Les dejo una nota que justamente salió hoy en Clarín sobre el tema, por ahi despues de leerla alguna de las partes toma una vision un poco mas cercana a la realidad de vivir en Cuba …
Cuba: a medio siglo de la Revolucin, la esperanza de un cambio con EE.UU.
EL MUNDO
Cuba: a medio siglo de la Revolución, la esperanza de un cambio con EE.UU.
06:16 Un periodista estadounidense recorrió la isla y habló con su gente. Esta es su imagen del país y el futuro de la relación con su poderoso vecino.
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TRIUNFO. Tras derrotar a las tropas de Batista, Castro ingresa al centro de La habana. Lo acompaña Cienfuegos (i) y Matos (d).
En mi primer día en La Habana caminé por el Malecón, el paseo costero urbano más bello del mundo. Soplaba un viento norte que lanzaba las olas sobre el dique de piedra construido en 1901 bajo el breve dominio estadounidense. Brillantes explosiones de rocío se derramaban sobre la acera.
Estaba virtualmente solo una mañana de domingo en la capital cubana, que tiene 2,2 millones de habitantes. Pasaban un par de autos por minuto, a menudo deslumbrantes ejemplares de los años 50, Studebakers y Chevrolets, extravagantes y vetustos. La ropa colgada flameaba en las elaboradas rejas de mansiones deterioradas. Miré hacia el mar, buscando en vano algún barco.
No siempre fueron así las cosas a 150 kilómetros de la costa de Florida. En 1859, los mástiles forman un espeso bosque alrededor de la ciudad. En el siglo siguiente, Cuba se convirtió en el balneario de invierno de los estadounidenses: un lugar para jugar, bailar rumba, fumar cigarros y tomar mojitos, la tierra de todos los vicios, en la que todo estaba en venta. La mafia adoraba la isla, la más grande del Caribe; también lo hacían los estadounidenses que controlaban la industria del azúcar y mucho más. Luego, el 1° de enero de 1959, Fidel Castro le bajó el telón a la dictadura de Fulgencio Batista. Los lazos con EE.UU. cesaron. Miami se convirtió en la segunda ciudad de Cuba, adonde centenares de miles cubanos huyeron del régimen comunista.
En el 50° aniversario de la revolución, la sombra de la cortina tropical aislante de Fidel se me hizo tangible en el vacío que tenía ante mí, el vacío del Malecón, y sobre todo el del mar. Luego, noté que los cubanos que recorrían la costa rara vez miraban hacia el mar. Cuando le pregunté al respecto a Yoani Sánchez, una blogger disidente, me contestó: “Vivimos de espaldas al mar porque no nos comunica; nos encierra. No tiene movimiento”.
En Cuba, muchas cosas están invertidas o no son lo que parecen. La gente se abre paso a través de un laberinto de raciones, regulaciones, dos monedas y cuatro mercados (peso, divisa fuerte, agrario y negro). El estrés es raro, pero la depresión florece en una economía caracterizada por la inercia. La verdad tiene múltiples capas. En una cara del edificio de la Sección de Intereses de EE.UU., Washington expone en una cartelera noticias que nadie lee, inmersas en un mar de desafío y banderas negras. Eso plasma la estéril parálisis de la confrontación con Cuba, una situación tensa que Barack Obama se comprometió a superar. Las relaciones diplomáticas están cortadas desde 1961 y el embargo comercial estadounidense persiste desde hace casi el mismo tiempo. La Guerra Fría terminó hace casi veinte años. Decir que la relación entre Cuba y los Estados Unidos es anacrónica sería muy poco. Modificarla, sin embargo, no va a ser fácil. La historia negativa, las prácticas depredadoras de los Estados Unidos en el pasado y la rapidez con que los regímenes autocráticos ponían a Washington en el papel del enemigo diabólico, impiden tender puentes.
Cuando un poco más al oeste por el Malecón me encontré con Josefina Vidal, la directora del departamento de América del Norte del Ministerio de Relaciones Exteriores, su indignación me resultó tan vívida como su elegante vestido púrpura. “Los Estados Unidos quieren castigar a Cuba con su bloqueo. No pueden perdonarnos la independencia. No pueden permitirnos elegir nuestro propio modelo. Y ahora llega Obama y dice que va a levantar algunas restricciones pero que para seguir avanzando Cuba tiene que demostrar que está haciendo cambios democráticos. Bueno, nosotros no aceptamos que Cuba tiene que cambiar para merecer relaciones normales con los Estados Unidos”.
Pero en las calles de La Habana el nombre de Obama a menudo se profiere como si fuera un salvoconducto. Muchos quieren creer que ofrece una salida de la red cubana que la infinita habilidad de Fidel y su intermitente aspereza tejieron durante medio siglo. No se trata sólo de la humillación de la malograda invasión a Bahía de los Cochinos de 1961, cuando 1.500 exiliados cubanos trataron de deponer el incipiente régimen de Castro con respaldo de la CIA. No es sólo el recuerdo de la introducción de misiles soviéticos en la isla en 1962 que casi provocó un Armagedón nuclear. No son sólo las acusaciones cruzadas de terrorismo, los aviones derribados, las olas de inmigrantes o las intrigas de espionaje. Es algo más profundo que tiene su epicentro en Miami.
Los viejos temas de Florida se reducen a lo siguiente: es un Estado indeciso con un importante caudal electoral cubano, por lo que una posición intransigente respecto de Fidel fue siempre una apuesta política segura. Este año, una vez más los tres legisladores republicanos cubano-estadounidenses de Miami consiguieron la reelección. Sin embargo, los márgenes por los que ganaron se redujeron. Alrededor del 35% del voto cubano-estadounidense del distrito Dade de Miami fue para Obama, lo cual fue un gran aumento respecto de 2004. El 55% de los menores de 29 años votaron a Obama, cuya victoria es significativa porque durante la campaña demolió los argumentos convencionales en relación con Cuba: condenó “el discurso duro (de George Bush) que nunca da resultados” e instó a crear “una nueva estrategia”, a la vez que llamó a una “diplomacia directa” que estaría dispuesto a encabezar en persona.
Tres generaciones después de la revolución, los cubano-estadounidenses ya no piensan que ser demócrata es lo mismo que ser comunista. La obsesión por deponer a Fidel se aplacó. Cuba, a su vez, se encuentra en la bisagra de un cambio generacional, entre aquellos a quienes formó Fidel y los que casi no lo conocen. Aprovechar esa oportunidad exigirá una buena cuota de humildad estadounidense.
Obama tiene un fuerte sentido de la historia. Y deberá entender las profundas raíces del conflicto, que se remonta a la intervención militar estadounidense de 1898 que dejó a los cubanos la persistente sensación de que les habían arrebatado la independencia de España. A eso le siguieron cuatro años de dominio estadounidense y la cesión a perpetuidad una pequeña zona llamada Bahía de Guantánamo. “Todo eso dejó una profunda frustración en la imaginación popular”, me dijo Fernando Rojas, el viceministro de Cultura. Es esa historia la que le permitió a Fidel afirmar que su revolución era, en efecto, una segunda guerra de independencia. Es esa historia la que hizo de EE.UU. el enemigo preferido de Cuba.
La calle Lealtad comienza en el Malecón y se extiende hasta el distrito densamente poblado que se llama Centro Habana. En el camino encontré un bar llamado Las Alegrías. Lo que presencié tuvo en mí el contundente efecto de una visión. Bajo descarnadas luces fluorescentes tomaban ron un hombre blanco de nariz colorada por el alcohol, un hombre negro de mirada perdida y una mujer negra con la cabeza inclinada, los tres a cierta distancia unos de otros. Parecían habitar una pintura de Edward Hopper en la que cada elemento incorporaba un nuevo detalle de resignación.
Decidí volver a la calle Lealtad en un intento de entender la resignación del bar.Volví al día siguiente y, tras eludir chicos que jugaban al béisbol con una pelota hecha de papeles arrugados, me detuve en un almacén de pollo, huevos y pescado que no tenía ni un solo producto. Antonio Rodríguez, el afrocubano amable de cincuenta años que estaba a cargo, me explicó la mecánica del racionamiento. Todos los meses a cada cubano se le asignan diez huevos, medio kilo de pollo, medio kilo de pescado con cabeza y un cuarto kilo de un sustituto de carne picada. La suma es insignificante y no tiene sentido hacer la conversión a dólares. Basta con decir que, a 25 pesos por dólar, el total no cuesta más de 25 centavos. Después de diecisiete años en el almacén, donde la caja registradora rota es un artefacto anterior a la revolución y la heladera un antiguo modelo soviético, Rodríguez gana 15,40 dólares por mes. El sueldo medio es de unos 20 dólares. Le pregunté cuándo iba a recibir pollo o huevos. Me contestó que no lo sabía. El almacén está vacío la mitad del mes y Rodríguez no tiene nada que hacer. Espera que le entreguen algo para poder anunciarlo en la pizarra que tiene a sus espaldas y ponerse a trabajar tachando las “ventas” en las libretas de racionamiento de sus clientes. Rodríguez me señaló un hombre que estaba afuera. Luiz Jorrin, el hombre en cuestión, dice: “Todo esto se debe al bloqueo estadounidense. ¡No creo en el capitalismo! Mire lo que hizo en Africa y America latina. Es destructivo”. Fue demasiado para Javier Aguirre, un hombre delgado que ayuda a Rodríguez. “No creo en el sistema. De todos los cubanos que se fueron a EE.UU., ¿cuántos quieren volver?”. La pregunta produjo un silencio. Aguirre trató de escapar en dos ocasiones y lo atraparon.
El gobierno cubano me dio una bienvenida cortés. Me acompañaron a algunas reuniones oficiales, pero por lo demás me dejaron en libertad (por lo que pude ver) de hacer lo que quisiera. Una de las escalas oficiales fue en compañía de Elena Álvarez, que tenía quince años cuando se produjo la revolución de Fidel y ahora, a los sesenta y cinco, trabaja como alta funcionaria del Ministerio de Economía. Trató de explicarme la economía que había visto. Esto es lo que quería que yo entendiera. En el momento de la revolución, Cuba era “una de las sociedades más injustas, desiguales y explotadas del planeta”. El analfabetismo rondaba el 40%, la cuarta parte de las mejores tierras estaba en manos de estadounidenses y el resto era propiedad de una burguesía corrupta. El objetivo inicial de Fidel era una sociedad más justa, pero la presión de los Estados Unidos radicalizó la revolución y la empujó al socialismo y a la alineación con la Unión Soviética.
Alvarez mencionó algunas cifras. En Cuba había 6.000 médicos en el momento de la revolución; ahora hay cerca de 80.000 para una población de 11,3 millones, una de las tasas per cápita más altas del mundo. El embargo estadounidense le cuesta a Cuba unos 200.000 millones de dólares en términos reales. Cuando se derribó el Muro de Berlín, el 80% del comercio internacional de Cuba era con los países del bloque soviético. El 98% del petróleo era de esa procedencia. Cuba mandaba a los estados del bloque comunista azúcar y ron a precios inflados.
“Tuvimos que reinsertarnos en la economía global dos veces en treinta años, una vez en 1960 y otra vez en 1990”, dijo Álvarez. A pesar de la escasez, que en buena medida es atribuible al embargo, es una sociedad que quiere proteger a todos. El sistema de racionamiento asegura que todos los ciudadanos tengan un mínimo. Todos reciben alimentos a bajo costo en el trabajo. La educación y la salud gratuitas significan que un sueldo de 20 dólares es una manera errónea de analizar la calidad de vida cubana.
Pasar a una economía de mercado en 1990 habría significado un cierre generalizado de fábricas, como en Alemania oriental, y un 35% de desempleo. “Decidimos que teníamos que proteger a nuestros trabajadores”, dijo Álvarez. “Tenemos otra filosofía”. Esa “filosofía” produjo resultados. Según la Organización Mundial de la Salud, la expectativa de vida de los hombres y mujeres es en Cuba de 76 y 80 años respectivamente, igual que en los Estados Unidos. Las cifras en Haití son de 59 y 63, mientras que en la República Dominicana llegan a 66 y 74. La probabilidad de que mueran chicos de menos de cinco años es de siete cada mil en Cuba -casi igual que en los Estados Unidos-, mientras que la relación es de 80 cada mil en Haití y de 29 en la República Dominicana. El analfabetismo desapareció. Eso plantea una pregunta: ¿para qué educar tan bien a la población para después negarle acceso a Internet, a viajar y a la oportunidad de aplicar lo que sabe? ¿Para qué darle una excelente educación y negarle una vida?. Álvarez dijo que había cierto “espacio para el mercado”. Insistió: “No somos fundamentalistas”. La verdad, por supuesto, es que las autoridades están asustadas: abrirle la puerta al capitalismo en una isla a 150 kilómetros de Florida difiere mucho de hacerlo en Asia.
Miré la calle, los chicos que jugaban, un hombre que vendía benzina para encendedores, las puertas talladas, los extraordinarios arabescos barrocos que adornaban los edificios de tres y cuatro pisos. Cuba es una tierra plácida.La ausencia de estorbos visuales -no hay avisos, marcas ni letreros de neón- permite que la mente descanse. La historia podría ser mas benévola con Fidel Castro de lo que sugiere el ruinoso estado de Cuba. Fidel es una figura brillante, romántica y descollante. Como su país, tiende a cautivar a pesar del costo al que asciende ese encantamiento.¿Cómo juzgará la historia la política de EE.UU. respecto de la Cuba de Fidel? Mal, creo, sobre todo desde el fin de la Guerra Fría. Si el embargo se hubiera levantado entonces, en 1989, dudo de que el régimen hubiera sobrevivido. Pero el resentimiento era muy grande, y se cometió un error. Hoy esa política no tiene sentido.
De Santiago viajé a la ciudad de Guantánamo. No había letreros viales ni señalización alguna. La tierra que se abre ante mí se ha convertido en sinónimo de algunos de los actos más atroces de la guerra de Bush contra el terrorismo. Hubo otros momentos de vergüenza estadounidense en América Latina, desde Chile hasta Argentina, donde Washington les dijo a los generales que mirarían para otro lado.
Sí, cincuenta años después la revolución comunista de Fidel significa un precio terrible para su pueblo, ya que divide la nación cubana, encarcela a una parte de ella y genera una catástrofe económica. Sin embargo, mientras observaba Guantánamo y reflexionaba sobre el próximo gobierno de Obama, pensé que las oleadas de culpa podrían haber hallado un equilibrio como para que por fin prevalezca la sensatez.