Victor H. morales
2007-06-17 05:56:06
Con la melancolía que provoca aquel jugador que prometía tanto en la reserva y que ahora se lo ve en una tarea que provoca pena. Así lo ven algunos a José María Aguilar, el presidente de River. A la mañana siguiente del gran triunfo de Boca ante Gremio, Aguilar apareció por televisión en la puerta de los tribunales, intentando defenestrar al fiscal que lo acusa de encubrimiento en el tema de los barrabravas de River. Eso, que si se quiere es una muy modesta sospecha de la Justicia, ponía al presidente millonario en actitud provocativa, de gallito confiado en su propias fuerzas que, se sabe, no tienen por qué ser las de la razón. Fue entonces, mirándolo por televisión, que alguien soltó la frase: es ese jugador que pintaba para crack y lo encontrás limpiando el vidrio de tu auto en una esquina. Error: Aguilar no limpia vidrios ni los come. No tendrá que hacerlo nunca. Hay quienes se muestran desorientados y acusatorios ante el dirigente que se enamoró de los grupos inversores, pero los que tienen que hacerse cargo son ellos, los que vieron en Aguilar el potencial de un gran dirigente. Son ellos los que lo inventaron lúcido, progresista, transparente. Son ellos y no él los que lo vieron como una figura que podía pelearle algo a Grondona. Los otros deben disculparse, no Aguilar. ¿Qué culpa tienen los hombres de las expectativas que los demás depositan en ellos? Si fuera cierto que el Gobierno quiso exhibirlo como la contracara de Macri y, después, al ver que en realidad era una ayuda para Macri le dijeron dejá, te agradecemos pero abandoná, sería el Gobierno el que se equivocó. Si Aguilar, en cada ataque a Macri, lo ayudaba, no es porque quisiese hacerlo. Bien mirados, son igualmente liberales uno y otro. Sólo que Macri lo hace con naturalidad; fue siempre así. Aguilar, en cambio, es como nuevo en el mundo de los millones de los grupos, los bancos, la FIFA… Se enfadan ahora con Aguilar porque dicen que está metido en la FIFA, con el grandioso sueldo que paga la multinacional. Que lo puso Grondona, que estaba visto que sucedería, que, por eso, esto y lo otro.
Lo pintan de negro al pobre Aguilar que todo lo que hace es vivir a como dé lugar este complejo mundo de tentaciones y promesas. Y no debe ser cierto, además. Así fuesen 10 mil dólares por mes –para hablar de una fortuna–, ¿para qué quiere Aguilar asumir un cargo que éticamente es tan incompatible con su tarea de dirigente de club? Espera un tiempo, responde igual a las consignas grondonianas, cierra el tema de los grupos inversores, sale de River, y sin ninguna posible objeción entra en la FIFA para vivir la grata jubilación que se merece después de los servicios prestados al fútbol. Y chau pinela, qué va a andar metiéndose ahora en la FIFA, si eso sería un off side más grande que una casa. No obstante esta defensa, que puede parecer ingenua, debe admitirse que emitía signos patéticos verlo el jueves en los tribunales por River, no por él. En medio de hinchas con bufandas de Boca, alguno más loco con turbante azul y amarillo, como podían encontrarse en la fría mañana del jueves, River era, apenas, un conflicto, un quincho incendiado, un presidente que hablaba como acto de defensa acaso, con antigua soberbia. Algún jugador tirándose contra Passarella, las dudas de los dirigentes de River respecto a mantenerlo o no, las miradas acusatorias que se dispensan en las reuniones, los jugadores que van y vienen; ésos eran los temas de la semana. Puede pensarse que no es fácil romper el cerco en el que se encerró el millonario. Pero Aguilar, que para salvar a River intentó vender a Higuaín, Carrizo, Augusto Fernández y a trece juveniles más por 3 millones de dólares hace apenas un año, que luego vendió a un grupo inversor a Higuaín diez minutos antes de que lo compraran por mucho más dinero, ha demostrado tener agallas para todo. Y será capaz de saltar esta trampa del destino. Cerca de Grondona, con el establishment televisivo de su lado –y ni hablar si fuese cierto lo de la FIFA– el presidente de River no tiene que temerle a nada. Ni a Boca campeón de la Libertadores, ni a los 12 torneos de sequía de su club, ni a los que hablan de sus negocios como si no fueran transparentes, ni a ese pobre fiscal de cuarta que lo hostiga con sus preguntas en medio del olor a papeles de los tribunales. Que diga sería muy cómodo renunciar ahora, que diga los hombres se ven en las dificiles, que diga estoy harto, pero no me van a doblegar. O mejor, que no diga nada. Que se cruce de piernas lo más pancho y que, si fuma, fume