…no se si va aca, sino muevanlo…se olvido de los pobres, ni nombro el foro…:lol:.
Diario Perfil | LUCAS PASSARELLA - “A mi papá lo volvieron más sensible mis hijas y haber ido al psicólogo”
LUCAS PASSARELLA
“A mi papá lo volvieron más sensible mis hijas y haber ido al psicólogo”
Retrato íntimo del nuevo presidente de River: en una entrevista con PERFIL, su hijo describe a un padre que se ablandó y a un abuelo capaz de dejar cualquier cosa por sus nietas. Cómo conmovió al Kaiser un anillo que Lucas le puso la noche de la elección, y que había sido de Sebastián, el hijo mayor de Passarella, fallecido en 1995.
Mini Passarella. Lucas (29 años) se mudó a Chacabuco con su propia familia hace dos años, cansado de la inseguridad. Admite que el fútbol no le gusta mucho: “El fanático era mi hermano”.
Cuenta Lucas que su papá, antes, no dejaba que nadie cambiara de canal si había un partido de fútbol. Pero que ahora alcanza con que Victoria, la nieta mayor, le pida ir a jugar para que el hombre apague la tele, así Argentina esté definiendo el Mundial. Recuerda Lucas que su papá, antes, era un duro. Pero que ahora basta con que Luciana, la nieta menor, lo abrace para que el hombre se emocione. Y llore. Habla Lucas Passarella de Daniel, su papá, el presidente de River, el que lo hizo temblar de nervios la otra noche, la del sábado, la que terminaría con toda la familia unida celebrando el triunfo en las elecciones.
Retrata Lucas el costado más íntimo de ese hombre que dijo en público que “en River se acabó la joda”, y que en privado le había prometido a Sebastián –el hermano de Lucas, fallecido en un accidente en 1995– en su tumba que algún día iba a ser presidente del club. Y refuerza el lado B de su papá con una anécdota fresquita: “Un rato antes de que se conociera el resultado, estábamos los dos abrazados con un amigo, en silencio. Yo miraba el piso, estaba muy tenso. En un momento, instintivamente, me saqué un anillo y se lo puse en el dedo meñique de su mano izquierda. Yo tenía miedo de que lo perdiera porque le quedaba grande. Se lo besó y me preguntó de quién era: ‘De Sebastián’, le contesté. Dos segundos después nos avisaron que había ganado. Fue
increíble”.
—¿Te lo devolvió?
—Recién al otro día, por la insistencia de mi mamá: “Cuando lo necesite te lo vuelvo a pedir”, me aclaró.
Mi papá, el campeón tocado. Lucas acepta la charla con PERFIL en Chacabuco, la patria chica del Kaiser, y también el lugar que él eligió para instalarse con su esposa y sus dos nenas hace dos años. La elección denota un perfil diferente: la exposición no es lo suyo. Tampoco el impulso: “Yo soy más tranquilo, él más calentón, más frontal. Mi mujer es como él, por eso se entienden tanto. Yo, en cambio, me guardo más las cosas, hasta que exploto. Pero ahora los dos estamos más sensibles, será porque también soy padre. Antes, cuando era más chico, a veces pasábamos una semana sin hablarnos, éramos más rencorosos”, arma el diagnóstico familiar, en el que pone a Graciela, su mamá, en el lugar de conciliadora insaciable. Ahora, mientras camina por una vereda hasta el lugar donde se harán las fotos para la nota, su timidez asoma: una señora lo saluda y le habla del triunfo de su padre, le cuenta que lo llamó para felicitarlo, etcétera; Lucas asiente en voz baja, la despide rápido y sigue.
Pero los parecidos entre padre e hijo no faltan: “Lo que digo lo cumplo, en eso somos iguales”, se compara. También comparten el gusto por los autos de carrera. Tanto que, hace algunos años, hicieron el amague de armar un auto para correr en TC.
—¿Por qué no se animaron?
—Mi mamá nos frenó en seco: “Hagan lo que quieran, pero si se suben, piensen que estoy muerta para ustedes”, nos dijo.
Passarella hijo palpa los cambios en la personalidad de Passarella padre. En la manera de relacionarse de quien primero fue jugador y campeón, después técnico y campeón y ahora presidente de River. “A partir de la muerte de Sebastián, durante muchos años él trataba de contenernos a nosotros, era el sostén de la familia porque temía que nos cayéramos anímicamente”, lo analiza.
—¿Y cómo hizo el click?
—Se dio cuenta de que no podía con todo; se aflojó y recurrió a un psicólogo.
—¿Ser abuelo lo ayudó?
—Sí, mucho. Mis hijas y haber ido al psicólogo lo volvieron más sensible.
Lucas habla desde el orgullo. Reclinado en un sillón de su agencia de autos, a cada instante saca una nota del archivo de su memoria: “Mi papá dijo una vez…”, “En una entrevista, él contó…”, y así. En su muñeca izquierda luce una pulserita blanca con letras rojas, regalo de su mamá: “Daniel Passarella presidente”, se lee en ella. La que ocupaba su otra muñeca ya es propiedad de sus hijas.
—Fue raro verlos a todos en la asunción, no suelen mostrarse ustedes…
—Pero no podíamos faltar, es algo que no sabés si se va a repetir. Las nenas lo vuelven loco; el jueves fuimos a ver el partido al Monumental y se le sentaban arriba… En el segundo tiempo no vio casi nada.
Su cabeza registra cada cosa que se dice en los medios sobre su papá, aunque dice que aprendió a convivir con las críticas. Eso, aclara, no excluye su dolor por las acusaciones que envolvieron al nuevo presidente durante la campaña (ver aparte). Por eso, mejor volver la imaginación al instante de la foto del triunfo, esa que apenas tiene una semana. Ese momento, el del festejo íntimo, fue el tercero: dos veces ya habían cantado victoria en la misma madrugada, por supuestas confirmaciones que llegaban de adentro del club. Era, al cabo, el inicio formal de una historia que había arrancado dos años atrás, cuando Passarella pasó del dicho al hecho y se lanzó a la carrera presidencial, después de haberlo masticado bastante. “Mi mamá primero no quería, pero después se embaló y hasta fue a actos durante la campaña. El tenía una razón sencilla: ‘Estar en el fútbol es lo único que sé hacer’, nos decía”, reflota aquella charla Lucas. El hijo del jefe de la Banda.
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Dos servilletas y un destino escrito
A Daniel Passarella siempre se lo destacó por su firmeza para la marca en sus épocas de defensor y por su fuerte personalidad dentro y fuera de la cancha. También se lo podría empezar a reconocer por sus dotes de brujo. Hace 27 años, cuando fue transferido a la Fiorentina, estaba con su amigo Ricardo Cosentino y en pleno viaje a Italia, escribió en una servilleta que jugaría unos años en la Fiorentina, que pasaría a un club grande para ser campeón –resultó ser el Inter–, que volvería para retirarse en River y después dirigirlo y que luego sería entrenador de la Selección. Todo lo que estaba escrito, se sabe, se cumplió. “Conocía esa historia. Incluso la servilleta mi viejo se la prestó a El Gráfico para una foto y nunca más se la devolvieron”, reveló Lucas.
En 2003, su padre volvió a escribir su destino, también en presencia de Cosentino. Mientras dirigía al Monterrey, vaticinó: “Estamos en Monterrey, México, volviendo para la Argentina. A corto plazo voy para dirigir a River y ganar una Copa Libertadores para luego ser presidente del Club Atlético River Plate”.
Sólo le faltó la Libertadores. Lucas fue testigo, el día de la victoria de su padre, que lo escrito hace seis años era verdad: “El sábado, mientras estábamos en el búnker, llegó Cosentino con la servilleta y se la dio a mi viejo. Se la mostró a todos los que estábamos ahí y les decía: ‘Ahora espero tener la posibilidad de ganar la Libertadores pero como presidente”. Incluso, se la volvieron a pedir prestada para una foto, pero esta vez no se la dio a nadie. Se la quedó él”.