La foto institucional que se sacó es netamente masónica, con la mitad de la mano metida dentro del saco, como demostré unos posts más arriba.
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Hay también otros datos en poder del propio autor de estos volúmenes como la indudable militancia masónica del doctor Leopoldo Bard, fundador, primer presidente y capitán del primer equipo de River Plate, presidente de la Cámara de Diputados y delfín del masón Hipólito Yrigoyen para sucederlo en el sillón de Rivadavia y enfrentar a la corriente reaccionaria y derechista del proligarca Marcelo Torcuato de Alvear.
Sin duda, ante la inmensidad y novedad de semejante temas, esto se erige cuentas pendientes que le quedan para un tomo III donde vaya completando quizá, en una de esas, otras tantas perlas, olvidos u omisiones, más en una obra que a todas luces, dada la vastedad, sigue siendo necesaria y que por fin rompió con décadas de oscurantismo.
Algunas otras trampitas, siempre en lo referente al fútbol, le jugaron al esforzado Corbière tanto la casualidad como los tiempos, porque si bien alcanzó a meter lo de la Logia Liberi Pensatori, siempre en la Boca, con sede en Almirante Brown al 600, volviendo a desviar la atención hacia quienes se han quedado con el monopolio del origen y la pertenencia, este tomo que comentamos ya estaba impreso y a punto de ser distribuído, como nos comentó el propio autor tomándose la cabeza y riéndose, porque no se puede hacer otra cosa si no hubo más remedio, cuando le cayó en sus manos el documento que allí, entre los fundadores de esa logia, que alcanzó a tener gran desarrollo, estaba Tomás Liberti, y en el documento lo dan como ¡fundador de River Plate! Si bien falta constatarlo con seguridad, se trata del padre de Antonio Vespucio Liberti, el paladín de la dichosa mudanza a la Recoleta y después de la erección del Monumental, así como del mote de millonarios por haber pagado un millón de los de entonces por El Cañonero Bernabé Ferreyra, sin contar que él en persona, en Libertador y Tagle, se encargaba de distribuir, previo al partido, las lujosas casacas hechas una por una, por modistas, en seda, un rasgo fashion que se lleva bastante a las patadas con los dichosos populistas, pero que pone un broche más que -como no podía ser de otra manera- la llamada tradicional rivalidad tenía que tener orígenes socioculturales, políticos, religiosos y de otra índole muy arraigados, muy hondos, conniventes con la condición humana misma, y no la chirle ramplonería barrial, conventillera, que se ha venido difundiendo hasta ahora y que se sigue haciendo con total desparpajo e impunidad, a tono con el nivel intelectual del ya mencionado cine argentino, invisibilizador, un compenente más de la negación de la realidad, quizá el deporte más difundido en la historia nacional.
Este dato es fundamental porque si por un lado, de manera harto sugestiva, había desaparecido todo rastro documental de la pertenencia a las logias de los fundadores de River Plate, aunque se contara con testimonios que fue una orden del mismísimo Watson Hutton a su secretario Fernández para que en las barritas de la Boca, donde había prendido fuerte el fútbol ya a principios de siglo, y a una de las cuales él mismo pertenecía, se fundara (a) un club y (b) que éste tuviera nombre inglés, la aparición de este Liberti, esa dirección en el corazón donde paraba la burguesía de barriada y la versión de que la primer sede del club se utilizaba temprano para estas cuestiones institucionales de corte netamente deportivo y, luego, para tratar los asuntos de la Hermandad, como rituales y otras yerbas, ahora comienzan a cerrar y van mucho más allá que el hallazgo de un dato de por sí importante, sino que empiezan a abonar el background cultural del antagonismo por excelencia del fútbol argentino, una rivalidad que de un barrio que era tomado por todos, propios y ajenos, como una ciudad aparte, como una ciudad dentro de la ciudad, como hay constancia en documentos, no va a tardar en copar a toda Buenos Aires efectivamente, partiéndola en irreconciliables embanderamientos futboleros, para después nacionalizarse y ser un enfrentamiento que no sólo se pone a la par, sino que en muchos aspectos supera en características, alcances y orígenes a otros de orden religioso como, por ejemplo, el Ranger-Celtic de Glasgow, en Escocia, madre patria de los masones que trajeron el fútbol a la Argentina y que además importaron su estilo elegante, habilidoso, chispeante, de jugarlo. Sin contar con que desde la aparición de las muertes remotas o virtuales, con la globalización televisiva del fútbol operada a partir de México 86, llega a tal punto que la emisión por cable a todo el país no sólo lo convierte a éste, de sur a norte, de este a oeste, en un gigantesco estadio, sino que a su fin la cantidad de enfrentamientos, desmanes y hasta víctimas fatales supera en mucho a lo que sucede en el escenario real. Una punta, una rampa de lanzamiento para la explicación de este fenómeno, se encuentra en un excelente trabajo realizado desde la antropología social y la lingüística (ver).
Pero este segundo tomo del abogado, político, escritor e historiador socialista no tenía un objetivo deportivo. El consumismo y el ditirambo, para variar, les hizo poner a los editores en contratapa algo que no figura en el contenido, y no es el único caso, sino uno más -y no el más importante- en los tiempos que vivimos.
Este lado oscuro, tabú, en la historia del fútbol en todo el mundo, incluídas las islas británicas, ha comenzado a alumbrarse, a descorrerse el velo, que es lo más importante, por encima de circunstanciales tropezones, olvidos, omisiones y otros traspiés contra los cuales nadie puede estar vacuna. AR