hoy a 2 años de lo que paso, no queria dejarte de recordar aca, que era tu espacio tambien, por el cual te conoci y gracias a tuRiver compartimos todo lo que vendria despues, viajes, asados, salidas, cumpleaños, y mils dias en el club. Para el que se registro hace poco y no conoce la historia de lo que paso con wal le dejo uno de los mejores relatos que narran lo sucedido, de Andres Burgo.
[spoiler] “Parece que ir a la popular significa ser delincuente y entonces hay que soportar un manoseo como si se ingresara en una ojiva nuclear”, se quejó Aguilar en octubre de 1998, furioso porque él, como cientos de personas, había sufrido la represión policial en plena tribuna después de un 0-0 contra Boca. En septiembre de 2010 (o 2011?), cuando el ex presidente ya hace rato no puede ir a la cancha, el escenario de indefensión de los hinchas sigue igual: primero para comprar una entrada, y después para ver el partido, nos obligan a estrujarnos en una densidad de población similar a la de un campo de refugiados. A las 4 de la madrugada del viernes previo a la quinta fecha, contra Vélez en Liniers, había 3 mil personas a la intemperie, enfrente de las boleterías del Monumental. Llovía y los dirigentes no permitieron que la espera fuera debajo del techo del estacionamiento, dentro del club. El abandono de siempre, con policías que apalean en vez de proteger y ambulancias que no están cuando se las necesitan. Y otra vez avalanchas, rejas caídas, gente asfixiada. Walter Paz, un hincha de 18 años, soportó ese destrato y consiguió su entrada. Se fue feliz, como siempre. Walter de River, Waltercii, Waltercito, Walti, Waltuchi, Buitre forístico, era un pibe feliz.
En los partidos nocturnos, la entrada a la tribuna visitante de la cancha de Vélez es una boca de lobo: basura desperdigada al lado de las vías del tren Sarmiento, calles mal iluminadas, policías con bastones afilados. Hay un Chernobyl escondido en nuestras canchas: catarsis colectiva, atmósfera electrificada, tribunas hacinadas, baños inundados.
Y esa noche la tragedia esperaba agazapada. Una avalancha le siguió al gol de Diego Buonanotte, un chico se descompuso y tuvo que ser asistido a un costado. Pero a 20 segundos del final, una derrota 2-1, la primera del torneo y que nos ponía en zona de descenso directo, otro pibe se desvaneció. Estaba en los escalones de la popular, cerca de la única puerta de salida, esperando el gol del empate. Era Walter.
Un par de hinchas salieron disparados en busca de ayuda. En la tribuna de River no había posta médica. En la calle, a 40 metros, estaban estacionadas dos ambulancias, pero no se acercaron. “Primero tenemos que comprobar que sea algo grave”, los rechazaron. Sus amigos lo llevaron en brazos corriendo hacia la calle. En la vereda le sostenían la cabeza. Walter había tenido un ataque de epilepsia. Pasaron 30 minutos y nadie se acercó a socorrerlo. Dos policías sentados en un patrullero los miraron, indiferentes. Chuky y el resto de su tribu, una banda de pibes autodenominados la Banda del Melón, tuvieron que llevarlo a la enfermería de Vélez, debajo de la platea norte. Dos tubos de oxígeno no pudieron reanimarlo. Ya era tarde para trasladarlo a un hospital. Murió de un edema pulmonar. Sus padres llegaron enseguida: son de Villa Luro.
Veinte de sus amigos se quedaron llorándolo hasta las 2 de la mañana en la comisaría de Liniers. Algunos, al volver a sus casas, escribieron en los foros. “Te fuiste al lado mío, amigo, me queda el consuelo de haberte dado el último abrazo en el gol. Hace una hora llegué y no puedo hacer otra cosa más que recordar todos estos años de amistad. Estaba todo tan bien, se venía un re viaje en el cual tenías tanto que ver, te habías movido tanto, y ahora pasa esto. ¿Cómo seguir adelante? ¿Cómo levantarse con ganas de ir a la cancha? Hasta siempre amigo, nos veremos arriba para seguir alentando al más grande desde allá”, escribió Chuky. “Tengo el mínimo consuelo de saber que lo abracé en el gol y que tanto vos, yo, y todos los pibes que estábamos ahí hicimos todo lo posible, todo”, coincidió San.
Walter tenía 3 años cuando su padre lo llevó a la cancha por primera vez. De local iba al corralito de la popular o a la San Martín alta. Tenía devoción por River. Lo seguía en el Interior: estuvo en Mendoza, en Tucumán, en Mar del Plata. También en Uruguay. Ya había empezado a planificar el viaje a Rosario por la séptima fecha, contra Newell’s. Había arreglado con el chofer del micro y estaba convenciendo a los indecisos. A los de siempre no hacía falta persuadirlos: Chuky, Ale, Fer, Chongo, Jalfo, Juancito, Facho, Maru, Mica y varios más. “Ahora River, ahora”, gritaba antes y después de cada canción. Le iba bien con las chicas. Lo querían como solo se quiere a los líderes.
Contra Arsenal, a la fecha siguiente, lo despidieron a lo grande. Sus amigos y familiares se autoconvocaron tres horas antes del partido enfrente de la confitería del Monumental: empezaron cantando con timidez y terminaron emocionados, en ronda. Ya vestían la camiseta que llevarían el resto del torneo a todas las canchas: “WalterdeRiver”. Era su nick en los foros. Los vi en Rosario, antes de entrar a la cancha de Newell’s, siete días después. También en Mendoza y en Córdoba. Siguieron llevando a Walter por todo el país. Las paredes de Núñez se llenaron de pintadas recordatorias. Ese domingo, antes del partido con Arsenal, también lo saludó la Voz del Estadio: “Walter querido, que en paz descanses. Siempre estarás en las tribunas del Monumental”. Esa tarde también estuvo en forma de bandera. Un retrato de su cara, con la chomba negra de River y su mano derecha agitando el aliento. Y las leyendas: “No hay distancia que nos separe de este amor”, “Justicia”, “Siempre presente”.
Lo habían enterrado el día siguiente de su muerte, el lunes, en un cajón rojo y blanco, como había cantado miles de veces. Vivió en una cancha, alentando a River. Murió de la misma manera."[/spoiler]