Era otra epoca, otra mentalidad. Absolutamente incompatibles con la valoración cultural con que el fútbol cotiza actualmente en la vida de los argentinos. Hoy –qué duda cabe– sería inconcebible e insostenible la decisión que imperó en la primera mitad del siglo pasado, cuando Argentina, por motivos deportivos o políticos, se abstuvo de participar en tres mundiales consecutivos, construyendo un abismo de 24 años sin intervenir en la máxima cita de la FIFA, desde Italia 34 hasta Suecia 58.
¿Se imaginan a Argentina sin ir al Mundial por decisión propia? Bueno, eso pasó en Francia 38, Brasil 50 y Suiza 54. Una verdadera lástima, ya que en esa época descollaron cracks impresionantes que sólo pudieron dejar constancia de su jerarquía logrando siete Sudamericanos (1937, 1941, 1945, 1947, 1955 y 1957) y obteniendo algunas victorias resonantes en un puñado de amistosos con selecciones europeas. Insuficiente para una generación dorada.
Luego de Uruguay 30 e Italia 34, Argentina creía tener derechos adquiridos para ser la sede de 1938. Para ello esgrimía sus buenas figuraciones en los torneos internacionales de las últimas décadas la supuesta alternancia entre Sudamérica y Europa como anfitriones de la Copa del Mundo. Luego del Congreso que la FIFA celebró en Berlín, en 1936, se le asignó la organización a Francia, y los dirigentes argentinos anunciaron automáticamente que desistían de participar, medida que contó con la solidaridad de México, Colombia, El Salvador, Costa Rica y la Guyana holandesa. Meses después, cundió el arrepentimiento. Le solicitaron a la FIFA la eximición de las eliminatorias y hasta contaron con el impensado respaldo de la revista francesa Football, que lanzó una campaña para la admisión fuera de término de Argentina en honor a la calidad de su juego. Pero era demasiado tarde. La respuesta fue un no tajante, preámbulo para refrendar un boicot que, sin embargo, fue muy cuestionado por los hinchas argentinos, convencidos de que se desperdiciaba una oportunidad preciosa para demostrarle al mundo la jerarquía de nuestro fútbol.
Y no le faltaba razón a la gente. En la Selección de ese momento, flamante campeona del Sudamericano 37, podían encolumnarse jugadores como Antonio Sastre, José María Minella, Ernesto Lazatti, Carlos Peucelle, Enrique Guaita, Capote De la Mata, Bernabé Ferreyra, el Conejo Scopelli, Panchito Varallo, el Charro Moreno, Adolfo Pedernera, Roberto Cherro, Alberto Zozaya, el Chueco García… Sobraban jugadores para elegir.
Campeón defensor y dueño de la medalla dorada en Berlín 36, el equipo de Italia no “patrocinado” por el fascismo fue el máximo favorito del torneo, disputado por eliminación directa desde octavos de final. Un torneo adornado por algunas pinceladas pintorescas…
Al ser escaso el movimiento aéreo de cabotaje, la mayoría de los equipos se trasladó en tren de una sede a otra. Como cada delegación debía costear su pasaje, varios viajaron muy apretados en los vagones más económicos.
Austria se había clasificado, pero el IIII Reich la anexó al territorio alemán, degradándola al rango de un simple distrito. ¿Consecuencia? Dejó su lugar vacante y los alemanes, por orden de Hitler, incorporaron a varios austríacos para potenciar a su selección, aunque no pudieron torcer las convicciones de su máxima estrella: Mathias Sindelar.
El brasileño Leónidas hizo un gol descalzo en el espectacular Brasil 6-Polonia 5. Harto del barreal que era la cancha se quitó los botines y convirtió. Un tanto que fue inmortalizado como “el gol de las medias”. Luego el árbitro Eklind lo obligó a calzarse nuevamente.
El técnico suizo, Karl Rappan, estrenó un sistema defensivo que haría furor en los años siguientes, especialmente en Italia: el catenaccio.
Cuba dio un batacazo: eliminó a Rumania. Igualaron 3-3 en el primer partido, con una gran actuación del arquero Carvajales. Y ganaron 2-1 en el desempate. Pero esta vez atajó el suplente, ya que Carvajales fue invitado a comentar el partido por una radio cubana…
Cuando debieron eliminarse Italia y Francia, ambos con camisetas azules, los tanos se ofrecieron a cambiar y aparecieron en la cancha con un atuendo negro, emulando las tétricas camisas negras delos adeptos a Mussolini. Los silbaron a más no poder
A Brasil le marcaron dos penales en condiciones infrecuentes. Nejedly hizo el suyo con el tobillo fracturado en Brasil 1-Checoslovaquia 1. Y el italiano Meazza selló el 2-1 en semifinales tomándose con la mano izquierda el elástico de su pantalón, ya que se le había cortado y había peligro de striptease.
Antes de la final con el excelente equipo de Hungría, los italianos recibieron un telegrama de Mussolini: “Vencer o morir”. La suerte estuvo de su lado y salvaron el pellejo con un inapelable 4-2. Victorio Pozzo quedó inmortalizado como el único entrenador bicampeón de la historia, mientras que Italia, sin saber lo, se quedó con el título más duradero de la historia. La guerra impediría jugar el Mundial durante los 12 años siguientes…
La FIFA se propuso retomar el ritmo normal de las competencias cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. El fútbol estaba herido en Europa, pero mantenía su vitalidad en Sudamérica, verdadera meca durante los años cuarenta. Las primeras noticias fueron auspiciosas: Inglaterra terminó con su aislamiento voluntario y anunció su regreso al seno de la FIFA, que decidió bautizar al trofeo en juego como “Jules Rimet”, en homenaje al mentor de los mundiales.
El fútbol argentino atravesaba una época gloriosa, desbordaba de cracks. Pero resolvió renunciar al Mundial 50 un minuto después de que le adjudicaran la sede a Brasil, único postulante en el Congreso de 1946, en Luxemburgo. ¿Los motivos de la segunda deserción? Por un lado, se puso énfasis en una virtual ruptura de relaciones deportivas luego del Argentina 2-Brasil 0 del 10 de febrero de 1946, en el Monumental, que terminó en una verdadera batalla campal. Enfadados, los brasileños les prohibieron a sus equipos enfrentar a clubes argentinos en amisto sos pactados. Pero otro motivo, acaso el más fuerte, germinó a partir de la huelga de futbolistas de 1948, motivada por un pedido salarial. Desde Colombia les ofrecieron sumas fabulosas a jugadores de la talla de Pedernera, Di Stéfano, Rossi, Pontoni, Perucca… Los clubes argentinos perdieron a sus figuras. Y la Selección se debilitó notablemente, pues no podía nutrirse de futbolistas que militaban en el fútbol colombiano. Ante la imposibilidad de presentar un combinado pode roso, el gobierno encabezado por Juan Domingo Perón prefirió la renuncia antes de cargar con el costo político de una decepción.
La dimensión de la oportunidad que se dejó pasar puede resumirse con sólo recordar que Argentina venía de ganar en forma invicta los Sudamericanos de 1945, 1946 y 1947, ausentándose del torneo de 1949 porque se disputaba en Brasil. Y esa sensación se amplifica con mencionar los jugadores que podrían haber descollado: la delantera de La Máquina (Muñoz, Moreno, Labruna, Pedernera, Loustau), un trío legendario como Farro, Pontoni y Martino, el gran Alfredo Di Stéfano, Tucho Méndez y tantos otros… Nadie lloró por Argentina, por supuesto. Y el torneo se celebró brillantemente. A instancias de Brasil, la FIFA accedió a disputar una primera fase de grupos y una ronda final de todos contra todos. Autoexcluidos los países comunistas, suspendida Alemania y debilitada Italia por el accidente aéreo de Superga, donde murieron las estrellas del Torino que nutrían a la Azzurra, los locales se erigieron en favoritos, apenas jaqueados por la sombra de Uruguay, rival del último encuentro en el estadio Maracaná, por entonces a medio terminar. Ante 200.000 brasileños que daban por descontada la consagración del Scratch, los celestes liderados por Obdulio Varela produjeron el milagro. Absorbieron el gol de Friaca y, con personalidad mitológica, dieron vuelta el resultado con goles de Schiaffino y Ghiggia. Aquel 16 de julio se consumó el “Maracanazo”. Argentina, mientras tanto, mantenía sus ojos vendados…
Esa ceguera deportiva determinó que la Selección sólo disputara nueve partidos internacionales entre 1950 y 1953, mientras el fútbol europeo reverdecía tras los años oscuros de la guerra. La FIFA celebraba su cincuentenario en 1954. Y era una ocasión más que propicia para adjudicarle la organización de la Copa del Mundo a Suiza. No sólo porque allí funcionaban sus oficinas, sino también porque los helvéticos se habían mantenido neutrales durante el conflicto bélico y eran mirados con beneplácito por los potenciales participantes europeos.
Argentina logró un triunfo histórico el 14 de mayo de 1953, en cancha de River. Contra todos los pronósticos, superó 3-1 a la poderosísima Inglaterra. Mejor prueba de fortaleza, imposible. Pero ni ese hito, que enfervorizó al ambiente local, fue suficiente para modificar la decisión tomada en los años anteriores.
La AFA seguía enemistada con varias asociaciones sudamericanas, además de agigantar su enojo por la negativa de FIFA a adjudicarle la sede de un Mundial. Aunque ese cuadro de situación era nada comparado por la verdadera razón de la tercera deserción consecutiva: una estrategia política del gobierno peronista. ¿Quiénes hubieran jugado para Argen tina el Mundial 54? Por ejemplo, los once que derrotaron a Inglaterra un año antes: Julio Mussimessi, Pedro Dellacha, José García Pérez, Francisco Lombardo, Eliseo Mouriño, Ernesto Gutiérrez, Rodol fo Micheli, Carlos Cecconato, Carlos Lacasia, Ernesto Grillo y Osvaldo Cruz.
Una vez más, nadie lloró por Argentina. Los 16 clasificados se repartieron en cuatro grupos, con dos cabezas de serie cada uno, que no se enfrentaron entre sí en la curiosa fase inicial. Francia-Yugoslavia, el partido inaugural, fue visto por 5 millones de personas. No en el estadio, por supuesto, sino a través de esa cámara de televisión situada en lo alto de una tribuna, que emitió las imágenes para Inglaterra, Dinamarca, Bélgica, Francia, Alemania Federal, Italia, Holanda y Suiza.
El torneo, que se desandaría al ritmo de la eficacia germana y de la fantasía húngara, no contó con la presencia española, que perdió su eliminatoria con Turquía por sorteo, luego de una victoria por bando y una igualdad en el tercer encuentro. El encargado de sacar el papelito de los turcos fue un niño llamado Franco. “Qué podíamos esperar de un Franco”, fue la irónica reflexión de los republicanos ibéricos, opositores a la dictadura del Generalísimo.
Alemanes y húngaros, que ostentaban un invicto de cuatro años, se enfrentaron en la final. Antes habían chocado en la fase de grupos. Hungría ganó 8-3, pero el técnico alemán, Sepp Herberger, había alineado una formación suplente para perder. Lo movilizaban dos motivos: evitar rivales duros como Brasil o Uruguay en las rondas siguientes y detonar el exceso de confianza en los magiares para una probable final. Y así se dio. Alemania llegó más fresco que Hungría al choque decisivo y se impuso por 3-2 con una gran actuación de Helmut Rahn, el hombre que Herberger convocó de urgencia en medio de la competencia, pues no estaba satisfecho con la producción ofensiva de su equipo. Una lección estratégica de la que Argentina se enteró por los diarios. Llegaba la hora de terminar con el aislamiento absurdo…