"La minería a cielo abierto es una actividad industrial insostenible por definición; la explotación del recurso supone su agotamiento, es una industria efímera que explota recursos naturales finitos, cuyo valor se encuentra absolutamente distorsionado por los beneficios impositivos que recibe y por la externalización de los costos ambientales y sociales que produce.
Las innovaciones técnicas que ha experimentado la minería desde hace aproximadamente 50 años, debido al creciente agotamiento de los minerales, han modificado radicalmente la actividad; se ha pasado del aprovechamiento de vetas subterráneas de gran calidad, a la explotación en minas a cielo abierto de minerales de menor calidad diseminados en grandes yacimientos. Los modernos equipos con los que cuenta la industria permiten hoy remover montañas enteras en cuestión de horas, haciendo rentable la extracción de menos de un gramo de oro, por ejemplo, por tonelada de material removido.
La minería a gran escala está asociada a los impactos sociales relacionados con los cambios poblacionales que ocurren mientras opera la mina, y a la amenaza sobre los recursos naturales en los que se basan otras actividades como el turismo, la agricultura y la ganadería. Por otro lado, la actividad minera produce, frecuentemente, beneficios económicos a corto plazo para las comunidades y los trabajadores, y a menudo las empresas mineras realizan obras de infraestructura local, postergadas por décadas de un Estado ausente.
Sin embargo, esta actividad provoca a largo plazo impactos ambientales y de salud, que las compañías mineras evitan pagar (en el muy hipotético caso en que una remediación del desastre ambiental sea posible) y condiciona el bienestar de las generaciones futuras. Además, es importante recordar que la minería es una industria “globalizada”: las corporaciones internacionales operan en países en desarrollo atendiendo la demanda de los centros industrializados, por lo que la extracción escapa a la planificación de una economía local.
En una entrevista concedida a la revista DEF unos años atrás, la geóloga Diana Mutti, defensora del actual avance minero en el país, manifestó que “Lo fundamental es que una vez terminado un proyecto (minero) haya otro que emplee la mano de obra generada, de modo que no baje la calidad de vida de la población.” ¿Cómo harán frente a esta situación los gobernadores que hoy manifiestan que la única posibilidad de desarrollo en sus provincias es la minería a cielo abierto? Si a ello sumamos el pasivo ambiental que la industria minera dejará tras sus pasos, el agotamiento de fuentes de agua que contaminó durante los años de funcionamiento y la desaparición de los minerales: ¿serán el Estado y la población quienes subsidien nuevamente a las corporaciones que extrajeron el oro de la cordillera? Entre todos los metales, el oro puede distinguirse por dos cosas, su producción en porciones muy pequeñas y la enorme alteración ambiental que genera su extracción.
En la dimensión del daño ocasionado por cantidad de metal producido, nada puede igualar al oro. Al mismo tiempo, la extracción de oro se distingue por su destino: el 60% del oro extraído en 2010 fue destinado a joyas, el 30% a inversiones y sólo el resto a industria y medicina. Mientras tanto, en Argentina, el oro de los dispositivos electrónicos no es reciclado sino descartado.
A pesar de lo que dice la industria, los registros demuestran claramente que la minería con lixiviación de cianuro no es una práctica segura, sino que ha protagonizado una larga serie de accidentes sobre los cuales hay una extensa bibliografía. Pero la lixiviación con cianuro es sólo uno de los impactos que trae aparejada esta actividad; entre otros problemas ambientales que enfrenta la minería se encuentran los drenajes ácidos que pueden contaminar gravemente el agua de ecosistemas cercanos así como el agua de consumo humano, y si bien ocurren naturalmente, son significativamente magnificados como consecuencia de la minería. Estos drenajes viajan largas distancias río abajo y pueden permanecer durante décadas, siglos y más.
Por lo tanto, se debe ser claro en el mensaje: la minería es responsable de la destrucción de ecosistemas –prueba de ello es el impacto de los glaciares Toro 1, Toro 2 y Esperanza en Chile ocasionado por la empresa Barrick Gold en su emprendimiento binacional de Pascua Lama; es responsable de un alto consumo de agua y energía, que compite con el abastecimiento de otras actividades productivas y de la población; es responsable de generar empleos durante un corto plazo y pasivos ambientales a largo; y es responsable de ocasionar el agotamiento de recursos naturales finitos y ya escasos.
Por último, el caso extremo de la minería de oro (un capítulo aparte merece la minería de uranio) nos obliga a analizar estos emprendimientos desde una perspectiva más amplia, y a evaluar la necesidad real de seguir dañando el ambiente y amenazando los medios de vida de comunidades enteras a cambio de la extracción de un recurso no renovable que hoy se destina mayormente al uso suntuario y a la seguridad financiera”.