Bueno, esta salio en la edición anterior pero boludeando por internet la encontré y acá la comparto
ENCARGADO de compras sector limpieza y mantenimiento.
Al chiquilín de pelo corto nacido en Azul no lo invitaron a subir al escenario para entregarle semejante título. Le daban, sí, 200 pesos y algo de cambio para el colectivo. El pedido era simple: adquirir fuentones, escobas, baldes, lavandina, trapos de piso y otros implementos de aseo. Todo por el barrio. El técnico de la primera era Daniel Passarella. El chiquilín de pelo corto nacido en Azul ya había debutado en Primera. Vivía en la pensión del club y cobraba unos mangos por el trabajo. Tenía que fichar como un empleado más. Una tarde apareció por los míticos pasillos del Monumental, esos que todo lo vieron y todo lo saben, cargando baldes y lampazos. Un par de hinchas lo reconocieron. Creyó morir de vergüenza. Y pidió el cambio.
ABANDERADO de causa épica sector fútbol profesional.
Al veterano de pelo largo nacido en Azul, milagroso por portación de segudo nombre, lo siguen millones de ojos, lo acompañan en sus zancadas miles de piernas, traban con él, imploran a la vez para que despeje ese último balón que vaya uno a saber por qué designio misterioso va todos los domingos a parar a sus pies.
Ocurren muchas cosas cuando en un Monumental digno de los delirantes días del año 75 ruge un “Pelado, Pelado” capaz de hacer vibrar a todo el barrio y obligar a clausurarlo para la realización de cualquier otro partido de fútbol.
Ocurren muchas cosas en ese instante de conexión entrañable y sincera entre el hincha y el ídolo. También ocurren otras que no se ven allá, en la Belgrano Baja, porque la familia Almeyda no lleva el cartelito con el apellido pegado en la espalda. Son de perfil subterráneo. Papá Oscar cuenta que codea a mamá Silvia y, flojo como es, se deja llorar. Escucha, mira y llora. “Me mata que lo quieran tanto”, admite Luciana, esposa y compinche, gallina de nacimiento. Sofía, la hija mayor, no va al estadio porque no le gusta, pero Azul y Serena, de 7 y 4, las más pequeñas, saltan y se preguntan cómo le pueden cantar “pelado” a su papá con todos los pelos que tiene, si no será que en el cole les enseñaron algo mal, mientras empiezan a contar los días para saltar otra vez al verde césped del Monumental.
El romance es furioso, pero mientras los hinchas dejan la voz y lanzan jabalinas invisibles al viento, quienes conocen de verdad a Matías Jesús Almeyda, aquellos que se codean allí en la Belgrano Baja, tienen muy claro el milagro más allá del milagro, saben de la depresión, de la obsesión por encontrar su lugar en el mundo, de los 4 años tirados, de la vida frustrada en el campo, del proyecto de ser intermediario, del absurdo de jugar en la C, del Showbol, del partido despedida en Azul que nunca terminó de concretarse, porque algo escondía este muchacho en la manga.
Hasta hoy, Matías Almeyda no había sido nunca tapa de El Gráfico más que apareciendo detrás de un festejo de gol de Crespo o chiquito como anuncio de poster. Ni cuando metió a River en la final de la Libertadores 96, ni cuando fue pase récord del fútbol argentino, ni cuando lo eligieron mejor extranjero de Italia.
“Por eso volví, me quedaba un temita pendiente”, bromea y sonríe con ese tic tan suyo de ojos achinados, que le transforman la cara en un mapa de la vida surcado por mil y una arrugas, por mil y una batallas.
Estimado lector: si da vuelta la revista y ve la contratapa, observará que allí también tiene un lugar nuestro personaje. El registro de la doble tapa no tiene antecedentes en 91 años de la revista. Confirmado, entonces: Matías Jesús Almeyda volvió con todo.
-¿Se nota la diferencia entre jugar para ser campeón y jugar para zafar de abajo?
-Mirá, acá el tema es claro. Todos somos conscientes del promedio, pero también sabemos que si apuntamos al campeonato, una cosa nos sacará de la otra.
-Contra Tigre se festejó como un gol salva-descenso, no como uno de primera fecha…
-Sabemos muy bien que para nosotros son todas finales, sin verso, y que los primeros partidos de estos torneos cortos son los que marcan el camino. Si errás al comienzo, después se te va a complicar. Seguro. Y aquí lo puedo decir por experiencia.
-¿Perciben los nervios de la gente o sólo sienten que hay que ganar porque es River?
-El apoyo de la gente es impresionante, conmovedor. Los datos de venta de entradas de los últimos campeonatos no mienten. Y eso que hicimos campañas de media tabla. Contra Tigre, quizás en otra época, a los 30 del primer tiempo, ya escuchabas murmullos, algún silbido, pero esta vez hasta la gente fue paciente. A nosotros nos sirve mucho. Y sabemos muy bien que hay que jugar concentrados los 95 minutos. Si no, mirá la que salvó Carrizo contra Independiente.
-¿Estás pendiente de cómo salen Tigre, Gimnasia, Arsenal, o no les das bola?
-Sí, claro que hincho por los rivales que juegan contra ellos, miro cuántos puntos achicamos, por supuesto. Todos somos conscientes de lo que nos jugamos, por eso creo que es fundamental cada entrenamiento, el cuidado personal, la concentración en los partidos, ser positivo en el grupo, hay que ir sacando ventajas en pequeñas cosas para después lograr la gran ventaja.
-¿Cómo fue tu arenga antes de Tigre?
-Nada, les recordé que en el último partido nos habían metido 5 goles, que nos habían hecho pasar un mal momento, y que como esto es deporte teníamos que intentar hacerles sentir lo que nos hicieron sentir ellos. ¿La verdad? Estuvo bueno ganarles en el último minuto, tuvo un sabor especial.
-En estos primeros partidos no importa tanto cómo se juegue sino ganar, ¿no?
-Buscamos jugar bien porque sabemos que por esa vía tendremos más posibilidades de ganar, es el mensaje de Angel y coincido, pero mandan los resultados. Y cuando ganamos sin jugar del todo bien también sacamos cosas positivas. Hemos sufrido en estos partidos y yo digo que los grandes equipos deben saber sufrir. A Cappa le gusta el buen juego, nos transmite que el 2 salga jugando, que el 3 también, que arriesguemos, que de eso se trata el fútbol, pero también nos recalca que cuando estamos apretados, si hay que revolearla a la tribuna, la revoleemos sin dudar. El primer concepto es jugar, pero si no se puede jugar está la lucha. No tienen ningún drama con eso.
-¿Qué te dijo exactamente Cappa cuando terminó el torneo pasado?
-Me llamó dos fechas antes del final y me dijo que quería que siguiera en el grupo, que consideraba que era importante, pero que también iba a buscar jugadores en mi posición. No me aseguraba que fuera titular. Tampoco me dijo que no iba a tener chances de jugar, claro.
-¿Lo sentiste sincero?
-Sí, de hecho por eso continué.
-¿Te tomaste un tiempo para pensarlo?
-No, mi única duda, cuando llegara el último partido, era cómo me sentiría para seguir. Y como me sentía bien, le di para adelante. Después, uno acepta el desafío de luchar, de ganarse un lugar. De hecho, en mis 18 años de Primera, jamás ningún técnico me dijo antes de empezar un torneo: “Vas a ser titular todos los partidos”. A Cappa le dije que valoraba su honestidad.
-¿No es común?
-Y… no tanto. En el fútbol son pocos los que van de frente. En general no te dicen nada, entonces vas a la pretemporada y cuando empieza el campeonato recién ahí te dicen, y al jugador no le dan tiempo para buscarse club. O directamente no te ponen y esperan que vos te molestes y te vayas dando un portazo. Pero las cosas claras suelen tener mejor final.
-¿Cuándo te avisó que ibas a jugar?
-Unos días antes del primer partido de este campeonato. Me dijo que me había ganado el lugar no por lo que había hecho antes, por la historia, sino por lo que estaba haciendo. Pero tampoco es para siempre, eh. A mí, mientras me den las piernas para luchar, voy a luchar. Después, sé también que estoy grande, no tengo una venda en los ojos, la tengo un poco más arriba nomás, y si el de atrás está mejor que uno hay que aceptarlo. Lo importante es que tiremos todos para el mismo lado. Acá no te podés dormir en los laureles.
-Y cuando después Cappa te llena de elogios, ¿qué te pasa por adentro?
-Siento un gran orgullo, lógico, y me da fuerza para seguir mejorando. Yo creo que he mejorado un montón con Angel y su cuerpo técnico. Son de los últimos formadores que quedan en el fútbol. Transmiten tranquilidad y te dejan conceptos. Mirá que yo tuve grandes entrenadores en mi carrera, pero aquí escuché cosas que no había escuchado antes.
-A Gallardo, Cappa le dijo lo mismo que a vos, pero se fue. ¿No había lugar para dos líderes tan fuertes?
Considero que en un plantel no tiene que haber un líder, tiene que haber un grupo.
-Pero vos sos un líder.
-Tengo más experiencia pero la palabra líder no me gusta, la vinculo a algo autoritario. Hace poco leí algo del vuelo de los gansos. Viste que van en bandada, en forma de “V”, porque cada pájaro, al mover sus alas, produce un movimiento del aire que ayuda mucho al de atrás. Y así aumentan como un 70 por ciento su capacidad de vuelo. Además, cuando uno se cansa, va atrás y cuando uno se cae, otros cinco bajan a agarrarlo. Para mí, esto es lo mismo. La idea tiene que ser de los más grandes, deben llevar un poco al grupo, hacerles entender las cosas a los más jóvenes, pero deben ser muchas cabezas las que piensen de esta manera. Para tirar todos para el mismo lado. Ahora, donde hay subgrupos, ahí se crean problemas.
-¿Vos tuviste problemas con Gallardo?
-Para nada, pero con Ariel tenía más afinidad, una amistad que nació desde las Inferiores.
-¿Cómo quedó el grupo ahora?
-Este grupo sabe lo que realmente quiere, sin verso. Somos muy conscientes de la situación que vive el club, tanto económica como deportivamente, y está el compromiso de sacarlo adelante. Ahora se formó una linda mesa de grandes, con más gente de experiencia, como antiguamente pasaba en el fútbol. Yo entraba y estaba Enzo, Burgos, Astrada, Hernán Díaz, Berti, todos grandes. Ahora se sumaron Carrizo, el Chiche Arano, Ferraro, hay varios de 28 para arriba, no soy yo el único jovato. Me parece que para cualquier plantel es importante contar con gente grande, sobre todo si esa gente grande tiene las ganas y la consciencia de dónde estamos metidos y qué estamos defendiendo. Además, al ser Ariel y yo nacidos en el club, y al haber unos cuantos chicos también surgidos de las Inferiores, les podemos inculcar mucho el sentimiento hacia esta camiseta.
-¡Cómo explotó tu relación con los hinchas! ¿no? Porque siempre te quisieron, pero ahora se da un romance furioso…
-Siempre la gente de River me tuvo un cariño especial. Me acuerdo bien cuando erré el penal con Nacional de Medellín que nos dejó afuera de la final de la Libertadores 95 y la gente enseguida coreó mi nombre, pero jamás había vivido esto. Siempre fui un agradecido a esta camiseta, al club. Yo viví acá, viví de verdad debajo de esas tribunas. Trabajé acá. Y siento lo mismo que los hinchas. Me parece que ellos se dan cuenta de que puedo jugar bien, mal o regular, pero que mi entrega será total.
-¿Qué cosas puntuales te conmovieron en estos meses?
-Muchas. El otro día me llegó el mail de un señor mayor, de unos 60 años, que era hincha de toda la vida y agradecía el esfuerzo que hacía por defender la camiseta. Algunos me dicen que les ponen mi nombre a sus hijos, otros me regalan pulseritas y anillos porque saben que me gusta usarlos. Los chicos de mi Academia se me acercan y me dicen “ganamos”. O cuando voy a buscar a mis hijas al colegio, sus compañeritos me miran y piden fotos. Digamos que volví a renacer entre los jóvenes.
LA CANCHA DE HURACAN tiene las tribunas laterales bastante pegadas al campo de juego. Los mensajes llegan nítidos.
“¡Eh, viejo de mierda, volvé al Super 8 y dejá jugar a los pibes!”.
El Viejo Matías escucha, levanta la cabeza, le ve la cara al quemero pero no contesta.
“Dale, che, ¿qué mirás? ¿qué te hacés el gauchito gil?”.
Al redoble de la apuesta, no le queda otra que soltar la carcajada y aprobar con la cabeza. “Me causó mucha gracia, no me podía enojar”, admite Almeyda, que no será ningún gil pero sí tiene un pasado inocultable como gaucho estudiante de zapateo en la Peña Frontera Sur de Azul. Ocho años estudió. Y hasta compitió viajando por la provincia.
-¿Por qué la vincha?
-Siempre jugué con un elástico, pero mi mujer me regaló este pañuelo y lo uso en la cabeza. Esta vincha me convierte en un samurái, es lo que siento interiormente. Porque voy a una guerra, no a un partido de fútbol. Yo siento que voy a luchar para defender lo que algunos nos quieren robar. Un triunfo. La permanencia. Lo que quieras. Cuando ajusto el nudo siento que pasa algo raro por dentro, ja, ja.
-Matías, ¿cómo continúa esta historia? ¿De qué depende que sigas o no en diciembre?
-De que River quiera, de que el cuerpo técnico quiera y de cómo me sienta yo física y futbolísticamente, de que me dé el cuerpo.
-¿Vos creés que el cuerpo no te va a dar de un día para el otro?
-Por ahora viene dando pero hay que ver. Hoy siento que le estoy ganando tiempo a mi futuro. Sé que voy a ser entrenador y estar con un técnico como Angel me sirve para aprender cosas para el día de mañana.
-¿Los resultados pueden influir? Si River sale campeón, te queda la Copa cerca…
–Y, sería lindo volver a jugarla, claro, pero también sería lindo retirarse campeón. Como Enzo.
-También está el otro escenario: que River termine en mitad de tabla y necesite un gran Clausura
para no descender. En ese caso, no vas a abandonar el barco, ¿no?
-No sé qué decirte. La verdad es que no cierro ninguna puerta, pero quiero ir despacio, paso a paso, no tiene sentido decir nada ahora.
-Vos no querés ilusionar al hincha…
-No quiero ilusionar al hincha ni ilusionarme a mí. Es simple.
-¿A qué le tenés miedo?
-Y… pueden existir lesiones. O que llegue un momento en que la dirigencia o el técnico no te quieran más. No me gustaría ponerlos en un apriete. El día a día irá dándole la razón al futuro.
-¿Qué te dicen tus hijas?
-Están contentas porque me ven feliz a mí, me ven que sonrío. Y son hinchas de River. Les gusta verme en la tele, tener al papá conocido. Me piden que siga. Igual que Luciana, que me aguantó en los momentos más difíciles. Veré. Si le sigo siendo útil a River y si físicamente estoy para seguir dando lucha…
-¿Tus compañeros te meten fichas?
-Sí, algunos ya me están hablando.…
-¿Los jóvenes se acercan o te acercás vos a hablarles a ellos?
-Las dos cosas, pero no como maestro, eh, sino para que no repitan errores. Por ahí pasamos y aviso que hay mate en la habitación 8, la que compartimos con Ariel. El que quiere venir, está invitado. Ariel es el DJ y te pone la música que quieras. Se trata de compartir, de hablar de la vida, de fútbol, por ahí están pasando un partido por la tele y puntualizamos en un jugador o en un equipo, charlamos de lo que va a ser el domingo la cancha, eso…
-¿Y de las cosas de afuera de la cancha también hablan?
-También, porque yo he tenido la edad de ellos. Y acá te ponés la camiseta de River y automáticamente pasás a ser más lindo y tener todo más fácil que cualquiera en una vida normal. Entonces les decimos que sean vivos, que en la vida se puede hacer de todo pero depende el lugar y el momento.
-¿Cómo es la relación con Passarella? El te hizo debutar, después te bajó, Te llevó a un Mundial, te dirigió en Parma, ahora lo tenés de presidente…
-Daniel se acercó después de que le contara a Angel que iba a seguir. Se metió en mi habitación y me agradeció por haber aceptado quedarme. Y también me dijo otras cosas más, emotivas, que me las guardo. Siempre tuve la misma relación con él, de mucho respeto. Soy un agradecido a todas las puertas que me abrió, pero es una relación que llega hasta un “¿Cómo le va Daniel?” y nada más.
-¿Lo tratás de usted con todo lo que compartieron?
-Sí, claro. A veces lo miro y pienso: ¡qué barbaro! Porque tuvo el sueño de ser jugador, levantó la Copa del Mundo, fue técnico, triunfó afuera y ahora se propuso ser presidente y lo consiguió. La pucha…
-No debe ser fácil discutir un contrato con él.
-Mirá, a esta altura yo ya no discuto contratos. Estuve sentado en enero y yo quiero jugar, quedarme en el club. Para mí, ya no pasa por la plata. Pero al que tiene que ir a pelear un contrato no lo envidio, no debe ser fácil.
NO FUE FÁCIL la infancia de Matías. No nació en cuna de oro. El impactante Buenos Aires Football, con una concentración de primer mundo y una Academia que en 5 meses ya alcanzó los 250 alumnos, es evidente fruto del sudor regado como futbolista. El Viejo Matías se ríe al mirar por el espejito retrovisor.
En la primera casa propia de la familia, en Azul, había sólo dos habitaciones. Una para los padres y otra para que nuestro personaje compartiera con sus dos hermanas mayores. La tele, blanco y negro, por supuesto, iba al pasillito, en el medio. Y desde cada pieza veían lo que se podía. Eramos tan pobres, diría el Negro Olmedo…
Las primeras changas de las que tiene memoria eran juntar diarios viejos para llevárselos a Chela, una viejita que vivía cerca de su casa. “No me daba plata ni monedas, me pagaba con dos huevos, no me lo olvido más”, evoca Señor Milagro, y otra vez el rostro se le puebla de arrugas.
Allí está la clave del enigma. Y el cierre: Matías Jesús Almeyda, un jugador con huevos desde que era así de chiquitito.