Portigliatti es un arquero que estuvo en River desde 1998 hasta 2005, lo que cuenta no es sorprende, sí interesante, lo que vivió (o por lo menos su evolucion) es cierto, y paso en River.
2012-07-16
El lado perverso del fútbol
Tras haber perdido la chance de jugar en la selección juvenil, mi carrera en River continuaba. Decidí dejar atrás la desilusión, levantar la cabeza y mirar hacia adelante. El panorama era positivo después de todo, estaba entre los tres mejores arqueros sub 17 de mi país, formaba parte de la Reserva de River, y en la categoría que jugaba habíamos terminado segundos. Entonces, me puse el objetivo de llegar lo más lejos posible en el club.
Vuelvo de la pretemporada en Mar del Plata, con la Reserva, donde convivo con Gastón Fernández, Oscar Ahumada, Juan Pablo Carrizo, Maxi López, entre otros jugadores… Con 16 años esto es una experiencia increíble. Además, al llegar, mi técnico de Sexta División me elige como capitán. Es una gran responsabilidad, debo motivar a mis compañeros antes de cada partido y cuidar al grupo para que estén bien anímicamente. Jugamos todos los sábados por lo que el viernes, en vez de preocuparme por el rival, me preocupo por practicar lo que voy a decirles a mis compañeros. Por suerte, mal no me va: salimos campeones en el Clausura, segundos en el Apertura, invictos durante 43 partidos, y logro tener la valla menos vencida en los dos torneos.
Sin dudas, el mejor año.
Ya en quinta división la competencia aumenta. Y sigo sin encontrar el motivo de mi problema de descompostura que me dejó fuera de la selección juvenil años atrás. Hasta que un día, me detectan una insuficiencia respiratoria, la causante de mi peor enemigo. Todo surge por una consulta al odontólogo para hacerme la ortodoncia. No la puedo hacer porque respiro mal, y debo solucionar eso. Al principio me asusta lo que puede significar esto en mi carrera. Por suerte en el club se hacen cargo de la operación. Todo se resuelve favorablemente después de 3 intervenciones quirúrgicas.
Ahora estoy contento porque, solucionado mi problema, sigo consolidándome como arquero titular de la Quinta. Incluso a nivel internacional. Nos toca viajar a México a jugar la Copa Chivas en Guadalajara donde hacemos un gran torneo y llegamos a la final – aunque perdimos contra el Cruzeiro de Brasil por 3 a 2-.
Al llegar el embudo de la Cuarta División las oportunidades se reducen. Digo embudo porque se juntan 3 categorías (las edades de 18, 19 y 20). Van dejando libres a muchos chicos y cada vez somos menos. Afortunadamente sigo adentro, y me siento con confianza a pesar de tener que pelear el puesto con Rodrigo Barucco. Con él nos alternamos la titularidad en el arco de la Cuarta y el banco se suplentes en Reserva. Hasta se llega a especular con que uno de los dos iba a subir a Primera cuando Carrizo se fractura el tobillo, pero Alejandro Saccone vuelve de su préstamo en Italia y ocupa él la vacante.
Tras esta gran etapa, y con todas las ilusiones intactas, no tengo porqué no soñar con que puedo llegar a la Primera si sigo por este camino. Sin embargo, no todo es color de rosa y conozco en carne propia una de las peores caras del fútbol: el acomodo. Es una época donde me doy cuenta que pasan cosas raras. Barucco también lo siente, sabemos que nuestra continuidad en el club pende de un hilo. Y no nos equivocamos, él queda libre pero a mí, por suerte, me dan una oportunidad más para seguir en la Cuarta del club. Pienso que esto es un indicio de que no todo esta perdido, de que aun tengo oportunidades, las mismas posibilidades que los demás chicos. O al menos eso espero.
Pero no.
Después de volver de una nueva pretemporada con Reserva, el técnico de Cuarta me pone en el banco. Además, me dicen que no voy a entrenar más con la Reserva, que voy a jugar solo en cuarta. Tras estar cuatro años entrenado y concentrando con la Reserva, así sin ningún motivo ni explicación, me sacan. Sé que algo sucio hay pero no me queda otra que bancármela y seguir luchando. Inmediatamente, me entero que el aquero titular de la Cuarta es un chico que tiene firmado un contrato con el club por un año. Un chico traído por un directivo del club. Un chico con quien yo debo pelear el puesto a pesar de no tener la banca que tiene él.
Las cosas se tornan cada vez más difíciles, y temo lo peor.
Luego de unos meses, recupero la titularidad en Cuarta tras la partida del chico “acomodado” y el apoyo del nuevo técnico Cesar Larragnie. Me dice que confía en mí y que demuestre que se están equivocando bajándome de la Reserva. Eso me alienta pero no es suficiente porque veo que suben a Reserva a un chico de la Quinta –una categoría más chica que la mía- dejándome al margen de vuelta. El panorama es desalentador de cara a fin de año, donde River debe decidir el destino de mi carrera.
Es el momento donde debo demostrar en el arco de la Cuarta que voy a dar pelea por más injusticias que haya.
Este torneo juego en un gran nivel. Y la confianza en mi mismo crece partido a partido. Pero no me doy cuenta que mi situación en River está marcada hace tiempo ya. Por más talento que pueda llegar a tener, la realidad me demuestra que, en el fútbol, el destino de un jugador se arregla fuera del campo de juego.
Sorpresivamente, llegó el día en el que mi enorme crecimiento se convirtió en una historia más. Mi destino estuvo, casualmente, en manos del mismo directivo que dio la orden de relegarme de la Reserva en su momento. No demoró más de 5 minutos terminar con los 7 años que viví en el club. Toda mi adolescencia, todas mis ilusiones, todo mi sacrificio sentenciados en un club que quise tanto, y sigo queriendo a pesar de todo.
“Sebastián, te dejamos libre porque queremos darle lugar a los que vienen de abajo”.
Eso fue todo.
Nada más ni nada menos que una gran mentira. De los que venían abajo no quedó ninguno, todos terminaron igual que yo.
Por Sebastián Portigliatti