Este cuento lo escribí años ha en un taller literario y lo dejé a la mitad; ahora lo saqué del cajón. Yo también lo tenía escrito a mano :lol::lol:
PREDECIBLE
Tenía esa tendencia; un cuasi ritual que se repetía en la misma época del año y en las derrotas aisladas.
Así era Celeste, central, precisa, predecible.
Aprendí a aceptarle el juego y lo extendí. En un punto, hablabamos el mismo idioma, salvo que ella sí sabía codificarlo. Recuerdo cómo me tejía en su cuerpo ausente, pidiendo licencia para más.
Nos conocimos en un viejo salón, especie de guarida que solía frecuentar en mis lapsus de hastío. Yo era figura repetida, un habitué de bajo perfil. Ella, en cambio, desde el día en que ingresó, tomó protagonismo inmediato.
Cuando la conocí, Celeste se encontraba avasallando deseos. Me miró, sonrió. En mi torpeza, sólo atiné a devolverle una mueca. Al parecer, ese gesto soso de mi parte le bastó para acercarse y acariciarme el pelo; un acto que hubiese definido como descarado o ligero en otra; me pareció, en Celeste, perfecto; la lectura exacta de mi necesidad.
No esperamos ¿para qué? Y fue central, precisa, predecible. Te quiero, me dijo al terminar y sentí fuego.
Comenzamos a frecuentarnos. Ella, fiel a su costumbre, se desvestía sola. Nunca lo hacía de manera completa, vedaba el ombligo. Ni siquiera en la oscuridad me permitía allanar esa parte. Nuevamente, en el épilogo, te quiero.
Una noche, se quedó profundamente dormida; yo nunca podía. Un ardor abusivo me impedía reposar. No le dije nada a Celeste. Lo soportaba estoico. Me levanté en busca de alguna pastilla que me adormeciera la panza. Y la vi dormir, en su desnudez perfecta. Pudo más, olvidé la molestia, me acerqué y empecé a besarle el pelo, la frente, la nariz, el cuello hasta llegar al sector prohibido, estratégicamente, cubierto con sus manos. Tenía el sueño tan pesado que no se daría cuenta. Levanté sus dedos y me sobresalté: una serie de yagas superpuestas le atravesaban el ombligo y la sangre negruzca había sellado los surcos. El movimiento que hice, producto de mi estupor, movió la cama. Celeste se despertó, me vio, se vio a si misma, vulnerada, y gruñó enfurecida. Me pateó, escupió, lloró; retorcida, avergonzada. Me sentí un completo imbécil; la tomé entre mis brazos y le dije que no importaba, era tan sólo una marca física ¿qué más da? Se acurró a mi lado, en posición fetal, respiró furiosa, odiándome con los sentidos, me desprendió de manera violenta y en medio de su temblor histérico, me sonrió. Te quiero.
Tras ese incidente, Celeste se ausentó un tiempo largo, sin aviso. Mi desesperación crecía a la par del dolor. El lugar de encuentro siempre fue mi departamento y era ella la que iniciaba todo. Pero esta vez decidí buscarla, la necesitaba de manera vital, incrustada en mí, a su modo, con sus reglas ¿qué más da?
Encontré la puerta de su casa abierta, y aunque dudé al principio, entré. Me sorprendió encontrar la habitación principal prácticamente vacía, sin esos adornos originales que ella decía tener, producto de sus innumerables viajes. ¡Celeste!. No respondió. Iba a esperarla igual, hablaríamos, sacaríamos todo, el pasado, el dolor y después, lo que ella quiera, mi cuerpo, su isla.
Pasaron horas, no regresaba, mi saliva era amarga y sudaba. Fue, entonces, que escuché un gemido; luego, un chillido bestial. Comencé a hurgar espacios para ver de dónde provenía aquello y di de lleno con el espanto: un cúmulo de hombres mutilados, escupiendo vilis, rebosados en su sangre coagulada. Imploraban ayuda, que los liberara. Como pude, intentando vencer el asco, las arcadas, me acerqué. Uno de ellos abrió la boca y alcancé a reconocer, en su labió inferior, la misma yaga que, multiplicada, atravesaba el vientre de Celeste.
-
Te quiero, me dijo.
Grité trastornado.
-Por favor, te quiero. Decilo que ella ya se ha olvidado, por favor, una vez más, ella se calla; te quiero, repetilo, por favor, destruime; te quiero.
Hoy duele menos, pero el hedor es insoportable. No quiero mirarla. Sé que está allí, preparándose para otro. No voy a mirarla. Quiero advertirle al estúpido, ver su aspecto ¿Se lo dirá? Era única cuando lo decía. No voy a escucharme. No quiero. Necesito golpearla arrastrarla conmigo a este infierno lento, central, predecible.
No voy a mirarla. Llora ¿por qué llora?. Se toma el vientre, me observa. Se acerca, soy consciente. Viene a borrar el pasado, el horror; es el útimo pedazo ¿qué más da?. Juega, camina hacia mí, me acaricia el pelo, se desnuda; ella, tan distante, tan voraz. Es el último pedazo ¿qué más da? . Ríe, dulce, infantil. Te quiero. Y es central, precisa, predecible.