Voy a dejar una serie de notas muy interesantes sobre la Revolución Cubana.
En 1956, Fidel Castro denuncia al stalinismo
En julio de 1956, Fidel Castro fue acusado de ser miembro del Partido Comunista. El hecho sucedió luego de que Castro fuera detenido en México y un periodista cubano informara que la policía mexicana había confirmado que Fidel era miembro del PC. El régimen de Batista comenzó a reproducir esta ‘información’ para desprestigiarlo.
Castro denunció que todo el incidente había sido armado por los servicios secretos de Batista y la Embajada norteamericana. Su denuncia de la colaboración del stalinismo con Batista fue demoledora.
“¿Qué moral tiene el señor Batista para hablar de comunismo si fue candidato presidencial del Partido Comunista en las elecciones de 1940; si sus pasquines electorales se cobijaron bajo la hoz y el martillo; si por ahí andan las fotos junto a Blas Roca y Lázaro Peña; si media docena de sus actuales ministros y colaboradores de confianza fueron miembros destacados del Partido Comunista?”.1
- Fidel Castro: “¡Basta ya de mentiras!”, Bohemia, 15 de julio de 1956. Reproducido en Draper, Theodore; Castrismo. Teoría y práctica; Ediciones Marymar; Buenos Aires; 1965. Blas Roca era el secretario general del PC; Lázaro Peña, su principal dirigente sindical.
La Revolución Cubana I
Cuando Wall Street dominaba Cuba
El 1º de enero de 1959, en medio de una enorme huelga general, una columna revolucionaria encabezada por Ernesto Che Guevara entraba en La Habana y derribaba al gobierno proimperialista de Fulgencio Batista. El Movimiento 26 de Julio, conducido por Fidel Castro, tomaba el poder y comenzaba una revolución que produciría una transformación histórica de Cuba… La victoria revolucionaria en Cuba abrió una nueva etapa, política e incluso teórica, de la revolución latinoamericana. Apareció como una superación histórica de los procesos políticos nacionalista. Significó una derrota política sin precedentes para el stalinismo ( arrojó al tacho de basura su tesis de la “revolución democrática”) y quebró su tentativa de confinar la revolución a los marcos capitalistas.
A punto de cumplirse cincuenta años de esta hazaña histórica, nos proponemos, en los próximos dos meses, historiar su desarrollo.
Desde mediados del siglo XIX, Estados Unidos tuvo un papel dominante en la vida económica de Cuba. En 1804, cuando estalló la rebelión de los esclavos en Haití, la corona española autorizó a su colonia cubana a vender azúcar y café a terceros países. El principal beneficario de esta medida fue Estados Unidos, que ya en 1850 dominaba un tercio del comercio exterior cubano.
La burguesía norteamericana aspiraba a anexar Cuba a Estados Unidos, al igual que una parte de la propia oligarquía azucarera cubana. Pero, a mediados del siglo XIX, unos y otros todavía defendían la continuidad de la dominación española. Los norteamericanos temían que una Cuba independiente cayera en la órbita británica. Por su parte, “muchos hacendados entendían que el movimiento independentista favorecía la sublevación de los esclavos”.1
En 1868, en el oriente de la isla -donde predominaban haciendas rurales de menores dimensiones y menor ligazón al mercado mundial- estalló el primer movimiento independentista, encabezado por Carlos Manuel de Céspedes, propietario de un pequeño ingenio azucarero. La “Asamblea de la República de Cuba en armas” designó a Céspedes presidente, abolió la esclavitud y aprobó una Constitución. La guerra contra los españoles duró diez años; la represión fue salvaje. La oligarquía del occidente de Cuba permaneció fiel a la corona española, que garantizaba la continuidad de sus negocios con Estados Unidos.
En 1878, España y el movimiento independentista firmaron el Pacto de Zanjón, que puso fin a la guerra. Cuba se mantenía como colonia española aunque los cubanos podrían participar en el gobierno colonial; se proponía una “autonomía” que nunca vio la luz; los esclavos fueron emancipados.
El fin de la guerra coincidió con la aparición de nuevos y más eficientes métodos para producir azúcar, que permitieron al capital norteamericano reforzar su peso en la economía cubana. Además, Betheehem Steel y los Rockefeller pasaron a operar minas de hierro, de manganeso y de níquel.
El Partido Revolucionario Cubano
En enero de 1892, el poeta y periodista José Martí, exiliado en Estados Unidos, fundó el Partido Revolucionario Cubano con el objetivo de unir a todas las fuerzas que luchaban por la independencia. El PRC albergaba tendencias contradictorias: una, encabezada por el propio Martí, de carácter nacionalista; otra, encabezada por Tomás Estrada Palma, representante de la oligarquía pro-norteamericana (que, en aquellos años, declaraba su interés por la independencia de Cuba).
En 1895, el Partido Revolucionario Cubano lanzó la insurrección armada. La lucha se extendió por toda la isla; otra vez, la represión fue brutal. En mayo de 1895 murió Martí; en diciembre de 1896 murió el general Antonio Maceo, héroe de la primera guerra independentista. La dirección del PRC pasó entonces a manos de Estrada Palma y los sectores pro-norteamericanos.
Pasados tres años, la guerra continuaba. Desangrados españoles y cubanos y con el PRC en manos de sus aliados, el gobierno norteamericano estimó que había llegado la hora de intervenir: declaró la guerra a España y los marines entraron en operaciones en Cuba.
Ocupación
Los objetivos norteamericanos hacia Cuba fueron detallados en una carta enviada por J.C. Brenckenridge -funcionario de alto rango del Departamento de Guerra- al general N.A. Miles, comandante de las fuerzas expedicionarias: anexar Cuba a Estados Unidos, luego de exterminar tanto a las fuerzas españolas como a las independentistas (véase recuadro).
Rápidamente, las tropas norteamericanas -respaldadas por las cubanas- forzaron la rendición de los últimos jefes españoles en Santiago de Cuba. Pero Estados Unidos no reconoció al Partido Revolucionario Cubano, ni al consejo de gobierno presidido por el general Bartolomé Masó, ni al comandante del ejército cubano. Después de la rendición de los españoles, los generales norteamericanos no permitieron el ingreso de las fuerzas cubanas a Santiago.
La guerra terminó en diciembre de 1898 con la firma del Tratado de París, por el cual España cedió a Estados Unidos el control de Cuba, Puerto Rico, las Filipinas, Guam y Hawaii. Ningún representante cubano participó de esas negociaciones.
El 1º de enero de 1899 comenzó la ocupación militar norteamericana de la Cuba formalmente “independiente”. La primera medida de los ocupantes fue el desarme del Ejército Libertador (cubano) y de la Asamblea Revolucionaria (formada por representantes electos de ese ejército). El plan de Brenckenridge comenzaba a aplicarse.
La “enmienda Platt”
“A medida que transcurrían los años 1899 y 1900, el espíritu patriótico se intensificaba y presentaba una mayor resistencia a las tentativas anexionistas de los interventores. El gobierno de Washington se vio obligado a cambiar su política: tomó el camino de someter a Cuba a su dominio sin anexarla (…) aparentando satisfacer los deseos de independencia del pueblo cubano”.2
En noviembre de 1900, el general Wood, gobernador militar, convocó una Asamblea Constituyente que debía dictar la Constitución y preparar un tratado que definiera las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. El 3 de marzo de 1901, la asamblea recibió del gobernador militar una ley aprobada por el Congreso de Estados Unidos y la orden de incorporarla, sin modificaciones, a la Constitución cubana.
La ley, conocida como “enmienda Platt”, daba a Estados Unidos el derecho a intervenir militarmente en Cuba para “preservar su independencia y mantener un gobierno adecuado a la protección de las vidas, propiedades y las libertades individuales y para relevar de las obligaciones que con respecto a Cuba fueron impuestas por el Tratado de París a Estados Unidos…”. Otro artículo obligaba al gobierno cubano a vender o alquilar “la tierra necesaria” para la instalación de bases navales y militares en la isla.
El general Wood dejó en claro que si los constituyentes rechazaban la enmienda, la asamblea sería disuelta y la ocupación mantenida. Los constituyentes cedieron; la “enmienda Platt” fue incorporada a la constitución. Apoyándose en ella, las tropas norteamericanas intervinieron en Cuba en 1906, en 1912 y en 1917.
El 20 de mayo de 1902 cesó la ocupación militar; el primer presidente de Cuba “independiente” fue Tomás Palma Estrada, representante de la oligarquía azucarera ligada a los norteamericanos; el aparato estatal (incluida la justicia) mantuvo en sus cargos a innumerables funcionarios designados por la corona española.
El primer gobierno cubano firmó con Estados Unidos el llamado “Tratado de reciprocidad” (1903), por el cual las exportaciones cubanas a Estados Unidos gozarían de una reducción arancelaria del 20 por ciento, mientras que las norteamericanas hacia Cuba gozarían de reducciones de hasta el 40 por ciento. Cuba pasó a depender enteramente de las importaciones norteamericanas, incluidas las de alimentos, que se pagaban con azúcar.
Con la “independencia”, Cuba fue convertida en un “complemento” de la economía norteamericana. El número de centrales azucareras en manos del capital norteamericano creció sin pausa: en 1896, el 10 por ciento de la producción azucarera de Cuba provenía de ingenios cuyos propietarios eran norteamericanos; ese porcentaje creció al 35 en 1914 y al 63 en 1926.
Veinte años después de la declaración de la independencia, el sociólogo norteamericano Leland Jenks denunciaba que la penetración norteamericana “ha hecho de Cuba una hacienda azucarera regida por contadores públicos y corredores de bolsa (…) un latifundio monocultor manejado por propietarios ausentistas (…) un apéndice de una guerra comercial en un país extranjero (…) las decisiones irrevocables que afectan a la mayor parte del pueblo cubano (son) tomadas en Wall Street”.3
Este cuadro de opresión social y nacional prevaleció con algunas modificaciones (en especial luego de la revolución nacional de 1930/33) durante casi sesenta años. Sólo con la victoria de la revolución, Cuba lograría expulsar al imperialismo.
Notas
- Le Riverend, Julio; citado por Eliane Anconi, “Antecedentes históricos de una revolución anunciada”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- Le Riverend, Julio; citado por Eliane Anconi, op. cit.
- Jenks, Leland; “Our Cuban Colony”; citado por Leo Huberman, Cuba: Anatomía de una Revolución; Editorial Palestra; Buenos Aires-Montevideo; 1961.
La Revolución Cubana II
La revolución de 1933
Cuba, independiente desde 1899, era una plena semicolonia del imperialismo norteamericano. Estados Unidos tenía bases en su territorio y estaba autorizado a intervenir militarmente en la isla para garantizar sus intereses. La penetración del capital norteamericano había convertido a Cuba en un monoproductor de azúcar para la industria estadounidense. Desde la independencia, el verdadero gobierno de Cuba estaba en Wall Street.
Tomás Estrada Palma, un representante de la oligarquía azucarera pro-norteamericana, fue el primer presidente de Cuba. Le siguieron una sucesión de presidentes -conservadores y liberales- que actuaron bajo el control de la embajada norteamericana y la amenaza de la intervención militar. Efectivamente, los marines intervinieron en tres oportunidades durante los primeros veinte años de la República (en 1906, 1912 y 1917). Eran simples gobiernos de fachada: el poder real estaba en la Embajada y en las bases navales norteamericanas.
Cuba, convertida por el capital norteamericano en monoproductor de azúcar (llegó a ser el primer productor mundial), era extremadamente dependiente de las oscilaciones del mercado mundial. En 1920 comenzó un curso descendente de los precios del azúcar, que se agravó al año siguiente (en un año, los precios del azúcar cayeron el 83%). La crisis llevó a la desaparición de los pequeños propietarios azucareros y a la bancarrota de la propia oligarquía azucarera cubana, que debió resignar su lugar en beneficio de los propietarios norteamericanos. El azúcar producido por los ingenios de propiedad de norteamericanos saltó del 10 (1896) al 35% (1914) y al 63% (1926). La consecuencia fue un fuerte desplazamiento de los pequeños y medianos productores rurales y una fuerte proletarización, especialmente en el campo. También se desarrolló un importante proletariado urbano, formado por obreros de servicios (ferroviarios, portuarios, electricistas, telefónicos) y de la construcción. Tanto en la ciudad como en el campo, el proletariado cubano era explotado, fundamentalmente, por empresas extranjeras.
Aunque las primeras huelgas y organizaciones obreras ya habían tenido lugar en los últimos años de la colonia, durante la república surgieron las primeras organizaciones obreras impulsadas por anarquistas y socialistas. Entre 1907 y 1911 hubo grandes huelgas con fuerte presencia anarquista (tabaco, portuarios, ferroviarios, construcción).
Los anarco-sindicalistas desplazaron, a partir de 1914, a los anarquistas como la tendencia dominante en el movimiento obrero. En 1917, fundaron el Sindicato General de Obreros de la Habana; en 1920 nació la Federación Obrera de la Habana (FOH). En 1924, anarco-sindicalistas y comunistas crean la Confederación Nacional Obrera Cubana (CNOC), la primera central sindical de la isla. La CNOC permanecería bajo la dirección de los anarco-sindicalistas hasta el asesinato de Alfredo López (1925); luego sería dirigida por el Partido Comunista, fundado en 1925.
En diciembre de 1922, bajo el influjo de la Reforma Universitaria de 1918 en Argentina, nació en La Habana la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Su impulsor era Julio Mella, uno de los fundadores del marxismo cubano.
La dictadura de Machado
En 1925 llegó al gobierno Gerardo Machado. La crisis del azúcar, iniciada en 1920, había dejado al Estado en una completa bancarrota (al punto de requerir créditos bancarios para pagar los sueldos de los funcionarios). Machado se benefició de una cierta recuperación de los precios del azúcar, que le permitieron presentar una mejora relativa en las condiciones económicas. Paralelamente, lanzó una represión brutal contra el movimiento obrero y sindical, que había comenzado un sostenido ascenso bajo el gobierno anterior. Los métodos eran salvajes: “actuante el temor como regla del poder. El crimen, la tortura, la aplicación de la ley de fuga, las fechorías de la porra. La persecusión y la muerte”.1 Dirigentes obreros, estudiantiles y campesinos fueron asesinados; entre ellos, Julio Mella, fundador del PC cubano, asesinado en México a comienzos de 1929.2
La mejora en las condiciones económicas y la represión al movimiento obrero llevaron a que Machado pudiera imponer -con el respaldo de la derecha, la Embajada y el Ejército-, la reforma de la ley electoral para mantenerse en el poder. Fue reelegido en 1928; poco después, estallaba la “Gran Depresión”.
La crisis de 1929 fue un golpe demoledor para Cuba. La producción de azúcar cayó de 5,2 a 2 millones de toneladas; su precio cayó al nivel más bajo de la historia. El presupuesto del Estado se redujo a menos de la mitad. La rebaja de salarios fue generalizada; el desempleo alcanzó a 250.000 jefes de familia (en un país con una población total de 3,9 millones de personas).3
La CNOC convocó el 20 de marzo de 1930 una huelga general contra el desempleo; el 19 de abril, 50.000 personas manifestaban en La Habana contra la dictadura. El movimiento huelguístico creció. En cada huelga, junto a las reivindicaciones particulares de los trabajadores en conflicto, comenzó a aparecer la consigna “¡Abajo la dictadura de Machado!”. Machado declaró ilegales al CNOC y a la FOH pero las huelgas -de los trabajadores del transporte, zapateros y textiles- continuaron. En diciembre de 1932, convocada por la CNOC, se reunió una conferencia de trabajadores del azúcar en Santa Clara, que fundó el Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera (el primero de la rama) y convocó a la huelga general para comienzos de 1933.
El año 1933
El año de la revolución comienza con la huelga general azucarera, duramente reprimida. En julio, una huelga de los trabajadores del transporte de La Habana se convirtió rápidamente en una huelga general por la caída de la dictadura, que se extendió por todo el país. Machado maniobraba: concedió las reivindicaciones de los huelguistas y negoció con la dirección de la CNOC la legalización del sindicato y del PC a cambio de su apoyo para levantar la huelga. La dirección de la CNOC llamó, entonces, a levantar la huelga. No tuvo el menor éxito. La FOH repudió públicamente el llamado y convocó a continuar la huelga. Los obreros -respaldados por la inmensa mayoría de la población- siguieron en la calle.
Como la huelga no cedía, los propios aliados políticos de Machado, la Embajada norteamericana y el Ejército forzaron su renuncia. Lo reemplazó Carlos Manuel de Céspedes, hijo del primer independentista cubano y ex embajador de Machado en Washington. El reemplazante de Machado fue “elegido” por Sumner Welles, enviado especial del presidente norteamericano Roosevelt a Cuba.
El gobierno de Céspedes fue efímero. El 4 de septiembre estalló una sublevación por mejoras salariales de los suboficiales del Ejército, con el respaldo del Directorio Estudiantil Universitario (organización de estudiantes formada para combatir a Machado); uno de los jefes de la sublevación era el (entonces) sargento Fulgencio Batista.
Tras la caída de Céspedes, asumió como presidente el profesor Ramón Grau San Martín, dirigente del Directorio Universitario, en medio de una crisis revolucionaria de gran alcance. Antonio Guiteras, dirigente de la organización nacionalista radical Joven Cuba, fue nombrado secretario de Gobierno. Uno de los primeros decretos del nuevo gobierno ascendió a Batista al grado de coronel y lo designó comandante del Ejército. Desde ese mismo momento, Batista comenzó a conspirar con los norteamericanos contra Grau.
Estados Unidos no reconoció al nuevo gobierno; esto no impidió que el PC -que había boicoteado la huelga contra Machado- lo calificara como “agente del imperialismo” y llamara a derrocarlo.
En los primeros días de gobierno, bajo el impulso de Guiteras, Grau impulsó una agenda nacionalista: creó la Secretaría de Trabajo, instauró la jornada de ocho horas, disolvió los antiguos partidos, creó tribunales especiales para juzgar a los machadistas, estableció la autonomía universitaria e intervino la compañía de electricidad. Pero la crisis revolucionaria y la actividad de los obreros no refluían: los obreros ocuparon las centrales azucareras, los obreros del café y los del tabaco fueron a la huelga.
El gobierno de Grau San Martín se desintegraba bajo la presión combinada de los obreros en huelga y la burguesía que pretendía aplastarlos. Guiteras presionaba para que las reivindicaciones de los obreros en huelga sean satisfechas; Batista mandaba al ejército a reprimir a esos mismos huelguistas.
En septiembre de 1933, Batista ordenó ametrallar la manifestación que recibía los restos mortales de Julio Mella; fueron asesinados varios manifestantes. La movilización había sido autorizada por el propio gobierno. Guiteras exigió al presidente la destitución y el apresamiento de Batista, pero Grau San Martín concilió con el represor y no se decidió a destituirlo. En una provocación abierta, Batista continuó reprimiendo y ametrallando huelgas y manifestaciones.
La debilidad del gobierno envalentonó a los conspiradores. En enero de 1934, un golpe militar encabezado por Batista destituyó al gobierno; Grau San Martín renunció sin oponer resistencia.
Carlos Mendieta (otro embajador cubano en Washington) fue designado presidente; ese gobierno y los que lo siguieron fueron una fachada democrática de una dictadura encabezada por Batista. El moviento obrero y popular fue puesto en la clandestinidad y duramente reprimido; Antonio Guiteras fue asesinado por esbirros de Batista en mayo de 1935.
Las limitaciones de su dirección nacionalista pequeñoburguesa llevaron a la derrota a la poderosa revolución de 1930/33 -que prácticamente destruyó el Ejército y puso al rojo vivo, durante tres años de luchas excepcionales, la cuestión de la independencia nacional. Sus pretensiones constitucionalistas, su respeto al aparato del estado, su negativa a armar a los trabajadores para enfrentar el golpe, la llevaron a capitular ante el imperialismo y a rendirse sin combate frente a los opresores nacionales y los masacradores del movimiento obrero y popular.
El castrismo se nutrió ideológicamente de este fracaso. La experiencia del '33 mostró la potencialidad de la huelga general revolucionaria (que volteó a Machado). Al mismo tiempo, planteó la liberación nacional en términos sociales y no simplemente en términos formales (referidos a los privilegios jurídicos o políticos del imperialismo).
Notas
- De la Osa, Enrique: Crónica del Año 33, Ediciones políticas, La Habana, 1989.
- Algunos autores señalan que fueron los servicios secretos stalinistas quienes asesinaron a Mella. Aunque nunca se había proclamado trotskista, Mella era visto por desconfianza en los medios stalinistas porque sus amigos -tanto mexicanos como cubanos- adhirieron a la Oposición de Izquierda encabezada por León Trotsky. El stalinista Victorio Codovilla vetó la participación de Mella en el secretariado sudamericano de la Internacional Comunista. Poco después fue asesinado.
- De la Osa, Enrique, op. cit.
La Revolución Cubana III
Batista: Del cogobierno con el PC al golpe de Estado
En enero de 1934, un golpe de Estado encabezado por Fulgencio Batista derrocó al gobierno de la Revolución de 1933, que lo había convertido en jefe del ejército. El presidente nacionalista Ramón Grau San Martín se rindió sin combate.
Batista y la Embajada norteamericana pusieron como presidente a Carlos Mendieta. El y su sucesor, Miguel Gómez, eran la cobertura ‘institucional’ del poder real, el ejército.
En febrero de 1935, estalló una gran huelga docente, que rápidamente concitó el apoyo de los estudiantes, se extendió a otros sectores obreros y adquirió un carácter político. La CNOC - dirigida por el partido comunista- recién convocó a la huelga general el 10 de marzo, "cuando el movimiento ya no tenía posibilidades de victoria"1.
La represión fue brutal. Fueron instauradas la ley marcial y la pena de muerte. La Universidad de La Habana fue ocupada militarmente y la autonomía universitaria revocada. La sede de la Federación Obrera de La Habana fue destruida. Los partidos y sindicatos fueron ilegalizados y se establecieron tribunales sumarios. Miles de sindicalistas fueron encarcelados. Antonio Guiteras fue asesinado.
En el curso de 1935, en consonancia con el giro de la Internacional Comunista hacia los frentes populares, el PC de Cuba llamó a formar un “frente antifascista”. Blas Roca, su secretario general, escribía entonces que “la revolución cubana se encuentra hoy en su fase nacional (…) confraternizamos, en el interés común de la liberación de nuestro país, con todos los sectores de la población, del proletariado a la burguesía nacional, que pueden y deben constituir un vasto frente contra el opositor extranjero”.2 Grau San Martín y el Partido Auténtico rechazaron la invitación. El stalinismo terminaría construyendo su “frente antifascista”… con Batista.
La Constituyente de 1940
En 1937, como preparativo de la candidatura presidencial de Batista, fueron liberados 3.000 presos políticos, se convocó a una Asamblea Constituyente y se legalizó a los partidos. En mayo de 1938, el PC declaró públicamente que Batista era “un defensor de la democracia”. Al mismo tiempo, luego de una reunión con Blas Roca en un cuartel militar, Batista reconoció al PC como un “partido democrático”.3
En enero de 1939, el PC presentó candidatos propios a la Constituyente con un programa “antifascista” (igualdad de derechos para mujeres y negros; auxilio a los desocupados; defensa a los campesinos contra los desalojos; defensa de la economía nacional y de la patria contra el fascismo).
La lista del PC obtuvo 90.000 votos y 6 bancas. Se incorporaron algunos de sus planteos a la Constitución (derecho al trabajo; libertad de organización sindical y derecho de huelga; jornada de 8 horas diarias y 48 semanales; contratos colectivos escritos; previsión social y prohibición del trabajo a los menores de 14 años). Blas Roca calificó a esta Constitución - que no tocaba un ápice de la dominación imperialista ni del monopolio del poder en manos del ejército y de Batista- como “una Constitución progresista, democrática, contenedora de las principales reivindicaciones del mejoramiento popular y capaz de servir de arma inapreciable para la defensa de la economía nacional”.4
También en enero de 1939 se fundó la Central de Trabajadores de Cuba (CTC). Ochocientos delegados asistieron a la fundación de la nueva central, que eligió al stalinista Lázaro Peña como secretario general. La “Comisión Obrera del Partido Auténtico” (animada por sindicalistas que habían roto con el trotskismo, como Sandalio Junco) no participó del Congreso fundacional.
Cogobierno Batista-PC
En julio de 1940 se realizaron las elecciones generales. Ganó la “Coalición Socialista Democrática” de Batista. El PC integraba la coalición ganadora; obtuvo 10 diputados, la intendencia de Santiago de Cuba, cientos de concejalías y puestos en el ministerio de Trabajo.
Luego de la invasión nazi a la URSS, el PC reforzó su alianza con Batista. La CTC, dirigida por el PC, llamó a “evitar las huelgas como solución a los conflictos obreros patronales (…) a recurrir al arbitraje y a las negociaciones con el fin de garantizar los suministros cubanos al frente de guerra”.5
La regimentación no pudo evitar las huelgas que nacían de los reclamos más elementales. Entre 1942 y 1945, las huelgas registradas en el Tribunal de Urgencia de La Habana fueron más de 180. Entre las más importantes estuvieron la de la mina Matahambre, la de Ron Baccardi y la de los textiles, que duró 52 días; también hubo huelgas en gráficos, transportes, ferroviarios, agrícolas, la construcción y la industria azucarera. La sistemática oposición a las huelgas por parte de los dirigentes stalinistas llevaría a los trabajadores a apoyar, de manera creciente, a los sindicalistas provenientes de la Comisión Obrera del Partido Auténtico.
En 1943, el PC cambió su nombre al de Partido Socialista Popular (PSP) y dos de sus dirigentes - Juan Marinello y Rafael Rodríguez- ingresaron al gabinete de Batista como ministros sin cartera.
Los gobiernos auténticos
En las elecciones de 1944, el candidato de Batista fue derrotado por Grau San Martín, candidato del Partido Auténtico. El PC apoyó al candidato de Batista.
Los sindicalistas auténticos comenzaron a disputar a los stalinistas la dirección de la CTC. El propio Grau San Martín frenó las hostilidades porque necesitaba el respaldo del PSP. Su posición no era sólida: no tenía mayoría parlamentaria y Batista dominaba el ejército. El PSP y el gobierno llegaron a un acuerdo: una representación equitativa en la CTC, con Lázaro Peña como secretario general, y el apoyo auténtico a la designación del stalinista Juan Marinello como vicepresidente del Senado; a cambio, el PSP apoyaría al gobierno en el parlamento.
El acuerdo duró poco. En las parlamentarias de 1946, el PA obtuvo la mayoría parlamentaria y rompió la alianza. La CTC se dividió. La mayoría de los sindicatos importantes se alineó en la “CTC auténtica”. El sindicato del azúcar quedó en manos de los stalinistas, pero los “auténticos” formaron un nuevo sindicato que rápidamente se convirtió en mayoritario. Carlos Prío Socarrás, ministro de Trabajo, reconoció a la “CTC auténtica”. El retroceso del PSP en el movimiento sindical era imparable: en el último congreso de la CTC antes del golpe de 1952, el PC dirigía sólo 20 de los 300 sindicatos representados. A través de la burocracia “auténtica”, el movimiento sindical quedó fuertemente integrado al Estado.
Prío Socarrás sucedió a Grau San Martín como presidente en 1948. Ambos se caracterizaron por una entrega nacional y una corrupción rampantes, que llevarían al estallido del Partido Auténtico.
El Partido Ortodoxo
En diciembre de 1946, el senador auténtico Eduardo Chibás, denunció a Grau San Martín por “traición” y por la extendida corrupción; en mayo de 1947, Chibás rompió con el gobierno y formó el “Partido Ortodoxo”.
Los “ortodoxos” levantaron un programa nacionalista: “devolver las tierras y las riquezas del país a los cubanos; diversificar la producción agrícola; liquidar el monocultivo de azúcar; ‘cubanizar’ el comercio exterior; nacionalizar los servicios municipales; garantizar el derecho al trabajo y la elevación de los salarios”.6
Rápidamente atrajeron el apoyo popular, en particular de la juventud universitaria, del movimiento obrero, e incluso de la burguesía y la pequeñoburguesía menos ligada a los negocios con Estados Unidos. La juventud ortodoxa estaba a la izquierda del partido; un manifiesto publicado en 1948 denunciaba al “imperialismo capitalista” y reivindicaba el “sistema social socialista”.7
El golpe de Batista
Los “ortodoxos” aparecían como los principales candidatos para las elecciones de 1952; el suicidio de su fundador, en 1951, había elevado aún más la audiencia ortodoxa entre las clases medias y la juventud.
El gobierno auténtico de Prío Socarras se descomponía aceleradamente. Batista había formado el Partido Acción Unitaria (PAU) para candidatearse como presidente. El PSP (stalinismo) llamó a los ortodoxos, a Batista y a otros partidos a formar un frente común contra el candidato auténtico Carlos Hevia.8 Los ortodoxos y Batista rechazaron la invitación.
El candidato ortodoxo Carlos Agramonte era el favorito. Para impedir su victoria, Batista y la Embajada norteamericana montaron un golpe de Estado. Los preparativos del golpe eran perfectamente conocidos por el gobierno, a través de detallados informes de la propia inteligencia militar. Prío Socarrás no movió un dedo contra los golpistas, que lo derrocaron el 10 de marzo de 1952.
No hubo reacción al golpe. Ni la CTC dominada por la burocracia auténtica ni el PSP esbozaron la menor resistencia. Los dirigentes ortodoxos instaron al pueblo a realizar acciones de boicot como no comprar zapatos, ropas o ir al cine.
La resistencia efectiva quedó en manos de los estudiantes universitarios y los militantes ortodoxos de base; el centro inicial de la resistencia fue la Universidad de La Habana. Su principal animador era un joven abogado, dirigente de la Federación Universitaria y (frustrado) candidato ortodoxo a diputado por La Habana. Su nombre era Fidel Castro.
Apenas dos semanas después del golpe, el abogado Castro presentó una demanda penal contra Batista por violar la Constitución e impedir la realización de elecciones. El Tribunal la rechazó. En un acto realizado en agosto de 1952 en La Habana, Fidel Castro rechazó los boicots promovidos por la dirección ortodoxa y señaló que “la respuesta a la violencia del dictador debería ser dada por las armas”. Fue aplaudido por la multitud.9
Pocos meses después, con el asalto del Cuartel de Moncada, Castro y sus compañeros comenzarían con la crítica de las armas.
Notas
- Alonso Junior, Odir: “A Esquerda Cubana antes da Revolucao: anarquistas, comunistas e trotskistas”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- Bandera Roja (periódico clandestino del PCC, diciembre de 1936); citado por Alonso Junior, Odir, op. cit.
- Alonso Junior, Odir: op. cit.
- “Informe rendido por Blas Roca ante la reunión plenaria del comité ejecutivo nacional de la Unión Revolucionaria Comunista, celebrada el domingo 23 de junio de 1940, en el Salón de Torcedores”; reproducido en Selección de artículos y documentos para la historia del movimiento obrero y de la revolución socialista de Cuba, Tomo III, segunda parte, Minfar, 1983.
- Crespo, Oliver y Fabián Humberto: “La lucha antifascista en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial”; en Lamas González, Ana y López Suárez, Gladys (comp.), Antecedentes históricos de la Revolución Socialista de Cuba; Ministerio de Educación Superior, La Habana, 1987.
- Citado por Lorenzo R. (y otros): “Papel de los partidos políticos en la sociedad neocolonial y su relación con la política externa de Estados Unidos, en la etapa de 1946 a 1952”; en Lamas González, Ana y López Suárez, Gladys (comp.), Antecedentes históricos de la Revolución Socialista de Cuba; Ministerio de Educación Superior, La Habana, 1987.
- “El pensamiento ideológico y político de la Juventud Cubana”, editado por la Organización Juvenil del Partido Ortodoxo (1948); citado por Lorenzo R. (y otros), op. cit.
- Lorenzo R. (y otros): op. cit.
- Tutino, Saverio: “L’Octobre cubain”; citado por Alonso Junior, Odir; “O Proceso Revolucionário: 1953/59”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
La Revolución Cubana IV
El asalto al cuartel Moncada
Los partidos y sindicatos establecidos -auténticos, ortodoxos, stalinistas- quedaron paralizados ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista del 10 de marzo de 1952. La resistencia comenzó en la juventud; su epicentro fue la Universidad de La Habana.
Desde el mismo 10 de marzo, Fidel Castro -dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y frustrado candidato ortodoxo a diputado por La Habana- comenzó una vasta tarea de agitación. Se presentó ante los tribunales para exigir que Batista fuera condenado por violar la constitución; su presentación fue rechazada.
Poco después, a mediados de 1952, en una concentración en La Habana, Castro planteó que “la respuesta a la violencia del dictador debería ser dada por las armas”.1 Fue ovacionado por una concurrencia mayoritariamente juvenil.
Poco menos de un año después, el 26 de julio de 1953 comandaba el asalto al cuartel Moncada.
Preparación
Cuando Castro dio su discurso en La Habana, los preparativos para la acción armada ya habían comenzado. Con el respaldo de algunos de sus compañeros de la FEU y de la juventud del “partido ortodoxo”, Castro comenzó a crear decenas de células, especialmente en La Habana. Las integraban estudiantes, empleados estatales, artesanos y algunos obreros del azúcar.
El grupo tuvo un rápido desarrollo; según Fidel Castro, a mediados de 1953 ya organizaban unos 1.200 militantes.2 La organización se diferenciaba de las existentes por su organización celular, especialmente concebida para combatir a una dictadura sanguinaria. Era independiente de los partidos opositores: “No había dirigentes oficiales de ese partido (ortodoxo) en la organización nuestra (…) Era una organización al margen de los partidos políticos”, recordaría Castro.3
El grupo comenzó a resolver problemas prácticos. Para no despertar las sospechas de los servicios de inteligencia, se compraron exclusivamente armas de caza. “Las adquirimos legalmente (…) fue tan eficiente el trabajo, que conseguimos que las armerías nos dieran crédito; las últimas armas las compramos a crédito casi todas”.4
Castro pensaba que la toma de un gran cuartel encendería la llama de la rebelión popular contra la dictadura; su plan político se reducía a realizar una acción resonante para despertar la conciencia popular. Según el propio Fidel Castro, “nosotros pensábamos ocupar las armas del campamento; pensábamos hacer un llamamiento a la huelga general de todo el pueblo”.5 El llamamiento que pensaban difundir era el último discurso de Eduardo Chibás, fundador del Partido Ortodoxo, antes de su suicidio en 1951.6
El blanco elegido fue la segunda mayor instalación militar de la isla, el cuartel de Moncada en Santiago de Cuba. Aunque el objetivo del ataque era desatar una sublevación popular, ninguno de los integrantes del grupo -con la excepción del propio Castro y de otro militante- tenía relación con el movimiento de masas de Santiago; la mayoría ni siquiera conocía la ciudad. Por razones conspirativas, según explicó el propio Castro, “había un compañero del Movimiento que vivía en Santiago de Cuba; era el único (…) no queríamos reclutar personal de Santiago para disminuir los riesgos de que pudiera haber una indiscreción”.7
Ataque
El plan de ataque previó varios blancos. Al Moncada se dirigirían los dos grupos mayores, encabezados por el propio Fidel Castro. Los objetivos secundarios eran el cuartel Bamayo, el tribunal provincial y el hospital civil. Se resolvió atacar en la víspera del carnaval, una época en que la guardia estaría reducida. En total, 134 militantes participaron de las acciones.
Después de duros tiroteos, el grupo encabezado por Raúl Castro tomó el tribunal; el de Abel Santamaría ocupó el hospital. Pero la toma del Moncada fue un rotundo fracaso. Después de tres horas de combate, el grupo atacante comenzó a replegarse.
Diez atacantes murieron en combate. Más de 70 se rindieron; fueron asesinados luego de ser horriblemente torturados. En las horas posteriores al ataque, la policía asesinó a decenas de opositores en Santiago.
Fidel Castro logró huir; fue capturado varios días más tarde. Salvó la vida por casualidad. El oficial que comandaba la cuadrilla que lo capturó había sido su compañero en la universidad; le advirtió que no diera su nombre porque sería asesinado en el acto. Luego, entregó a Castro a la policía; no a los militares.
Juicio
El 21 de septiembre comenzó el juicio contra los sobrevivientes del ataque. Como abogado, a Castro se le permitió ejercer su propia defensa.
Fidel Castro convirtió su defensa en una violenta denuncia de la tortura y el asesinato de los militantes que se habían rendido, de la sistemática violación de los derechos de juicio y, por sobre todo, en una sistemática y pormenorizada denuncia del régimen de Batista, de las privaciones de las masas empobrecidas y de la opresión nacional y social en Cuba.
Castro logró poner en el banquillo al régimen de Batista. Su alegato comenzaba a tener tal repercusión que el gobierno intentó impedir que su voz llegara al público. Se lo declaró oficialmente “enfermo” para impedirle concurrir a las sesiones. Castro protestó. Recién el 16 de octubre pudo volver a estar presente en las sesiones, que ya no se desarrollaron en el tribunal sino en una sala de enfermeras del hospital civil.
En su alegato, Castro formuló los objetivos políticos de su movimiento: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación, el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya resolución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.8
El “programa del gobierno revolucionario” incluía medidas como el asentamiento de cien mil campesinos arrendatarios, la expropiación del latifundio, la recuperación de las tierras usurpadas al Estado, la rebaja de los alquileres, la nacionalización de las compañías de electricidad y teléfono; la participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas. Del programa inicial de los “ortodoxos” -la crítica a la corrupción gubernamental- Castro había comenzado a evolucionar hacia una plataforma antiimperialista.
El alegato de Castro, que entró en la historia por su frase final -“La historia me absolverá”- fue editado clandestinamente; ya en 1954 circulaban miles de copias. Desde la cárcel, Fidel seguía celosamente la distribución del “programa” y su efecto en las nuevas capas de militantes; era un síntoma de que la evolución política de las masas comenzaba a entrar entre sus preocupaciones fundamentales.
Fue condenado a 15 años de prisión, que debería cumplir en la isla de Los Pinos.
De vuelta a la lucha
El fiscal trató de probar que los dirigentes opositores exiliados habían dado dinero y apoyo a los rebeldes. Castro lo negó con vehemencia. También negó que algún miembro del PSP (stalinista) hubiera participado en el ataque.
No se trataba de argucias judiciales. La dirigencia política opositora, sin excepciones, repudió a Fidel Castro. Los “auténticos” y las distintas fracciones “ortodoxas” en el exilio se planteaban negociar un acuerdo con Batista. El stalinismo, que había participado con varios ministros en anteriores gobiernos de Batista, repudió el ataque porque “perturbaba la constitución de un frente nacional” con los “auténticos” y “ortodoxos”. No criticaba sus limitaciones; lo atacaba desde la derecha. Pasados tres años, el PSP seguía caracterizando que el asalto al Moncada había sido “peligroso y estéril”.9
El aislamiento de Fidel Castro respecto de los aparatos políticos contrastaba con su enorme (y creciente) popularidad entre la juventud.
A fines de 1954, Batista convocó a elecciones; los auténticos, los ortodoxos y los stalinistas anunciaron su participación. Aunque a último momento se retiraron, sirvieron al éxito de la maniobra. El 15 de mayo de 1955, Fidel Castro y sus compañeros fueron amnistiados y salieron en libertad.
Como habían prometido durante el juicio, volvieron inmediatamente a la lucha.
Notas
- Tutino, Saverio: “L’Octobre cubain”; citado por Alonso Junior, Odir; “O Proceso Revolucionário: 1953/59”, en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- “La estrategia del Moncada”, reportaje a Fidel Castro; publicado en Casa de las Américas, julio/agosto de 1978; reproducido en Moncada: La acción, Editora Política, La Habana, 1981.
- Idem anterior.
- Idem anterior.
- Idem anterior.
- Draper, Theodore: Castrismo. Teoría y práctica, Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1965.
- “La estrategia del Moncada”, reportaje a Fidel Castro, op. cit.
- Huberman, Leo y Sweezy, Paul: Cuba: Anatomía de una revolución, Editorial Palestra, Buenos Aires-Montevideo, 1961.
- “Carta semanal”, 10 de octubre de 1956. Citado por Draper, T. op. cit.
La Revolución Cubana V
El desembarco del Granma
El 15 de mayo de 1955, Fidel Castro y sus compañeros sobrevivientes del ataque al cuartel Moncada fueron amnistiados y liberados de la prisión de la Isla de los Pinos. Comenzaba una nueva etapa de lucha.
Apenas liberado, Fidel Castro pasó a organizar su partido. En una reunión clandestina, celebrada en La Habana en julio de 1955, nació el “Movimiento Revolucionario 26 de Julio”. El nuevo movimiento declaró que su objetivo era el derrocamiento de la dictadura para implementar el “programa del gobierno revolucionario” esbozado por Fidel Castro en su alegato durante el juicio por el asalto al Moncada.
Casi inmediatamente, adhirieron al MR26 el Movimiento Nacional Revolucionario y la Acción Liberadora Nacional. Esta última organización, encabezada por el joven y enérgico dirigente universitario Frank País García, tenía una amplia penetración en la provincia de Oriente (Santiago de Cuba).
El nuevo movimiento era objeto de un celoso control de los servicios de inteligencia y de una férrea censura. Los medios que entrevistaban a Castro o difundían sus posiciones eran cerrados, suspendidos o perseguidos. El MR26 resolvió entonces enviar a una parte de su dirección a México para preparar una nueva resistencia armada. La dirección del MR26 en Cuba, encargada de realizar el trabajo preparatorio de la invasión, quedó en manos de Frank País.
Ernesto Guevara
En junio de 1955, Fidel Castro conoció a Ernesto Guevara, que había llegado a México huyendo de Guatemala, donde había participado de las tentativas de defender al gobierno nacionalista de Jacobo Arbenz.
Guevara había sido testigo de la invasión armada por la CIA para derrocar a Arbenz (que gobernaba con el respaldo del stalinismo). Arbenz disuadió de resistir a los pocos militares que intentaron defenderlo; toleró el boicot norteamericano a la compra de armas por parte del gobierno constitucional; renunció cuando había que organizar la resistencia. El stalinismo - tan paralizado como el gobierno- impidió la movilización de los obreros y campesinos y rechazó los pedidos de reparto de armas entre el pueblo para defender al gobierno.
Todos sus biógrafos coinciden en que Guevara - que estuvo entre los que recorrieron febrilmente las calles de Guatemala reclamando el reparto de armas al pueblo- quedó profundamente impresionado por esta rendición sin combate de los nacionalistas y stalinistas guatemaltecos.
Esta experiencia - que llevó a Guevara a la conclusión de la necesidad de armar al pueblo- coincidía con la que seis años antes había vivido el propio Castro en Bogotá. Como delegado a un congreso universitario, Castro estaba en la ciudad cuando estalló el Bogotazo, la rebelión que siguió al asesinato de del líder popular Jorge Eliécer Gaitán por la derecha. Según sus biógrafos, Castro estuvo en las calles en esos días y recogió la experiencia de su participación en la rebelión.
Guevara se incorporó inmediatamente al MR 26.
La preparación
de la nueva invasión
Apenas llegada a México, la dirección del MR 26 comenzó a establecer un nuevo plan de resistencia armada a la dictadura de Batista.
Para recaudar fondos, Castro inició una gira por Estados Unidos. En un acto realizado en Nueva York, anunció que en 1956 se iniciaría la lucha armada contra Batista. Cuando algunos de sus compañeros lo criticaron por dar a conocer sus planes al enemigo, Castro respondió “quiero que todo el mundo sepa en Cuba que yo voy. Deseo que tengan fe en el Movimiento 26 de Julio (…) aunque sé que militarmente puede ser perjudicial. Es una guerra psicológica”.1 A diferencia de la preparación del asalto al Moncada, los aspectos políticos comenzaban a tener preeminencia sobre los exclusivamente militares.
Fidel Castro regresó de Estados Unidos con 50.000 dólares. En México, unos ochenta militantes se instruían militarmente bajo la dirección del coronel Alberto Bayo, un veterano militar cubano de la Guerra Civil Española. La instrucción militar se realizó en condiciones de clandestinidad y bajo la sistemática presión de los servicios de inteligencia cubanos y mexicanos.
Durante la preparación de la invasión, Castro intentó mantener contactos con diferentes organizaciones cubanas. Ninguna fracción “ortodoxa” quiso participar o ayudar a financiar la invasión; también el PSP (stalinistas) repudió la invasión.
El PSP fijó su posición en una “Carta del Comité Nacional del Partido Socialista Popular al Movimiento 26 de Julio”, fechada en febrero de 1957. “En ese documento clave, los comunistas cubanos expresaban su ‘radical discrepancia con las tácticas y planes’ propuestos por Fidel Castro (…) Insistían en que la acción armada era una táctica equivocada. Defendían la política de resistir al gobierno ‘con toda expresión pacífica de la voluntad popular’…”.2
Su rechazo a la invasión fue ratificado en otro documento, una carta enviada por Juan Marinello, dirigente del PSP, al periodista norteamericano Herbert Matthews. “En los momentos actuales y en relación con los asaltos a los cuarteles y a las expediciones desde el exterior -producidos sin contar con el pueblo- nuestra posición es clara: estamos contra esos métodos”.3 Marinello informaba que el objetivo del PSP era llegar a “elecciones”, para lo cual proponía un “Frente Democrático de Liberación Nacional”, con los “ortodoxos” y “auténticos”.
El único que respondió afirmativamente a la invitación del MR26 fue el Directorio Revolucionario. Era una organización de origen católico, independiente de los partidos, ligada a la Federación de Estudiantes Universitarios. Su principal dirigente, José Echeverría, viajó en agosto de 1956 a México donde firmó con Castro un “pacto de acción” en el que acordaban “unir sólidamente sus esfuerzos” para derrocar al régimen de Batista mediante “la insurrección armada secundada por la huelga general”.4
A fines de 1955, Castro produjo una importante clarificación política al romper públicamente con el Partido Ortodoxo, al cual se encontraba, todavía, formalmente afiliado. En esa época, los “ortodoxos” intentaron negociar con Batista una “salida política” que terminó en un previsible fracaso. Castro denunció la componenda y rompió públicamente con ellos.
El plan político
de la invasión
Para Castro, la invasión debía ser el detonante de una sublevación general contra la dictadura. El plan de la nueva invasión, retomaba muchos aspectos del plan inicial del asalto al Moncada. Pero, a diferencia de aquel, la acción militar debía coordinarse - y subordinarse- al trabajo preparatorio del MR26 al interior de Cuba y al propio levantamiento que señalaría el inicio de la rebelión.
A fines de 1955, había tenido lugar una exitosa huelga general de los trabajadores del azúcar. Al mismo tiempo, Batista comenzaba a enfrentar las conspiraciones de camarillas militares rivales. Así, la invasión empalmaba con una crisis política y un movimiento de masas en ascenso.
Para el MR26, la invasión -y la acción armada en la sierra- debía ser secundaria respecto de la acción insurreccional en las ciudades. La invasión era, en lo esencial, “otra manera de lograr una base urbana en la provincia de Oriente” desde donde lanzar “una campaña nacional de sabotaje y agitación que debía culminar en una huelga general”.5 Para el propio Castro, “la estrategia del golpe decisivo se basa sobre la huelga general revolucionaria, secundada por la acción militar”.6
“Hasta tal punto no pensaba Castro en una prolongada guerra de guerrillas que no había hecho ningún esfuerzo por estudiar la geografía de la región ni para tratar de crear allí algún tipo de organización”.7
El plan preveía el desembarco de la fuerza invasora en Niquero, en las cercanías de Santiago de Cuba. Allí debería estallar, en coincidencia con el desembarco, una insurrección. Como la organización encabezada por Frank País tenía un desarrollo tumultuoso, la dirección del MR26 resolvió adelantar la invasión. La fecha del levantamiento fue fijada en el 30 de noviembre de 1956.
El 25 de noviembre, embarcados en el yate Granma, 82 militantes del MR 26 partieron rumbo a Cuba.
El fracaso de la invasión
Faustino Pérez, uno de los sobrevivientes, fue muy directo al caracterizar el fracaso del desembarco: “Todo salió mal”.
La travesía del Granma fue azarosa. Llegó dos días más tarde de lo planificado a un lugar equivocado. El yate encalló; los invasores llegaron a la costa después de cuatro horas de chapotear en el barro. Perdieron la mayoría de su equipo. Para entonces, el levantamiento en Santiago había terminado.
Bajo el comando de Frank País, cientos de militantes del MR26 se levantaron en la capital de Oriente. Fracasaron en el asalto al Moncada pero lograron tomar el cuartel de policía y liberar a cientos de presos políticos. Los trabajadores de la vecina Guantánamo se declararon en huelga; la central azucarera Ermita fue ocupada por sus trabajadores. Levantamientos y huelgas similares se produjeron en las provincias de Holguín y Matanzas. Tras cinco horas de combate, los milicianos de Santiago comenzaron a retirarse ordenadamente.8
Después del desembarco, los milicianos del Granma deambularon por las montañas. La zona a la que habían llegado carecía de vegetación densa; no podían ocultarse de los bombardeos de la aviación ni de las patrullas del ejército. Durante la persecusión, varias decenas murieron en combate; los que se rindieron, fueron asesinados inmediatamente. Castro dio la orden de dividirse en pequeños grupos y escapar por sus propios medios.
Sólo 19 lograron escapar. Después de más de una semana, los campesinos de la organización de País lograron reunir a los grupos dispersos en las zonas más aisladas de la Sierra Maestra.
Cuando los grupos lograron reunirse, Castro anunció a sus hombres - agotados, perseguidos, sin armas ni equipo- que “¡Los días de la dictadura están contados!”.9 Les anticipó que el 26 de Julio aplastaría a la dictadura a la cabeza de un levantamiento popular.
Equipo Aniversarios
Notas
- Dubois, Jules: “Fidel Castro”; citado por Huberman, Leo y Sweezy, Paul: Cuba: Anatomía de una revolución, Editorial Palestra, Buenos Aires-Montevideo, 1961.
- Draper, Theodore: Castrismo. Teoría y práctica, Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1965.
- Idem anterior.
- Idem anterior.
- Pérez, Faustino: “Bohemia”, 11 de enero de 1959; citado por Draper, Theodore; op. cit. Faustino Pérez era miembro de la dirección del MR26.
- Fidel Castro: “Manifiesto del 12 de marzo de 1958”; citado por Draper, Theodore; op. cit.
- Fidel Castro: “Revolución”, 2 de diciembre de 1961; citado por Draper, Theodore; op. cit.
- Alonso Junior, Odir: “O processo revolucionário: 1953/1959”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- Huberman, Leo y Sweezy, Paul: op. cit.
La Revolución Cubana VI
El fracaso de la huelga general de abril de 1958
En noviembre de 1956, el desembarco del Granma y la instalación de la guerrilla del MR26 en la Sierra Maestra señalaron el inicio de una nueva etapa en la lucha contra Batista.
Durante varios meses, la guerrilla se vio obligada a mantenerse prácticamente inactiva, librando pequeños combates. Mientras tanto, en Santiago crecía la actividad revolucionaria. Las huelgas y manifestaciones eran regulares; también los atentados a instalaciones oficiales. La tensión revolucionaria comenzaba a extenderse hacia el occidente.
La influencia del MR26 crecía, especialmente entre la juventud. Frank País, su jefe en Santiago, era una personalidad política descollante. Con apenas 22 años, estaba al frente de la organización de las huelgas, las manifestaciones y del abastecimiento de la guerrilla.
A comienzos de mayo de 1957, el Directorio Revolucionario, que actuaba de común acuerdo con el MR26, intentó un ataque de grandes proporciones: tomar el palacio presidencial en La Habana y asesinar a Batista. El MR26 se opuso; Castro repudió el plan de asesinar a Batista: planteaba que debía ser detenido para someterlo a un tribunal popular. (1) El ataque fue un fracaso; José Echeverría, jefe del DR, murió en combate. Los sobrevivientes del DR se incorporaron a la guerrilla en la Sierra.
El 28 de mayo de 1957, la guerrilla obtuvo su primer éxito de importancia en el ataque al cuartel de Uvero. Luego de este combate, Batista concentró sus tropas en las guarniciones más grandes. La guerrilla pudo terminar su etapa del nomadismo y dominar una parte de la Sierra. Se instalaron hospitales, escuelas y fábricas de campaña y se estableció una segunda columna, bajo el mando del Che Guevara.
Huelga general en Santiago
El 30 de julio de 1957, en Santiago, la policía asesinó a Frank País. Inmediatamente explotó una huelga general que durante cinco días paralizó la ciudad. Rápidamente, se extendió a toda la provincia de Oriente y a Camaguey. El funeral del joven revolucionario dio lugar a una manifestación popular sin precedentes en la ciudad. La huelga mostró la madurez que iba adquiriendo el proceso revolucionario.
El MR26 intentó una nueva insurrección, con la colaboración de efectivos de la Marina de la base naval de Cayo Loco, sublevados contra la oficialidad. El 5 de septiembre, militantes del MR26 y marineros sublevados tomaron a la base, apresaron a su comandante y distribuyeron armas entre la población. La vecina Camaguey quedó en manos de los sublevados. Durante doce horas la ciudad fue atacada por la aviación; los focos de resistencia fueron aplastados con tanques y artillería. El alférez San Román, jefe de los sublevados, fue asesinado luego de haberse rendido; decenas de civiles y marinos, detenidos y ejecutados, fueron enterrados en fosas comunes. La rebelión de los marinos de Cayo Loco mostraba la descomposición del ejército de Batista.
Maniobras contra el MR26
A comienzos de julio de 1957, Castro recibió en su cuartel de la Sierra a Raúl Pazos (ex presidente del Banco Nacional, considerado el principal economista de Cuba), a Roberto Agramonte y a Raúl Chibás (dirigentes del partido Ortodoxo). Firmaron el “Manifiesto de la Sierra Maestra”, que planteaba la unidad de todos los partidos de la oposición; rechazaba cualquier mediación extranjera y cualquier gobierno provisorio (civil o militar) que reemplazaran a Batista; y reivindicaba una reforma agraria que devolviera sus tierras a los campesinos expropiados y distribuyera parcelas no cultivadas entre los sin tierra.
En el seno del MR26, sin embargo, aparecieron divergencias entre los dirigentes del “llano” (Felipe Pazos, Ray) y los de la “sierra” (Fidel, Guevara). Los del ‘llano’ “provenían en general de grupos nacionalistas católicos y conservaban sus prejuicios anticomunistas y sus conexiones con los partidos burgueses tradicionales. Los de la ‘sierra’ crecían entre círculos más plebeyos, evolucionaban hacia la izquierda y habían incorporado a cuadros internacionalistas de la envergadura del ‘Che’. En el monte no se bloqueaba la radicalización política de los nuevos militantes, mientras que en la ciudad la animosidad hacia el socialismo no cesaba. En pleno desarrollo de la guerra, maduraba dentro del 26 de Julio un futuro choque político”. (2)
En octubre, se reunieron en Miami representantes del Directorio Revolucionario, de los partidos Ortodoxo y Auténtico y de otros grupos menores; el MR26 estuvo representado por Felipe Pazos.
El encuentro se celebró en momentos en que el gobierno de Batista enfrentaba una descomposición acelerada: había conspiraciones militares en su contra y el gobierno de Eisenhower reclamaba elecciones anticipadas. Las negociaciones de Miami reunían a las principales fuerzas de la oposición burguesa. El operador de la reunión era el ex presidente ‘auténtico’ Prío Socarras. La naturaleza de la maniobra quedó en claro cuando los opositores de Miami designaron como futuro presidente a Felipe Pazos, el principal dirigente del ‘llano’ del MR26, y se reservaron el derecho de designar a sus ministros.
Castro denunció de inmediato el “pacto de Miami”, la actuación de los representantes del MR26 y retiró a su movimiento del acuerdo. Aprovechó para enfatizar que “el poder sería tomado por una huelga general de carácter insurreccional”. (3) En respuesta a la designación de Pazos, Castro anunció que el futuro presidente sería Francisco de Urrutía, un ex juez de la dictadura que había roto con Batista, el cual designaría libremente a sus ministros. Con la designación de Urrutía, que no era castrista, Castro buscaba neutralizar la capacidad de acción de los aliados de Miami, con los que acababa de romper.
Abril de 1958
A fines de 1957, las tropas de Batista abandonaron toda tentativa de controlar la Sierra Maestra; el Ejército Rebelde -que contaba con menos de 500 hombres en condiciones operativas- creó otras dos nuevas columnas, al mando de Raúl Castro y Camilo Cienfuegos. En febrero de 1958, comenzó a transmitir “Radio Rebelde”, que rápidamente se transformó en una gigantesca herramienta de agitación revolucionaria.
Las direcciones urbanas del MR26 plantearon que había llegado el momento de convocar a la huelga general que derrocaría a Batista. Aunque la dirección del Ejército Rebelde la consideró “prematura” (4), prevaleció la opinión de las direcciones urbanas: la huelga fue fijada para el 9 de abril de 1958.
Los preparativos se iniciaron en marzo. En el medio sindical, la organización recayó en el FON (Frente Obrero Nacional), dirigido por el MR26; la FEU organizó la huelga entre los estudiantes.
El PSP (stalinista) no fue invitado a participar en la preparación de la huelga. Recién en febrero, el PSP había dejado de rechazar públicamente la actividad guerrillera del MR26. Lo hizo de manera ambigua, ya que resolvió “apoyar al mismo tiempo, ‘la lucha armada en el campo y la lucha no armada y civil en las ciudades’…”. (5) Esta posición reflejaba un compromiso entre dos fracciones de la dirección del PSP, enfrentadas acerca de la posición a adoptar ante el castrismo. En estas condiciones, el MR26 no dio participación al PSP en la preparación de la huelga general.
La huelga comenzó a las 11 de la mañana en La Habana. La paralización en otras ciudades --Santiago, Camaguey, Pinar del Río y Cienfuegos-- fue total, pero no pudo consolidarse en la capital. A media tarde, la resistencia había terminado.
“Carlos Rafael Rodríguez, el más inteligente de los dirigentes comunistas, esperaba que el fracaso de la huelga convenciera a Castro de la necesidad de incluir a partidarios de Grau y Prío (dirigentes ‘auténticos’) en un futuro gobierno y de bajar el tono de cualquier propaganda anti-norteamericana”. (6)
La huelga fracasó por su carácter prematuro y por la salvaje represión (Batista ordenó no tomar prisioneros). Pero entre las causas de su fracaso también hay que contabilizar el sabotaje del PSP y de una parte de las direcciones del ‘llano’ del MR26, favorables a la ‘salida negociada’ que impulsaba la Junta de Miami.
Con el fracaso de la huelga retrocedió la actividad revolucionaria en las ciudades; se reforzó el papel del Ejército Rebelde como la fuerza hegemónica de la lucha contra la dictadura.
Batista, que interpretó el fracaso de la huelga como la señal de que el MR26 estaba al borde de la derrota, lanzó una gigantesca ofensiva militar para aniquilarlo: aviones, tanques, ametralladoras, napalm y asesores norteamericanos; en total, 14 batallones y siete compañías independientes, para cazar a 300 combatientes del MR26.
Como después del Moncada, otra vez parecía que todo estaba perdido. Sin embargo, sólo siete meses separaban a Cuba de la victoria de la revolución.
Notas
- Draper, Theodore; “Castrismo. Teoría y práctica”; Ediciones Marymar; Buenos Aires; 1965.
- “Cuba: La revolución que se sobrepuso a sus errores (última parte)”; Prensa Obrera Nº167, 18 de diciembre de 1986.
- Alonso Junior, Odir; “O processo revolucionário: 1953/1959”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- Thomas, Hugh; “Cuba: The Pursuit of Freedom”; Harper & Row; Nueva York; 1971.
- Aníbal Escalante, Fundamentos, agosto de 1959. Citado por Draper, Theodore; Op. Cit.
- Carta de Carlos Rafael Rodríguez a Claude Julien (periodista de Le Monde). Reproducida por Thomas, Hugh; “Cuba: The Pursuit of Freedom”; Harper & Row; Nueva York; 1971.
La Revolución Cubana VII
La ofensiva final
El 9 de abril de 1958, el Movimiento Revolucionario 26 de Julio lanzó una huelga general revolucionaria para derrocar a Batista. La huelga fracasó; Batista lanzó entonces una enorme ofensiva militar contra la Sierra Maestra para aplastar al MR26.
La ofensiva contra la Sierra Maestra comenzó el 24 de mayo. Diecesiete divisiones -con el apoyo de tanques, artillería, aviación, bombas de napalm y asesores norteamericanos- fueron movilizadas para cazar a unos 300 guerrilleros. Al frente de la invasión de la Sierra fue puesto en general Cantillo. El ejército logró mantener la ofensiva sólo 25 días, en medio de emboscadas que le provocaron grandes bajas y de la hostilidad abierta de los campesinos. El 29 de junio, en el combate de Santo Domingo, la guerrilla inflingió una derrota aplastante a un enemigo superior. Las consecuencias de esa derrota fueron “extraordinarias”(1): el ejército de Batista comenzó a retirarse y, en el curso de un mes abandonó totalmente la Sierra Maestra.
El combate de El Jigué convirtió la retirada en desbande. Los jefes del ejército entraron en pánico. Las unidades se rendían sin combatir ante tropas manifiestamente inferiores en número y armamento. Otras, huían luego de abandonar sus armas, equipos y hasta uniformes.
El fracaso de la ofensiva contra la Sierra Maestra colapsó al ejército de Batista y selló la suerte del régimen.
Desde la Sierra, Fidel Castro se dirigió por radio a “los militares honestos”: “Estamos en guerra contra la tiranía, no contra las fuerzas armadas (…) El dilema del Ejército es claro (…) o da un paso adelante, sacuediéndose el cadáver del régimen de Batista (…) o comete suicidio como institución. Aquellos que hoy puede salvar al Ejército, no podrán hacerlo dentro de pocos meses. Si la guerra continúa otros seis meses, el Ejército se desintegrará totalmente”.(2)
¿Se trataba de un discurso de propaganda, que buscaba acelerar la descomposición del Ejército, o Castro alentaba un golpe de Estado que abriera la puerta al colapso final del régimen? La historia zanjó el asunto: seis meses después, el ejército de Batista se había desintegrado.
El Pacto de Caracas
El 20 de julio, con el ejército de Batista ya en retirada de la Sierra, se reunieron en Caracas todos los partidos de oposición. Acordaron “una estrategia común para derrotar a la dictadura a través de la insurrección armada”. Castro fue designado “comandante en jefe de las fuerzas de la revolución”; esto no significaba, sin embargo, que las otras fuerzas combatientes o políticas fueran puestas bajo su mando.
Dos políticos burgueses, el ex juez Francisco de Urrutía y el ex legislador José Miró Cardona fueron designados como presidente y primer ministro de un futuro gobierno.
“Este acuerdo (…) significaba en realidad un cese meramente temporario de las disputas internas, antes que una estrategia común”.(3)
La ofensiva final
En agosto, dos operaciones militares de la guerrilla comienzan a definir el curso de la guerra. La primera es la marcha de Fidel Castro hacia Santiago de Cuba con el objetivo de sitiarla; la segunda es la entrada de las columnas del Che Guevara y Camilo Cienfuegos en las provincias de Camaguey y Las Villas.
La ofensiva de Guevara y Cienfuegos -uno por el norte; el otro por el sur- tenía por objeto dividir la isla en dos y permitir que Castro puediera tomar Santiago sin que el ejército de Batista pudiera recibir auxilio. Era un plan audaz y ambicioso, más aún considerando lo exiguo de las fuerzas del MR26. La columna de Guevara tenía unos 150 hombres; la de Cienfuegos, menos de 100.
En el curso de esta campaña, Guevara mostró una gran capacidad militar. También mostró una gran capacidad política al llevar a una acción común a los distintos grupos locales (MR26, Partido Socialista Popular, Directorio Revolucionario, grupos provinciales) hasta entonces violentamente enfrentados.
Mientras Guevara y Cienfuegos cortaban a Cuba en dos y Castro comenzaba a sitiar Santiago, el Ejército oficial se derrumbaba con una velocidad que sorprendía a los propios jefes del MR26: se sucedían las rendiciones sin combate y las deserciones. El Ejército Rebelde, que a medidados de 1958 contaba con menos de 500 hombres armados, se había duplicado en el curso de pocos meses. Su armamento ya incluía algunos tanques, transportes, ametralladoras, morteros y equipos de comunicación sofisticados. Su principal “proveedor” era el propio ejército de Batista.
Ley de reforma agraria
En octubre, se reunió en la Sierra el “Congreso campesino en Armas”, que aprobó la “Ley Agraria de la Sierra”.
La ley agraria establecía que todos los tenedores de tierras públicas, arrendatarios, parceros que tuvieran menos de 27 herctáreas se volverían propietarios de sus tierras; los campesinos sin tierras recibirían sus 27 hectáreas, considerada la medida mínima de explotación. Las tierras fiscales serían repartidas; las propiedades de Batista serían confiscadas. Los propietarios que debieran ceder sus tierras serían indemizados.(4) La ley “no proscribía el latifundio” sino que remitía al futuro gobierno la obligación -ya establecida en la Constitución de 1940- de establecer un límite a su extensión.(5)
La ley sólo entraría en vigencia después de la caída de Batista, cuando fuera promulgada por el gobierno revolucionario.
En el mismo mes de octubre, cuando era claro que Batista caería en poco tiempo, el PSP (stalinista) declaró su apoyo al MR26 y solicitó su ingreso al “Pacto de Caracas”. Castro reclamó que el pedido fuera aceptado. En La Habana, sin embargo, hubo una fuerte hostilidad al ingreso del PSP, especialmente por parte de los representantes del MR26.(6)
Aún bajo la presión del propio Fidel, fracasaron varios intentos de incorporar al PSP al “Pacto de Caracas”. El PSP sólo fue aceptado en el frente sindical, donde su peso era relativamente importante: el FON (Frente Obrero Nacional), que era la “sección sindical” del “Pacto de Caracas”, pasó a llamarse FONU (Frente Obrero Nacional Unidos) con la incorporación a su dirección de algunos dirigentes sindicales del PSP. También el MR26 aceptó la incorporación de militantes del PSP en el Ejército Rebelde.
Los yanquis y Batista
Batista fue durante años el agente del imperialismo norteamericano en Cuba. Con el avance de la guerra civil, se produjo una división creciente en el “establishment” diplomático y de seguridad de Estados Unidos acerca de la posición adoptar frente a Batista.
Entre las dos posiciones extremas -la del embajador en La Habana, que presentó el plan para que un comando de la CIA asesinara a Castro en la Sierra, hasta los que planteaban sacarse de encima a Batista- había una vasta gama de posiciones y compromisos.
En marzo de 1958, los norteamericanos declararon un embargo de armas a los dos bandos combatientes en Cuba, lo cual no impidió que continuaran llegando armas norteamericanas a Batista mediante la “triangulación” de los envíos a través de la República Dominicana y Nicaragua e, incluso, como denunció personalmente Castro, de los propios Estados Unidos.(7)
En la medida en que la descomposición del régimen de Batista se aceleraba, se reforzaba el campo de los que impulsaban una “salida política” para llegar a un acuerdo con los vencedores.
En noviembre, en una medida desesperada, se realizaron elecciones presidenciales convocadas por Batista. Foster Dulles, secretario de Estado de Eisenhower, respaldó calurosamente la maniobra. El MR26 anticipó que sometería a juicio a los candidatos que se presentaran a las elecciones y los partidos del “Pacto de Caracas” las boicotearon. Apenas el 10% de los cubanos concurrió a votar.
El fracaso de las elecciones convenció al embajador Earl Smith, el más firme respaldo de Batista, de que los días de su protegido habían terminado. Durante unos pocos días, Smith impulsó la idea de adelantar el traspaso de la presidencia al presidente electo Rivero Agüero. Pero rápidamente cambió de línea y planteó reemplazar a Batista con “un gobierno hostil a él pero no hostil a nosotros”(8); un gobierno del “Pacto de Miami”… sin el 26 de Julio ni Castro (ver Prensa Obrera, anterior).
Pero era demasiado tarde. La descomposición del régimen era imparable y Batista rechazaba obstinadamente entregar el poder.
Notas
- Thomas, Hugh: “Cuba: The Pursuit of Freedom”, Harper & Row, Nueva York, 1971.
- Citado por Thomas, op. cit.
- Thomas, Hugh: op. cit.
- Souza Mizukami, Eduardo y Buzetto, Marcelo: “Revoluçao Inacabada”; en Coggiola Osvaldo (editor), Revolución Cubana: Historia y problemas actuales, Xama, San Pablo, 1998.
- Valdés Paz, Juan: Procesos agrarios en Cuba. 1959-1995, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997.
- Thomas, Hugh: op. cit
- Huberman, Leo y Sweezy, Paul: “Cuba: Anatomía de una revolución”, Editorial Palestra, Buenos Aires-Montevideo, 1961.
- Thomas, Hugh: op. cit.
La Revolución Cubana VIII
Triunfa la revolución
A comienzos de diciembre de 1959, Batista todavía mantenía Santiago, Bayamo y Holguín; fuera de estas ciudades, Castro estaba en total control de la provincia de Oriente. Habiendo dejado atrás Camaguey, Guevara y Cienfuegos avanzaban decididamente hacia Santa Clara, capital de la provincia de Las Villas.
Mientras el Ejército Rebelde avanzaba, el general Cantillo volvió a la Sierra Maestra pero esta vez no como invasor. Se entrevistó con Fidel, al que le prometió derrocar a Batista. Pero, al mismo tiempo, Cantillo -con el respaldo de la embajada y del propio jefe del Ejército- organizaba la huída de Batista y armaba “un gobierno de transición” para impedir que Fidel Castro llegara al poder. Fue una maniobra desesperada que precipitó la caída.
El avance de Castro hacia Santiago era imparable. También el de las columnas del Che y Cienfuegos. El 18 de diciembre Guevara capturó Fomento; el 21 atacó Cabaiguan, Guayos y Sancti Spiritu. El 22, Cienfuegos cercó Yaguajay, en el norte de la provincia. El mismo día, Guevara conquistaba Placetas, una ciudad de 30.000 habitantes que era un importante nudo de comunicaciónes entre Las Villas y La Habana.
El 28 de diciembre, Guevara comienza el combate por Santa Clara, que quedará en manos del MR26 después de tres días de combate. En la lucha, captura un tren blindado y una enorme cantidad de material militar.
El 1º de enero, Fidel Castro entra en Santiago de Cuba.
Inmediatamente después de la conquista de Santa Clara, Guevara y Cienfuegos marchan a paso redoblado a La Habana, donde llegan en la noche del 2 de enero de 1959. Batista ya había huído hacia Santo Domingo, en la madrugada del 1º de enero.
Guevara y Cienfuegos toman los cuarteles de Columbia y La Cabaña, los más importantes de la capital. Desde la huída de Batista, la ciudad estaba en manos de los militantes de la resistencia clandestina del MR26. Desde Santiago, Castro llamó a la huelga general. En medio de la huelga, otro intento de golpe, esta vez del general Barquin, fracasó en pocas horas.
En todo el país, los militantes del MR26 y amplias masas populares tomaban por asalto las comisarías y cuarteles, las dependencias estatales y los tribunales, los medios de comunicación y los nudos de transporte. Los funcionarios de Batista eran destituidos por las masas; los represores y torturadores eran detenidos; las cárceles abiertas y los presos políticos liberados.
Desde Santiago, Fidel Castro marchó por tierra hacia La Habana. El viaje duró siete días; en el trayecto, se detuvo en las principales ciudades, donde ser realizaron enorme mitines populares. Durante toda esa semana, el MR26 y las masas procedieron a una demolición sistemática del aparato estatal batistiano.
El 8 de enero de 1959, Fidel Castro entró en La Habana.
El carácter de la guerra
Apenas 25 meses después del desembarco del Granma, el MR26 dominaba Cuba. La guerra librada por el MR26 tuvo características muy peculiares: se trató de una guerra de pequeña escala, incluso para los parámetros de las guerras de guerrillas.
A mediados de 1958, el MR26 contaba con unos 500 hombres, no todos con el armamento adecuado. La columna de Guevara contaba con menos de 200 hombres; la de Cienfuegos con menos de 100. En momentos de lanzar la ofensiva final, a comienzos de diciembre, las fuerzas del MR26 no superaban los 1.500 hombres.
Con la excepción de los que se libraron en Santo Domingo y Santa Clara, los combates fueron relativamente pequeños. También, relativamente, las bajas que sufrió el MR26: 40 bajas durante la ofensiva de Batista contra la Sierra Maestra; seis en Santa Clara. El MR26 sufrió sus mayores bajas en las ciudades, no en la Sierra, como consecuencia de las desapariciones y asesinatos de la policía batistiana.
También las bajas del Ejército fueron insignificantes: 300 muertos y heridos en dos años de combates, concentrados en el extremo oriental de la isla. Desde el punto de vista de sus efectivos y su armamento, cuando cayó Batista, su ejército no había sufrido pérdidas significativas.
El derrumbe del Ejército de Batista no fue la consecuencia de una derrota militar sino de un colapso político. No era una fuerza de combate sino una guardia pretoriana de los negocios de la camarilla gubernamental; los puestos de comando eran monopolizados por los amigos de Batista, que se servían de ellos para su enriqueciento personal. La oficialidad media vivía en un estado de rebelión permanente contra la camarilla que monopolizaba los puestos de comando. “El final de Batista llegó tan repentinamente que el propio Castro se sintió sorprendido, pues fue más bien una capitulación ante un pueblo hostil que una derrota ante una fuerza enemiga superior (…)”.(1)
El nuevo gobierno, el nuevo Estado
El nuevo régimen enfrentaba enormes contradicciones.
En el gabinete fueron designados figuras tradicionales, incluso representantes del gran capital. Lo presidía el juez Urrutía; Miró Cardona era el primer ministro. La mayoría de los ministros eran hombres como Agramonte (ex candidato presidencial ortodoxo) o López Fresquet (ex funcionario del Banco de Desarrollo en la presidencia de Prío Socarras), con participación en anteriores gobiernos “auténticos” u “ortodoxos”. Los ministros del MR26 estaban en minoría absoluta. Este era una tentativa de compromiso entre el MR26 y el gran capital liberal y pro-yanqui.
El objetivo declarado del nuevo gobierno era restituir la Constitución de 1940 y llevar adelante reformas sociales limitadas. El nuevo gobierno anunció que respetaría los compromisos existentes con Estados Unidos.
La revolución tiró abajo al Estado batistiano, podrido hasta la médula. El empuje de le revolución liquidó al ejército. Treinta y seis de los cuarenta miembros de la Corte Suprema fueron destituidos; la justicia fue enteramente depurada; la justicia criminal fue disuelta. Los represores que no lograron huir fueron encarcelados y sometidos a juicio; muchos fueron fusilados.
Rápidamente, la revolución se esforzó en poner en pie un nuevo aparato estatal, a partir del Ejército Rebelde, el cual, sin embargo, no había alcanzado, durante la guerra de guerillas, la envergadura para semejante propósito.
Los mandos del Ejército Rebelde fueron transferidos al nuevo ejército. Desde la caída de Batista, las comisarías estaban en manos de los responsables del MR26 de cada barrio, que habían dirigido su ocupación y garantizaban el orden público. Luego de que Efigenio Ameijeiras, un comandante de la Sierra, tomara la dirección de la policía, la mayoría de los nuevos comisarios designados habían combatido en la Sierra.
El nuevo aparato estatal tenía como base el MR26; por esa razón era extremadamente débil. Apenas seis meses antes, el Ejército Rebelde contaba con apenas 500 hombres.
Para superar esta debilidad, la dirección del MR26 se recostó en el PSP. En particular, Castro estableció una fuerte alianza con el PSP en el movimiento sindical y hasta intervino personalmente para impedir que fuera desplazado.(2) Este copamiento del aparato del Estado por el stalinismo sería un factor ulterior de descontento popular y de graves crisis políticas.
Los representantes de la burguesía y los grandes patrones en el gabinete comenzaron rápidamente a conspirar -con el respaldo del imperialismo. Entre esto y la radicalización política, sacuedieron al MR26 hasta desintegrarlo por completo. La crisis del MR26 reforzó el llamado de Castro a los cuadros del stalinismo en el aparato del Estado.
Las tensiones que habían existido entre los dirigentes del ‘llano’ -el ala derecha, burguesa y católica del MR26- y los de la ‘sierra’ -su ala radical- crecieron y se convirtieron en lucha política abierta.
El imperialismo y sus aliados locales, ante algunas medidas tomadas por el nuevo gobierno, comenzaron a hostigarlo abiertamente: la rebaja de los alquileres, la intervención de algunas empresas de servicios públicos y la reforma agraria. No aceptaban que las indemnizaciones a los propietarios de tierras expropiadas se pagaran con bonos del Estado (que rendían, sin embargo, una tasa superior a la internacional), ni que los cañaverales fueran independientes de los ingenios (y de propiedad cubana).
En represalia a estas medidas, ninguna de las cuales era socialista, Estados Unidos cortó la cuota azucarera de Cuba y sus empresas en la isla se negaron a refinar el crudo importado de Rusia. Para enfrentar este complot, el gobierno se vio obligado a pedir la ayuda de la URSS, que logró superar el bloqueo petrolero con una operación de emergencia en 72 horas.
Notas
- Draper, Theodore: “Castrismo. Teoría y práctica”, Ediciones Marymar, Buenos Aires, 1965.
- Draper, Theodore: op. cit.
La Revolución Cubana IX
De la entrada en La Habana a Playa Girón
El 1º de enero de 1959, Fulgencio Batista huyó de Cuba. La revolución, iniciada con el desembarco de Fidel Castro y sus hombres en noviembre de 1956, había triunfado.
El Estado batistiano había quedado desmantelado como consecuencia de la revolución. El Ejército Rebelde se convirtió en la fuerza armada de la nación, pero las masas no fueron armadas. La policía -depurada- fue puesta bajo el mando de comandantes que habían combatido en la Sierra. Los altos funcionarios del gobierno batistiano fugaron al exilio; los que no lo hicieron, fueron detenidos. Los jueces de la Corte Suprema fueron destituidos.
El gobierno estaba encabezado por conocidas figuras de la burguesía opositora a Batista: Manuel Urrutía (presidente), José Miró Cardona (primer ministro), Roberto Agramonte (canciller), Rufo López Fresquet (finanzas); Felipe Pazos (presidente del Banco Nacional).
El gabinete fue una tentativa de compromiso político con la burguesía cubana e incluso con el imperialismo. La revolución se había hecho en nombre de la vigencia de la Constitución de 1940, derogada por el golpe de Batista en 1952.
El imperialismo norteamericano, sin embargo, hostilizó al nuevo gobierno desde el primer día. Los norteamericanos iniciaron su campaña hostil con motivo de los primeros decretos del nuevo gobierno.
El 6 de enero, el gobierno decretó la disolución de los partidos políticos con el propósito de depurarlos de las camarillas que habían colaborado con Batista y reorganizarlos con vistas a las futuras elecciones, anunciadas para mediados de 1960. Otro decreto, de la misma fecha, estableció la pena de muerte para los responsables de crímenes de guerra. Comenzaron a funcionar tribunales revolucionarios para juzgar a los torturadores y asesinos del régimen caído. Estos juicios fueron denunciados en Estados Unidos por la revista Time y prominentes miembros del Senado.
El establecimiento de los tribunales provocó la renuncia del presidente Urrutía y del primer ministro Miró Cardona. Urrutía la retiró; Miró Cardona la hizo efectiva a comienzos de febrero. Fidel Castro -que hasta entonces no formaba parte del gobierno- lo reemplazó como primer ministro. Así, la presión del imperialismo condicionó a todos los actores políticos y comenzó a definir los campos.
En marzo, el gobierno decretó la rebaja de los alquileres, la intervención de la compañía telefónica (norteamericana) y la expropiación de las propiedades de los altos funcionarios de Batista. En mayo decretó una reforma agraria dentro de marcados cánones capitalistas. Establecía un límite máximo de 400 hectáreas para las explotaciones agrícolas, excepto para las azucareras y arroceras (1.342 hectáreas). Las compañías extranjeras podían superar esos límites si el gobierno consideraba su explotación de “interés nacional”. Los propietarios recibirían una compensación equivalente a la valuación fiscal de la tierra, pagadera con un bono a 20 años y un interés del 4,5% anual. La tasa era superior y el plazo inferior a otras experiencias de reforma agraria (como las de Japón o Taiwán). Las tierras confiscadas serían repartidas entre los campesinos o explotadas por cooperativas. La reforma incluía una vieja reivindicación nacionalista: prohibió a los ingenios azucareros extranjeros (casi todos norteamericanos) poseer plantaciones de caña (que a partir de la promulgación de la ley debían pasar a manos de propietarios cubanos).
Ninguna de estas medidas era socialista. Ostensiblemente, la reforma agraria quedó por atrás del proyecto aprobado en 1958 en el Congreso de Campesinos en Armas celebrado en la Sierra Maestra.
Desde Miami comenzaron vuelos sobre Cuba para arrojar, indistintamente, bombas o propaganda contrarrevolucionaria; ante las protestas cubanas, el gobierno norteamericano declaró no tener medios para impedirlos. El vicepresidente Richard Nixon reclamaba la preparación de una fuerza armada para invadir la isla; la CIA trabajaba activamente con los exiliados en Miami. Dentro de Cuba, los ganaderos de Camagüey se convirtieron en el centro de la agitación contrarrevolucionaria.
Radicalización
La presión norteamericana provocó la primera crisis de gabinete. El 11 de junio, Estados Unidos presentó una protesta diplomática contra la reforma agraria; rechazaba el monto de las compensaciones y reclamaba su pago en efectivo. Al día siguiente de esa nota, luego de un encarnizado debate en el gabinete, Fidel Castro forzó la renuncia de los ministros que se habían opuesto a la reforma agraria. La mayoría de ellos pasó a la oposición y comenzó a conspirar con los norteamericanos. En julio estalló una nueva crisis: Castro denunció públicamente al presidente Urrutía por conspirar para “provocar la agresión extranjera”. Urrutía renunció.
La hostilidad del imperialismo puso en crisis al MR26 y al Ejército Rebelde. En junio renunció el jefe de la Fuerza Aérea, que se fugó a Miami para trabajar para la CIA. Una crisis todavía mayor estalló en julio, cuando Hubert Matos, comandante militar de Camagüey, los oficiales a su mando y la dirección local del MR26 denunciaron al gobierno y anunciaron su paso a la oposición. Fueron detenidos y juzgados.
Ante cada golpe del imperialismo, la revolución se radicalizaba. Como consecuencia de la crisis en Camagüey, fueron obligados a renunciar la mayoría de los ministros burgueses, partidarios de un entendimiento con Estados Unidos. En apenas seis meses, no quedó casi ninguno de los ministros del gabinete inicial (la excepción era el ministro de Finanzas, López Fresquet). Desapareció la “unidad nacional” de los primeros días de la revolución.
El nuevo gabinete decretó nuevas medidas contra los intereses norteamericanos. Nacionalizó los hoteles, expropió tierras de la Bethlehem Steel y de la International Harvester, y obligó a las petroleras a perforar los pozos concesionados. En respuesta, Estados Unidos amenazó con cortar la cuota azucarera cubana. El respaldo popular al gobierno revolucionario y a Fidel Castro era abrumador. El 1º de Mayo y el 26 de julio tuvieron lugar enormes concentraciones populares en La Habana.
Asfixia económica
Mientras alentaba las conspiraciones internas -fueron desmantelados grupos armados que operaban en la Sierra Maestra- y las del exilio, el imperialismo organizaba la asfixia económica de Cuba. Sus exportaciones a la isla cayeron drásticamente; las fuentes de financiamiento se cerraron. En Cuba las grandes empresas y los propietarios de tierras organizaban el desabastecimiento y promovían el desempleo. El gobierno cubano se dirigió a Europa para obtener los bienes y el financiamiento que Estados Unidos le negaba, pero, bajo la presión norteamericana, los gobiernos europeos rechazaron otorgar los préstamos que solicitaba Cuba. La isla enfrentó una crisis de productos de primera necesidad mientras crecía la desocupación.
Ante a la agresión económica, Cuba firmó un tratado económico con la URSS. El gobierno soviético se comprometió a comprar a Cuba 425.000 toneladas de azúcar y una cantidad de otros productos y a venderle petróleo y otros bienes industriales. Además, ofrecía el financiamiento que le negaban Estados Unidos y Europa. Cuba se transformaba en el centro de una crisis internacional.
El 17 de marzo, poco después de la firma del tratado con la URSS, renunció López Fresquet, el último de los ministros burgueses que permanecía en el gabinete. El mismo día, el presidente norteamericano Eisenhower autorizó a la CIA a armar y adiestrar a los exiliados cubanos.
Expropiación del capital norteamericano
El gobierno cubano, en conocimiento de los preparativos militares de la CIA, lanzó nuevas medidas contra la reacción. Intervino los diarios y los canales de TV privados (convertidos en tribunas de la contrarrevolución) y confiscó un millón de hectáreas de propiedad de grandes compañías, muchas de ellas norteamericanas. A fines de mayo, ordenó a las tres refinerías que operaban en la isla (Shell, Esso, Texaco) que procesaran el crudo importado de Rusia. Bajo presión norteamericana, las refinadoras rechazaron la orden; fueron intervenidas. The Wall Street Journal revelaba por esos días que el gobierno norteamericano preparaba la invasión de la isla.
El 6 de julio, Eisenhower redujo la cuota azucarera cubana. Castro denunció la “guerra económica” contra Cuba. El 6 de agosto, el gobierno cubano expropió las refinerías, las compañías de teléfonos y electricidad y todos los ingenios de propiedad norteamericana. Estados Unidos respondió con una prohibición de las exportaciones a Cuba. En respuesta, el gobierno cubano expropió a mediados de agosto más de 500 empresas agrícolas e industriales de capital norteamericano. En enero de 1961, Estados Unidos rompió relaciones con Cuba. Los preparativos para la invasión se aceleraron.
En abril de 1961, Estados Unidos lanzó la largamente preparada invasión en Cuba. Gracias a una extraordinaria movilización popular y a la adopción de medidas represivas excepcionales contra la reacción interna, la revolución logró derrotar a los invasores en Playa Girón. Fidel Castro declaró entonces el carácter socialista de la revolución cubana. La declaración fue recibida con un silencio hostil por el gobierno soviético y fue rechazada por los partidos comunistas de América Latina. El argumento en contra era que la revolución cubana era democrático-burguesa; la oposición obedecía a que la proclamación socialista la hacía una dirección independiente del aparato internacional del stalinismo. En la crisis de los misiles, en octubre de 1962, esta independencia dará paso a un choque abierto.
Estatización de los sindicatos
Luego de adherir a la revolución a último momento (a caballo de la victoria), el PSP (el partido stalinista) jugó hasta comienzos de 1960 un papel de segundo orden en la revolución. Incluso, la prensa castrista y el propio Castro habían tenido algunos duros cruces con el PSP durante la primera mitad de 1959. El acuerdo comercial con la URSS, al que Cuba recurrió por el bloqueo comercial y financiero de Estados Unidos y Europa, cambiaría las cosas.
Actuando como ‘representante’ de la burocracia soviética en Cuba, el PSP comenzó a adquirir importancia política y a ocupar un número creciente de puestos relevantes en el aparato del Estado.
En el campo sindical, las relaciones entre los militantes del 26 de Julio y del PSP eran muy tensas; los stalinistas habían boicoteado la huelga general de abril de 1958 organizada por los castristas.
En las primeras semanas luego de la caída de Batista, se renovaron las direcciones de todos los sindicatos. Los burócratas comprometidos con la dictadura fueron destituidos y reemplazados, en la mayoría de los casos por dirigentes ligados al MR26. Al mismo tiempo, los castristas expulsaron al PSP de la dirección del Fonu (Frente Obrero Nacional Unido), el frente sindical formado en la última etapa de la lucha contra Batista.
En noviembre de 1959 se reunió el X Congreso de la CTC (la central sindical), el primer congreso que se realizaba con las direcciones sindicales renovadas. El PSP sólo tenía 260 de 3.000 delegados acreditados.
Inmediatamente después del Congreso, comenzó a funcionar una “comisión de depuración” de los sindicatos. Trabajando codo a codo con el ministro de Trabajo, Augusto Sánchez Martínez, los dirigentes del PSP forzaron la renuncia del secretario general electo (David Salvador) y de otros dirigentes. Para sus puestos fueron dirigentes designados por el ministro (no electos), muchos de ellos del PSP. El ministerio comenzó a asumir funciones propias de los sindicatos, como la firma de convenios colectivos, y los sindicatos quedaron reducidos a meros apéndices del aparato estatal.
El PSP se beneficiaba políticamente de los acuerdos económicos con la URSS. Durante 1960 y 1961, el PSP fue ocupando resortes fundamentales del poder. Las tensiones que iba creando este copamiento entre el MR26 y los viejos dirigentes stalinistas se manifestaban en un segundo plano. Después de Playa Girón, este enfrentamiento se profundizó. En 1962, Fidel Castro denunció públicamente a Aníbal Escalante, secretario general del PC, por promover “un nido de privilegios, beneficios y favores de todo tipo”. La crisis terminó con la expulsión de Escalante y del embajador soviético Kudryatsev y con el desplazamiento de la mayoría de los dirigentes del PSP de sus puestos en el gobierno.