Qué trágico sería
Con este texto no intento develar ningún misterio, menos aún dar una explicación. El tema del que hablaré es sólo un subtema de otros que podrían llenar libros enteros.
Probablemente uno de los fenómenos sociales más relevantes relacionado con el deporte, en principio, y con mucho más, si ahondamos en el tópico, es la pasión por el fútbol que se vive a lo largo del mundo (en algunos países más, en otros menos). Una pasión que no distingue clases sociales, color de piel, físico, sexo, religión. Nada. Lo sabemos todos. Pero lejos estarán estas palabras de hablar del milagro del fútbol y la unión y ese tipo de razonamientos bucólicos. De lo que deseo hablar es de lo extraordinaria que es esta pasión. De lo que puede llegar a hacer. De cómo es capaz de movilizarnos pase lo que pase y de cómo puede hacernos completamente miserables o absolutamente felices. Es que es así. Este deporte logra volvernos locos. No sé si será por la forma de desarrollarse en sí la práctica o por otras razones que pueden ser miles. No importa. La cuestión es que, para muchos de nosotros, juega una parte importantísima en la vida. No exagero.
Lo que a continuación escribo no podrá ser comprendido por gente que no sufre los síntomas anteriormente mencionados, los del hincha futbolero argentino típico. Para nosotros, los hinchas futboleros argentinos típicos, gran parte de nuestra vida cotidiana, -si no nos aquejan problemas de mayor complejidad-, está alterada por el resultado de nuestro equipo. Este año, River (sólo soy un ejemplo entre tantos) me terminó por demostrar cuánto se puede sufrir al punto de evitar ver los partidos para apartar, al menos temporalmente, ese sufrimiento que no nos tenemos ganado, pero que, en algún punto, nos encanta porque sabemos, o quizá pensamos, que nos brindará una satisfacción mucho mayor (Paris vaut bien une misse, dijo alguna vez Enrique IV). Entonces, si el equipo gana, el lunes es un buen lunes. Si pierde, no queremos ni salir a la calle. Seguimos a nuestro equipo en la tele, en el bar, en la radio, en la cancha (¡hasta dónde ha llegado el fanatismo que los hinchas se mueven de norte a sur con tal de sufrir unos noventa minutos!), en donde sea.
Ahora bien, sin intentar racionalizar la pasión (cuestión realmente imposible), vale pensar en cuánto de esto que vemos y que sufrimos es realidad. Cuánto los jugadores “mueren por la camiseta”, cuánto los técnicos “se van sólo con las patas para adelante”, cuánto hizo Arsenal (un ejemplo sólo) por salir campeón. Es que no es una locura pensar que aquí los espectadores somos nosotros, y nos comemos la película todos los fines de semana mientras financiamos a una sarta de actores de primera línea. No sólo no es una locura, sino que quien no siente la “pasión por el fútbol” afirma segurísimo que esto es “pan y circo”, “la manipulación de las masas”. Pero no, aun viendo cómo el equipo del presidente con sus cincuenta y cinco años sale campeón ganándole a Boca tres a cero en la Bombonera, aun viendo lo que cobran y ¡lo que no cobran! los árbitros, aun con las miles de denuncias demostradas aquí, enfrente de nuestra cara, nosotros, los hinchas futboleros argentinos típicos, seguimos llorando y riendo, sufriendo y alegrándonos por el espectáculo que nos presentan año tras año, desde hace más de un siglo.
Pero, ¿qué somos? ¿Ignorantes de esta situación? ¿Lisa y llanamente nos dejamos tomar el pelo? Presidentes, periodistas, artistas, abogados, contadores, economistas, diarieros, porteros de edificio, taxistas, arquitectos, ingenieros… Todo este tipo de gente y más puede entrar en la definición de hincha futbolero argentino. Y yo no creo que seamos simplemente imbéciles. La pasión por el fútbol pasa por otro lado. Pasa por una necesidad. ¡Necesidad, sí! Necesidad de algo que nos encienda el corazón, que nos haga vibrar, que le de emoción a nuestra vida cuando la sociedad nos la quita, algo realmente inigualable.
Existe un intercambio. Es mutuo. Nosotros les damos de comer, los hacemos millonarios, famosos, poderosos. Y ellos nos dan lo que llena nuestra cotidianeidad. Lo aceptamos, aunque nunca para afuera. Nos solemos mentir, nos queremos hacer creer que en realidad es todo verdad, que River se fue al descenso porque tuvo años nefastos y que ascendió sólo porque jugó bien un campeonato. Pero no. Repito: no somos ignorantes. Bien adentro de nuestra conciencia sabemos lo que en verdad sucede. Lo sabemos todo, pero es imprescindible que no nos lo contemos, porque si eso sucede, ahí sí que se derrumbará todo y ya no habrá diferencia entre ver una de Tarantino y al equipo de Falcioni todos los domingos. ¡Qué trágico sería!
¿Qué les pareció? ¿Se siente identificados? Lo escribí yo, está en mi blog nuevito.
Un saludo
Rodrigo de la Triana (?)