Una vuelta me estaba yendo a entrenar a una plaza. En el camino, cruzando una avenida, se me acerca un flaco y me pide que lo ayude a empujar el auto que se le había quedado. Adentro estaba su novia. Yo accedo sin problemas. Lo empujamos unos 30 metros, sorteamos algún que otro pozo típico del conurbano, lo hacemos doblar una esquina, y le damos unos metros más. Todo piola, ellos se ponen a ordenar unas cosas del baúl y mientras tanto, (he aquí la cuestión) yo me quedo parado al lado esperando que me tiren unos mangos. El esfuerzo ameritaba una remuneración, no? Bueno, después de un par de incómodos minutos, me doy cuenta de que no me van a dar un carajo. “Enas noches”, digo y me tomo el palo. Ustedes dirán si soy terrible judío. Yo creo que un Julio Argentino Roca hubiera estado bien. En mí defensa, debo decir que empujar ese auto de mierda me quitó la energía que luego iba a necesitar para hacer un par de series del entrenamiento.
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