alguna. Sólo estamos frente a un grupo de eficientes profesionales cuyo objetivo es incrementar el flujo de público, no importa dónde, ni cómo, ni gracias a qué desgraciado disparador de fama, para continuar ganando dinero. Es la libre empresa aplicada salvajemente, con un cuenta ganado en una mano y una botella de ginebra en la otra. Se culpa a la droga pero testigos presenciales de la tragedia me relataron que, aquel nefasto día, ya desde los trenes que descargaban multitudes en Plaza Miserere se podía apreciar la alcoholización general. El abierto consumo de bebidas alcohólicas exacerbado por el intenso calor y la sed fue causal directo del empleo de bengalas bajo la media sombra, una actitud demencial y autodestructiva que ningún ser humano en sus plenas facultades podría permitirse. La venta de ese tipo de bebidas es parte fundamental del negocio y cada detalle nos regresa al mismo punto. Nuestra sociedad está deificando la capacidad de ganar dinero. Cada riff de la guitarra, cada nota emitida por el cantor, cada grito de la multitud tiene su precio.
Aunque no se vea, cada canción, cada ritual masivo de rock nace con su propio código de barras en el orillo y detrás hay un contador registrando el impuesto que su público debe pagar por pertenecer a la tribu. Aunque ese impuesto a veces sea la vida misma.
No entendieron nada
Christian Sánchez
Cuando Seru Girán volvió en 1992 y se presentó en la cancha de River, a pocas cuadras –en Obras– Soda Stereo presentaba el disco Dínamo. Por aquellos años ya era famosa la dicotomía entre Soda y los Redonditos de Ricota, pero una parte del público de Seru intentó abonar una nueva y anacrónica disputa. “Y ya lo ve, y ya lo ve, es para Soda que lo mira por tevé”, gritaban. Pedro Aznar, se acercó al micrófono y dijo: “Nosotros también los vemos a ellos por tevé, porque nos gusta mucho lo que hacen”, el desconcierto de la gente duró sólo unas milésimas de segundo hasta que reaccionaron, cambiaron de opinión y comenzaron a aplaudir las palabras del músico. Fin de la polémica.
¿Qué tiene que ver esto con Callejeros? Mucho, porque demuestra la influencia que los artistas tienen sobre su público.
La banda liderada –aunque ahora parece que no– por Patricio Fontanet fue parte de ese fenómeno en donde el público de muchos grupos se transformó en barrabravas, en donde tener la remera de otra banda podía generar una pelea, en donde todos competían para ver quién la tenía más grande, con sus banderas, cánticos y, claro, pirotecnia que los colocara como “el público más macho del rock”.
La tendencia comenzó en la década del noventa, en tiempos en los que se terminó de profundizar la desculturización que se llevó puesta a una generación y pico –y que si seguimos en este sendero, se llevará otra más–. En esos tiempos, las bandas de cumbia llegaron para correr al rock de la escena y de su podio como la música popular más convocante. De ahí también la vuelta de grupos clásicos a los escenarios, nada parecía movilizar más a la gente que las bandas y solistas que se habían hecho grandes en las décadas anteriores, y que habían hecho grande al mismísimo rock.
Para finales de la década infame, el que había sido el movimiento rockero más importante de la música en español, no parecía tener nada nuevo para ofrecer hasta que algunas revistas –recuerdo una nota en Rolling Stone– comenzaron a hablar del rock “chabón” o “barrial”. Chicos que se autofinanciaban, que estaban en contra de la industria –hasta que apareció la guita– y que se mostraban como la salvación del movimiento.
Así aparecieron una tras otra, hasta que llegó Callejeros, que a fuerza de (intentar) copiar a los Redondos, creyeron que podrían también calcar la mística de la banda. Pero lo que revivieron fueron los errores del grupo, los estigmas, todo aquello que convirtió a los seguidores de los Redondos en una suerte de tribu incondicional, pero también sin límites. Mundy Epifanio, un mítico manager del rock nacional, un día me explicó por qué siempre sostuvo que la principal responsable era la banda: “Ellos generaron el propio monstruo, cuando sacaron el video Masacre en el puticlub, eso fue detonante y generó que todos los pibes hicieran lo que veían ahí; por algo al público en Estados Unidos lo llaman el monstruo de las mil cabezas, porque consume lo que vos le das, y si lo que vos le das es eso, porque a vos te gusta, lo van a hacer, y después lo van a generar solos”. Su teoría fue compartida por los propios integrantes de los Redondos.
A diferencia de la banda del Indio Solari, Callejeros nunca pudo sostener desde el punto de vista artístico su creciente masividad. Nunca podría haber llegado muy lejos, si no le hubiera tocado un momento en el que el rock nacional poco tenía para ofrecer. Ni las letras, ni la música, ni ellos como instrumentistas, ni Fontanet como cantante estuvieron a la altura de su popularidad. Pero como en el país de los ciegos el tuerto es rey, ellos se convirtieron en una banda convocante y, de a poco, mediática. Vale aclarar que lo mismo pasó con otros grupos que formaron parte de esa movida.
Como reemplazo de sus carencias artísticas, fomentaron el afán del público por compartir el protagonismo con los grupos. Y así, empezaron a jactarse de ser “la banda más bengalera del rock”, lo que les trajo dos denuncias –una en Obras y otra en Excursionistas–, porque si a la gente no le dejaban entrar las bengalas, ellos se encargaban de “hacer que las pasaran”. La misma precariedad la trasladaron a todo el resto de sus manejos, creyendo que sin experiencia –ni de ellos ni de su manager– podían afrontar desafíos como hacerse cargo de la seguridad de un concierto.
Con dos denuncias encima, Callejeros –y muchos otros– siguieron con la –si se me permite– estupidez de tolerar y alentar el uso de las bengalas. “Era normal en los recitales”, dijo su ex guitarrista hace unos días; “nunca nos dimos cuenta de que algo malo podía pasar”, señalaron varios “ingenuos” periodistas. Mentira. Una cosa son las bandas que se hicieron cargo, admitieron el error y pidieron disculpas luego de la tragedia de Cromañón; otra muy distinta es seguir haciéndose el boludo. “En recitales hasta de Charly García y Soledad prendían bengalas. También en el Gran Rex”, dijo el mismo personaje. Otra mentira. Cualquiera que haya asistido a un recital en el Rex sabe que mucho antes de Cromañón no permitían siquiera prender un pucho. Tampoco es cierto lo otro. Desde el año 90 he ido a ver casi todos los recitales de García y las pocas veces que alguien atinó a encender una bengala, era candidato a ganarse una trompada del que tenía al lado. El propio Gustavo Cerati tocó en Costanera, gratis y al aire libre, el 20 de noviembre de 2004, durante el show alguien prendió una bengala y sucedieron varias cosas interesantes: la primera es que los músicos ignoraron el “ritual”, la segunda que todos se abrieron y lo dejaron solo mientras lo puteaban; no nos entraba en la cabeza esa impericia. Poco más de un mes después, ocurría lo de Cromañón.
Y no es que los que nos dimos cuenta del peligro y pedíamos que las apagaran éramos más vivos que los demás, sino que se trataba del simple sentido común –¿les suena?, sentido común–. Después querían saber por qué Chabán pidió que no encendieran bengalas –y mucho menos las candelas que escupían 90 bolas de fuego de 1.250 grados de temperatura, que derritieron los paneles acústicos más caros del mercado–, no era un vidente; lo que cuesta entender es cómo los que más tarde se rasgaron las vestiduras diciendo “no nos dábamos cuenta”, precisamente, no se dieron cuenta. Si hasta en la entrada del boliche había un cartel que prohibía el ingreso de pirotecnia.
Pero nadie fue, todos los que iban a recitales y prendían bengalas eran carmelitas descalzas, igual que quienes lo incentivaban como si fuera una piolada; nadie entendió algo tan básico como que prender pirotecnia en un lugar cerrado –o abierto, para el caso– era peligroso, como mínimo para los que estaban alrededor.
Nadie entendió nada. El miércoles 18 de febrero de este año, después del alud que arrasó con Tartagal, algunas bandas organizaron un recital benéfico en El Teatro de Colegiales. Pero hubo que suspenderlo porque la capacidad del lugar fue saturada y se desataron incidentes entre la gente y la policía. Otra vez la imagen de corridas, ambulancias y fanáticos –en el único mal sentido que tiene la palabra–, que gritaban que no se irían sin entrar. Nunca entendieron que cuando no hay más capacidad tienen que dar media vuelta e irse, que el fin era ayudar y que el rock podía demostrar que había entendido algo y que había madurado. Pero no entendieron, una vez más, y volvieron a demostrar una prepotencia que se pareció bastante a la que exhibieron los Callejeros todo este tiempo. Y algunos todavía no conciben que Chabán no haya suspendido el concierto la noche del 30 de diciembre de 2004. ¿Se imaginan cómo hubiera reaccionado el público?
En tiempos en los que el propio Gobierno hace del fútbol un derecho democrático, que compara goles con desaparecidos, todo se sigue vaciando de contenido, y parecemos estar condenados a vivir en una lógica futbolera que sólo busca sacar provecho a costa de la gente –el mismo norte de Callejeros–. Después nos preguntamos cuál es el caldo de cultivo que genera las “barras bravas del rock”, o a los que prendieron las candelas aquella noche, o a bandas como la de Fontanet; total, nada parece importa.
Pero la alegoría futbolera no tienen límites y fue llevada al extremo cuando un grupo de personas a las que parece calzarles la definición de descerebrados, festejaron la absolución de la banda por parte del tribunal en primera instancia, como si fueran ni más ni menos que goles. Está claro, no entendieron nada.
Nada
Sergio Marchi
Aunque cueste, habría que hacer un ejercicio de justicia con Callejeros. Es imposible sustraerse a la combinación nefasta entre la banda y la tragedia de Cromañón, una asociación que los perseguirá de por vida, pero habría que preguntarse: ¿cuál es el lugar de Callejeros en la historia del rock? Más allá de colocarles el cartelito de “tristemente célebres”, ciertas cuestiones sobre el rock argentino (mal llamado nacional, como si el mundo entero fuese argentino) quedarán sin interrogar si ese ejercicio no se lleva a cabo.
Callejeros es una banda que simboliza, quizá como ninguna, la encrucijada entre este tiempo, este país, y este rock que lo refleja fielmente en su propia carne. Hoy en su sitio, aparece un eslogan vago (“No olvidar, siempre resistir”), una dedicatoria lógica (“A los Invisibles por siempre”), y el resto es un foro donde los seguidores postean mensajes y se contestan. Callejeros no dice nada, no baja línea, no comunica, no propone: nada. Deja que sus seguidores armen un discurso en su nombre. De acuerdo, es simplemente un sitio (aunque en estas épocas un sitio es, un poco, una manera de darse a conocer), pero no deja de ser un síntoma: Callejeros fue el grupo que dejó hacer, siguiendo la doctrina que alguna vez impartió el Indio Solari desde un escenario: “Cada cual que cuide su propio culito”. No está mal apelar a la responsabilidad individual. Pero alguien que se sube a un escenario, mal que le pese, es un líder; y más presente deberá estar su liderazgo cuanto mayor sea la cantidad de personas que lo siguen. No se puede dejar hacer: hay que contener, hay que guiar, hay que brillar. Hay que iluminar. Y no con bengalas, precisamente.
Hubo otra gran tragedia del rock que aconteció en el Festival de Altamont, en diciembre de 1969, cuando los Hell’s Angels se encargaron de la seguridad de un festival gratuito cuyo número de cierre eran los Rolling Stones. Ahí el descontrol no corría por cuenta del público, sino que estaba a cargo de aquellos que debían “cuidarlos”. El documental Gimme Shelter muestra los vanos esfuerzos por encauzar la situación por parte de los músicos, lo que termina con Marty Balin, guitarrista del grupo psicodélico Jefferson Airplane, golpeado por un Hell’s Angel. Más tarde se lo verá a Mick Jagger, al principio conciliador y después más enérgico, exigiendo la calma que brillaba por su ausencia. No pudo evitar que un Hell’s Angel asesinara a Meredith Hunter, pero Jagger paró varias veces el show y le habló claramente a la gente. En Cromañón el único que habló claro, aunque con infortunio, fue Omar Chabán, cuando pidió que no prendieran más bengalas. Patricio Fontanet, voz y vocero del grupo, sobró la situación con una frase que parecía más de compromiso y dirigida a un público compuesto por chicos de salita de preescolar: “¿Se van a portar bien?”. Una frase que no iba a incomodar a la gente y que puede haber sido entendida como un guiño cómplice.
Eso no los convierte en asesinos. Pero muestra lo endeble de su liderazgo: Callejeros es una banda que gozaba de un éxito que le quedaba demasiado grande. No tenían la responsabilidad suficiente como para convocar a un estadio (tocaron en Obras), y menos a un lugar con las falencias de República Cromañón. Su estatura artística tampoco daba la medida para semejante legión de seguidores. Es cuestión de escuchar sus tres primeros discos: estaban en la fase de imitación. Buscaban una identidad copiando malamente a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Metían saxo en todos los temas, pero no sabían muy bien qué hacer con él, y ni siquiera parecían acertar con la afinación. Su música carecía (aún hoy carece) de arreglos y hasta de gracia melódica, armónica o rítmica. La pregunta es: ¿entonces por qué los seguía tanta gente? ¿Qué tenían de especiales?
La respuesta es: nada. Eso los hacía especiales: eran iguales al público que los seguía, o al menos se mostraban de esa manera. Callejeros corporizaba ese falso postulado punk de que “cualquiera puede hacerlo”. Componían canciones comunes para gente común con armonías comunes y, sobre todo, letras comunes. La inspiración no parecía ser un requisito necesario para un discurso “sincero”. “A pensar, a reaccionar, a relajar, a despotricar, a decir estupideces”, cantan los Callejeros desde “Distinto”, el tema que abrió su tercer disco, Rocanroles sin destino, el último que editaron antes de la tragedia de diciembre de 2004. “A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme, hoy vine hasta acá, a tapar mi ingenuidad con un poco más que sal”, continúan en la misma canción. Quitando las metáforas ígneas que hoy, con el resultado puesto, suenan casi indignantes, la letra de la canción refleja un estado de cosas de una buena porción del público seguidor de Callejeros: el descuido total como una forma de evasión o, peor, una forma de vida. Que es lo que llevó a lo que pasó en Cromañón.
Ese descuido, ese “dale que va”, ese “no pasa nada”, ese “correla que va en chancletas”, no es solamente el rock chabón, Callejeros o Cromañón: somos también nosotros. El “tapar la ingenuidad con un poco más que sal”, además de ser una pésima metáfora sobre la cocaína, es también el “tomo para olvidar”, tan tanguero y tan macho. Es el lugar donde la persona que toma precauciones se transforma en un cobarde que no sabe vivir o en un cagón que merece el desprecio colectivo. Es el argento enano y facho que todos llevamos dentro bajando línea de lo que no sabe. Ése es el caldero donde se cuece la noción de que está bueno tirar una bengala “total-no-pasa-nada”. Es el canchero que lleva el perro sin correa porque “el-animal-me-obedece”. Un buen día, al perro lo pisa un auto, y el animal pasa a ser el que manejaba. Eso es Argentina hoy. Y eso es Callejeros también: una banda que representa en su propuesta artística esa liviandad que confundimos con libertad. Callejeros: no incentivaron el uso de bengalas, tampoco dijeron nada al respecto. Siguen sin decir algo. Siguen sin tener nada qué decir. Ni siquiera: “Lo sentimos muchísimo”.
No resulta extraño entonces, que una buena mayoría del resto de sus colegas, abjure de Callejeros, que a través de sus fans, en sus foros, o en los festejos posteriores al fallo siguen intentando defenderse diciendo que “las bengalas no se prendían solamente en nuestros recitales”. Claro que no: buena parte del rock de los últimos tiempos se pareció demasiado al “dale que va”. Pero lo único bueno que podría surgir del desastre de República Cromañón ya ha sido escrito, es el aprendizaje de una durísima lección. Hubo muchos músicos de rock que recogieron ese guante y pararon el show apenas alguien encendió una bengala. Hay otros que siguen “dejando hacer” por no querer ser considerados “represores”.
Pete Townshend dijo en una célebre frase sobre el rock que “si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio; si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer; si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para redimirlo, entonces es rock and roll”. Se trata del mismo hombre que cuando lo acusaron de “pedófilo”, le exigió a la policía que lo investigara. Y puso la cara ante la prensa para aclarar que le disgustaba la pornografía infantil en internet y que, sí, había usado tres o cuatro veces su tarjeta de crédito para acceder a sitios que la mostraban, porque estaba investigando sus propios traumas. Tenía la sensación de que habían abusado sexualmente de él cuando tenía seis o siete años, y buscaba respuestas. Mucho tiempo atrás, Townshend había compuesto una ópera sobre un chico que no veía, no escuchaba y no hablaba. Pero sentía como lo habían dejado solo con un primo que le pegaba, y con un tío que lo toqueteaba. Esa era la trama de Tommy. Y recién estaba entendiendo por qué había escrito eso. El cuento termina con Pete Townshend declarado inocente.
A diferencia de lo que pasó con Callejeros, los fans de The Who no salieron a festejar: confiaban en Townshend y se sintieron aliviados con el resultado. La diferencia es que Pete Townshend se hizo cargo, admitió su culpabilidad, pero jamás dejó de creer en su inocencia. Actuó como se supone que un verdadero rockero debe hacerlo: con valentía y sin victimizarse. Es obvio que hay tantas diferencias entre la Argentina y Gran Bretaña como las que hay entre el rock argentino y el inglés. Pero esas diferencias existieron siempre y eso no impidió el desarrollo de un modo argentino de hacer rock. Cuarenta años más tarde habría que preguntarse si el rock argentino debe aprender de su propia historia o si tiene que seguir imitando los peores defectos de un país cromañón.
Tras el gesto que le hizo Susana Fontanet a los papás de los pibes muertos en Cromañon, la polémica estalló. Ahora, el padre de una chica fallecida en el boliche de Omar Chabán redactó con crudeza unas líneas en contra de la mujer que se despachó con todo el día del juicio. Bronca y conmovedoras palabras.
De puño y letra, Raúl Morales, padre de Sofía, fallecida en la tragedia del boliche Cromañon, y de Martín y Santiago, dos sobrevivientes, le respondió en una carta abierta a la mamá de Patricio Fontanet, el cantante de Callejeros.
A continuación, el texto completo:
"Quiero agradecerle profundamente la actitud que tuvo el día 19 de agosto durante la sentencia por la cual su hijito Santo fue absuelto. Ese gesto obsceno, irreverente, desubicado, hiriente, desfachatado, irrespetuoso, no hizo más que demostrar los valores y el grado de humanidad que le supo dar a su hijito Santo.
Lo digo con todo respeto. Aunque a nosotros, como padres de chicos que fueron a ver a su hijito Santo ese 30 de diciembre del 2004, recibimos todo lo contrario.
Ahora me cierran los gestos que tuvo su hijito Santo al comienzo del juicio con sus risas y expresiones obscenas. Ahora entiendo las expresiones de él arriba del escenario. Ahora entiendo el desprecio a la Justicia antes de la sentencia.
Ahora sé por qué siguieron tocando después de la masacre. Ahora entiendo cómo piensa y cómo actúa, tanto él como toda su banda de pseudomúsicos que parece que no tienen ni la menor idea del daño que le hicieron al movimiento del rock argentino.
Me avergüenza y me duele terriblemente eso, porque yo, con mis 54 años, era fanático del rock en mi juventud y ahora, gracias a su hijito Santo, no puedo escucharlo mas.
Gracias señora por el mensaje que les dejó a nuestra juventud. Ahora podrán seguir tocando y llenando estadios. Vaya a verlos, por supuesto, pero no se olvide de llevar y repartir esos palitos que tiran fuego y que distinguen a la banda.
Nadie salió a repudiar su actitud, por parte del grupo. O sea que lo consienten. O sea que todos son lo mismo. Como siempre lo dijeron y lo reconocieron. Sin embargo, a Argañaraz le dieron 18 años de prisión y al resto, lo absolvieron.
No puedo entender esta Justicia, pero no tengo otra que aceptarla. Seguiremos luchando. ¿Pero sabe una cosa, señora? Yo creo en Dios y en la Justicia Divina. Y estoy seguro que en la conciencia de la banda Callejeros si es que existe, llevarán para toda la vida la pesada mochila con 194 muertes totalmente evitables de las cuales fueron partícipes necesarios.
Gracias señora Susana, porque ahora entiendo todo. Sus valores, afortunadamente, no son los valores que mi esposa y yo les fuimos enseñando a mis hijos. De eso estoy orgulloso y podré mirar siempre para adelante, y a los ojos de los demás, cosa que ni usted, ni los Callejeros, ni los padres del resto de la banda, podrán hacer nunca más, hasta que admitan el daño que ocasionaron a tantas familias y sobrevivientes.
Esos invisibles, como creo que designan a sus seguidores, estarán por el resto de sus vidas bien adentro de sus conciencias y aparecerán todas las noches para recordarles que ellos confiaron, pero fueron vilmente engañados.
Así lo siento y así se lo quería transmitir. Pido perdón si lastimé sus sentimientos, aunque no recibí lo mismo de su parte. Ojalá que algún día se les caigan las vendas a todos los seguidores de la banda de su hijito Santo, para que no sean ellos los nuevos engañados.
Nunca bajaré los brazos. Eso quiero que lo sepa. Por el amor que les tengo a mis hijos y por el respeto que siento por toda la juventud hermosa que tenemos".
Eeee en ningun momento te dije que flema me guste y mucho menos que Ricky Espinosa sea mi idolo. Al contrario, te nombre a otras bandas, en ningun momento a flema, y te dije que no soy PUNKITO, me desagradan los rolingas cabeza de termo:twisted:.
Lo que te dije que Bulldog cuando empezó, fue apadrinada por flema, por si no sabias, y ricky toco muchas veces con ellos,por eso me parece raro que abandonden sus principios y sus ideales musicales,pero bueno,quisas se dieron cuenta que vende mas ser amigos de callejeros, que ser amigo de un fiambre (ricky espinosa),y es mas, bulldog tienen varios temas que hizo ricky espinosa, como falsa identidad ;).
sinceramente me chupa 3 bolas lo que me diga un pendejito choto que lleva un slogan en la frente, de una bandita de vende humo…
no me ofende para nada, es mas, me da risa, porque yo tambien fui asi, pero con 15 años, esa es la diferencia, ya con 18 empezas a diferenciar lo bueno y lo malo. Pero bueno cada uno madura con distintos tiempos.
Lo que tambien me da risa, es la gente que defiende a callejeros, no te dan una explicacion coherente ni por puta. Te saltan con…CALLEJEROS SE LA RE AGUANTA,SON INOCENTES PORQUE NO SABIAN DONDE TOCABAN, EL PRECIO DEL DISCO LO PONE LA DISCOGRAFICA :lol::lol::lol::lol:
SON UNOS PAYASOS,SIN DUDAS UNA VERGUENZA PARA LA JERGA DEL ROCK NACIONAL.
Ojala cuando crescas y madures…te vas a dar cuenta que tus idolitos lo unico q hicieron fue lucrar con la muerte de 194 personas.
sisi obvio que lucraron con la muerte de sus familiares:roll:
que se hicieron mas conocidos despues del accidente no tengas dudas, pero eso no significa que hayan sumado fans, al contrario ahi yo creo que perdieron muchos fans tambien…
ah, que haya ido o no a un recital con 14 años no veo porque te tiene que parecer raro, montones de amigos mios van a recitales y tienen 15 años…
Quien es el mayor ìcono del rock argentino?
Charly Garcia? es criticado por su personalidad, hasta su mayor amigo musical lo criticò.
Luca? Mas allà de que fue un grande de verdad, su vicio fue mas fuerte que su mentalidad.
Pappo? El mismo Carpo que al dìa siguiente de Cromañon, dijo " Los pibes no tienen la culpa de nada, solo tocan la guitarra "
Para mì, el mayor es Leon Gieco.
Sisi, el mimso Leon, que le hizo una cancion y grabo la misma a Callejeros, que los defendio siempre, etc.
Entonces que dicen que el rock nacional esta encontra de callejeros?
Yo fuì a Cromañon, estuve en ese lugar, què vale mas, su opinion que ignora hasta su propia ignorancia, o la mia que sè como fueron las cosas ahi?
Un poco de respeto desde su parte.