Antes de que se acumulen adjetivos y sentencias acordes al momento, vaya primero una salvedad, medular e impostergable. Los que volaban en first class a 10.000 metros de altura y a 8.000 kilómetros del incendio, son los que tendrían que haber puesto la carita ayer a la tarde, para hacerse cargo de haber construido, con algunos que sí estuvieron en Lanús, el peor River de la historia. Es cierto que en definitiva la decisión no fue de ellos, pero es difícil imaginar que alguien haya tenido la vergüenza deportiva y la hombría de levantar la manito y pedir jugar. Este exilio disfrazado de partido importante sólo sirve para estirar la agonía y abonar la falsa creencia de que este plantel está en competencia, cuando es claro que hace rato tiró la toalla. El partido contra Chivas será, probablemente, el último capítulo de la farsa.
El River que jugó ayer tiene atenuantes, claro. Simeone presentó un equipo de Reserva… disminuido por la presencia de algunos profesionales con dos orígenes claros: 1) Futbolistas que atraviesan un pésimo momento (Tuzzio, Gerlo, Rosales, Salcedo) y 2) Futbolistas que no cuentan con la más mínima consideración por parte del entrenador (Merlo, Galmarini, Archubi, Barrado). Así es difícil que los pibes hagan pie, y lo que termina sucediendo es que pagan el pato por otros. No se entiende qué hizo el chico Giménez para salir, cuando antes que él había varios que hacían cola desde la madrugada anterior, como los que sacaron entradas para ver a Madonna. El daño es irreparable: al pibe le arruinaron un debut que soñó por años. Así y todo, los juveniles sostuvieron lo poco que había. Musacchio jugó como si tuviera 10 años en Primera, y sus otros tres compañeros de defensa le deben el favor de haberlos salvado del papelón. Ni él, ni Mauro Díaz (si no estaba golpeado, su salida también es inexplicable), ni Bou, pese a haber jugado mal, merecen quedar pegados a este despropósito de actuación. Habría que sacar sus nombres de las formaciones y borronear sus imágenes de los videos, para que el archivo no cometa la injusticia de subirlos a un bondi que no es el suyo. Los nombrados tuvieron la actitud, la hombría y la vergüenza que no tuvieron los otros. Que conste en actas.
Enfrente -y perdón por la demora, Lanús-, hubo un equipo serio. Que no ganó por más goles porque no quiso exponer de más las limitaciones del rival. Hizo un gol a los cinco minutos, otro al comienzo de segundo tiempo, como para asegurar la bocha, y listo. Pero aun a media máquina, como el padre que quiere que su hijo le empate un partido, a Lanús le costaba disimular su evidente superioridad, individual y colectiva. Cualquier análisis táctico no tendría el menor valor, porque no hubo equivalencias entre uno y otro. Blanco lo sacaba a pasear a Gerlo y a Tuzzio aun sin quererlo, Salvio se llevaba como un papelito a Archubi y a Merlo. Y los defensores del local transpiraban, pero por el sol. Mantuvieron con comodidad el arco en cero, y hasta el cuestionado Carlos Bossio se animó a bajar un centro con una mano, made in Navarro Montoya, señal que el partido fue un entrenamiento. O ni siquiera.
Hay algo peor que un equipo pierda: que se acostumbre a perder y no le duela. Y ojo, que el peor River de la historia aún no ofreció su peor concierto.