Buen tema. Doy una opinión cuando tenga más tiempo y ganas, pero dejo un artículo sobre el Tea Party que escribí hace un año y que me sirve de pie para lo que tenga que decir después sobre el libertarismo.
El enigma del té
[SPOILER]La pérdida de la certidumbre en las sociedades occidentales es probablemente el gran tema detrás del cual se aglutinaron distintos pensados en las últimas décadas. Zygmund Bauman fue quizás quien logró darle el mejor encuadramiento filosófico, al postular que vivimos en una modernidad tardía o “líquida”, caracterizada por un retroceso de lo público como valor social y la elevación del individuo por sobre la noción de ciudadanía. A su vez, lo distintivo en el individuo líquido es la volatilidad en distintas facetas que hacen a la identidad, siendo la identidad política la menos estable en el tiempo.
El retroceso de lo público es también un efecto concreto de una globalización que organiza los intereses de los capitales transnacionales (con sus epicentros institucional, en la Organización Mundial del Comercio, y político, en Davos) y que desorganiza a los Estados, visible a través de las recurrentes y variadas crisis económicas y el desmejoramiento en la calidad de vida de cientos de millones. En algunos casos, dicha desorganización conlleva nuevos desafíos para la continuidad de los sistemas políticos.
En los Estados Unidos, esa desorganización empezó a verse como problema político para la administración Obama apenas iniciado su mandato. Entre el mega rescate público a la banca estadounidense, iniciado por George W. Bush y concluido por Barack Obama (coordinado además con la Reserva Federal), y la sanción e implementación de la Affordable Care Act, (popularmente llamada “Obamacare”), se dibujó un vacío de representatividad política, aprovechado en ese momento por un movimiento de enojo organizado: el Tea Party.
En rigor, el Tea Party se estructura como opción política hacia las elecciones legislativas del año 2010, peleando en las internas republicanas y ganando el acceso a las boletas del partido con una retórica sumamente anti estatal. Pero sus representados eran en sus orígenes ciudadanos que protestaban contra Wall Street y el “establishment político” en Washington, por servir a supuestos “intereses especiales” (los bancos rescatados, principalmente).
En esa transición, el Tea Party adquirió un perfil sumamente conservador en materia fiscal, de apoyo a una agenda social conservadora y de achicamiento el Estado. En la Cámara Baja del Congreso formaron su propio caucus o grupo del té, desde el cual lograron desgastar políticamente a los elementos más moderados del Partido Republicano (GOP). El caucus cambiaría su nombre en 2015 para denominarse Caucus de la Libertad.
Un relevamiento de Pew en 2015 identificó a unos 36 diputados como miembros del caucus (no están obligados a hacer pública su membresía), de los cuales al menos 26 ingresaron al Congreso por primera vez en la elección de 2010. Es un número importante para los republicanos por una razón sencilla: pese a tener mayoría, cualquier proyecto de ley propio puede caerse con solo tener 12 votos republicanos menos.
Pero esto también aplica, y ahora más que nunca, al propio caucus: la victoria de Trump los colocó en el centro de la discusión en el GOP. Porque fueron sus votantes los que mejor respondieron a las proclamas nacionalistas y conservadoras del presidente. Pero también porque Trump conectó con el “feeling” anti establishment que los identifica. Y esto es precisamente lo que da lugar a un enigma mayúsculo: ¿el voto por el movimiento del té es un voto fidelizado o ideológicamente volátil?
El enigma surgió durante la campaña, al comprobarse que Trump conectaba con los seguidores del té, sin que sus propuestas de elevar el gasto público para obras de infraestructura alterase a unas bases acostumbradas al discurso contrario de los “halcones fiscales” . Ciertamente, Trump fue matizando esa propuesta, con sugerencias tales como que las obras tendrían financiamiento privado o que serían costeadas a través de un impuesto a las importaciones provenientes de México, aunque nunca descartó al gasto público de su lista.
A los referentes del movimiento les importó señalar que la plataforma del presidente acompaña sus principios y sus causas: eliminación del “Obamacare”, protección de las fronteras, detener la inmigración ilegal, recuperar la cordura fiscal y sacar al gobierno “de nuestras espaldas y fuera de nuestras vidas”. Se estimulan con pensar en que pueden impulsar con éxito una agenda conservadora en el Congreso si logran reducir la influencia del líder de la Cámara Baja, Paul Ryan, sobre el recinto y no darle razones a Trump para que acuda a él en su ayuda.
Sin embargo, es un hecho que todos los republicanos habrán de moderar sus propias expectativas si quieren alcanzar acuerdos legislativos que permitan destrabar el funcionamiento de un Congreso virtualmente paralizado durante años, ya fuera por la oposición republicana dura a las iniciativas demócratas como por sus propias internas. Otro factor que fuerza a la moderación y negociación con los demócratas es la falta de 8 votos propios en el Senado para llegar a la super mayoría (60 votos) y evitar así cualquier intento de “filibuster” demócrata.
Lo que intriga del Tea Party es cómo hará si necesita cambiar el discurso y moderar las expectativas de unos votantes acostumbrados a una retórica más bien cercana al todo o nada: pueblo o gobierno, libertades o intervención estatal, Estado chico o Estado grande. En parte, ese es el desafío propio de a quienes les toca acompañar y defender a un gobierno. Pero es también una pregunta acerca de la propia identidad política tanto del movimiento como de sus representados.
El Caucus de la Libertad hoy flota entre las indefiniciones propias y la tolerancia de sus votantes a sumarse en la aventura presidencial que propone el magnate inmobiliario. Ahora piden menos Estado y más control migratorio, ¿pero no será acaso que se suben a cualquier iniciativa en función de un núcleo ideológico duro? Alguna vaga idea de lo que es la identidad nacional (¿gente blanca y de clase media?) parece andar flotando por allí, que fluctúa sin demasiados problemas entre concepciones y retóricas económicas diferentes. Que hoy decantan más en posiciones libertarias.
Es curioso además como Trump sufre, al igual que Obama al inicio de su mandato, una ola de manifestaciones furiosas. Por distintos motivos y en contextos diferentes, ambos activaron (o no supieron desactivar) grandes enojos populares, muy distintos, pero con una misma línea que los subyace: un vacío de representatividad. Algo que el Tea Party y Trump supieron interpretar electoralmente y que el senador demócrata Bernie Sanders también supo leer en las internas de su partido. El tiempo dirá qué significaron esos grandes enojos en la historia del añejo sistema bipartidista estadounidense…[/SPOILER]