El domingo pasado sacábamos para ganar uno de los sets más importantes de esta final de Gran Slam llamada permanencia. Nos terminaron quebrando el servicio en cero. Abusamos de errores no forzados y en un abrir y cerrar de ojos nos mandaron a las sillas y al cambio de lado. Fue un raquetazo fulminante que dio de lleno en nuestra ilusión.
Ese minuto de descanso es el equivalente al desarrollo de toda esta semana. Bisagra por donde se la mire, llena de expectativa, plagada de tensiones y nerviosismos. Todo el mundo River esta aún mucho más sensibilizado que lo habitual en la antesala a un clásico. Se palpita en el aire que la consecuencia directa de este resultado puede explotar al ritmo de una bomba nuclear, para bien o para mal, como nunca antes en la temporada.
Para el plantel y cuerpo técnico, este minuto debe ser el momento de reflexión plena, de taparse la cabeza con la toalla y encerrarse en sus interiores para sacar esta situación adelante. Tiempo de volver a poner la mente en órbita, la concentración en hora y de reaccionar ante ese cimbronazo llamado All Boys que nos retumbó de pies a cabeza.
Es cierto que durante los últimos tres años ya habíamos roto muchísimas más veces el encordado, conseguido el récord Guinnes de doble faltas, y por responsabilidad de muchos que ya no están, entregado todos los puntos y games necesarios para arrancar lo más al fondo del ranking posible. Pero la señal que acaba de pasar pegó diferente a las restantes. Cuando aspirábamos a empezar a envolver el regalo, camino a comprar el moño para adornarlo, nos terminamos encontrando con que ni siquiera pasamos por la juguetería a comprarlo. Demasiado shock anímico para una sola jornada.
De todas maneras, ya no queda más tiempo para los lamentos. El siguiente cruce hay que jugarlo con el rival de toda la vida. Aquel que por si solo puede desnudar todas nuestras falencias y ahogarnos en las profundidades del polvo de ladrillo de una manera bestial, como así también puede ser el único capaz de brindarnos, como hace seis meses, ese click mental necesario para ajustar mejor nuestros impactos y de esta manera terminar ganando de una vez por todas el último punto de este extenso y angustiante partido que finaliza en algunas semanas.
La sensación cuando arranque el clásico será la de estar permanentemente break point en contra sabiendo que, si perdemos este game de 90 minutos, los cinco rivales restantes pueden llegar a tener a su disposición muchas ventajas psicológicas para darnos el último golpe.
Será un partido donde la sensación constante será la equivalente a cuando la pelotita de tenis esta en el aire después de haber pegado en la faja. Gran parte de nuestro destino y una enorme porción de nuestra ilusión viajarán a bordo de esa esfera amarilla que esta pronta a caer todavía sin encontrar rumbo definitivo. Así estamos, al límite extremo. Las responsabilidades son muchas. Las palpitaciones, aún más.
Cueste lo que cueste River. A dejar todo para que el domingo los dos primeros piques de esa pelota caigan del otro lado de la red…