Afortunadamente por mi edad, vi a River campeón muchísimas veces, muchas de ellas en la cancha. Pero la de ayer fue la más emotiva, la que más me llegó al corazón. Se juntaron muchos factores.
Todavía está fresco el recuerdo de ese puto domingo de Junio del 2011. También estaba, como siempre, en la Sívori Media. Ese día se terminaba de consumar lo que en ese momento temí que fuera el asesinato a River, la muerte sin retorno del River que me había enamorado: el que juega al fútbol, que pelea los torneos, que no se traiciona.
Afortunadamente, no pudieron matar a River. Lo hirieron de muerte pero, de manera sorpresiva y cuando nadie lo esperaba, apareció Ramón nuevamente y fue el cirujano que pudo devolverle la vida a nuestro River.
Y me emocioné mucho ayer precisamente porque dos años después, en el mismo lugar, volví a ver a MI RIVER QUERIDO. Con un goleador nacido en el club y agradecido por ello, para demostrarnos que todavía existe gente en la que se puede confiar, que no se olvida de nosotros y que no se va a jugar a Kazajistán por veinte dólares más. Con un número cinco que se sacrifica y juega al fútbol como corresponde. Ramón, Cavenaghi y Ledesma. Tres tipos que estuvieron en el 2002. Cuando también ganamos en la Bombonera y también jugamos bien al fútbol, y también sufrimos hasta el último segundo contra Racing. Cosas del destino.
Fue un desahogo muy grande saber que la sangre de mi River sigue fluyendo, ver al Monumental lleno, feliz, y en paz, ganando un partido 5-0 contra un equipo de esos que hasta no hace tanto venían a llevarse los tres puntos.
Siempre fui Ramonista. Siempre lo banqué. Los errores que comete me parecen insignificantes al lado de todo lo que hizo y todas las alegrías que nos dió. Me duele mucho ver cómo tantos hinchas de River lo relativizan y lo insultan. Y estoy seguro que por más que hoy lo veneran, a la primer derrota lo van a volver a defenestrar y volver a pedir a personajes sin ADN de River. Ojalá me equivoque, ojalá todos hayan aprendido la lección.