Duendes, magia y brebaje de fútbol lujoso
Ya se percibe en las charlas de la Biela, del Tortoni o el Café de la Paz. Ya se observa en un país que respira fútbol como éste que algunos reductos intelectuales hacen una pausa para opinar sobre el fenómeno Cappa. El angelito “sanatero” está dando lugar a una curiosidad entre metafísica, psicologista y esotérica. Anda también circulando el enigma entre los talleres, las oficinas, los barrenderos, los clubes de barrio y la familia. ¿Quién es Cappa para estos últimos? Su respuesta los remite más a la simpleza de quienes creen que cuando el mensaje baja claro, mueve montañas. Sin vueltas, el hombre genera confianza. Su palabra tiene luz y autoridad. Estimula, al punto de promover “un enamoramiento” del hincha con su propuesta, que parece un hechizo o un encantamiento, antes que un arte. Su voz de aliento encendió las cenizas de un volcán dormido. Eso es, este River de hoy que acaba de ponerse de pie, gracias a la sabiduría de un hombre común que además maneja la chistera y el bastón como pocos.
¿Cómo se explica la explosión de Funes Mori, tan súbita, tan inapelable, si no es creyendo en la magia? ¿ O hay alguien que dude de que lo que pasó en el Cilindro fue el cuento no publicado de las Mil y una Noches? El “abracadabra” de Cappa volvió a funcionar en una noche para el recuerdo. Andaban nuestros ancestrales duendes de jubileo, pispeando a ver qué pasa, como buscando su nido perdido. Fueron a Avellaneda, como hace 40 años, un sábado también, con Didí en la inolvidable “noche de Walt Disney”, cuando El Beto y Jota Jota comenzaron a escribir su maravillosa historia y tuvieron su recompensa. Acompañaron a esa inmensa banda, en la misma tribuna, en los mismos escalones, y se fueron coreando el Himno a la Alegría. Antes, bajaron y encarnaron en esos pibes que nos dejaron a todos “mirando el sudeste”.
Es que de a poco nos vamos convirtiendo en un ejército de “locos”, que nos vamos entregando a tientas, luego de tanta desesperanza, pero que vamos, con lo que tenemos animándonos a dar ese salto en el vacío inseguro, con lo que por ahora contamos. Es que, ¿quién pude permanecer inmóvil, dejarse de asombrar y no sucumbir ante este milagro? Si además, de la tripleta del “pibito más cuestionado”, nos vamos empachados de una exhibición futbolística, impensada hace un mes y medio atrás. ¡Cuánto tiempo hacía, River, que no sentíamos esta mágica sensación de que nos vuelva el alma al cuerpo! De que cada movimiento vuelva a honrar los movimientos que las generaciones anteriores procuraron transmitir a través de la tradición.
Este Racing-River no era un partido más. Era un clásico donde la Academia definía la posibilidad definitiva de zafar de la Promoción y donde River buscaba reafirmar las ilusiones que había venido cosechando en sus dos triunfos anteriores. Pero además había en pugna, otra vez, dos estilos de entender el juego. El de la cordura, la fricción, el control, la rigidez táctica, el histórico de Racing y de Russo versus el del salto al vacío, la impronta, la lealtad, la pelota al piso, ése tan “inocente” e ignorantemente descalificado por los “vencedores vencidos” más atroces. Hablo de los Helenio Herrera, Mourinho, Felipao Scollari y por supuesto el Doctor agujas y su inolvidable video sevillano: “¡Que carajo me importa el otro: pi-sa-lo!”.
A riesgo de ser etiquetado por los manipuladores del azar, el equipo de Cappa evidenció claramente que los caminos más simples pueden ser tan efectivos como bellos. Pero como los duendes no inspiran la masa anónima, sino a los cuerdos que gustan salir de su libreto de cuerdos, provocan que Mauro Díaz se ponga una peluca de alondras y vuele, y Ortega vuelva a dar luz donde habitualmente todo se hace oscuro. Y es allí donde River parece jugar al juego que mejor juega y que más le gusta. Saca Vega, se la da a Ferrari, éste busca a Affranchino, todos se mueven y se muestran. Aparecen torres, peones, alfiles que pasan a gran velocidad y precisión, en una suerte de mural colorido y movible, como una danza que parece culminar en gol en cada arranque. Que no fueron más, porque se pensó en el “moño” y porque en el casi cuarto del goleador, la pelota le quedó atrás después del rebote en un palo, tras una jugada para cerrar el estadio.
Hacían falta locos que inspiraran a los cuerdos. Un guerrero de la luz porque el guerrero de la luz confía. Está seguro de que su pensamiento puede cambiar destinos. Ese es su brebaje de mago. Allí radica el núcleo del milagro. El que encierra “el poder de la palabra” de un hombre que es coherente con lo que siente y hace, que contagia y que da confianza. Que hace afinar a los desafinados, apasiona a los insensibles y vuelve explicable lo inexplicable. Reencontrarse con la historia magna de River. Angel confía en la transmutación de esa energía perdedora en ganadora porque como buen guerrero sigue creyendo en la belleza de sus golpes. Y aunque de vez en cuando se decepcione y reciba golpes como aquéllos que lo ningunean desde el “¡qué ingenuo es!” o “¿qué ganó?”. Sabe a la perfección que el que traicionó, mintió, se desvió del camino y cortejó con las tinieblas, a la larga se derrumba. Un abismo que todos los riverplatenses conocemos, al punto de que un paso más allá de insana irracionalidad, puede ser destructivo. Un lugar al que no queremos volver de ninguna manera. Y “yo dije y ella dijo” que recuperemos la fiesta y la locura de ver a River dando espectáculos como los del sábado.
Por eso hoy me acordé de Didí y aquellas enseñanzas inmortales: “Calma, siempre calma. La pelota es como la muchacha y entonces hay que tratarla siempre bien. Siempre puedo pasar por alto una derrota, pero no una pelota que se malogre por no entregarla bien. ¿Qué es lo que me enoja? No puedo admitir que un jugador perjudique a su equipo tratando de anular a su rival. Porque un hombre que solo se utiliza para marcar es salir a la cancha con un hombre menos. Y yo quiero y exijo que mis hombres jueguen, porque así hasta yo me divierto. Es que si usted toca bonito para atrás, para los costados, siempre va a llegar el hueco, para poder tocar hacia delante”. ¿Sabrán Maurito, Pereyra, Affranchino, Ferrari que además de Galileo, Freud, o el Che hubo locos como el negro que murieron sin el reconocimiento merecido?
Andan los duendes, que no saben de etnias, de razas, ni de idiomas, intentando aparearnos nuevamente. Estuvieron en Avellaneda, ahora andan navegando en la borra del café de la Biela, difuminados en el humo del Tortoni y el Café de la Paz. Andan de boca en boca por todos los rincones de patria futbolera “enamorados del amor” a la pelota, que este hombre de pueblo ha venido a revolucionar. Todos andamos embelezados en seguir tomando su brebaje de fútbol lujoso.
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