Nose si estan enterados que en Santa Cruz se esta llevando a cabo una huelga de policias. Hace un rato escuché a un policia hablar y dijo que esto no es sólo por el salario, sino que tambien es porque “los policias sufrimos abusos y explotación”, entre otras cosas. Este mismo policia cuestionó el regimen verticalista de la policia del autoritarismo y la obediencia indiscutida al superior.
A todo esto, el gobernador amenaza con aplicar la ley de emergencia para pedirle al gobierno nacional que intervenga, es decir que mande fuerzas armadas nacionales (PFA, Gendarmeria, etc) para “establecer el orden”.
Las huelgas policiales
Una vez más tiene lugar una huelga de la Policía; esta vez, en la provincia de Santa Cruz. Hace un par de meses, una huelga en Misiones, relatada en Prensa Obrera, desató una crisis política en esa provincia. En ambos casos, apareció el reclamo de la sindicalización de la policía -algo que fue rechazado con vigor, otra vez más, por autoridades policiales y políticas. Otros críticos de este planteo, en especial en el oficialismo, advierten que los amotinados pretenden plasmar una asociación de fuerzas represivas, las que son manipuladas por camarillas formadas por la cúpula de las policías. Esto demuestra que es necesario, siempre, examinar cada situación concreta y evitar las generalizaciones.
También ha habido huelgas importantes de policías en Ecuador, el año pasado, y en Bolivia, hace muy poco. En esta último país, las huelgas policiales son frecuentes y consiguen apoyo popular y sindical.
Un relato interesante sobre este tipo de huelgas, en simultáneo con sublevaciones de tropas del ejército, se encuentra en un libro de aparición reciente, “Una historia popular de Londres”, cuyos autores son intelectuales reconocidamente de izquierda.
“LA CRISIS MÁS IMPORTANTE DESDE LA ÈPOCA DE LOS CARTISTAS”
(Hacia) el final del conflicto (la primera guerra mundial) (…), Gran Bretaña no era una excepción a la presión revolucionaria. El historiador Walter Kendal sostiene que “la evidencia muestra que la crisis que la sociedad británica enfrentó entre 1918 y 1920 fue probablemente la más seria desde la época de los Cartistas (…).
Las huelgas tuvieron una escala nacional y sus centros más avanzados no fueron necesariamente Londres. Probablemente, la huelga general de 1919 en el Clyside posea esta distinción. Pero la crisis de la maquinaria estatal, que era extrema, se concentró en la capital. En primera instancia, fue una crisis en las fuerzas armadas del Estado: el ejército y la policía. Los salarios de la policía habían sido erosionados por la inflación, por lo que se formó un sindicato policial -el Sindicato nacional de policías y oficiales penitenciarios (Nuppo)-, el cual (si bien fue clandestino desde su fundación en 1913) había conseguido un apoyo considerable, especialmente en Londres. Al tiempo que los conductores de autobuses en Londres, los trabajadores del algodón en Lancashire, los trabajadores ferroviarios galeses y los mineros de Yorkshire comenzaron la ola de huelgas de pos-guerra, la policía se vio arrastrada hacia el movimiento de trabajadores organizados: seis miembros del Nuppo formaban parte del Consejo de Sindicatos de Londres. Cuando, en agosto de 1918, el agente Tommy Thiel de la Policía Metropolitana fue dado de baja por sus actividades gremiales, la vasta mayoría de la Policía en Londres largó los bastones, dejando a la capital sin fuerzas capaces de mantener el orden. La huelga fue más fuerte en el centro de la ciudad y hubo piquetes volantes. Una fuerza de 600 hombres impuso el cumplimiento de la huelga. Se llevó a cabo una gran manifestación en Tower Hill.
El gobierno fue tomado desprevenido y el primer ministro, Lloyd George, se rindió a fin de ganar tiempo. En noviembre de 1918, el sindicato policial había crecido de 10.000 miembros, en agosto, a 50.000. Se llevaron a cabo manifestaciones masivas en el Royal Albert Hall, Trafalgar Square y Hyde Park. El gobierno reorganizó las fuerzas, nombrando un nuevo Comisionado para la Policía Metropolitana, Nevil Macready, un veterano de la represión de la huelga minera de 1910 en Tonypandy. Pero solamente luego de que el gobierno provocara una segunda huelga en Londres, en mayo de 1919, y que dieran de baja a 1.000 policías que se habían pronunciado a favor fue que se pudo controlar la situación.
Las huelgas policiales hubieran sido importantes por sí mismas, pero además coincidieron con las más extensas series de motines en el Ejército y en la Marina que las Fuerzas Armadas británicas jamás hayan experimentado. Otra vez, estos motines afectaron cada rincón del país. Pero en Londres, los amotinados entraron en confrontación directa con el gobierno y con el alto mando del Ejército. El primer motín de soldados ocurrió en Folkestone, en enero de 1919, cuando 10.000 soldados rehusaron embarcarse para prestar nuevamente servicio en el extranjero. Arrancaron una rápida desmovilización, la cual había sido resistida por el gobierno había resistido porque planeaba una intervención militar contra la Revolución Rusa. La chispa, que disparó otros conflictos en la capital y los alrededores, se encendió apenas los vespertinos londinenses informaron de estos hechos.
En Osterley Park, al oeste de Londres, estaban estacionados 3.000 hombres del Cuerpo de Servicios del Ejército, muchos de ellos ex choferes de ómnibus con experiencia sindical. Pedían la desmovilización; pero cuando no lograron respuesta, alrededor de 150 de ellos tomaron tres camiones y se dirigieron al centro de Londres con la intención de entrevistar a Lloyd George. Otros regimientos se unieron a ellos en Downing Street (NT: residencia del primer ministro), donde obtuvieron una desmovilización acelerada y la promesa de que ninguno sería enviado al extranjero. Este último punto fue importante cuando el día de la manifestación, la Pall Mall Gazette informó que “la agitación en el Cuerpo de Servicio, en Osterley y en otros lugares era atribuida a los repetidos rumores de que se estaban preparando planes para enviar una fuerza considerable a Rusia”.
El movimiento se expandió. En Grove Park, al sudeste de Londres, unos 250 choferes marcharon a entrevistarse con el oficial comandante en una barraca a 800 metros de su lugar de acampe y golpearon al sargento mayor que trató de detenerlos en las puertas. El 6 de enero en Uxbridge, al oeste de Londres, 400 hombres de la Armament School dieron vueltas las mesas en protesta por la mala calidad de la comida y marcharon hacia High Street cantando “Los británicos nunca serán esclavos” y “Cuéntame la vieja, vieja historia”. Al día siguiente, establecieron un comité de queja y enviaron una representación al Ministerio de Guerra. En Kempton Park -al sudoeste de Londres-, 13 camiones cargados con tropas se dirigieron al Ministerio de Guerra. En los camiones, se había escrito con tiza slogans tales como “Kempton está en huelga”, “Basta de dilaciones” “Estamos hartos” y “Basta de salchichas y conejos”. Eligieron una delegación de 11 miembros para negociar con el Ministerio de Guerra. Mientras tanto, alrededor de 400 marinos en el aeropuerto naval de Fairlop -cerca de Lifford- amenazó con ir a Whitehall (NT: centro administrativo del gobierno británico) si no se satisfacían sus demandas. Hubo más protestas en White City y Upper Norwood.
El 7 de enero, en Park Royal, alrededor de 4.000 soldados del ASC marcharon para conseguir una rápida desmovilización, jornadas más cortas de trabajo, no alistarse para ir a Rusia, un comité elegido y no recibir represalias. Se les prometió satisfacer la mayoría de sus demandas. Al día siguiente, una gran delegación llegó a Whitehall para presentar sus demandas al gobierno. En Paddington y nuevamente en Horse Guards Parade, el comandante del distrito de Londres, General Fielding, trató de detenerlos con amenazas de utilizar la policía. Los huelguistas lo ignoraron y marcharon a Downing Street, donde el ex Jefe del Estado Mayor General de Imperio, Sir William Robertson, salió a escuchar sus demandas. Siguieron las discusiones y se envió un general a Park Royal para investigar las quejas. Como resultado se agilizaron las desmovilizaciones y se llegó a un acuerdo para que nadie que hubiera estado en el exterior o fuera mayor de 41 años fuera reclutado para la conscripción, incluso para ser enviado a Rusia.