Viva el XXI Congreso del Partido Obrero
Como ocurre en cada oportunidad, la realización del congreso anual de nuestro partido nos evoca las mañas y artimañas a las que nos hemos visto obligados a recurrir para efectivizar con éxito los tres primeros congresos del PO, que tuvieron lugar en la clandestinidad entre 1975 y 1982. En el primero tuvimos que inventar una asamblea de viajantes, que en forma simultánea anunciamos en los avisos de Clarín; los otros dos se realizaron en departamentos clandestinos – el último entre la noche de un sábado y la madrugada del domingo. Los que se mofan del hábito trotskista por la discusión (incluso quienes se reivindican trotskistas) simplemente ignoran los esfuerzos heroicos que realizamos quienes estamos comprometidos de por vida con la revolución social, para defender esa ‘costumbre’ -tanto contra las dictaduras militares y la infiltración policial, como contra adversarias mucho más temibles, como son la rutina y la adhesión a los hechos consumados. La democracia burguesa, si exceptuamos las revoluciones de los siglos XVII y XVIII, aparece siempre como un instrumento de gobierno, o sea de dominación. La proletaria lo hace como un instrumento de clarificación, organización y movilización -o sea, con un contenido subversivo. Baste recordar, para el caso, que la República Francesa (1871) o la Alemana (1918) nacieron como consecuencia de victorias contrarrevolucionarias y del asesinato de proletarios en masa. Incluso la ‘democracia paraguaya’ (un tema de actualidad) vio su primera luz después del aniquilamiento de su pueblo por parte de los gobiernos de la Triple Alianza y del imperialismo británico. No hablemos ya del sendero de ‘democracias’ que está pisoteando hoy el imperialismo mundial en Asia y África.
La anualidad de los congresos del PO tiene que ver con un método: naturalizar la reflexión política colectiva sobre la actividad militante como una práctica cotidiana social; convertir en hábito, precisamente, lo que el sentido común y los intereses dominantes solamente conciben como excepcional. La polémica como método de conocimiento y -justamente por esto- como práctica subversiva ha sido reconocida y denunciada, al mismo tiempo, desde la filosofía griega. Cuando un largo período de desarrollo sectario ha convertido a la discusión por la discusión misma en un factor de fragmentación política, el Partido Obrero reivindica el debate y la democracia obrera como un instrumento de delimitación entre unos y otros, o sea como un factor de unidad en la claridad.
Cada congreso nos evoca, también, a los compañeros caídos en la lucha, que en el caso de nuestro partido comienza apenas concluido el Cordobazo, cuando los servicios disimularon como un accidente el asesinato de Marcelo Martín, obrero de Ford de Córdoba y dirigente nacional del PO. En la agenda del congreso que está a punto de comenzar, figura en lugar prominente la campaña en torno al Juicio Oral y Público contra la patota de Pedraza y la Policía Federal, cuyo inicio está previsto para el 6 de agosto próximo. Los abogados de los reos siguen intentando, sin embargo, obtener una postergación, lo que les permitiría terminar con la prisión preventiva de los acusados a partir de octubre. El XXI Congreso del PO se esforzará para ser recordado por la historia como el que logró la condena de los asesinos materiales y políticos de nuestro compañero.
La bancarrota del capital
Los beneficiarios del capitalismo, pero también incluso la mayoría de la izquierda, continúa caracterizando a la presente situación histórica como un episodio más de la experiencia capitalista. En el caso de la izquierda, ocurre algo curioso: exhibe un largo pergamino de razones para amortiguar la expectativa de que la crisis en curso pueda ser la cuna de un nuevo período de situaciones revolucionarias y revoluciones sociales. ¡Ponen en guardia a los militantes y a las masas contra el optimismo! Se anticipan a los eventuales desencantos futuros, “abren el paraguas en un día de sol”. En este pesimismo burocrático se esconde un gran problema de debilidad teórica, pues tiene la característica común de ignorar la tendencia del capitalismo hacia su propia disolución, o sea el carácter históricamente transitorio del capitalismo.
La bancarrota actual es el desarrollo último de una tendencia de medio siglo. La lucha del capital contra sus tendencias disolventes alcanzó su pico histórico con la disolución de la Unión Soviética y con el fin de la Revolución Cultural y el comienzo de la restauración capitalista en China. Estos dos grandes episodios abrieron formalmente la posibilidad de revertir la persistente tendencia de la caída de la tasa de beneficio capitalista y los límites que impone al capital el consumo final, relativamente bajo, de las masas. Es claro que los avances tecnológicos de los últimos veinte años acrecentaron los beneficios de las industrias de punta, pero en última instancia acentuaron la caída de la tasa de ganancia del capital. La crisis financiera es la expresión última de esa caída. “El fin de la historia” que saludó la apertura de China y Rusia al capital mundial se ha tornado en su contrario: es la Unión Europea la que se ve acosada, hoy, por la desintegración o, alternativamente, por la desaparición de los Estados nacionales bajo la bota, principalmente, del capital financiero alemán. En la semana en curso, el primer ministro David Cameron anunció un referendo para retirar a Gran Bretaña de la Unión Europea, a partir de lo que percibe como el peligro de una mayor centralización financiera de la zona euro. En ese caso, la vieja Albión se convertiría en la Haití financiera de Estados Unidos. Las tropas de una futura guerra van ensayando sus puestos. Lo fundamental es, sin embargo, el ingreso de China en el circuito de la bancarrota mundial, cuando está aún muy lejos de completar su propia transición al capitalismo -es decir, la expropiación de la mayor parte de su campesinado y el desmantelamiento de la estructura financiera del Estado. Las palpitaciones cada vez más fuertes de esta crisis se manifiestan en el número creciente de huelgas y levantamientos de obreros y de campesinos, así como en la seguidilla de crisis políticas en la cúpula del aparato gobernante.
Los episodios últimos de la crisis griega son por demás aleccionadores, porque en ningún lugar, salvo Egipto, se combina la crisis en todos sus niveles como en Grecia. Grecia, al igual que Egipto, puso de manifiesto una categoría fundamental de todo este proceso de crisis: la categoría del viraje, es decir el giro súbito del cuadro político y, por sobre todo, de las masas, y, como consecuencia de ello, la emergencia de la cuestión del poder. A pesar del carácter centrista y reformista de las fuerzas que integran Syriza (entre centristas y reformistas), las masas fueron arrastradas por la crisis de la economía y del Estado a una alternativa de “gobierno de la izquierda”, lo que fue caracterizado por todas las cancillerías imperialistas como ‘el fin de Europa’. La situación fue salvada por el último bastión del capital, el partido comunista, que restó el 3% de los votos que se necesitaban para una victoria de la izquierda, aunque ese partido (que es el que mayor peso tiene en la clase obrera) perdió en el camino, a favor de Siryza, al 60% de su electorado.
La izquierda revolucionaria mundial debe tomar nota: no estamos, es cierto, en las vísperas de la revolución social, pero sí en las de su antesala: el viraje brusco del cuadro político y el desplazamiento, también brusco, de las masas hacia la izquierda. Una situación pre-viraje solamente significa que ‘la procesión ya está avanzando por dentro’, que para detectarla solamente hace falta poner el oído más cerca de los trabajadores. En contraste, sin embargo, con la oportunidad que ofrecía este giro político, la izquierda revolucionaria de distintos matices dio el canto del cisne del sectarismo. No se sumó al voto a Syriza, con un programa propio e incluso la denuncia de los planteos capituladores de Syriza, y tampoco se sumó, por lo tanto, a la batalla fundamental por la conquista de los militantes y electores del partido comunista, y por la quiebra de este aparato contrarrevolucionario. Fue ninguneada por las masas -lo peor que podría ocurrir en un período pre-revolucionario. Se hundió al 0.3% del electorado (por debajo incluso del 1.5% obtenido un mes antes). Quienes denuncian al Partido Obrero de daltonismo, se han perdido la oportunidad de capitalizar todas las variaciones que ofrece el arcoíris. El sectarismo y el autobombo son tan dañinos, en esta etapa, como el oportunismo y la colaboración de clases.
Argentina en la tormenta
Argentina se encuentra en las vísperas del viraje, apenas nueve meses después de una elección general. La economía y la política se van desintegrando. La tragedia de Once puso a luz el carácter parasitario del llamado ‘modelo’, pero por sobre todo su estado terminal. El gobierno se ha visto obligado a romper lanzas con la ‘burguesía nacional’ -los Eskenazi (Repsol), los Brito (Asociación de Bancos), los Cirigliano y Roggio (patria contratista) e incluso aquellos envueltos en las empresas de servicios en quiebra (como ocurre con Techint o el grupo Mindlin). Los K están logrando convertir en realidad su propaganda de que no dependen de ningún poder económico: se han ido fugando todos los que lo integran. Lavagna y Remes Lenicov han salido a plantear el programa de recambio, que es la devaluación y el tarifazo, como lo hiciera Duhalde a partir de la campaña electoral del 99 contra De la Rúa. Una inflación por arriba del 30%, crisis fiscal, derrumbe del comercio con Brasil, recesión, fuga de capitales, paralización de importaciones y mercado de cambios, suspensiones y despidos (según CTA se destruyeron 300 mil empleos en un año). La crisis está destruyendo el último de los bastiones, el Banco Central, cuyo patrimonio está compuesto por papeles incobrables del Estado. La llamada emisión monetaria no financia el giro del comercio sino las transferencias irrecuperables del Estado a los usureros internacionales y a los parásitos domésticos.
En este cuadro, la ruptura con Scioli produce un efecto de caos que parece convocar a una intervención federal; CFK y Scioli han perdido la mayoría de la Legislatura bonaerense a fuerza de divisiones. La bancarrota del sector subsidiado es un testimonio de que no se ha superado ni la crisis de 2001. No solamente están reunidas las condiciones de un ‘rodrigazo’: el ala principal de la oposición capitalista, encabezada por Lavagna, lo promueve. Quiere que lo haga el gobierno actual, para llegar al gobierno con el trabajo sucio realizado. El alto precio de la soja, que es presentado como la evidencia de que la crisis es un espejismo o quizás ‘una sensación’, acentúa la presión por el viraje, porque su beneficio se desperdicia en el mantenimiento de una estructura inviable. Los opositores disimulan su planteo de poder con el reclamo de ‘un ministro de economía’. Desde que Frondizi nombró a Alsogaray, en 1960, hasta que Chacho Álvarez rogó por una segunda vuelta para Cavallo, en marzo de 2001 (pasando por el primer Cavallo, bajo Menem), el cambio de ministro de Economía fue siempre el clarinete de una volteada de gobierno.
La ruptura del gobierno con Moyano no es solamente una pelea de camarilla. Por un lado, refleja el achicamiento de la caja para contentar a todos los clientes políticos del kirchnerismo y, por el otro, ha dado expresión a un principio de giro político en el movimiento obrero como respuesta al ajuste. La marcha del miércoles 27 de junio ha sido el primer episodio de una ruptura política con los K por parte de la clase obrera con expectativas en el gobierno. La izquierda revolucionaria está llamada a pelear por este terreno -en especial después del avance político que obtuvo en las elecciones pasadas. La presión por dividir a la CGT y a las federaciones universitarias, como se hiciera con la CTA, es una expresión de desesperación política. A los K, que se adelantaron en anunciar que la Plaza fue el último acto de Moyano, se les escapó que no es Moyano el que los promueve, sino la crisis y la incapacidad oficial: ahí están para probarlo las huelgas bonaerenses contra el cuádruple desdoblamiento del aguinaldo, ya desdoblado en dos, y los piquetes de los Dragones feroces. El conjunto de los factores señalados plantea una salida basada en la nacionalización sin resarcimiento del conjunto de los monopolios capitalistas y un gobierno de trabajadores.
La cuestión fundamental se reduce a esto: la batalla por separar definitivamente al movimiento obrero de otra variante más -más degradada- del nacionalismo burgués, y unirlo al socialismo. De un modo objetivo, las grandes masas se enfrentan a otro intento de reconstrucción del Estado, que busca pilotear el peronismo que se encuentra a la derecha del gobierno. La salida socialista a la crisis de poder que deja el agotamiento del kirchnerismo es la tarea estratégica que se fija el Partido Obrero para el período en el ya hemos ingresado.
Frente de Izquierda
Aunque suene paradojal, el Frente de Izquierda se ha convertido, en los últimos meses, en una coalición electoral. No lo era durante la campaña electoral, cuando la intervención cotidiana lo obligaba a tomar posición sobre todos los problemas principales que se colocaban en la agenda. Ahora, en cambio, el lazo de unidad se limita a la expectativa de presentar listas comunes en los comicios próximos. Como se ve, no es una campaña electoral lo que convierte a un partido en electoralista, sino el electoralismo lo que condena a un frente de izquierda a la inacción.
Nos enfrentamos a una herencia de sectarismo agudo, que hemos señalado varias veces en el pasado. La llamada atomización de la izquierda en Argentina no es otra cosa que el estallido del ‘viejo’ MAS, un partido democratizante, que acabó dividido en hasta dieciocho fracciones sin que mediara una verificación de las diferencias por medio del debate. Estalló, precisamente, luego de un acto de autoproclamación, cuando Luis Zamora sentenció, en un acto frentista en Plaza de Mayo, que “hay que hacer grande al MAS”. La autoproclamación nunca ha tenido mayor suceso.
La nueva situación abierta para el movimiento obrero a partir del acto de Plaza de Mayo plantea al Frente de Izquierda el desafío de una campaña para atraer a los activistas y jóvenes -afectados por la crisis oficialista y de la burocracia de la CGT- a una nueva perspectiva histórica. Una campaña para presentar a la izquierda revolucionaria como alternativa política y al gobierno de trabajadores como su expresión de poder. Por esta vía, abordaremos las elecciones de 2013 desde una base revolucionaria. Fuera de ella será, en gran parte, otro compromiso circunstancial.
Tribunos
En los últimos años, el Partido Obrero ha crecido enormemente en términos de influencia política. Es un activo poderoso de cara a la nueva situación histórica. En la historia del movimiento obrero y del movimiento socialista, la lucha por la victoria del programa ha precedido el desarrollo de las grandes organizaciones, pero por sobre todo ha servido para consolidarlas en función de la perspectiva que ha sabido ofrecer. Nuestro partido está presente en el debate nacional que interesa a grandes masas de ciudadanos. Nuestra presencia en los medios, que sirven en forma sistemática a los partidos de la burguesía, es la expresión de la solidez del programa. Hemos abierto una vía de desarrollo incluso a otros sectores de la izquierda, que trabajan en una experiencia común. Tenemos un precioso activo político al servicio de las crisis y conmociones por venir.
Nuestro partido despliega en el escenario un grupo numeroso de tribunos (propagandistas, agitadores) con alcance nacional y provincial. Pero el ejercicio de la función de tribunos debe abarcar a centenas y aun miles de compañeros, cada cuadro político del PO debe ser un tribuno de la clase obrera. Largos años de organización sindical o barrial, han relegado la importancia del cuadro socialista como tribuno, en una clara adaptación a la coacción y la represión contra la propaganda revolucionaria. Si esto no cambia, si los cuadros no dan el salto de convertirse en tribunos, el desarrollo revolucionario encontrará enormes obstáculos y, lo que es peor, el desarrollo del partido perderá en amplitud y se acentuarán las características sectarias que prosperan en el ámbito de los círculos reducidos. Solamente a través del despliegue de sus tribunos, un partido revolucionario expone sus cuadros a la masa de activistas y luchadores y a las grandes masas. El tribuno es un educador y todo educador debe ser educado. El período que se ha abierto de bancarrotas, crisis y rebeliones exige la formación de miles y decenas de miles de tribunos, capaces de difundir las ideas revolucionarias por medio de un altavoz, de una fm local o de una TV de la zona, así como de polemizar con éxito en su defensa. Debemos derribar todas las brechas de acción entre los tribunos ya consagrados del Partido Obrero y los miles de tribunos que reclama la presente etapa.
Organizadores
Como consecuencia del ascenso de la izquierda, se han acercado al Partido Obrero miles de ciudadanos y trabajadores. ¿Cómo convertir ese acercamiento de episódico en sistemático? ¿Cómo desenvolver con ellos un diálogo que fructifique en organización? Un partido revolucionario no impone sus ideas, las trabaja con las masas; es la única forma de llegar a conclusiones comunes. La primera de las conclusiones comunes es que no existe desarrollo sin organización. Las lides parlamentarias pueden dar la impresión de que el encuentro periódico en campañas y en las urnas puede reemplazar la construcción de un partido; se trata de un caso típico de falsa conciencia, que postula la atomización en política cuando grandes masas sociales se convulsionan en la crisis.
En estas condiciones, el Partido Obrero debe evaluar primero sus propias filas, las que deben estar invariablemente compuestas por militantes efectivos, que ejercen una actividad de propaganda, agitación y organización. A partir de aquí, es necesario ofrecer un lugar de trabajo y acción a toda la periferia que se acerca al partido y aquella con la que el partido ya cuenta de acuerdo con las necesidades que plantea el desarrollo político del momento e igualmente las características, vocaciones, ámbito de actuación y posibilidades de cada simpatizante y de cada voluntario. Se reúne, de este modo, una gran masa de compañeros que pueden pasar a integrar, como militantes plenos, los núcleos de orientación y dirección del trabajo general del Partido Obrero.
El reclutamiento obrero y de la juventud es la meta principal que se fija el XXI Congreso, a partir de la conciencia de que ya hemos ingresado en una etapa de alcances revolucionarios, en una etapa en la que grandes masas se verán obligadas, por la crisis, a discutir la opción capitalismo o socialismo, socialismo o barbarie.
¡Manos a la obra! ¡Viva el XXI Congreso del Partido Obrero!