El regreso del cristinismo duro: Zannini ordenó aislar a Córdoba para hundir a De la Sota
El secretario Legal y Técnico retomó el control político del Gobierno y le causó un severo daño al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, que se subordinó a sus peligrosas decisiones. Zannini ordenó no responder los pedidos de auxilio de Córdoba con la ilusión de demoler a De la Sota.
La primavera dialoguista que intentó corporizar Jorge Capitanich terminó. Ayer por la noche el jefe de Gabinete tomó una decisión que puede comprometer seriamente su futuro político. Aceptó subordinarse a Carlos Zannini. Ese es el dato político profundo de la crisis de Córdoba.
El hombre imaginado como el sucesor, la encarnación de un cristinismo racional –si se permite el oximorón-, el dinamizador de un gabinete aletargado, sucumbió a los pedidos más destructivos de Carlos Zannini, se supone que con pleno respaldo de la Presidenta.
Engolosinado con la crisis de saqueos en Córdoba, Zannini vio la oportunidad dorada para terminar con la carrera política de su odiado De la Sota. Decididó que no se iba a prestar ninguna asistencia a la provincia a pesar de las imágenes apocalípticas que trasmitían los canales de noticias.
Capitanich reveló en esa instancia crítica su poca madera. Lejos de amenazar con renunciar o dar un golpe sobre la mesa, aceptó subordinarse a un pedido que contradecía toda la línea política que había desplegado desde su arribo al gabinete.
La sumisión tuvo ribetes humillantes: Apeló a teléfonos celulares de colaboradores para comunicarse con los funcionarios de Córdoba, a los que rogaba: “No me llamen a mi celular, no me dejan hablar”.
Por eso, esta mañana exhibía su teléfono triunfante y juraba que nadie lo llamó. Era un mensaje a la Quinta de Olivos. Obsecuencia suicida que por otro lado sintoniza con su sobreactuada indignación en el conflicto con el campo. No es la primera vez que en las horas decisivas, Capitanich elije la obsecuencia por sobre sus propias convicciones.
La fuga a Paraguay, la desordenada conferencia de prensa en Aeroparque al pie del avión, son imágenes de una humanidad que empieza a sufrir el martirio político tan característico del kirchnerismo.
Tiros en el pie
Como suele ocurrir con la mayoría de las maquinaciones de Zannini, la jugada no superó la punta de su nariz. No habían pasado 12 horas de su orden de abandonar a Córdoba, que todo el arco político opositor exigió el envío de gendarmes, mientras la indignación de la gente empezaba a filtrarse en los medios de comunicación no adictos.
Escaldados por una reacción muy previsible, pero que no habían previsto, a puro costo, la contraorden salió como un rayo y el mismo Sergio Berni que por anoche afirmaba burlón por televisión que su Secretaría no era “un delivery de gendarmes”, a media mañana anunciaba el envío de 2.000 efectivos.
El gobierno jugó con fuego con mas suerte que cabeza. Por un milagro, no hubo decenas de muertos cuando las calles de Córdoba eran tierra de nadie.
Lo lógico hubiera sido viajar anoche mismo a Córdoba con los gendarmes y pacificar la provincia mientras De la Sota estaba en Panamá. Eso acaso hubiera representado algún rédito político para el Gobierno si se quiere bajar a ese nivel de especulación. Pero la mezquindad fue más fuerte.
Al final del día, la maquievelica jugada deja a un Gobierno que empezaba a levantar cabeza otra vez sumergido en el barro, a De la Sota sacando pecho como gran pacificador y al supuesto candidato y motor del Gobierno incinerado. Cuesta creer que tanto daño en tan pocas horas sólo sea producto de la torpeza.