Hay una fecha particular que me resulta imposible no tomar como referencia: 20 de diciembre de 1997.
Ese día, en cancha de Vélez, River coronaba su tricampeonato, cuatro días después de lograr la Supercopa en el Monumental.
La razón de esta referencia particular, no es el título ganado sino el recuerdo imborrable que tengo de mis sensaciones como hincha de River: ir a la cancha a ver otra vuelta me resultaba por momentos repetitivo, normal, casi obligatorio por mi condición de gallina.
Esa sensación era acompañada la mayoría de los partidos por otra mucho más arraigada: la sensación de que iba a la cancha a ver a River GANAR, NO JUGAR.
Despuntaban los años 90, yo tenía 17 o 18 años (ahora 38), me juntaba con mis amigos a comer y partíamos a la cancha, siempre a popular en ese entonces, y sabíamos internamente que el partido, salvo excepciones, era un rato de fútbol y tres puntos adentro.
Si recuerdan, por los años 92 y 93 volvió al club Ramón Díaz, ya grande, a cerrar su carrera. Debutó de noche contra Rosario Central. Erró un penal. Nos hicieron un gol. Faltando diez minutos hizo dos goles. Me abracé con un gordo de jogging negro, rodamos un par de filas para abajo. Salimos campeones. Ramón hizo doce goles más, de la más variada factura. Y PARA NOSOTROS ERA NORMAL…
El resto de los noventa fue un trámite. Ganábamos siempre, todo el tiempo, con contadas excepciones. ERA ABURRIDO. ERA PREVISIBLE.
HOY TAMBIEN LO ES.
Pasados ocho años del saqueo, coronamos el vaciamiento institucional, la delincuencia dirigencial, la impotencia y muchas veces desidia del socio y la apatía deportiva, con una promoción que parece sacada de un libro de Kafka, escrito en una noche de borrachera interminable.
Y lo peor de todo, esta promoción es el prólogo de lo que vendrá en los próximos días.
Entiéndase bien, no es mi intención ser fatalista, pero voy a la cancha desde el día que mi viejo entendió que como había aprendido a caminar, merecía un lugar en el A.V. Liberti, y todos estos años, particularmente los últimos dos, me dicen, me gritan, que lo peor está por venir, y que un eventual error en la predicción obedece pura y exclusivamente a una cuestión azarosa, y de ninguna manera al producto del esfuerzo, el talento o la creatividad de un plantel y una institución acabada.
Estuve en la cancha el Sábado, voy a estar el próximo Domingo y cualquiera de ustedes, que sufre siguiendo a River, sabe que mi opinión respecto al futuro inmediato no es descocada ni irresponsable, sino un mero producto de lo que debemos soportar cada fin de semana. Pero no estoy hablando de un equipo que juega mal solamente.
Belgrano es simplemente una anécdota, podría ser Patronato, cualquiera de estos equipos sería pintado hoy como el Barcelona o el United, no por sus propios méritos, sino porque River se asimila a la peor versión de un equipo amateur, cagón, apático y vacío…de todo.
No voy a caerle individualmente a nadie, todos sabemos, no hace falta entrar en detalles, no voy a insultar a los jugadores, no lo hago en la cancha, no voy a remarcar los horrores tácticos del técnico o la ya consabida estúpida soberbia ignorante del Presidente, sólo quería expresar el mayor dolor que me invade en este momento: EL INCONMENSURABLE DOLOR DE YA NO SER.
Es la sensación más horrible que he tenido desde que tengo conciencia futbolística.
Saber que River, el que yo conocí, el de los equipos de hombres, del desborde de talento, de audacia, de amor por los colores, el del estadio que daba miedo, no existe más.
A River lo violaron hasta que no pudo más, y ya tendido en el suelo mientras pedía clemencia, lo violaron de nuevo, y otra vez, y otra vez más. No lo violaron los rivales, lo violaron sus padres, sus responsables, la gente que debía cuidarlo, protegerlo, hacerlo crecer, evitar que se enferme. Lo destrozaron, asesinaron su alma.
Quizás es el momento particularmente bizarro que estamos viviendo en estos días, pero no logro ver la luz al final del túnel. Ganarle a Belgrano no me cura, ganarle a Boca y salir campeón el próximo torneo tampoco.
Lo que siento me cuesta describirlo, siento que mataron a mi club, no veo la reconstrucción en el horizonte, porque no veo posible la recuperación del orgullo gallina en el corto o mediano plazo.
No sólo saquearon la institución, sino que también dedicaron parte de su tiempo criminal a violar y extraer de cada hincha la alegría, la seguridad y certeza de sentirnos únicos, el orgullo de pertenecer a una elite futbolística y a una casta de profesionales tocados por Dios, que les concedió la gracia divina de poder vestir el manto sagrado.
Jugar en River era un lujo, era la culminación de la carrera de cualquier futbolista.
Hoy, mientras vemos que jugadores consagrados dudan en volver, y novatos de la profesión prefieren tomar otros rumbos, nos damos cuenta que estamos asistiendo al funeral de nuestra razón gallina, del gen que nos hizo entender alguna vez que sería imposible vestir otros colores.
Seguiremos sintiendo lo mismo o más aún, seguiremos yendo en forma simbiótica, sistemática y rutinaria a la cancha, seguiremos sufriendo y disfrutando de vez en cuando, en la A o en la B Nacional. No importa. No es el punto.
A River lo violaron, le arrancaron el alma. Y River es su gente.
Nos violaron. Nos robaron la alegría de ser. Nos arrancaron el alma.
Un abrazo.