-Llegó el momento- dijo- El monitor de la netbook le iluminaba por completo la jeta en una habitación sucia y oscura. -Una más y la dejo- El vago juntó saliva como si se dispusiera a cruzar el desierto de atacama sin una sola gota de agua. En una escupida viscosa de coca cola y restos de palitos dejó su mano lista para librarse la que sería su última japa. Cansado de ir a xvideos y teclear “argentina petera”, abrió el face y fue a lo seguro. Ni siquiera tuvo que escribir el nombre porque estaba primera en sus últimas búsquedas. Doble click de apurado por acogotar su pito flácido en una manuela en la que la clave iba a ser la velocidad y no la calidad. Lo seguro era ella. La mina del secundario. La mina que pudo ser su mejor mina, culito perfecto y una personalidad que te dejaba embobado. Así quedó él, embobado. Cuatro años después de su entrega de diplomas, estaba en una habitación oscura, metiéndose al facebook, bajándose el lienzo para revivir aunque sea en su cabeza lo que pudo ser y no fue. Porque ese era el tema, que pudo ser pero no fue. Así que empezó nomás, el loco guardaba la diestra para los huevos, la zurda para el canelón y con el meñique de la derecha le daba a la flechita para ir pasando de foto. Un profesional. No va que en la tercera foto sucede lo que sucede en cualquier historia que merezca ser contada. El loco se aviva que las fotos no son más de Porto Alegre. Que el paisaje ya no es mar, ni hay un negro con una caipiriña en la mano. La foto era en Buenos Aires. Daniela se había vuelto a vivir a Buenos Aires. Desesperado busca una servilleta, un repasador, algo para secarse la ensalivada que se había pegado minuto antes. Todavía era temprano para pegar un llamado, un whatsapp, para tirarse un lance. Daniela era una pendeja difícil, de esas minas que te hace sentir que para ganar hay que jugar con el equipo afilado, con un juez de línea comprado, sin lesionados y con todas las galaxias del universo alineadas para salir a tomar algo. Y si llegas a ganar sos capaz de convertirte en uno de esos tipos que van por la calle bien empilchados, llevando un carrito con dos críos gemelos, bolsas del super, en fin. Con el celular en la mano, sin saber bien que hacer primero, lo llamó a Pablito, el único amigo que había mantenido contacto con la piba. En quince minutos ya estaba listo para la última jugada. Todo podía pasar. -Hola?..- se escuchaba clarito- Hola? Quién habla? Preguntaba Daniela en un español a-portuguesado. -Hola Dani?- lanzó titubeando, cagado por lo que estaba haciendo. -Si! Quién habla?- preguntaba Daniela impaciente. -Soy yo.
En ese momento se le agolparon cinco años de golpe, parecía que había sido ayer la última vez que su vida tenía sentido, que sentía ese miedo incómodo de pendejita virgen. El loco supo que la vida era ese momento, jugársela por el todo o quedarse para siempre en la comodidad de la duda, de no saber bien que habría pasado. Y aunque pareciera una locura, ninguna de las dos opciones era la correcta o la equivocada, no era ganar o perder lo importante, era la emoción de ese momento, era un espacio en blanco para que suceda cualquier cosa.
-Llegó el momento- dijo- El monitor de la netbook le iluminaba por completo la jeta en una habitación sucia y oscura. -Una más y la dejo- El vago juntó saliva como si se dispusiera a cruzar el desierto de atacama sin una sola gota de agua. En una escupida viscosa de coca cola y restos de palitos dejó su mano lista para librarse la que sería su última japa. Cansado de ir a xvideos y teclear “argentina petera”, abrió el face y fue a lo seguro. Ni siquiera tuvo que escribir el nombre porque estaba primera en sus últimas búsquedas. Doble click de apurado por acogotar su pito flácido en una manuela en la que la clave iba a ser la velocidad y no la calidad. Lo seguro era ella. La mina del secundario. La mina que pudo ser su mejor mina, culito perfecto y una personalidad que te dejaba embobado. Así quedó él, embobado. Cuatro años después de su entrega de diplomas, estaba en una habitación oscura, metiéndose al facebook, bajándose el lienzo para revivir aunque sea en su cabeza lo que pudo ser y no fue. Porque ese era el tema, que pudo ser pero no fue. Así que empezó nomás, el loco guardaba la diestra para los huevos, la zurda para el canelón y con el meñique de la derecha le daba a la flechita para ir pasando de foto. Un profesional. No va que en la tercera foto sucede lo que sucede en cualquier historia que merezca ser contada. El loco se aviva que las fotos no son más de Porto Alegre. Que el paisaje ya no es mar, ni hay un negro con una caipiriña en la mano. La foto era en Buenos Aires. Daniela se había vuelto a vivir a Buenos Aires. Desesperado busca una servilleta, un repasador, algo para secarse la ensalivada que se había pegado minuto antes. Todavía era temprano para pegar un llamado, un whatsapp, para tirarse un lance. Daniela era una pendeja difícil, de esas minas que te hace sentir que para ganar hay que jugar con el equipo afilado, con un juez de línea comprado, sin lesionados y con todas las galaxias del universo alineadas para salir a tomar algo. Y si llegas a ganar sos capaz de convertirte en uno de esos tipos que van por la calle bien empilchados, llevando un carrito con dos críos gemelos, bolsas del super, en fin. Con el celular en la mano, sin saber bien que hacer primero, lo llamó a Pablito, el único amigo que había mantenido contacto con la piba. En quince minutos ya estaba listo para la última jugada. Todo podía pasar. -Hola?..- se escuchaba clarito- Hola? Quién habla? Preguntaba Daniela en un español a-portuguesado. -Hola Dani?- lanzó titubeando, cagado por lo que estaba haciendo. -Si! Quién habla?- preguntaba Daniela impaciente. -Soy yo.
En ese momento se le agolparon cinco años de golpe, parecía que había sido ayer la última vez que su vida tenía sentido, que sentía ese miedo incómodo de pendejita virgen. El loco supo que la vida era ese momento, jugársela por el todo o quedarse para siempre en la comodidad de la duda, de no saber bien que habría pasado. Y aunque pareciera una locura, ninguna de las dos opciones era la correcta o la equivocada, no era ganar o perder lo importante, era la emoción de ese momento, era un espacio en blanco para que suceda cualquier cosa.
Ojo que Bukowski se llenó de guita y mujeres escribiendo sobre garches, no garches, alcohol y abandonos. Claro que no todos somos Bukowski.
Te banco (?)