Cuando Brian conoció a Jonny
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Dicen que hay personas que llegan a nuestra vida cuando más las necesitamos. Que se mantienen ahí, a la vista pero escondidas, a la vuelta de la esquina esperando al momento justo. Esta es la historia de dos vidas cruzadas.
EL DESPERTAR DE UN SUEÑO
Año 2003. O para el rugby inglés, año cero después de Jonny. Millones de corazones en un puño con un óvalo que viaja con destino a la historia. El drop que nos llevó a todos a la tierra de los sueños. Para aquel niño que pasaba las noches en vela, esa patada cambiaría su vida para siempre. Y mientras las celebraciones se sucedían a la llegada a casa, Jonny Wilkinson no sabía que le esperaba un duro camino.
Todo comenzó con aplausos interminables, que se convirtieron en inmerecidos. A Jonny le costaba asimilar su nuevo status de mesías del rugby, donde nada podía hacer mal. Salía de todos los campos entre ovaciones cerradas, y comenzaba a perder el ‘feedback’ externo de su propio trabajo, que se diluía en constantes recuerdos de un drop y un mundial que ya habían pasado. “¿Por qué me siguen aplaudiendo si hoy he jugado un mal partido?” La mente de Jonny no podía asimilarlo. Cuando Newcastle perdía, la prensa apuntaba a unos compañeros que no estaban a la altura del gran Wilkinson, cuando ganaban, seguro que era éste el que había conducido a los Falcons a la victoria. Jonny sufría del castigo del éxito eterno.
Como Aquiles, Jonny pronto encontraría el precio a pagar por pasar a la historia. Lesiones que llegaron sin avisar, sin cesar, sin descanso ni final. Primero ese hombro maltrecho. Luego una grave lesión en la columna. Así pasaron 2003 y 2004, del cielo al infierno hay sólo un paso.
Al otro lado del canal de San Jorge, en Dublín, se forjaba una leyenda. El ascenso de un centro de pies rápidos y manos mágicas. El capitán que canalizaba las esperanzas perdidas de una nación que había perdido el norte. Y cuando llegó 2005, una llamada cambiaría para siempre la vida de Brian O’Driscoll. Una voz familiar que le invitaba a pasar un fin de semana en Inglaterra. Se trataba de Sir Clive Woodward, el artífice de la victoria de Inglaterra en aquel 2003 y recién nombrado entrenador de la gira de los Lions por Nueva Zelanda que llegaba ese verano. Y a su llegada, ese mismo día, durante la cena, Sir Clive lanzó la frase que Brian había soñado durante tantos años: “¿Quieres ser el capitán de los Lions?” La respuesta, innecesaria, fue una gran sonrisa. ¿Qué decir cuando te presentan el mayor honor que se puede conseguir en el mundo del rugby? ¿Ser el capitán de capitanes, el capitán de todo un hemisferio? Desde luego, para Brian ese era el reto. El momento y el lugar.
Junto con la orden de no desvelar durante meses ese secreto bien guardado, Woodward le encargó a Brian una lista con sus “imprescindibles” aquellos hombres que sí o sí tenían que estar en el avión a Nueva Zelanda. Los hombres del capitán. Brian regresó a Irlanda con muchas dudas en su cabeza. ¿Cómo entrenar todos los días con Leinster, sabiendo que tienes en tu poder cumplir el sueño de muchos de tus compañeros, y que quizás destruirás alguno de ellos para llevar alguien del máximo rival? La tarea sólo se conseguiría con una brutal honestidad. Cuando Brian devolvió la lista a Clive un nombre aparecía apuntado en letras grandes: JONNY WILKINSON. “Pero Brian, lleva todo el año sin jugar…” respondió Woodward. Llegaron a un acuerdo. Si Jonny conseguía jugar un partido completo con los Falcons, se vestiría de león. Era una apuesta arriesgada para Clive. En un año en el que Ronan O’Gara y Stephen Jones jugaban su mejor rugby, las críticas serían feroces. Confió en el instinto de BOD. Y con la temporada avanzada, las noticias iban llegando. Y Jonny, ajeno aún a lo que se estaba jugando, continuaba su lucha particular, su ¡Nunca más! personal. Primero unos minutos, luego una parte entera… y luego un partido que sellaba un billete a la tierra más hostil en el mundo del rugby. Jonny, serás león otra vez.
DOS LEONES CON LOS MISMOS MIEDOS
El anuncio de su capitanía en la gira supuso un antes y un después en la vida de Brian O’Driscoll. Un hombre que había vivido hasta entonces relativamente tranquilo, se encontraba ahora con el acoso constante e incesante de los medios en todas las islas británicas. Y a las puertas de su máximo reto como jugador y persona, Brian se veía envuelto en ruedas de prensa interminables, sesiones de fotos, spots publicitarios. ‘Paparazzis’ acampados fuera de la que pronto tuvo que dejar de ser su casa en Dublín. Sus palabras eran analizadas hasta extremos irracionales, sacadas de contexto. Brian pensaba que una vez en Nueva Zelanda todo se quedaría atrás pero no fue así. Y gastaba más tiempo en eventos que en entrenar para los tres partidos más difíciles de su carrera.
Entonces, el hombre que jamás sucumbió a la presión de 80.000 almas cantando un ‘Swing Low, Sweet Chariot’, el dios que sonreía bajo la lluvia y el frio de Murrayfield, que disfrutaba de la hostilidad de Thomond Park o Welford Road, se bloqueaba ante los cientos de flashes que le acompañaban desde que ponía un pie fuera de su habitación de hotel. “¿Merece la pena? ¿A qué he venido aquí?” El estrés le costó un enfrentamiento con su pareja y su familia. El carácter de Brian cambiaba a pasos agigantados según avanzaba la concentración de los Lions previa a los tests contra Nueva Zelanda. Brian ya no sonreía, no cogía el teléfono, cancelaba todas las entrevistas. Sufría con cada mentira publicada en la prensa sobre supuestas peleas en los entrenamientos. Noches en vela. Y así, una de esas noches, se levantó y bajó al desierto bar del hotel.
Brian se sorprendió al descubrir una solitaria figura sentada en el bar mirando la televisión a aquellas horas. Y se sorprendió aún más cuando comprobó que se trataba de Jonny Wilkinson. Antes habían compartido terceros tiempos, otra gira ya lejana y eventos públicos, pero aquella vez se veían cara a cara, solos, por primera vez. “¿Tampoco puedes dormir?” Brian asintió mientras pedía una cerveza. A partir de aquel momento, la conversación fluyó sin parar, como si se tratase de dos amigos que hace tiempo que no se ven, y se ponen al hilo. Brian le contó el estrés que la fama le causaba, Jonny le dio los consejos que había aprendido a su vuelta del mundial. Recordaron momentos pasados y grandes placajes regalados del uno al otro. Volvieron las risas. Y la pregunta que había causado que Jonny estuviera en ese bar en primer lugar, no tardó en llegar: “¿Por qué me has traído Brian? ¿Por qué ahora, cuando estoy en mi peor momento, cuando ya nadie confía en mí?” Brian le miró fijamente y respondió: “Porque hay algo más grande aún que lograr tus sueños, que te los arrebaten y que sigas escalando la montaña para volverlos a cumplir”. La noche siguió a ritmo de cervezas vacías, anécdotas, risas y momentos compartidos. Y donde se sentaron dos enemigos íntimos, se levantaron dos amigos para siempre.
2005, 2006 y 2007 pasaron. Y cuando llegó 2008 era evidente que el viejo Jonny Wilkinson había vuelto. Recuperado por fin de infinitas lesiones. Con el diez de la rosa de nuevo en su espalda. A ritmo de records pulverizados. Y aquellos hipócritas que años atrás le daban por muerto, tardaron poco en subirse al carro. “He is back!”, “Swing Low Jonny”, eran las frases habituales. Sin embargo, donde Jonny recuperaba todos sus sueños, al otro lado del mar irlandés las cosas no iban tan bien. Era ahora Brian el que sufría de constantes lesiones, de una mala racha en su juego. 2007 había estado plagado de invitaciones a que se retirara. Sería recordado como aquel gran jugador que fue incapaz de conseguir nada con su club ni su país. Aquella historia de lo que pudo ser pero nunca fue. 2008 no mejoraría. Y el día en el que Brian recibía otro de los grandes honores en el mundo del rugby, capitanear a los Barbarians, O’Driscoll se caía de la convocatoria horas antes del partido. ¿Qué había sucedido? Brian recibía la noticia de que su mejor amigo se había suicidado en un bosque a las afueras de Dublín, a semanas de su boda, en la que Brian sería el padrino. Dicen que el día del funeral, en el momento de dar unas palabras, balón de rugby en la mano que simbolizaba lo que tanto les había unido, Brian O’Driscoll se derrumbó. Aquel hombre que no había tenido miedo a nada ni a nadie, que había placado a los más fuertes, a los más grandes, que sonreía ante retos imposibles, no fue capaz aquel día de articular una palabra.
Un día, en un estudio de televisión le preguntaron a Jonny sobre Brian. Qué pensaba sobre su estado de forma, sobre su futuro en el rugby. Jonny pensó durante unos segundos y pronunció una escueta frase: “Tiene una montaña por delante”. Todos creyeron que Wilkinson estaba enterrando a Brian. Que no creía en su regreso por ser demasiado difícil. Bueno, todos no. En Dublín alguien recibía esas declaraciones con una amplia sonrisa. Brian entendió que Jonny le apuntaba el camino.
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EPÍLOGO
Sólo un año más tarde, Brian O’Driscoll conseguía el Grand Slam con Irlanda, la Heineken Cup con Leinster y volvía a ser llamado para el Tour de los Lions. Siempre he pensado que en el rugby hay gestos, momentos y sensaciones que nos igualan a todos. El sonido del tape, de los tacos en el vestuario. Esa mezcla de nervios y excitación en tu estómago. La mano que se tiende al final del partido o que te levanta tras un placaje. Son los mismos en todo el mundo y a todos los niveles. A esos momentos se añade la cerveza que te tomas de noche en un bar vacío con la persona que llega a tu vida cuando más lo necesitas. Lo mejor de todo, es que nunca sabes cuándo va a suceder.
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