Antonio Alzamendi fue un emblemático delantero de los 80. Jugaba de wing pero definía como centrodelantero. En estos días se cumplieron 25 años del día en que este uruguayo nacido en Durazno hizo uno de los goles más importantes de la historia de River.
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La sonrisa parece la misma. Es tan breve y tan pícara como la que continuó al gol más gritado de la historia de River (al menos eso cuentan muchos de los que conocen en detalle la historia del club más campeón del fútbol argentino). Ahora, 25 años después de aquel mágico 1986, en el Café de los Angelitos, Antonio Alzamendi posa para una foto junto a otros dos de los homenajeados, Norberto Alonso y Jorge Gordillo, partícipes necesarios de aquel triunfo sin olvido frente al Steaua Bucarest, en la final Intercontinental. No es la única escena que lo muestra al uruguayo como si la sonrisa se riera en la cara del paso del tiempo.
Aquel gol para todas las disfonías lo describió alguna vez el periodista Miguel Bertolotto, autor del libro “River, el campeón del siglo”: “La rapidez mental del Beto Alonso sirvió para caminar el primer paso hacia la gloria. Fue tan rápida la ejecución de ese tiro libre de parte del más grande ídolo de la historia moderna de River que los aturdidos rumanos, esos vestidos de celeste y rojo, no hicieron más que quedarse parados y mirarle la espalda a Antonio Alzamendi. El uruguayo de los goles esenciales picó por su zona, la derecha, enfrentó al arquero -un tal Stingaciu- y definió sin reglas ortodoxas pero con plena eficacia. Ese gol, a los 28 minutos de una final con escaso vuelo técnico y con indisimulable tensión, al cabo depositó a River en la cumbre del mundo: el 14 de diciembre de 1986, en el Estadio Nacional de Tokio, la Copa Intercontinental quedaba en las manos y en los corazones de River”. Esa jugada y esa resolución de Alzamendi quedaron para siempre como una postal para la historia enorme de River. Y allí, en el Museo de River, en ese Monumental de tantas historias felices, habitan los dos trofeos que cuentan aquella conquista: la Copa Toyota y la Copa Intercontinental. No hubo casualidad en aquel diciembre: Alzamendi fue elegido como el mejor futbolista del encuentro.
Ese grito que todavía retumba en la vida de River, incluso en estos días de dolores frecuentes, había nacido de una avivada del entrenador, Héctor Veira. Lo contó alguna vez: “Vi como diez veces un video de los rumanos cuando le ganaron la final al Barcelona y me di cuenta de un detalle: le daban la espalda a la pelota en los tiros libres. Y así fue el gol. Ese día, el que hacía el gol ganaba. Y fuimos nosotros”. Claro, para lograrlo contó con la lucidez de Alonso y repentización de Alzamendi. Una combinación decisiva no sólo para aquel River; también para cualquier equipo.
La vida futbolística de Alzamendi estuvo atravesada por ese gol y por un rasgo relevante: siempre aparecía en los momentos complicados de los partidos decisivos. Como aquella vez de 1987 en la que dejó afuera de la Copa América a Argentina, que venía de ser campeona en México y que contaba con Diego Maradona, en sus tiempos de crack universal e inmejorable. En ocasión de la última Copa América, la empresa Motociclo lanzó una publicidad y el protagonista principal era Alzamendi, contando su gol bajo el cielo del Monumental. El detalle del recuerdo a 24 años cuenta la importancia de aquel gol. Y de su autor. Oportuno, intenso, bravo, veloz, astuto. El lugar común -tan futbolero- del “siete bravo” no nació con él, pero Alzamendi fue su paradigma.
Wanderers de Durazno es un pequeño club que se fundó luego de un par de reuniones en el café de Zamora en la calle Este de la Plaza Sarandí. Ese recorrido nacido en 1914 tiene su mayor motivo de orgullo en un nombre, dos apellidos y un apodo, todo en la misma persona: Antonio Alzamendi Casas, El Hormiga. Allí dio sus primeros pasos, entre 1971 y 1973, plena adolescencia. Luego llegó el tiempo de otro club de su ciudad, Policial. Su primer paso grande lo dio a un club chico de Montevideo: Sudamérica. Sorprendió a todos con los recursos que luego conocería el planeta. Y rápido, cruzó el Río de la Plata para jugar en Independiente, el Rey de Copas. Jugó, se destacó junto a Bochini y compañía. Y pasó a su primera etapa en River: breve y sin muchos motivos para recordarla. Volvió a Uruguay, jugó en Nacional, se fue a Los Tecos de Guadalajara, volvió a Montevideo y fue figura y campeón con Peñarol. Paso siguiente: la revancha en River. Fue su mejor momento. Ganó todo, se lució. Escuchó aplausos y una canción unánime de una palabra repetida, que lo llenaba de orgullo: “U-ru-gua-yo / U-ru-gua-yo”.
Después jugó para el Logroñés de España y para Mandiyú de Corrientes. Y se fue a retirar a Uruguay: jugó para Rampla Juniors y para Racing de Durazno. Antes, en el medio de todo el recorrido, se puso -claro- La Celeste. Jugó dos Mundiales (México 1986, donde le hizo un gol a Alemania; e Italia 1990), ganó una Copa América (la de 1987) y fue subcampeón en otra (en Brasil 1989). Ya en los 90, le daría continuidad a su pasión por el fútbol desde la condición de entrenador. Dirigió en Perú (a Cienciano, Deportivo Ancash y Atlético Chalaco); en Uruguay (a Fénix); y se lo mencionó como candidato para dirigir a Independiente y a River, en tiempos de crisis. Todavía no se le cumplió ese deseo de ser entrenador de este lado del Río.
En este mes de diciembre, en su ciudad, Durazno, lo nombraron “Deportista del Siglo XX”. Entonces, según cuenta el periódico El Acontecer, habló entre emociones: “Me siento feliz de pertenecer a Durazno, de nacer en una ciudad como esta que me dio toda mi niñez, mi juventud, mi alegría y mis tristezas. Pero más que nada hay algo que hice en mi vida que fue llevar el nombre y el prestigio de Durazno en lo más alto que pude, lo hice con el corazón, con las ganas de gloria y que Durazno existe. Lo están demostrando estos muchachos, ojalá muchos de ellos me superen, es lo que deseo de corazón, porque la historia es buena pero el futuro también. Con la presencia de mi esposa, mis hijos, mi hermana, mis nietos, todavía me faltan algunos porque la familia es grande, y con la ausencia de personas importantes como mi madre, mi hermana, mi cuñado y mi viejo que lo perdimos este año, allá arriba tengo a mi sobrino, con esa fuerza que hay que seguir porque la vida continúa, recordar las cosas lindas pero dar pasos firmes para seguir adelante, a ustedes jóvenes les digo, no a las drogas, no al alcohol, sí al deporte”. Tenía la misma sonrisa de los momentos importantes. El auténtico Siete Bravo le daba lugar al hombre capaz de sollozar.
Fuente: El auténtico siete bravo