Dejo que te lo explique Feinman, que lo puede expresar mejor que yo, comparto la idea:
Hay un pequeño texto de Guevara que se llama: “Cuba, ¿excepción histórica o vanguardia en la lucha contra el colonialismo?”. Luego de refutar las tesis de los “excepcionalistas”, el Che concluye que Cuba es la vanguardia en la lucha contra el colonialismo. Quienes creyeron esto creyeron un error. Quienes vieron en la teoría del foco una posibilidad revolucionaria, no meditaron lo suficiente sobre la propia experiencia del Che en Bolivia. Hay muchos textos de Guevara que postulan una participación mayor de la guerrilla en el trabajo de masas, pero siempre defendió el foco. El poder galvanizador de la guerrilla. Partir del foco e ir incorporando a las masas. El ERP ensaya
esta operatividad en Tucumán. La guerrilla argentina fue preferentemente urbana. Guevara no pensaba así: “Esas son las consideraciones que nos hacen pensar que, aun analizando países en que el predominio urbano es muy grande, el foco central político de la lucha puede desarrollarse en el campo” (Cuba, ¿excepcionalidad histórica o…?).
Hay textos, sí, en que se desliza, como dije, hacia la fundamental captación de las masas (aunque siempre partiendo desde el foco): “Los guerrilleros no pueden olvidar nunca su función de vanguardia del pueblo, el mandato que encarnan, y por tanto, deben crear las condiciones políticas necesarias para el establecimiento del poder revolucionario basado en el apoyo total de las masas” (Guerra de guerrillas, un método). Creía que la Historia estaba a favor de su causa, como casi todos creían en esos años: “La Alianza para el Progreso es un intento de refrenar lo irrefrenable” (Ibid.). Su experiencia boliviana es crística. Son tantos los padecimientos que describe en su Diario
que uno entiende que sólo un hombre con una voluntad casi sobrehumana puede afrontarlos. También creía que la voluntad revolucionaria podía vencer los escollos de la realidad. (No en vano el libro de Anguita y Caparrós sobre la militancia revolucionaria del setenta lleva por título La voluntad). En fin, sé que por más que diga que admiro a este hombre y que creo que es justo se haya transformado en el símbolo de la rebeldía, los guevaristas, que son impiadosos, no me perdonarán estas páginas. Han sido sólo un bosquejo para entender los errores de la guerrilla argentina.
Que no tuvo ni por asomo un Guevara y que agravó esos errores. Este libro no trata de él. Pero es inevitable tomarlo en cuenta porque fue el mentor de quienes creyeron y aplicaron la teoría del foco. Algo que ocurrió en toda América latina. En sus diálogos con Castro tal vez sea él quien se ubica en el lugar más brillante, más osado, pero es Castro el que le está dando una dura lección de política, el que le exhibe las aristas ásperas de la historia, algo que lo remite a una teoría que el Che interpreta como “paciencia” y Castro como trabajo político, como esa tarea ardua, difícil, de
limar los muros que la realidad se empeña en levantar ante la “voluntad revolucionaria”. Es posible que Castro no quede como la bandera del rebelde, pero fue el que toleró el desgaste, las negociaciones, el paso del tiempo. Es posible, también, que ahora quiera morir sin haber retrocedido, algo que lo acercaría definitivamente a la gloria del Che. Es posible que en este hecho se encuentre el secreto del empeño en su perdurabilidad.
Un Castro al que la muerte atrapa sin que haya entregado a Cuba es un Castro que llega a las alturas de la rebeldía del Che. De aquí que el empecinamiento que muestra desde hace años en no “democratizar” la isla sea expresión de un deseo: seguir siendo Fidel, no alterar su imagen, seguir siendo el mismo, el que mantuvo y mantiene a Cuba fuera de las garras del imperialismo.
Porque lo sabe bien: detrás de todas las exigencias para que democratice Cuba late el deseo de aniquilarlo a él. Una Cuba sin Castro sería pasto fácil para una penetración gusano-imperialista de elevadas proporciones. Una Cuba con Castro es una Cuba detenida, no democrática, fijada en un pasado de esplendor cuyo presente no logra expresar, pero para él, para Castro, es la garantía de su coherencia, el dibujo perfecto de su figura. Si el Che murió en Bolivia siendo el Che, dejando a la posteridad la imagen perfecta, intocada, de Ernesto Guevara, un Castro que muera “en la Cuba de Castro”, en la isla todavía indemne, cansada pero rebelde, anacrónica pero pura, sería el
Castro perfecto, el Castro que muere dejando también a la posteridad la imagen perfecta, la imagen intocada del héroe de la Sierra Maestra, del revolucionario, del hombre que nunca se entregó, del nunca vencido, del obstinado que le dice a la historia, no que lo absolverá, sino que él se ha absuelto a sí mismo, que su voluntad de ser hasta el final lo que fue desde el principio lo iguala al otro empecinado, al de Bolivia, lo torna tan puro como él, lo transforma en el único político
que, sin dejar de transitar los caminos del desgaste, de los largos años que erosionan toda posible gloria, ha llegado, sin embargo, al fin con la pureza del mártir, con la voluntad indomable del aventurero, sin quebrarse. Así, Castro va en busca de una gloria aún mayor que la de Guevara: la de haber sido, a la vez, los dos, él y el otro. El que murió puro en Bolivia. Y el que morirá puro en la isla de Cuba, invicta. Como él.