Es una nota que hizo mi primo sobre River, me puso la piel de gallina y quería compartirla con uds. Abrazo
No hay vida menos conmovedora que la de un millonario con la monotonía del triunfo asegurada y la vaca atada. Algo así era River hasta hace algunos años para un tercer ojo: un burgués afortunado, un acomodado de rutina de película aburrida. Acaso desde que empezó a aceptar sus defectos y a dejar de creerse más que el tipo al que le remataron la casa y se quedó en la calle, también vino a mostrarse más amigable. Por eso, aunque hoy lo muerda un dolor, el descenso lo va a engrandecer.
Se acabaron el derroche, la casa con pileta y el auto importado. Ahora habrá que vivir en departamento, levantarse temprano con el diario bajo el brazo y hacer cola para buscar trabajo. Y viajar en colectivo, claro. En el peor de los casos serán algunos años. La exótica vida de Ascenso le durará un suspiro. Su patrimonio, sus recursos, el despertar fraternal de sus hinchas y, fundamentalmente, la revolución de su debacle (mezcla de Mayo francés con Apocalipsis) son pruebas contundentes para aseverarlo.
En un tiempo no muy lejano volverá a ser poderoso y de buen pasar, pero ya no será el mismo. Un bautismo de sábados por la tarde le enroscará la cabeza y le desatornillará el corazón. Volverá a su residencia de lujo honradamente más imperfecto. Más humano y hasta más querible. Y la primera copa que levante cuando salga de festejos tendrá más razones de brindis que nunca en sus 110 años.
A la vista de los dos sobrevivientes del círculo selecto de los invictos (Boca e Independiente), su desgracia será una deshonra de clase. El hincha de River deberá resignarse sin despecho a ese orgullo de no haber besado nunca la lona, de no haber sentido ese trueno en el pecho que han dado en llamar descenso. Si su mirada recae sobre su propio destino, la experiencia será de aprendizaje y nutritiva.
Cuando vuelva al séquito de privilegio, al principio le sonará hiriente que el vecino de siempre, que lo notará cambiado y se perturbará con su semblante más romántico y menos frívolo, le recuerde su paso por esos suburbios que conoce sólo por fotos. Pero al fin y al cabo su orgullo apelará a la única arma permitida en las canchas del fútbol (la pasión) y tendrá cicatrices de sobra como para defender su honor. Y ahí habrá que ver quién gana la pulseada.
Por Guido Halfon
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