6 años jugaron en la segunda categoría, cuando les tocó jugarse subir a la máxima categoría… hicieron agua. Finalmente llegaron allí por decreto, gracias al voto, entre otros, de su clásico rival.
Entre 1920 y 1930 fueron los que más titulos cosecharon , durante el amateurismo. Al comenzar el fútbol profesional, en 1931, la decáda la dominó River. Lo mismo sucedió en las 2 décadas siguientes, hasta 1960. Luego el club con más títulos fue Independiente, durante 2 décadas, y entre el 80 y el 2000 ese lugar volvió a ocuparlo River.
Recién en la década del 2000 volvió boca a ser el más ganador de la década. Fue su época dorada. Época marcada por el macrismo en el club.
No hay que ahondar demasiado para tener pruebas de cómo consiguió esa efímera gloria, el mismísimo Grondona, presidente de AFA, en una conversación telefónica hablaba de un tal Amarilla como su mejor refuerzo. Se trata de Carlos Amarilla, árbitro que frecuentemente dirigía los partidos de copa libertadores en los que participaban. Políticamente el presidente sacaba rédito, pudiendo posicionarse ante la opinión pública como un administrador exitoso y competente, lo que le permitió saltar a la arena política siendo elegido jefe de gobierno de la CABA.
Pasados esos 10 años en los que lograron títulos internacionales con un juego poco vistoso, defensivo, y definiendo mayormente los partidos sin ganarlos, River volvió a ser el club más ganador de la década. El equipo más ganador en su historia, pocas veces ganaba. La estructura se basaba en un arquero ataja penales, centrales rudos con vía libre para el juego fuerte con impunidad de tarjetas, y en el medio instauraron el uso de 3 clásicos cinco compartiendo el mediocampo. Arriba, un enganche que dormía partidos, y su delantero más letal, un jugador con buen juego aéreo, olfato, y suerte, pero con una técnica que lejos estaba de ser la de un jugador de primera división. ¿Qué hubiese sido de ese goleador sin los destellos del 10 para filtrar pases y habilitarlo? Otro de sus delanteros era siempre puesto como ídolo más por sus picardías que por su buen juego. Se le ponderaba por hacer expulsar a un jugador rival con artimañas poco leales, por charlar a los rivales para enojarlos, pero difícilmente por sus cualidades futbolísticas, que en parte, las tenía. Pero nada de eso conquista al paladar boquense. Siempre su sentido de pertenencia se sustentó en la garra de sus jugadores, el “huevo huevo huevo” de un jugador hábil para golpear rivales más que para jugar. Una patada es motivo de festejo y orgullo, de hecho de los pocos ídolos que tienen es Passucci, un rústico famoso por una patada criminal a un ex jugador del club que recaló en River para ganarlo todo.
En los clásicos siempre se imponía el mejor juego de River, y durante un tiempo en esos partidos eran arrollados futbolísticamente, pero acertaban un golpe salvador, y se esos sucesos de fortuna malhabida se repetían. No hay merecimientos en el fútbol, claro, pero hay que tener siempre en cuenta los cómo. Ellos afirmaban que ganaban a lo boca. Ganar con artimañas desleales, con huevo, con trampa si fuese posible hacerla.
Del 2010 a la actualidad dejó de funcionarles su fórmula de aparente éxito. Apenas ese cruce en semifinales de libertadores.
Luego la balanza termino de inclinarse para el lado de la justicia, del que merece.
Gas pimienta como herramienta de doblegar al rival, liberación de zona para que sus propios jugadores sean atacados y lograr suspender un partido que nunca quisieron jugar en la cancha, con el aval del estado y toda su parafernalia corrupta, los tramposos de siempre quedándose con las manos vacías, sobrepasados por las buenas armas, el buen fútbol de un equipo que los puso de rodillas ante el mundo.
En el medio uno de sus ídolos, los abandonó por una cifra millonaria, sin estar realmente necesitado de hacer ya esa diferencia económica pues ya la había hecho en años anteriores a su primer retorno. Asi fue que sus ídolos de cartón fueron cayendo uno a uno, y que desesperadamente intentan actualmente llenar ese vacío insondable de tener un referente, elevando a la categoría de ídolo a un pobre rufian al que no lo quiere ni su hermano. Ese jugador al que ovacionan por sobrar a un rival al que le ganan una serie en forma escandalosa, es un fiel representante de su identidad esencial. Por eso lo quieren, y por eso le festejan la mentira de creerse grandes, cuando tristemente no lo son, porque nunca lo fueron. Los grandes respetan al rival, y compiten con hidalguía, y ganan sus títulos siendo indiscutidos por sus formas.
Pasaran unos pocos años, podrá ese jugador ganar algúun título local, con sus mañas de siempre y sus árbitros, y luego la historia lo pondrá en el lugar que le corresponde ocupar, la de los tipos tristes, porque ser de boca, ser de boca y defender esa esencia, esa forma de ser, ser desleal, tramposo, sucio; ESO SÍ QUE ES TRISTE.