Perfumo elogia a Passarella

EL MARISCAL JUEGA Y MARCA

De lateral no voy a jugar, y quiero ser presidente…
El autor compartió campos y vestuarios con Passarella, un temperamento firme capaz de desobedecer a Labruna como de animarse hoy a intentar sacar a River del pozo. Roberto Perfumo | rperfumo@ole.com.ar

PASSARELLA JUGADOR, CON PERFUMO Y EL GORRIÓN LÓPEZ.

Una paradoja: Daniel Passarella comenzó su gran carrera hacia el estrellato plantándose en la actitud de no querer jugar. En 1975, Angel Labruna empezaba a diseñar el equipo que luego de 18 temporadas sería doble campeón ese año, y quería que Daniel jugara de lateral. Como central titular había traído a Artico, de Talleres de Córdoba. Pero no había caso con Passarella. Traté de convencerlo: “Pibe, ¿es la Primera de River y no querés jugar…? Estás loco, sabés cuántos desearían estar en tu lugar…”. Pero él insistía: “Yo no soy lateral, soy central”.

Contra la opinión de todos los que decían que se equivocaba, ganó la pulseada y terminó siendo titular. Al poco tiempo --y ojo, era un pibe-- empezó a pelear la interna conmigo y el Negro López por el liderazgo del equipo. Claro, no lo logró de entrada, varias veces lo hicimos estrellar. Una vez armó una huelga que terminó mal. Lo dejamos decidir y se dio de narices… Terminamos corriendo al vestuario a agarrar las camisetas antes de que las manotearan los pibes de la Tercera.

El presidente era Rafael Aragón Cabrera, y los viejos sabíamos que finalmente Daniel perdería la disputa. Lejos de achicarse, siguió. Siempre me respetó pero no renunció a su deseo de ser el líder; una función, una categoría para la que, en verdad, había nacido. Tanto, que Menotti lo llevó como capitán de la Selección campeona del 78. Yo me retiré ese año y, después, también fue el patrón de River. Condenado al liderazgo, supo tomar decisiones que lo ubicaban en lo más alto.

En Italia, justamente tierra de grandes defensores, demostró ser un jugador enorme. En la Argentina metió 99 goles. Una bestia, siendo hombre del fondo. Se hizo entrenador y agrandó la parada. Se peleó --y casi lo matan-- con los barras en el 91 y llevó un montón de pibes a Primera. “¿Qué hacés?, ojo, esto es River”, le dije un verano en Mar del Plata. Pero nada; y tenía razón, consagró a varios. Jugador y técnico, con grandes éxitos. Ahora, presidente, y con la misma actitud. Hablé con él la semana pasada, y me dijo: “No quiero usar a ningún ídolo; podría hacerlo, pero no me parece honesto. Si la gente quiere, que me elija a mí primero. Y todavía no lo digo, pero voy a tener gente que jugó en River”.

Me hizo acordar a aquella determinación suya: “De lateral no juego…”. La gente y el socio se cansaron de la vieja política, por eso ganó Passarella. Es un paso gigantesco hacia un cambio en el club. Le tengo fe. Y cómo no va a ser así, si no conozco a alguien más confiable para ser el presidente de River

EL MARISCAL JUEGA Y MARCA

De lateral no voy a jugar, y quiero ser presidente…
El autor compartió campos y vestuarios con Passarella, un temperamento firme capaz de desobedecer a Labruna como de animarse hoy a intentar sacar a River del pozo. Roberto Perfumo | rperfumo@ole.com.ar

PASSARELLA JUGADOR, CON PERFUMO Y EL GORRIÓN LÓPEZ.

Una paradoja: Daniel Passarella comenzó su gran carrera hacia el estrellato plantándose en la actitud de no querer jugar. En 1975, Angel Labruna empezaba a diseñar el equipo que luego de 18 temporadas sería doble campeón ese año, y quería que Daniel jugara de lateral. Como central titular había traído a Artico, de Talleres de Córdoba. Pero no había caso con Passarella. Traté de convencerlo: “Pibe, ¿es la Primera de River y no querés jugar…? Estás loco, sabés cuántos desearían estar en tu lugar…”. Pero él insistía: “Yo no soy lateral, soy central”.

Contra la opinión de todos los que decían que se equivocaba, ganó la pulseada y terminó siendo titular. Al poco tiempo --y ojo, era un pibe-- empezó a pelear la interna conmigo y el Negro López por el liderazgo del equipo. Claro, no lo logró de entrada, varias veces lo hicimos estrellar. Una vez armó una huelga que terminó mal. Lo dejamos decidir y se dio de narices… Terminamos corriendo al vestuario a agarrar las camisetas antes de que las manotearan los pibes de la Tercera.

El presidente era Rafael Aragón Cabrera, y los viejos sabíamos que finalmente Daniel perdería la disputa. Lejos de achicarse, siguió. Siempre me respetó pero no renunció a su deseo de ser el líder; una función, una categoría para la que, en verdad, había nacido. Tanto, que Menotti lo llevó como capitán de la Selección campeona del 78. Yo me retiré ese año y, después, también fue el patrón de River. Condenado al liderazgo, supo tomar decisiones que lo ubicaban en lo más alto.

En Italia, justamente tierra de grandes defensores, demostró ser un jugador enorme. En la Argentina metió 99 goles. Una bestia, siendo hombre del fondo. Se hizo entrenador y agrandó la parada. Se peleó --y casi lo matan-- con los barras en el 91 y llevó un montón de pibes a Primera. “¿Qué hacés?, ojo, esto es River”, le dije un verano en Mar del Plata. Pero nada; y tenía razón, consagró a varios. Jugador y técnico, con grandes éxitos. Ahora, presidente, y con la misma actitud. Hablé con él la semana pasada, y me dijo: “No quiero usar a ningún ídolo; podría hacerlo, pero no me parece honesto. Si la gente quiere, que me elija a mí primero. Y todavía no lo digo, pero voy a tener gente que jugó en River”.

Me hizo acordar a aquella determinación suya: “De lateral no juego…”. La gente y el socio se cansaron de la vieja política, por eso ganó Passarella. Es un paso gigantesco hacia un cambio en el club. Le tengo fe. Y cómo no va a ser así, si no conozco a alguien más confiable para ser el presidente de River