Si pueden, léanlo.[i]Carlitos salía en la tapa de “La Poderosa”, la revista que edita gente de la villa 31.
Salía con el pañuelo blanco de las Madres y reivindicaba de paso su condición de pibe de Fuerte Apache.
Carlitos, sin embargo, sabía que había otro mundo, lo conoció en Brasil, en Italia, en Inglaterra y hasta en China.
Pero sabía, hasta no hace mucho, de dónde había salido.
Carlitos se fue de Boca por primera vez por 20 millones de dólares. Al Corinthians.
En esa operación participó una empresa, HAZ, siglas de Hidalgo, Arribas y Zahavi.
Por el lado del equipo brasileño, hubo un grupo, MSI, que lava guita de la mafia rusa.
Carlitos no tenía por qué saberlo, pero él se convirtió en una mercancía comprada con miles de cadáveres que se apilaron de cada uno de los negocios que maneja la mafia roja: mujeres esclavizadas y prostituidas, baleados por tráfico de munición gruesa, caídos para siempre sobre el vómito de sus adicciones.
Así nos compra y nos vende el capital, con plata que va de acá para allá, sin confesar su origen. Si lo sabremos nosotros, sufridos argentinitos a los que nos niegan en la cara que poner plata en paraísos fiscales es perfectamente legal.
Así nos compran y nos venden. La diferencia con Tévez es que sus piernas lo convirtieron en una mercancía valiosa de un mercado enorme.
Carlitos fue siempre una mercancía, a tal punto que ni siquiera se llama Tévez, sino Martínez, y fue, por su carácter de mercancía, que le cambiaron el nombre, para que pasara sin problemas de All Boys a Boca.
Pobre Carlitos, de ahí en más, su apellido fue la justificación de una firma en un cheque.
Lo vendieron entonces por 20 millones de dólares.
Después, como ya contamos, vino el Corinthians, y el West Ham, en total 30 millones de euros, para recalar en los dos equipos de Manchester, el United y el City, donde pasó por 45 millones.
Carlitos tenía más, mucho más de lo que podía aspirar en diez vidas en Fuerte Apache.
Y si lo comparamos con sus hermanos, que son Martínez y no Tévez, porque nadie los quiso como mercancías, sabemos que es así: Juan Alberto lleva tantos años de cana como el Apache de carrera, y a Diego lo encontraron alguna vez con un bufoso y 14 municiones. Un gen mínimo, un deseo, una casualidad, y ahí se hizo Carlitos dueño del mundo.
Aunque hasta hace poco, Carlitos sabía de dónde había salido, no se vaya a creer que no tuvo sus desplantes. Se peleó con los hinchas del Corinthians, y los del United y del City se pusieron de acuerdo en tirar las camisetas con su nombre. Un camioncito pasaba con el cartel “tirá tu camiseta de Tévez”, que después eran donadas a los pibes de alguna villa inglesa. Ironías: el ídolo volvía a sus orígenes por el camino del odio.
Regresó a Boca por amor a la camiseta, pero se fue a China por amor a la guita. 80 palos verdes. Algo así pasó cuando el West Ham le hizo una oferta para volver y él dijo que por amor lo haría. Señaló entonces el presidente del club: “Todo esto que dice de ‘Amo al West Ham’…Bueno, es más bien 'Amo al West Ham si me paga 250.000 libras a la semana. Eso no es mucho amor por el West Ham, digo yo”.
Es fácil caerle a Carlitos, así que evitemos la tentación. Ya sabemos que es una mercancía, sin la menor conciencia de que lo es, y su destino en la vidriera irrespetuosa del mercado parece sellado desde que Zahavi y un tal Arribas lo empaquetaron y lo triangularon a Inglaterra.
¿Pero acaso no es nuestro destino, en este cacho de tierra, ser estafados por delincuentes y perder la noción de dónde venimos?
Zahavi, un israelí metedor y habilidoso para los billetes, se especializó en eso. La de Tévez no fue su primera operación en el fútbol argentino. Nos cuenta Andrés Burgo en “Ser de River”: “el día que se filme una película sobre el hundimiento de River, el poco difundido rostro de Zahavi debería aparecer en el afiche. Personifica al hombre de negocios que, a medida que el club más se desinflaba, con más millones se quedaba”.
Y así como al argentino medio se le escapa que su destino está atado a hilos que lo manejan, mientras sentencia, dedito parado, lo que piensa, no muchos hinchas de River sabrán que el descenso de su equipo está unido al tal Zahavi, y a los que se asociaron con él.
Detengámonos en uno de ellos, Gustavo Arribas. ¿Les suena? Intermediario en la venta de jugadores, empezó con el botín izquierdo en el ´99 cuando mandó al jugador de Talleres Diego Garay, con pasaporte falso a Francia. Después vino lo de Carlitos: una empresa con domicilio en una guarida fiscal puso la plata en un banco de Nueva York, y la comisión la cobró otra empresa con domicilio en Gibraltar.
Todo atendido por Arribas. Digón, dirigente de Boca y sindicalista fue terminante: “Arribas es un testaferro de Macri”. Lo sancionaron, lo callaron.
Después lo nombraron en la Agencia Federal de Inteligencia. Sí, Arribas, el testaferro Arribas, maneja las escuchas, los seguimientos, los carpetazos. Así que vos estás en manos de Arribas, como lo estuvieron Mauro Federico y Gustavo Sylvestre cuando les hackearon el correo, sí, estamos en manos de un tipo que lo primero que hizo antes de hacerse cargo de los espías, fue reunirse con gente de la CIA y del Mossad.
Como no podía ser de otra manera, Arribas está metido en los Panamá Papers. Así figura en documentos del Departamento de Estado.
En el Congreso, sin embargo, el bribonzuelo dijo que debía ser un homónimo el que se nombra ahí.
Y después volvió a negar cuando Meirelles, el coimeador brasileño de Odebrecht dijo que le había transferido unos cientos de miles de dólares.
La de Carlitos, entonces, es una historia repetida. No deja de ser el prontuario de un argentino, que se pierde en los hilvanes de una costura de la que no vemos ni aguja ni costurero.
Ahora lo putean los que ayer se salvaron con él. Sí, desde el canchero al tipo que vende espacios de publicidad en el estadio, desde el movilero al panelista.
Carlitos sabe cada vez menos de dónde salió y reivindica a Fuerte Apache como el lugar al que llevará a su hijo para que le peguen un par de sopapos y no se le “doble la muñeca”.
Así, Carlitos terminó pareciéndose al propio presidente de la nación, cuando dijo de la homosexualidad “es una enfermedad, no es una persona ciento por ciento sana”.
Carlitos terminó pareciéndose a los ricos vistiendo un traje gris brilloso de solapa ancha y un moño al tono cuando se casó. Bah, terminó pareciéndose a la parodia de un millonario.
Carlitos, el que pudo ser gracias al mínimo gen, a un golpe de suerte, a una casualidad.
Pero no solo pudo ser por eso.
Carlitos fue Carlitos y no Facundo Ferreira, porque a Carlitos no hubo un policía que lo baleara por la espalda a los 12 años.
Carlitos no fue Cristian Cortez porque no lo agarraron robando un celular.
Carlitos, que ahora defiende al tipo que condena al hambre y la miseria a millones de Carlitos, diciendo “hay un nivel de agresividad hacia Mauricio muy grande", poco a poco se olvida de quién era. Quiso recordarlo preservando la cicatriz que el fuego le marcó a los 10 meses, quiso recordarlo cantando cumbia villera, pero no pudo.
Carlitos perdió para siempre a Martínez y se quedó con la marca Tévez.
No es muy distinto a muchos compatriotas, porque en este país de desclasados, todos somos un poco Carlitos, y todos queremos olvidar el origen de mucama gallega, de tano verdulero, de ruso cuentenik. En este país de ingratos que juega carreras de cangrejo a ver quién se jode más, quién queda más abajo, quién retrocede, se mata en patota a un caco, en este país donde se le dispara por la espalda a un nene y la ministra de Seguridad dice que “es un detalle”, todos quieren mirar para el costado y olvidar cuando apenas si tenían una garrafa, pero ahora, muy orondos andan diciendo que ellos pagan lo que sea de gas, con tal de ver a la yegua presa y que se acabe la joda.
Carlitos perdió una final y lo mataron. Los micrófonos ocupan el lugar de las piedras y las patadas cuando se trata de linchar a un multimillonario como él.
Carlitos está muerto, no porque haya dejado de respirar, sino porque hace rato, es el monito que hace las gracias para Mastercard, Yogurísimo, Frávega y Pepsi. Porque le compraron el desparpajo y la estirpe villera para cotizarlos en la bolsa y le devolvieron unas montañas de billetes donde Carlitos no está.
Ahora el patrón de estancia que es Angelici, el invitado a su casorio, se le planta y le dice a él y a su equipo: “jugaron esta final como un partido de verano. Entraron en la historia negra del club”, y esos pobres millonarios se arrodillan frente a un tipo que también, como Arribas, aparece en los Panamá papers.
Pobre Carlitos, vendido para lavar plata con un tipo como Arribas, que maneja los servicios de inteligencia del país y tiene su plata en una guarida fiscal, comprado por otro tipo que tiene vínculos con los mismos servicios de inteligencia y que también tiene su plata afuera.
En este país del descarte, donde el podio del éxito es un vip con acceso exclusivo a cagadores, Carlitos perdió el alma en una de sus tantas transacciones, y ahora, como en el tango, quedó el fetiche del afiche, de la gaseosa, del yogur, de la tarjeta de crédito.
En Argentina, Carlitos Tévez es un poco todos: perdiendo el nombre, vendiéndose, chupándole las medias al patrón. En un país de Tíos Tom, de Margaritas Barrientos, de esclavos que muestran orgullosos el grillete, Carlitos no fue una excepción.
Es feliz con su montaña de plata, lo único que tiene, aunque algunas noches, como Orson Welles en “El ciudadano”, se despierta murmurando “Fuerte apache”, cuando vuelve a soñarse corriendo en patas por el barrio mistongo de los monoblocks.[/i]