Quisiera compartir la respuesta que envié a la revista Ñ tras su publicación en la pasada semana de una nota titulada originalmente como “Tevez, el hijo pródigo”, de la autora Sonia Budassi. Sabiendo que es muy probable que la revista cultural de Clarín evite atención a mi respuesta, me gustaría dejarla publicada al menos aquí.
Dejo en un spoiler el texto publicado por la Ñ
Nota original: Tevez, el hijo pródigo
Autora Sonia Budassi
Tevez, el hijo pródigo
Es “humilde”; “se hizo de abajo”; “le pone garra”; “es un grande”. Y es “Carlitos” aunque cumplió ya 31 años. ¿Será Carlos Tevez el último de su especie; sin nada más que su talento y sus ganas de divertirse? ¿El último egresado de un potrero que jamás hubiera ido a una escuela de fútbol paga? Tevez, como pasa con algunos artistas o atletas especiales, retoza, exitoso pony feliz, allende su esfera deportiva; interpela a muchos más.
Monstruo redimido, se perdonan sus errores futbolísticos y escándalos personales –nunca tan pronunciados ni autodestructivos como los de Maradona– porque “él es él”. Alguien que –solo, como ocurrió el último lunes– es capaz de convocar casi a 60 mil personas en una cancha de fútbol un día en que no se jugará ningún partido. ¿Con quién otro pasaría? El lunes volvió a Boca, después de once años, una parodia de hijo pródigo remixado con Ulises.
De origen humilde, gracias a sus dotes, pero también gracias a su perseverancia, llegó a jugar en la primera división de Boca, representando para muchos el mito del ascenso social que ciertas marcas aprovecharon, al valerse de su imagen, como una herramienta de marketing para vender sus productos. (La más célebre quizá sea Nike, que lanzó hace unos años una línea propia del jugador, con remeras con la leyenda “Cultura Apache” y “Espíritu potrero”; el estigma de la pobreza vuelto positivo, bajo el filtro mercantil). En 2005 dejó Boca, se peleó con Carlos Bianchi y llegó al Corinthians de San Pablo.
Siendo argentino, Tevez se ganó el amor incondicional de los hinchas brasileños y especialmente el del ex presidente Lula cuando salieron campeones. Después conquistó a los ingleses. Entró en el West Ham, lo salvó del descenso, y en el último partido, apasionado y temerario, se arrojó a la tribuna a festejar con los hinchas. Llegó a jugar en dos clubes rivales en Manchester: el City y el United. Y a ganar la Champion con el Manchester United y cuatro copas nacionales con el Juventus de Italia. Elegidos así, estos sucesos marcan el ritmo de una apasionada superación, y si tuviéramos que consignarlos en un género, se inscribirían en la épica. Pero surgen los enredos, y las desventuras y los conflictos de Tevez se tejen también con el tono del melodrama. Y ahí se juegan los mecanismos de identificación. Aquí siempre se lo recordó bien, es el “jugador del pueblo”, capaz de incursionar en la cumbia con la banda Piola Vago.
Ya en 2006 –quizá no fue el único en decir lo que flotaba el aire– el periodista y poeta Martín Rodríguez lo sintetizaba con genialidad: “Tevez es potrero; Messi, laboratorio”. Las dicotomías son pregnantes. Y la idea de Rocky versus Drago prendió hasta convertirse en lugar común. (Aunque nadie niega que los lugares comunes suelen guardar alguna relación con lo real).
El descontrol que en otros se castiga en Carlos Tevez se perdona y, es más, se disfruta. Lo hemos visto recibir gestos de apoyo cuando fue expulsado en partidos clave de eliminatorias de algún Mundial, perjudicando al equipo. Lo que en otro genera condena en él se vuelve conmiseración. Todo amplificado por el regodeo siempre cursi del periodismo deportivo.
La incorrección se asocia a lo espontáneo: el superhéroe muestra humanidad, aunque sea una estrella, una celebridad con representante, con dinero, con apoderado legal, con pases millonarios. Se siente cercano, se siente “Carlitos” a pesar de que haya tenido logros no comunes en cualquier mortal, siempre espectacularizados por el trinomio negocio, televisión, fútbol. (Y farándula). Aunque gane cifras inaccesibles para sus miles de fans, pasee en autos importados, excesivos, como son enormes y suntuosas sus mansiones. Su relato es aspiracional: es un híper exitoso que no genera envidia ni rechazo, sino –y esto se potencia por el fútbol y lo excede– amor. Porque Tevez pareciera acarrear un destino similar al de los dioses griegos o romanos a quienes se los bendecía con un don que, al mismo tiempo, les aparejaba una debilidad. Hablar de la pobreza sufrida en la infancia y lo que siguió lo configuran dentro del clásico esquema del ídolo que representa el ascenso económico y social. Un escritor dijo alguna vez que él era su jugador favorito a pesar de que había cambiado su estilo en Europa. ¿Uno de los motivos? Sentía que era feo como él. Y eso le generaba simpatía.
Su sufrimiento originario genera empática adhesión. Pero además, su humanidad está dada, porque su ascenso, su llegada a la cima no es lineal. ¿Nadie recuerda cuántas veces se lo vio caer y levantarse? (Otra emulación maradoniana, a escala pequeñísima, quizá). Año 2010. “Tevez, please, stay”, decía el cartel de la tribuna, cuando el jugador estaba por dejar el Manchester United. Un año después, cuando ya jugaba en el Manchester City, los carteles de los hinchas decían: “¡Tevez out!”. Se había visto en la cancha y en la televisión de todo el mundo. Era septiembre de 2011: Roberto Mancini, el director técnico, casi al final de un partido contra el Bayern Munich le pidió que entrara. Y Tevez se negó. Como un nene caprichoso y empacado, con gesto de alzar los hombros como quien dice “qué me importa”.
Otra vez, se había peleado con el DT. Y nadie quería comprarlo. Ni siquiera los dirigentes de su ex club Corinthians quienes salieron enseguida a desmentir rumores sobre su interés en tenerlo de nuevo. Tevez ya no le interesaba a nadie. De jugar en las ligas más importantes del mundo, pasó a entrenar solo, sin DT ni tecnología, en una playa de la Costa Atlántica argentina. Nadie hubiera creído que, luego de semejante fracaso, ángel caído, se levantaría y en apenas tres meses, volvería, triunfante, al fútbol europeo.
El homenaje del lunes reprodujo, como Tevez suele hacer, un arsenal de gestualidades maradonianas. Besó la cancha como besan los papas las tierras que visitan. Entró a la cancha con sus hijos y los llevó hasta el centro del estadio, reactualizando aquello que todo todo todo por la Dalma y la Gianinna. Desde su palco, Maradona colgó una bandera: “gracias Carlitos por volver”. Se dio la ceremonia: la descolgó, cayó a la cancha, Carlos la tomó, estiró y mostró al público. Y si el tercero del discurso político siempre es el adversario, en el de todo bostero es el del hincha de River. Y al revés. Tevez dijo que a River “le ganamos siempre”. Y el conductor del evento lo increpó : –¿Va a haber baile de la gallinita, entonces?–. Se refería a aquel festejo que hizo Tevez en 2004 cuando le hizo un gol a River (después Boca lo eliminaba por penales).
–Si la gente me perdona que me echen, sí– respondió. Aquella vez lo expulsaron. Y la gente, claro, de todas maneras se lo festejó. Astuto, siempre deslumbra con una chicana o un chiste.
Las conferencias de prensa, cada tanto –no siempre está tan inspirado– funcionan como un show de stand up poco convencional. Con altibajos y curvas más o menos dramáticas, es imposible no reírse en algún momento. Hace un tiempo, un periodista preguntó sobre su ex compañero del Manchester City, que jugaría contra la Argentina: –Y, ¿cómo corre Park?
–Con las piernas– dijo Tevez, y el lugar se llenó de carcajadas.
“Tevez, el (verdadero) hijo pródigo”
Empecemos por el final: indiscutiblemente hemos presenciado la auténtica vuelta de [b]EL[/b] -no alcanzan las mayúsculas o negritas para su acertado destaque- hijo pródigo. Aquel atropellamiento torpe de cuasi-verdades que se nos relata palabra a palabra con pasión en la nota disparadora de esta reflexión, se amalgama en perfecta sintonía con la atolondrada forma de juego del autentico “autito chocador nacional & pura garra popular” de fuerte apache. En definitiva digamos que se trata, sin lugar a dudas, del retorno del jugador consagrado por el clamor popular -con total acierto- como excluyentemente “SUYO”. Pura (y brutal) [i]identidad nuestra[/i].
Permítasenos arbitrariamente evocar tan solo [i]dos[/i][SIZE=3][i][SUP]1[/i][/SUP]simples postales extraidas de nuestro [i]inconsciente popular[/i], una del ayer [b](1) [/b]y otra del hoy [b](2)[/b], que dan el complemento [i]necesario [/i]a la (in)acabada película del “player del pueblo” que nos han brindado.
Primera cuestión: “nuestro” relato siemprese juega, por un lado, con el corazón en la mano, pero inevitablemente por otro, con la memoria selectiva sólo activada sobre la (siempre menor) columna de los éxitos; éxitos muchos de los cuales, en realidad, [i]sólo se convierten imaginariamente en tales[/i] por la propia forma en que (nos) los contamos y recordamos. ¿Quién diría que Scioli -paradójicamente o no, íntimo amigo del Carlitos- hubiera ya cosechado una victoria ideológica de tal magnitúd, donde [i]el optimismo[/i] de ver siempre el vaso medio lleno es [i]la[/i] [i]forma de ser [/i]que nos define?
Pero, siendo honestos, no podemos decirnos a nosotros mismos que [i]esa pura actitud[/i] esta tan “mal”. Si, en definitiva, ¿todo lo que existe no se puede resumir al lugar desde el cuál miramos las cosas que nos rodean? Pensadolo así, diriamos con justeza que de nada sirve quedarse con lo “no-bueno” si (ese algo [i]disruptivo /[/i] [i]no-positivo[/i]) “nos tapa”, en este caso por ejemplo, la (verdadera) [b]grandeza[/b] del Jugador del pueblo. En definitiva, como no cesan de repetirnos en cadena: simplemente “Carlitos es un grande”.
(1.a) Él, en su juventud, no sólo no se negó a ir con el seleccionado de su categoría a jugar un torneo internacional importante para el país; b [/b]sino que tampoco se expresó efusiva y fervorosamente frente a su hinchada xeneize y las camaras con cánticos que sentenciaban “la selección, la selección, se va a la p…”.
Volviendo sobre lo primero del punto (1.a): está muy bien, a pesar de que no fue afectado a la selección porque “se encontraba recuperandose de una lesión, y no tenía el alta” por suerte pudo jugar en las mismas fechas una final con los colores de su boquita. Son cosas que pasan, pero ¿dónde?; aquí, y sólo aquí. Tierra bendita. ¿Prueba de qué, ademas del Papa, Diós finalmente sí es argentino?
Veamos: un jugador que NO puede (jugar con la selección por lesión, y es dado de baja a la convocatoria), y que en paralelo SI puede (jugar con su club, porque ya no esta lesionado). Sólo hay una conclusión posible para dar existencia a nuestro optimismo. “Es pura garra”, ¡un milagro!, el jugador del pueblo ha podido trascender la condición espacio-temporal de cualquier ser terrenal, se ha elevado al nivel de Dios; el SI pudo y NO pudo jugar al mismo tiempo un partido de futbol por ESTAR y NO ESTAR lesionado.
La santisima trinidad, donde UNO es igual a TRES (El Padre, el Hijo y el Espiritu Santo son lo mismo), se completa con el elemento mágico: Carlitos NO jugó, Carlitos SI jugó, pero la verdadera comunidad del espíritu santo, los únicos capaces de dar forma -con su pura creencia- a ESTE milagro, son EL PUEBLO mismo que lo ha creado y encarnado como tal. Efectivamente nuestro pueblo le dió sus fuerzas, el pueblo de estas tierras sagradas le ha dado a ÉL su bendición: esa es la fuente de su poder divino, Carlitos ES (nosotros) el pueblo, y por eso puede SER y NO-SER al mismo tiempo.
Es ni más ni menos que el Poder del Cinismo que nos gobierna, cinismo del saber que las cosas son de una manera, y aún así actuar descaradamente como si igualmente no lo supieramos, simplemente porqué nos conviene. Él jamás (siempre) NO quiso jugar (para la selección) y Él jamás (siempre) SI quiso jugar (para boca); pero, volviendo a lo segundo del punto (1.b), lo que termina de explicarnos la cuestión cabalmente es que Él jamási SI quiso insultar a la selección[/i].
Tal como pasa con nosotros, cuando (algo) nos resulta favorable y conveniente para nuestras necesidades más inmediatas y egoistas, aunque (ese algo) esté mal en sí, y por el solo hecho de que nos favorece, en la práctica decidimos que (ese algo) igual esta bien. Y pasamos a creer, en lo profundo de nuestro optimista ser, pero también en lo concreto de nuestras acciones más directas y básicas, que ESO (siempre ya) esta bien. Aunque sabemos verdaderamente que ESTA MAL. Por esta capacidad cínica de convertir en verdades concretas las mentiras que nos hemos negado a asumir en primera persona, Carlitos es definitivamente el máximo exponente del jugador del pueblo. Y nuestra memoría selectiva de sus éxitos, es decir estas cuasi-verdades que nos repetimos sobre ÉL, sólo lo re-confirma.
Finalmente en segundo lugar, y dejando de lado el hecho de los intereses (multiples y cruzados, ademas de millonarios{sic}) que han potenciado mediáticamente el retorno del hijo pródigo, o la epopeya del humilde gigante que vuelve al pequeño hogar sólo por amor, [b](2) [/b]¿porqué no se ha considerado el costo concreto -sí, el frío billete- de su “gesto poético” y desinteresado?, o, mejor dicho, [b]¿porqué se ha NO-considerado e invisibilizado con MENTIRAS y EXCUSAS CÍNICAS el costo OBSCENO [/b]que ha pagado en dolares americanos un asociación civil sin fines de lucro de un país tercermundista que se encuentra en un ciclo económico muy delicado?
Especulemos, para variar, con lo que ya es [i]vox populi [/i]de la situación. No será necesario explayarse demasiado: [i]seguramente serán[/i] los aproximadamente 15 millones de USD que cobrará “el apache” por su contrato de tres años con boca, menores a lo que percibía en Europa meses atrás. No dudamos de ello. [b]Está bien, así lo creemos[/b]. Más aún, si contamos estos números del contrato en conjunto con los aproximadamente 7 millones de la misma moneda extranjera que (de diversa fuente) se le pagará al club italiano que tenia contrato con Carlitos, [i]no nos resulta tampoco una cifra mínimamente interesant[/i]e[i], [/i]en absoluto, como para seguir diciendo que “vino por la camiseta y nada más”.
En definitiva el regreso de Carlitos expone, con pura claridad, la vigencia hegemónica y efectiva en nuestra realidad concreta de ese cínico (auto) relato capaz de construir y vender(nos) las mayores mentiras. La vuelta del Apache nos obliga a confrontar con nuestra obsesiva necesidad de crear -e idolatrar- heroes de humo, puesto que desde ese optimista gesto seguimos defendiendo con “coherencia” a la tan triste como debilitante posición del “hagan lo que yo digo pero no lo que yo hago”.
Éste mito, del retorno etéreo y desinteresado, sostiene férrea y desesperadamente la posición según la cuál podemos hacer las cosas mal sin hacernos cargo, y hacer de cuenta que las hicimos bien. [b]Ésa[/b][i][b] es[/b][/i][b] “la nuestra”[/b]: aquella truchada invertida que nunca tuvo siquiera la pretensión de ocultar tras de si (en este caso, de poner debajo de la exitosa cara de la moneda optimista de los humildes ganadores) a su revés obsceno y cínico. Y es por eso que, también, el regreso de “Carlitos” es, ni mas ni menos, que el regreso de nuestro (verdadero) hijo pródigo.
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1 (decisión caprichosa, pero de tal condición porque justamente se pudieron haber elegido a otras MUCHAS situaciones de igual claridad o magnitud)